Analice una y mil veces la situación actual. Me deslizo sobre las frías sábanas de esta habitación de hotel. Tomo mi computadora y la sostengo sobre mis muslos. Ahí tengo escritas muchas obras, emotivas frases, miles de pensamientos encerrados. Cada uno de ellos ha sido enteramente mío. Voy al buscador luego de divagar varios minutos en algo nuevo qué escribir, ya que las ideas no fluyen.
«Romel Gaona» escribo con mis habilidosos dedos que me sirven para la escritura. Frente a mí, se desplaza mucha información, con varias citas y titulares deportivos: «Nuevos fichajes juveniles», «El visto bueno para actividades juveniles dentro del club», «Romel Gaona un juvenil que da mucho de hablar el fútbol nacional».
Ahora entiende lo de las 'prácticas'. Sí, finalmente después de tanto tiempo, Romel cumplió su sueño de estar en las mejores ligas de fútbol, ser una estrella ascendiente en el balompié nacional.
—¿Cuál es tus sueño? —Le pregunta, luego de haber ayudado a desenredar su cabello castaño después de una pesada broma en el salón—. ¿Tienes alguno en especial?
Jarrieta se siente incómoda. Se parecen a las preguntas de clases al inicio del año que nadie desea contestar.
-I don't know. Quizá consiga un trabajo que me ayude a sobrevivir.
Romel abre su boca con sorpresa. Jamás había escuchado en su vida sueños tan desdeñosos y tan poco brillantes.
—Deberías de tener un poquito más de interés en las cosas.
Se recuesta sobre el césped cálido, mirando el basto cielo—. Hay miles de formas de idear un futuro mejor. Tú yo tenemos la fuerza y las habilidades para hacerlo, ¿no te da miedo?
Jarrieta se lanza sobre el césped de igual manera, intentado ver el lado positivo de la vida. Arrimada en el miedo que no la deja ser libre. Entonces, se da cuenta que a nadie le ha contado de su interés por la escritura y la lectura. Hay libros que no la han ayudado a ser libre aún.
—El gusto por las letras es un pasatiempo que tengo justo ahora —cuenta—. Quizá si me esfuerzo algún día…
—¡¿Serás una escritora? —Pregunta emocionado Romel, dejando ver su brillosa frente negra—. Yo no leo. Pero te leería solo por apoyarte.
Jarrieta siente como su corazón cruje con delicadeza, sonríe y mira al piso sonrojada.
—Es lo más ignorantemente romántico que me han dicho en la vida.
Mueve con ligereza su cabeza hacia la derecha, encontró aquellos orbes cafés oscuros, que se muestran eufóricos, ansiosos y aventureros de continuar con la vida. De seguirla, de llegar a la siguiente etapa de la vida.
—Mamá dice que soy un imbécil por querer ser un futbolista reconocido. Que los chicos de mi edad sueñan con ser médicos, ingenieros, abogados. Yo tengo un sueño, y es más fácil que el del resto. ¿Sabes por qué?
Observa aquellos ojos, embelesados de un futuro lleno de alegría y fama.
—Porque eres muy positivo —intenta respondedor desatinadamente.
—No —responde—. Porque sé que tengo el don. Y si tú tienes el don de crear historias con tus letras; hazlas. Lo que no se intenta, se pierde. Con demostrarle a uno que puedo, estoy contento.
Jarrieta queda impresionada por la facilidad de ver bien aventuras en un mañana impredecible. Pero, solo lo ve a él, instaurado de una fuerza que no puede negar que es positiva y abrumadora, alentadora y que se supera.
—Te imaginas. No quiero salir de la secundaria e ir a trabajar en una de las minas del pueblo vecino, no quiero ser albañil, no deseo ser un taxista que pasa todo un día en un trabajo que no adora. No quiero despertarme cada mañana sabiendo que la mitad de mi casa es del banco. Deseo levantarme cada mañana sabiendo que he logrado algo con lo que me gusta. Soy joven, pero también quiero ser libre en el futuro. La gente de hoy en día no es libre ��mira el cielo azul, admirando a una ave que planea en el cielo, la envidia, porque sabe que ella con su irracionalidad es libre y él, él solamente es joven.
Esa tarde me di cuenta que ese momento, en ese instante de nuestras vidas fuimos jóvenes y libres, que no entendíamos mucho de la sociedad y de la economía, no suponíamos como realmente es el mundo y cuando fuimos contra él, nos estampamos contra una muralla fuerte.
Veo la dirección de su domicilio y está en la capital según los datos de su red social y sobre los periódicos virtuales. Tengo su número en mis manos, ansiosa de poder llamarlo.
Ahora entiendo porque mi madre lo amaba, porque Romel vio situaciones de superación en lugares donde había desorden. A todo el mundo le encanta eso de una persona.
Salí de mi habitación de hotel y compré un boleto para la capital. No voy a dejar que esto acabe aún, todavía hay algo porque pelear, algo porque salir a adelante. Él me enseñó que si algo quiero, debo de tenerlo. Por su idea hoy soy una escritora famosa y ya conseguí lo que quería, ser reconocida; ahora deseo ser amada.
—¿Te has preguntado qué pasaría si el día de mañana un conocido tuyo ve tu nombre en el periódico por algo grandioso que has hecho? —Le increpa el chico de mirada positiva, mientras sigue recostado sobre el césped.
Jarrieta coloca su mano en lo alto para calmar un poco el sol osado que lastima su vista. La chica de rosáceos cachetes analiza el pensamiento del hombre de piel morena, sabiendo que hay mucho fanatismo en la superación y ambición un poco irrealista. Aunque eso no quita que le gustaría estar justo ahí, en un marco de honor, en las principales noticias, estando en la boca de todo el mundo, que su vecina confiese que es su conocida o que alguna maestra del salón diga que la educo en la secundaria.
—¿Piensas que algún día yo seré alguien importante?
Él mira el basto cielo, pensando en aquella pregunta. Mueve su cuerpo con lentitud y le regala un vistazo suave, íntimo y amigable.
—Puede que no seas alguien de renombre mundial porque eres muy tímida —contesta, haciendo que se sienta acongojada y subestimada—. Lo que sí creo, es que todos seremos importantes para alguien en algún punto de nuestras vidas.
Jarrieta asiente con la cabeza, es la primera vez que un chico tan atractivo y con aquel encanto natural, lleno de coquetería la hacía sentir tan especial, frágil e importante.
Tomo mi abrigo doble y me lo saco luego de haber bajado del bus, llamé a mi agente de la ciudad y le pedí que me ayude con la información de Romel Gaona, me dijo que mientras viajaba tendría la información lista para mí. Recibo su llamada y me dice cosas muy simples y sencillas.
—Jarri, es un futbolista que está intentando entrar en la serie A. Está llamando mucho la atención de los clubes y no solo eso. Estudia en la universidad y es becado. Su apartamento queda en el centro de la ciudad —me pasó la dirección en un mensaje de texto.
Recojo mi cabello con un moño debido al calor del lugar, acelero mi paso, pero mis zapatos de tacón alto no me dejan. Debí haberme cambiado por algo más cómodo. Me desplazo lento por las calles, tomo un taxi y me deja en la dirección indicada que le he pedido. Mucha gente cruza la avenida principal, de un lado a otro, con portafolios, carpetas, carteras abultadas que son estorbosas, cada uno va en su mundo, tratando de encajar y meterse donde debe de meterse. Hay un fuerte y sonoro sonido, que me es incluso estrepitoso, los pitos de los autos a los que se apoyan los choferes, enojados y apurados por ir a sus destinos, los tacones altos de señoritas secretarias que van corriendo a los despachos de sus jefes . A nadie le interesa lo que hago aquí. Aquí, al contrario de mi pequeño pueblo, todos van con apuro y con el tiempo.
Frente a mí, se alza un edificio de unos diez pisos, con ventanales anchos y de color azul eléctrico, en la planta baja se logra ver en la derecha esquina una puerta doble de color café y al otro extremo un mini market al que acude mucha gente a comprar cigarros, botellas de agua y bebidas, y lo que olvidaron comprar en el supermercado.
Cruzo la avenida, esperando no ser víctima de algún chofer imprudente que desea desesperadamente ir a su trabajo lo más pronto posible oa su cita con el médico. Llego al portal y hablo con un hombre del lugar, el hombre es de temple fuerte y para nada amigable, tan solo se arrima a la pared y mira los autos pasar, como si esperara a alguien que lo invite a subir a algún auto.
—Buenas tardes —saludo, de forma cordial y titubeando un poco—. Disculpe. ¿Sabe usted de Romel Gaona?
El hombre me da un vistazo seco, dejándome ver su rostro angulado y de color rosado, con muchas arrugas que tienen infinidad de puntos negros y grasa.
—Señorita, yo no sé ni para mí…
—Discúlpelo, señorita —interviene un hombre, que tiene un cigarro en su boca y un periódico releído bajo el brazo—. El viejo Segundo está más perdido que uno. Dijo Gaona, ¿no?
Agradezco al cielo la presencia de este hombre de panza ancha y de rostro cachetón.
—Sí —respondo con firmeza.
—Ese Gaona es muy conocido ahora. Él está en el piso seis —el hombre mueve su grande panza ante sus movimientos y se acerca con paso contundente a la puerta doble, toca un botón y el intercomunicador suena estrepitosamente con aquel pitido fastidioso y la señal interrumpida—. Le dije a mi hija que abra la puerta.
Se escucha un chirrido eléctrico directo de la puerta y esta se abre ante la jalada del brazo del hombre gordo. Él me invita a pasar, mientras yo con timidez intentar ingresar.
A ese hombre o le caí bien o simplemente es muy confiado, dejarme entrar sin saber de mí, es un acto que lo considero irresponsable. Aun así, lo agradezco, ya que me ha llevado al lugar donde debo ir y donde quiero.
Un pasillo iluminado con tres focos repartidos a lo largo, me dejan ver unas largas escaleras al fondo. Me ha dicho que es el piso seis, y debo de hacer un esfuerzo sobrehumano para llegar a ese piso ya que no hay ascensor. Odio subir escaleras.
Me pregunto, si le golpeo la puerta, estará dispuesto a abrirla sabiendo que soy yo o se pondrá por ausente. Tengo miedo de ir por él. Debe de haber cambiado, la gente cambia a menudo. Los cambios no son buenos la mayoría de las veces.
«Tienes que aprender a confiar más en ti, Jarrieta», asalta en mi cabeza la suave frase de mi madre, que golpea es parte de mi orgullo que siempre ha sido plano. Prometí hacer caso y no creo no estarle cumpliendo.
Ya estoy frente a una puerta de color negro oscuro, con un orificio pequeño de metal, de donde seguramente podrá verme si golpeo la puerta. Analizo una y otra vez, ideando sucesos del futuro, pero cada uno es peor que el otro y me da miedo. Me aterra mi futuro.
Muevo mi mano y toco la puerta con un simple golpe.
—¿Diga? —Se escucha desde el fondo.
Muevo mi cuerpo enseguida y me recuesto sobre la puerta, apoyando todo mi cuerpo sobre esta y tapando la abertura de metal, para que no me vea. Estoy horrorizada y mis mejillas rojas. —¿Diga? —Insiste de nuevo, al no tener respuesta, mueve la perilla de la puerta, supongo que tampoco pudo ver nada.
—¿Quién está ahí? —Pregunta, con la voz ruda y sonando más seguro.
No me atrevo a contestar, estoy nerviosa, asustada. Tengo miedo de que algo malo pase y aun así, estoy aquí, sin saber cómo controlar una situación que desde el inicio no pude manejar.
—Si no respond y no se quita de la puerta, llamaré a la policía.
-¡IT's Me! —Respondo, con voz fuerte y con las ganas de saltar de ahí y decirle que lo siento, que en verdad lo lamento. Que todos estos días he estado pegada de sus fotografías, deseando que las cosas no se hayan destruido como lo hicieron, que mi vida se pasó de escritos a entrevistas largas, que ya no soy la misma, que he cambiado…, pero ni siquiera he dejado abrir la puerta para soltar todo eso.