Las calles se encontraban mucho más transitadas de lo que acostumbraban a estar, o por lo menos esa era la valoración de Pnicas, que, a pesar de no haber estado en la ciudad por más de una mísera semana (También podríamos hablar en días), consideraba tener una idea más o menos clara de como se debía de distribuir la gente por aquellos lares.
En realidad Pnicas no estaba tratando de comprender el núcleo urbano que se presentaba ante él, no hacía falta complicarse hasta ese nivel, el simplemente lo comparaba con otros lugares que había tenido la oportunidad de visitar antaño, en aquellos días en los que para ganarse el pan, el mismo que le generaba tanta obsesión a su compañera, era más difícil y en los que convenía conocer donde había más o menos gente.
En los barrios ricos desde luego hay menos gente, la burguesía está reservada para los exitosos y lastimosamente no todo el mundo llega a tener las ideas o iniciativa necesarias, pero siendo eso así esa zona no sirve para ganarse el pan, tiene buena seguridad y por algún motivo a esos asquerosos aristócratas, sin el perdón por el asquerosos, no quieren compartir nada, es cierto que se lo han ganado ellos, pero después de un gran banquete en el que tiras la mitad de lo que vas a consumir que menos que dejar a los ´´desviados´´ tomar un poco, ¡Ni que fueran a robarte los planes después de comer del mismo pedazo de pan que has decidido tirar!
Después estaban los barrios un poco más modestos pero que no terminaban de pertener a la clase media, la nobleza, siempre hubo aquella rivalidad entre nobles y burgueses, Pnicas nunca entendió del todo el porqué, para su joven mente de aquel entonces peleaban por quien tenía la casa más grande y los objetos más valiosos, o por lo menos peleaban por aparentar que poseían dichos objetos, retornando al tema los nobles eran incluso peores que los burgueses a la hora de intentar conseguir algo, por lo general uno apelaría a su tan redundante nobleza para que les dieran algo pero estos ´´hidalgos´´ se enfadarían contigo si llegaras a apelar a su condición ´´¿Acaso no sabes quién soy? ¿Por qué debería yo darte algo a ti? Provengo de un linaje puro de alta valor y estandar social. solo ensuciaría mi reputación tener que compartir algo del legado de mis antepasados con un plebleyo mugriento´´ Solían decir cosas así.
Tras de esos barrios estaba la clase media, puede que incluso baja, el pueblo plano, desde luego eran los más numerosos, pero parecía que su riqueza era inversamente proporcional a su cantidad, estos al criterio de Pnicas eran los mejores barrios para pedir, todos eran conscientes de lo dura que era la vida y si movías unos cuantos cubos a un lado o ayudabas a sembrar desde luego compartirían algo de su vanagloriado pan, además ahí se encontraban a las mejores personas, gente que podía parecer brusca y desagradable pero que en realidad solo mostraban una fachada porque por pasarse de buenos acabarían condenándose al dar de comer a más gente de la que podían permitirse, al final tenías que ser tú quien los intentara convencer, los primeros 5 minutos eran difíciles, pero luego ellos sacarían a relucir unos corazones relucientes que de no ser por su condición que rozaba la pobreza soltarían destellos dorados en lugar de relucir como el bronce.
Por último estaba la marginalidad, no hay mucho que mencionar, allí no hay el más mínimo atisbo de ley o moral, simplemente la lucha por la supervivencia, algunos tenían má suerte que otros, la gente con más rencor y capacidad acabarían por transformarse en bandidos y aquellos más desafortunados tenían un sitio reservado en una esquina fría y oscura en la que sangrarían en silencio a la par que sollozaban para que al final ese preciado líquido rojo que escapaba de su ser se transformara en una masa seca y podrida y los restos de lo que alguna vez fueron quedaran a expensas de traficantes de órganos o animales carroñeros.
Ahora mismo Pnicas juraría que estaba en un barrio noble, eso significaba que no debería de haber demasiada gente y la poca que hubiera estaría mirando por encima del hombre a todo aquel que se le plantara en frente, pero esto eran un tanto diferente a lo que Pnicas tenía en mente, la cantidad de personas era abundante, las ropas que llevaban modestas, no eran nada del otro mundo pero por lo menos estaban limpias, por último pero no menos sorprendente se hablaban bien entre ellos y.... ¡Estaban bien alimentados!
El caballero estaba en shock, ¿Era eso la abundancia de la que su maestro le había hablado alguna vez? ¿Esa que solo favorecían los dioses? Esta ciudad está plagada de humanos del bando de Ueror, ningún dios daría su bendición aquí, quizá todo era el resultado de una buena organización, no lo sabía, tenía sus dudas, su idea de mundo acababa de ser reventada, tendría que preguntarle a su compañero, no lo conocía desde hace mucho, pero había probado ser la bestia más inteligente y guay, sobre todo guay, que había conocido.
Con paso brumoso avanzó por las calles tratando de evitar en la medida de lo posible a la gente, no quería quedar en ridículo si alguien le preguntaba algo o no sabía como interptretar una situación, le sentaría mal ser la única pieza que desentona y entorpece el gran logro de los demás, Pnicas llegó incluso a correr, pero tras escasos 20 segunos de haber comenzado retomó su ritmo normal, se suponía que no llamara la atención y desde luego un tipo con armadura completa ropas rojas y marcas de haber sufrido de lo lindo contra dios sabe que no era algo que alguien ignoraría, menos si corría como un psicópata.
Al final el caballero logró su objetivo, se plantó frente a un establecimiento con un cartel peculiar, un restaurante que era una herrería, tomó una gran bocanada de aire y entró, el interior estaba igual que la última vez que lo vio pero con la ligera diferencia de que ahora habían personas en su interior degustando diferentes platos, para llegar hasta ahí se tomó su tiempo, pero para avergonzarse no necesitó más de una fracción de segundo, ahora yacía allí, parado y siendo atormentado por las miradas de una familia que comía una pizza de verduras, tamaño familiar obviamente, acompañada por unas patatas fritas cortadas en forma de cuadros con salsa de tomate y agua fresca.
´´No, detenéos, lo siento no comprendo la etiqueta en estas situaciones, ¡En el templo había que sentarse en el suelo!´´ Pensaba aterrado el caballero, finalmente una entidad bondadosa acudió a rescatarlo, Don Giovanni que llevaba un delantal blanco y dos platos, uno de sopa de marisco y otro con una ensalada cesar, le indicó con la cabeza que se moviera hacia la cocina, Pnicas acató la orden sin dudarlo ni por un instante.
A paso mecánico y con el movimiento articulado de un robot llegó ha su destino, una vez allí se dejó caer en el suelo, ya que solo la madera y las cacerolas podían verlo en el interior de aquel lugar, ahora solo le quedaba esperar a Don Giovanni, este regreso al rato con las manos vacías y con un rostro que desbordaba compasión.
—Eh ¿Qué pasa?
—No....—Negó con la cabeza—No quiero interrumpir con su trabajo, perdón—El trabajo era algo muy importante, para todo el mundo.
—Oh....—chasquó sus dedos a la vez que ponía una rodilla en el suelo, entonces una copia idéntica a él apareció—Hazte cargo del resto—La copia comenzó a trabajar—¿Cosa c'è di sbagliato in te giovane?—Dijo mirando a Pnicas.
—¿Perdón?—No había escuchado esa forma de dialecto en su vida.
—Ah si—Se aclaró la garganta—¿Qué te pasa?
—Yo.... No estoy acostumbrado al estilo de vida que se lleva por aquí, soy de esos guerreros que vienen de un portal, simplemente no lo entiendo, ¿Cómo es que hay este tipo de estructura? Incluso la gente que está en el restaurante, no parecen nobles ni burgueses pero se pueden permitir ir a un restaurante yo-
Pnicas no pudo continuar hablando ya que Don Giavonni lo detuvo poniéndole el dedo índice entre los labios.
—Para empezar te diré que esa gente se puede permitir mi restaurante porque yo quiero, mi nivel culinario va mucho más allá de la simple comprensión, los dioses no vienen aquí porque están enfrentados con los mortales, no por otra cosa—Pnicas abrió los ojos un tnato sorprendido—Para continuar te diré que tras alzarse de la miseria la gente se reparte mejor, aquí no hay nada parecido a un noble, solo hay burgueses, pero son bastante amables, al igual que la mayoría de las personas, ellos siguen las enseñanzas de Ueror, y tú también deberías, ahora—Don Giovanní se levantó extendió su mano a Pnicas—Me has traído algo ¿Verdad?
Pnicas tardó unos segundos en recomponerse, pero cuando lo hizo aceptó la mano de Don Giovanni con alegría y sin temor alguno confirmó la afirmación del noble cocinero.
—Muy bien entonces, sígueme, vamos al final de la cocina, por allí tengo el equipo pertinente.
Pnicas siguió al virtuoso cocinero sin rechistar, lo siguió como un pequeño pato que con toda la confianza del mundo pisa por donde pisa su madre.
Más de allá de cacerolas y estanterías llenas de especias se encontraban varios muebles azabaches de gran calidad en los cuales reposaban diferentes herramientas destinadas a la artesanía, varios cubos de metal llenos de un agua gélida y finalmente un yunque con un martillo, este último sorprendió bastante a Pnicas puesto que el mazo tenía un color adamantino y parecía bastante ligero ¿Podría ser? Era algo muy caro, pero Don Giovanni podría haberse hecho con él de alguna forma.
—Desenfunda caballero, mi copia solo durará por 20 minutos y si llegan más clientes no quiero tener que gastar otro hechizo de nivel 4.
¡Nivel 4! ¡Pero qué diablos! ¿¡Es este hombre un herrero-cocinero o un jodido brujo!? Calma, seguro que solo bromea.... O tal vez no, ¿Por qué todo el maldito mundo tenía que descolocar tanto al pobre caballero? El apenas y podía lanzar algún hechizo del nivel 0.
No había tiempo para descomponerse, al igual que no le preguntaba por la receta de sus platos no le preguntaria por sus conocimientos en la magia, al fin y al cabo muchos herreros son magos, esa imagen desfasada del herrero de brazo fuerte que martillea día si y noche también no es del todo equivocada, pero estos tipos pueden encantarte el arma, repararla y añadirle efectos literalmente con un chasquido, más tarde le preguntaría a alguién.
—Verá—Dijo al mismo tiempo que sacaba el diente de basilisco—Me preguntaba si podría sacarle alguna utilidad a esto.
—Uh-ho—Exclamó en un tono cantarín mezclado con un acento extraño—Veo que os habéis encargado del basilisco ese, muy bien hecho—Asintó con orgullo a la vez que le daba algunas palmaditas en el hombro.
Pnicas apreció el gesto proveniente de aquel hombre tan amistoso, y de amplio conocimiento mágico, apenas conocía a aquel hombre, pero ya era como una más de la familia, o eso pensaba Pnicas ya que al no tener padres, hermanos, tíos o primos no podía reconocer exáctamente el calor de una familia, ahora mismo se sentía como un joven ha obtenido un premio por quedar primero en algo y cuyo padre le hace saber que está orgulloso.
—¡Gracias!—Respondió con una sonrisa genuina.
—Y respondiendo a tu pregunta, si, podría aplicarle este diente a alguna cosa, un herrero normal no podría, pero la magia te abre muchas puertas, si me traes una armadura conseguiré que te vuelvas resistente al veneno al mismo tiempo que los ataques cuerpo a cuerpo contra ti podrán causar al enemigo una infección, si me traes un arco las flechas que lances estarán encantadas y harán un daño venenoso extra, si me traes unas botas podrás caminar por pantanos y terrenos difíciles sin dificultad, si me traes un caso dile adiós a los gases venenosos—Explicó al mismo tiempo que Pnicas asentía hipnotizado.
—La verdad todo suena muy interesante, pero me gustaría saber que le pasaría a mi espada, la tengo desde hace mucho tiempo y siempre me a acompañado, siento que lo mío es ir de frente y para ellos necesito un arma capaz de dañar a cualquiera—Argumentó humildemente, pero con algo de pudor al pensar que Don Giovanni se decepcionaría por su simpleza.
—Con que ir de frente eh.... Muy bien veo que eres del tipo valiente, mucha gente lo llama estupidez, pero yo creo que un guerrero mide sus capacidades con la mezcla de su fuerza, destreza, constitución, suerte y voluntad. Si no tienes algo para defenderte entonces asegúrate de tener un arma capaz de reducir a cenizas a tus enemigos.
Pnicas no sabía ni que decir, simplemente sacó su espada y le confió ambos objetos al herrero, y es que ¿Cómo no hacerlo? Si comparaba al primer herrero que conoció en su mundo con el de este, Don Giovanni, el primero lo había insultado, amenazado, intentado timar y más tarde intentado matar, todo porque quería cobrarle más de la cuente a un joven que quería estar bien equipado para poder volverse aventurero, allí pagaban, al final le tuvo que robar unas míseras botad y una pechera que supuéstamente valían 10 oros pero que en realidad rondarían los 4.
Si aquel hombre hubiera sido Don Giovann, Pnicas estaba seguro de que le hubiera regalado las dichosas botas y pechera con la advertencia de que le pagara en el futuro, todo mientras le sonreía y lo decía con un tono ´´Esta vez te lo puedes quedar chaval´´ Cuanto peor te trata la vida más aprecias los gestos de amabilidad de los demás, también desconfías más, pero este hombre era tan bueno como el pan de las masas de sus pizzas.
El herrero con pintas de cocinero aceptó ambos materiales y se puso a trabajar, fue un proceso corto puesto que la magia no se anda con chiquitas, es como una calculadora, solo necesitas colocar los datos y después esperar a que la magia surta efecto, con 3 minutos de intenso trabajo el diente terminó por unirse con la espada, pero entonces un imprevisto ocurrió.
La espada comenzó a calentarse hasta extremon inimaginalbes, tanto que el yunque comenzaba a derretirse, un humo negruzco salía despedido del filo y finalmente una explosión no muy grande sucedió en el lugar, la espada cayó contra el suelo comenzando a derretirlo, incluso el agua gélida de los cubos comenzó a entrar en ebullición.
—Toma la espada joven ¡Rápido!—Exclamó Don Giovanni que mientras gritaba alzaba su mano izquierda y lanzaba repetidas veces el mismo hechizo, un rayo de hielo.
Pnicas confió en el herrero y tomó su espada por el mango el dolor fue insoportable, hasta el punto de que los brazales de su ya dañada armadura se deshicieron, pero mereció la pena, las temperaturas comenzaron a bajar y ahora como si de una antorcha se tratara un flagrante fuego verde iluminaba el filo de aquella hoja.
—Vittoria—Sentenció Don Giovanni.
—Menudo par de psicópatas.
—¿Eh?—Pnicas miró de lado a lado, solo estaban el y Don Giovanni.