16 COMPAÑERO
-Ya ve, Antón, la clave que descubrió ha sido activada, y puede ser la salvación de la especie humana.
-Pero el pobre niño. Vivir toda la vida tan pequeño, y luego morir como gigante.
-Tal vez le... divertirá la ironía.
-Que extraño es pensar que mi pequeña clave pueda ser la salvación de la especie humana. De las bestias invasoras, al menos. ¿Quién nos salvará cuando volvamos a convertirnos en nuestro propio enemigo?
-No somos enemigos, usted y yo.
-No hay mucha gente que sea enemiga de nadie. Pero los que están llenos de codicia, orgullo u odio... su pasión es lo bastante fuerte para empujar al mundo a la guerra.
-Si Dios puede crear un arna grande para salvarnos de una amenaza, ¿no responderá a nuestras oraciones creando otra cuando la necesitemos?
-Pero, sor Carlotta, sabe usted que el niño del que habla no fue creado por Dios. Fue creado por un secuestrador, un asesino de niños, un científico al margen de la ley.
-¿Sabe por qu�� Satanás está tan furioso todo el tiempo? Porque cada vez que comete una fechoría particularmente osada, Dios la utiliza para que sirva a sus propios propósitos.
-Entonces Dios usa a la gente malvada como herramienta.
-Dios nos da la libertad de cometer grandes males, si así lo elegimos. Luego utiliza su propia libertad para crear bien a partir de ese mal, pues eso es lo que elige.
-Así que, a la larga, Dios gana siempre.
-Sí.
-Pero a la corta puede ser incómodo.
-¿Y cuándo, en el pasado, habría preferido usted morir, en vez de estar vivo aquí hoy?
-Eso es. Nos acostumbramos a todo. Encontrarnos esperanza en cualquier cosa.
-Por eso nunca he comprendido el suicidio. Incluso aquellos que sufren por grandes depresiones o culpas... ¿no sienten el consuelo de Cristo en sus
corazones, dándoles esperanza?
-¿Me lo pregunta a mí?
-Como Dios no está a mi alcance, se lo pregunto a un compañero mortal.
-Según mi punto de vista, el suicidio no es realmente el deseo de que termine la vida.
-¿Qué es, entonces?
-Es la única forma que tiene una persona impotente de lograr que todo el mundo se olvide de su vergüenza. El deseo no es morir, sino esconderse.
-Como Adán y Eva se escondieron del Señor.
-Porque estaban desnudos.
-Si la gente triste pudiera recordar... Todo e mundo está desnudo. Todo el mundo quiere esconderse. Pero la vida sigue siendo dulce. Dejemos que continúe.
-¿No cree entonces que los fórmicos sean la bestia de! Apocalipsis, hermana?
-No, Antón. Creo que también son hijos de Dios.
-Y sin embargo encontró a este niño sólo para que pudiera crecer y destruirlos.
-Derrotarlos. Además, si Dios no quiere que mueran, no morirán.
-Y si Dios quiere que nosotros muramos, moriremos. ¿Por que se esfuerza tanto, entonces?
-Porque ofrecí a Dios estas manos mías, y le sirvo lo mejor que puedo. Si no hubiera querido que encontrara a Bean, no lo habría hecho.
-¿Y si Dios quiere que los fórmicos prevalezcan?
-Encontrará otras manos para hacerlo. Para ese trabajo, no puede contar con las mías.
Últimamente, mientras los jefes de batallón entrenaban a los soldados, a Ender le había dado por desaparecer. Bean utilizó su clave ^Graff para descubrir qué estaba haciendo. Había vuelto a estudiar los vids de la victoria de Mazer Rackham, de un modo más intenso y concienzudo que antes. Y esta vez, como la escuadra de Wiggin libraba batallas a diario y las ganaba todas, los otros comandantes y muchos jefes de batallón y soldados rasos empezaron también a acudir a la a visualizar los mismos vids, tratando de encontrar sentido a lo que veía Wiggin en ellos.
Qué estúpidos, pensó Bean. Wiggin no está buscando nada para utilizarlo aquí en la Escuela de Batalla: ha creado un ejército poderoso y versátil y descubrirá qué hacer con ellos en el acto. Está estudiando esos vids para averiguar qué tácticas debía usar para derrotar a los insectores. Porque ahora lo sabe: se enfrentará a ellos algún día. Los pro- fesores no estarían forzando todo el sistema en la Escuela de Batalla si no nos acercáramos a la crisis, si no necesitaran a Ender Wiggin para que nos salve de la invasión de los insectores. Por eso Wiggin estudia a los insectores, buscando con desespero una idea de lo que quieren, de cómo luchan, de cómo mueren.
¿Por qué no ven los profesores que Wiggin ya ha acabado? Ni siquiera piensa ya en la Escuela de Batalla. Deberían sacarlo de aquí y llevarlo a la Escuela Táctica, o al siguiente estadio de su entrenamiento, sea cual sea. En cambio, lo están presionando, lo están cansando.
Y a nosotros también. Estamos cansados.
Bean lo veía especialmente en Nikolai, quien se esforzaba mucho más que los demás para no perder el ritmo. Si fuéramos un ejército ordinario, pensó Bean, la mayoría de nosotros seríamos como Nikolai. En realidad, muchos lo somos: Nikolai no es el primero en mostrar su cansancio. Los soldados dejan caer los cubiertos o las bandejas de comida en los almuerzos. Al menos uno se ha meado en la cama. Discutimos más en las prácticas. El trabajo en clase se resiente. Todo el mundo tiene límites. Incluso yo, el niño genéticamente alterado, la máquina pensante, necesito tiempo para relubricar y repostar, y no dispongo de
él.
Bean incluso le escribió al coronel Graff al respecto, en una notita que decía
solamente: «Una cosa es entrenar soldados y otra muy distinta agotarlos.» No obtuvo ninguna respuesta.
Era tarde, media hora antes de la cena. Ya habían ganado un juego esa mañana y practicaron después de la clase, aunque los jefes de batallón, a sugerencia de Wiggin, habían dejado a sus soldados marchar temprano. La mayor parte de la Escuadra Dragón estaba ahora vistiéndose después de la ducha, aunque algunos habían ido a matar el rato a la sala de juegos o la sala de vídeo... o a la biblioteca. Ya nadie prestaba atención a las clases, pero unos cuantos todavía ejecutaban los movimientos.
Wiggin apareció en la puerta, blandiendo nuevas órdenes. Una segunda batalla el mismo día.
-Esta es difícil y no hay tiempo -advirtió Wiggin-. Se lo notificaron a Bonzo hace veinte minutos, y para cuando lleguemos a puerta ya llevarán dentro unos cinco minutos como mínimo.
Envió a los cuatro soldados más cercanos a la puerta (todos jóvenes, pero ya no eran novatos, sino veteranos) a buscar a los que se habían marchado. Bean se vistió con relativa rapidez; ahora había aprendido a hacerlo solo, pero no sin tener que soportar un montón de chistes sobre el hecho de que era el único soldado que debió practicar para vestirse, y seguía siendo lento.
Mientras se vestían, se quejaron de que todo aquello resultaba cada vez más absurdo. La Escuadra Dragón debería tener un descanso de vez en cuando. Fly Molo fue quien se quejó con más fuerza, pero incluso Crazy Tom, que normalmente se reía de todo, mostró su fastidio.
-¡Nadie ha tenido dos batallas el mismo día! Entonces Wiggin le respondió:
-Nadie ha derrotado nunca a la Escuadra Dragón. ¿Va a ser ésta tu gran oportunidad de perder?
Por supuesto que no. Nadie pretendía perder. Sólo querían quejarse.
Tardaron un rato, pero por fin se reunieron en el pasillo ante la sala de batalla. La puerta estaba ya abierta. Unos cuantos de tos últimos en llegar todavía se estaban poniendo sus trajes refulgentes. Bean estaba detrás de Crazy Tom, así que podía ver la sala. Luces brillantes. Ninguna estrella, ninguna parrilla, ningún escondite de ninguna clase. La puerta enemiga estaba abierta, y sin embargo no se veía ni a un solo soldado de la Escuadra Salamandra.
-Vaya, vaya -dijo Crazy Tom-. Todavía no han salido, tampoco.
Bean puso los ojos en blanco. Claro que habían salido. Pero en una sala sin coberturas, simplemente habían formado en el techo, reunidos alrededor de la puerta de la Escuadra Dragón, dispuestos a destruirlos a todos a medida que fueran saliendo.
Wiggin captó la expresión facial de Bean y sonrió mientras se llevaba un dedo a la boca para indicar que todos guardaran silencio, y señaló alrededor de la puerta, para hacerles saber dónde estaban congregados los Salamandras, y luego indicó que se retiraran.
La estrategia era sencilla y obvia. Como Bonzo Madrid había situado su escuadra contra una pared, dispuesta a ser masacrada, sólo había que encontrar la forma adecuada de entrar en la sala de batalla y efectuar la masacre.
La solución de Wiggin (que fue del agrado de Bean) fue transformar los soldados más grandes en vehículos acorazados haciendo que arrodillaran y congelando sus piernas.
Entonces un soldado más pequeño se arrodillaba sobre las pantorrillas de cada niño grande, pasaba un brazo alrededor de la cintura del soldado grande, y se preparaba para disparar. Los soldados más grandes fueron utilizados como lanzadores, para arrojar a cada pareja a la sala de batalla.
Por una vez, ser pequeño tuvo sus ventajas. Bean y Crazy Tom fueron la pareja que Wiggin empleó para demostrar lo que pretendía que hicieran todos. Como resultado, cuando las dos primeras parejas fueron lanzadas al interior de la sala, Bean tuvo que empezar la matanza. Eliminó a tres casi de inmediato: tan de cerca, el rayo quedaba muy concentrado y las muertes fueron rápidas. Y cuando empezaron a quedar fuera de alcance, Bean rodeó a Crazy Tom y se desgajó de él, dirigiéndose al este y hacia arriba mientras Tom caía aún más rápidamente hacia el otro extremo de la sala. Cuando los otros Dragones vieron cómo había conseguido Bean permanecer dentro del alcance de tiro, moviéndose de lado para que no lo alcanzaran, muchos hicieron lo mismo. Bean acabó por ser neutralizado, pero apenas importaba: todos los Salamandras fueron aniquilados, y no hubo ni uno solo que consiguiera apartarse de la pared. Incluso cuando quedó claro que eran un blanco fácil y estacionario, Bonzo no comprendió que estaba condenado hasta que él mismo quedó congelado, y nadie más tuvo la iniciativa de dar una contraorden para que empezaran a moverse y no fueran tan fáciles de alcanzar. Un ejemplo más de por qué un comandante que gobernaba por medio del miedo y tomaba todas las decisiones él solo siempre sería derrotado, tarde o temprano.
La batalla no había durado ni un minuto, desde que Bean entró por la puerta cabalgando a Crazy Tom hasta que el último Salamandra quedó congelado.
Lo que sorprendió a Bean fue que Wiggin, normalmente tan sereno, estaba jodido y lo mostraba. El mayor Anderson ni siquiera tuvo la oportunidad de darle la enhorabuena oficial antes de que Wiggin le gritara:
-Creía que nos había enfrentado a una escuadra que pudiera igualarnos en una lucha
justa.
¿Por qué pensó eso? Wiggin debía de haber mantenido algún tipo de conversación
con Anderson, debían de haberle prometido algo no se había cumplido.
Pero Anderson no explicó nada.
-Enhorabuena por la victoria, comandante.
Wiggin no las aceptó. Aquel día no iba a ser como siempre. Se volvió hacia su escuadra y llamó a Bean por su nombre.
-Si hubieras sido el comandante de la Escuadra Salamandra, ¿qué habrías hecho? Como otro Dragón lo había utilizado para impulsarse en pleno aire, Bean flotaba
ahora cerca de la puerta enemiga, pero oyó la pregunta: Wiggin no estaba siendo sutil al respecto. Bean no quería contestar, porque sabía que era un grave error hablar mal de los Salamandras y llamar al soldado más pequeño de la Escuadra Dragón para que corrigiera las estúpidas tácticas de Bonzo. Wiggin no había tenido la mano de Bonzo alrededor de la garganta como Bean. Con todo, Wiggin era comandante, y la táctica de Bonzo había sido una estupidez, y era divertido decirlo.
-Mantener una pauta cambiante de movimiento delante de la puerta -respondió Bean, en voz alta, de modo que todos los soldados pudieran oírlo, incluso los Salamandras, todavía pegados al techo-. No hay que quedarse quieto cuando el enemigo conoce tu posición exacta.
Wiggin se volvió de nuevo hacia Anderson.
-Ya que hace trampas, ¿por qué no entrena a la otra escuadra para que al menos las
haga de manera inteligente?
Anderson continuó tranquilo, ignorando el estallido de Wiggin.
-Sugiero que retires a tu escuadra.
Wiggin no perdió tiempo con rituales. Pulsó los botones que descongelaban a ambas escuadras. Y en vez de formar para recibir la rendición formal, gritó:
-¡Escuadra Dragón, retírense!
Bean era uno de los que estaban más cerca de la puerta, pero esperó a ser de los últimos, de modo que Wiggin y él pudieran estar junto.
-Acabas de humillar a Bonzo, y es...
-Lo sé -dijo Wiggin. Apretó el paso y se alejó, pues no quería oí hablar del tema.
-¡Es peligroso! -le gritó Bean. Esfuerzo baldío. O bien Wiggin ya sabía que había provocado al matón equivocado, o no le importaba.
¿Lo hacía deliberadamente? Wiggin se controlaba siempre, siempre tenía un plan. Pero Bean no podía imaginar que ese plan implicara gritarle al mayor Anderson y avergonzar a Bonzo Madrid delante de su escuadra.
¿Por qué iba a hacer Wiggin una estupidez semejante?
Era casi imposible pensar en geometría, aunque había un examen al día siguiente. Las clases carecían ahora de importancia alguna, y sin embargo seguían haciendo pruebas y aprobando y suspendiendo para continuar con sus misiones. Los últimos días, Bean había obtenido calificaciones algo menos que perfectas. No es que no conociera las respuestas, o al menos cómo averiguarlas. Pero su mente seguía centrándose en asuntos de mayor importancia: nuevas tácticas que pudieran sorprender al enemigo; nuevos trucos que los profesores pudieran sacarse de la manga por la manera en que amañaban las cosas; qué podría estar sucediendo en la guerra de verdad, para que el sistema empezara a colapsarse de esta forma; qué pasaría en la Tierra y en la EL cuando los insectores fueran derrotados. Resultaba difícil preocuparse por volúmenes, áreas, caras y dimensiones de sólidos. En la prueba del día anterior, mientras resolvía los problemas de gravedad cerca de masas pla- netarias estelares, Bean finalmente se hartó y escribió:
2 + 2 = π√2 + N
CUANDO SEPAN EL VALOR DE N, TERMINARÉ EL EXAMEN.
Sabía que todos los profesores estaban al tanto de lo que sucedía, y si querían fingir que las clases aún importaban, muy bien, pero él no tenía que jugar.
Al mismo tiempo, sabía que los problemas de gravedad eran importantes para alguien cuyo futuro probable estaría en la Flota Internacional. También necesitaba una buena base en geometría, ya que sabía a qué tipo de cálculos matemáticos tendría que enfrentarse. No iba ser ingeniero ni artillero ni científico de cohetes ni, con toda probabilidad, tampoco piloto. Pero tenía que saber lo que ellos sabían mejor que ellos mismos, o nunca lo respetarían lo suficiente para seguirlo.
Esta noche no, eso es todo, pensó Bean. Esta noche puedo descansar. Mañana aprenderé lo que necesito aprender. Cuando no esté tan cansado.
Cerró los ojos.
Volvió a abrirlos. Abrió su taquilla y sacó su consola.
En las calles de Rotterdam anduvo cansado, agotado por el hambre y la malnutrición y el abatimiento. Pero siguió en guardia siguió pensando. Y por tanto pudo continuar con vida. En este ejército todo el mundo se estaba cansando, lo cual significaba que habría cada vez más errores estúpidos. Bean, menos que nadie, podía permitirse cometer estupideces. No ser estúpido era el único haber que tenía.
Conectó. Un mensaje apareció en su pantalla:
Reúnete conmigo de inmediato. Ender.
Sólo faltaban diez minutos para que apagaran las luces. Tal vez Wiggin había enviado el mensaje tres horas antes. Pero mejor tarde que nunca. Saltó de su camastro de inmediato, olvidándose de los zapatos, y recorrió el pasillo sólo con los calcetines puestos. Llamó a la puerta en la que se leía.
COMANDANTE ESCUADRA DRAGÓN
-Pasa - dijo Wiggin.
Bean abrió la puerta y entró. Wiggin parecía cansado, igual que el coronel Graff parecía cansado siempre. Ojeras profundas, el rostro abotargado, los hombros encogidos, pero los ojos brillantes y fieros, alerta, pensando,
Acabo de leer tu mensaje - dijo Bean. Bien.
Casi es la hora de apagar las luces.
-Te ayudaré a encontrar el camino en la oscuridad.
El sarcasmo sorprendió a Bean. Como de costumbre, Wiggin había dado una interpretación completamente diferente al comentario de Bean.
-Es que no sabía si sabías la hora que es...
-Siempre sé la hora que es.
Bean suspiró por dentro. Nunca fallaba. Cada vez que tenía una conversación con Wiggin, resultaba una especie de competición para ver quién fastidiaba a quién, y Bean siempre perdía, incluso cuando eran los fallos de percepción de Wiggin quienes las causaban. Bean odiaba estas situaciones. Reconocía el genio de Wiggin y lo honraba por ello. ¿Por qué no podía Wiggin ver nada bueno en él?
Pero Bean no dijo nada. No había nada que pudiera decir para mejorar la situación. Wiggin lo había llamado. Que hablara Wiggin.
-¿Recuerdas lo que pasó hace cuatro semanas, Bean? ¿Cuando dijiste que te nombrara jefe de batallón?
-Sí.
-He nombrado cinco jefes de batallón y cinco ayudantes desde entonces. Y ninguno de ellos fuiste tú. -Wiggin alzó las cejas-. ¿Hice bien?
-Sí, señor.
Pero sólo porque no te molestaste en darme una oportunidad para demostrar quién soy antes de hacer los nombramientos.
-Entonces dime cómo te ha ido en estas ocho batallas.
Bean quiso recalcarle una y otra vez que las sugerencias que había dado a Crazy Tom habían convertido al batallón C en el más eficaz dentro de la escuadra. Que sus
innovaciones tácticas y sus respuestas creativas a las diversas situaciones habían sido imitadas por los otros soldados. Pero eso sería alardear y rozaría la insubordinación. No era lo que diría un soldado que quería ser oficial. Crazy Tom podría haber informado de la contribución de Bean o no. No era asunto de Bean informar de nada sobre sí mismo que no fuera de dominio público.
-Hoy ha sido la primera vez que me han neutralizado con facilidad, pero el ordenador me ha adjudicado once blancos antes de que tuviera que pararme. Nunca he tenido menos de cinco blancos en una batalla. También he completado todas las misiones que se me han encomendado.
-¿Por qué te convirtieron en soldado tan joven, Bean?
-No más joven que lo que tú fuiste.
Técnicamente no era cierto, pero se acercaba bastante.
-Pero ¿por qué?
¿Adonde quería llegar? Fue decisión de los profesores. ¿Había descubierto que había sido Bean quien compuso la lista? ¿Sabía que Bean se había elegido a sí mismo?
-No lo sé.
-Sí que lo sabes, y yo también.
No, Wiggin no le estaba preguntando específicamente por qué lo habían nombrado soldado. Estaba preguntando por qué los novatos fueron ascendidos de pronto tan jóvenes.
-He tratado de averiguarlo, pero son sólo suposiciones. ��No podía decir que las suposiciones de Bean fueran sólo eso, pero también lo eran las de Wiggin-. Eres... muy bueno. Lo sabían, te ascendiereron...
-Dime por qué, Bean.
Entonces Bean comprendió la pregunta que le formulaba en realidad.
-Porque nos necesitan, por eso.
Se sentó en el suelo y miró, no a la cara de Wiggin, sino a sus pies. Bean sabía cosas que se suponía que no debía saber. Que los profesores no sabían que sabía. Y probablemente, había profesores siguiendo esta conversación. Bean no podía dejar que su rostro revelara cuánto comprendía realmente.
-Porque necesitan a alguien que derrote a los insectores. Eso es lo único que les importa.
-Es importante que sepas eso, Bean.
Bean quiso exigir, ¿por qué es importante que yo lo sepa? ¿O estás sólo diciendo que la gente en general debería saberlo? ¿Has visto quién soy y lo has comprendido por fin?
¿Que soy tú, sólo que más listo y menos agradable, el mejor estratega pero el comandante más débil? ��Que si fracasas, si te vienes abajo, si enfermas y mueres, entonces tendré que ser yo? ¿Por eso tengo que saber esto?
-Porque -continuó Wiggin-, la mayoría de los niños de esta escuela piensan que el juego es importante en sí mismo, pero no lo es. Sólo es importante porque los ayuda a encontrar niños que puedan convertirse en verdaderos comandantes en la guerra de verdad. Pero en cuanto al juego, que se joda. Eso es lo que están haciendo. Jodiendo el juego.
-Qué curioso -dijo Bean-. Pensaba que nos lo estaban haciendo sólo a nosotros.
No, si Wiggin pensaba que Bean necesitaba que se lo explicaran; no comprendía quién era Bean realmente. Con todo, Bean se encontraba en la habitación de Wiggin, charlando con él. Eso ya era algo.
-Un juego nueve semanas antes de lo previsto. Un juego diario. Y ahora dos juegos el mismo día. Bean, no sé qué están haciendo los profesores, pero mi escuadra se está
cansando, y yo me estoy cansando, y a ellos no les preocupan para nada las reglas del juego. He consultado las estadísticas en el ordenador. Nadie ha destruido jamás tantos enemigos y mantenido a tantos soldados propios en activo e toda la historia del juego.
¿Qué era esto, alardear? Bean respondió como había que contestar a una frase de ese
tipo.
-Eres el mejor, Ender,
Wiggin sacudió la cabeza. Si oyó la ironía en la voz de Bean, no respondió a ello.
-Tal vez. Pero no fue por accidente que recibí a los soldados que asignaron. Novatos,
rechazados de otras escuadras, pero ponlos a todos juntos y el peor de mis soldados podría ser jefe de batallón en cualquier otra escuadra. Hasta este momento me han favorecido, pero con certeza, Bean, que ahora quieren acabar conmigo.
Así que Wiggin comprendía cómo había sido seleccionada su escuadra, aunque no supiera quién había hecho la selección. O tal vez lo sabía todo, y esto era todo lo que quería mostrarle a Bean por el momento. Era difícil adivinar cuántas cosas hacía Wiggin siguiendo sus cálculos y cuántas eran meramente intuitivas.
-No pueden acabar contigo.
-Te sorprenderías -dijo Wiggin, e inspiró profundamente, de repente, como si fuera una puñalada de dolor, o le costara trabajo respirar. Bean lo miró y advirtió que estaba sucediendo lo imposible. En vez de burlarse de él, Ender Wiggin confiaba en él. No mucho. Un poquito. Ender estaba dejando que Bean viera que era humano. Lo acercaba al círculo interno. Convirtiéndolo en... ¿en qué? ¿Consejero? ¿Confidente?
-Tal vez te sorprenderás tú -dijo Bean.
-Siempre se me ocurren ideas nuevas. Pero, algún día, alguien pensará en algo que yo no haya pensado antes, y no estaré preparado.
-¿Qué es lo peor que podría suceder? -preguntó Bean-. Pierdes un juego.
-Sí. Eso es lo peor que podría suceder. No puedo perder ningún juego. Porque si pierdo alguno...
Dejó la frase a medias. Bean se preguntó qué consecuencias imaginaba que había.
¿Simplemente la leyenda de Ender Wiggin, soldado perfecto, se perdería? ¿O su ejército perdería la confianza en él, o en su propia invencibilidad? ¿O se trataba de la guerra grande, y perder un juego allí en la Escuela de Batalla podría hacer temblar la confianza que los profesores tenían en que Ender era el comandante del futuro, el que lideraría la flota, sí podían prepararlo antes de que llegara la invasión insectora?
Una vez más, Bean no sabía cuánto sabían los profesores sobre lo que él había deducido sobre el avance de la gran guerra. Era mejor el silencio.
-Necesito que seas listo, Bean -dijo Ender-. Necesito que pienses en soluciones a los problemas que todavía no hemos visto. Quiero que pruebes cosas que nadie más haya probado porque son absolutamente estúpidas.
¿De qué va todo esto, Ender? ¿Qué has decidido sobre mí, para traerme a tu habitación esta noche?
-¿Por qué yo?
-Porque aunque hay soldados mejores que tú en la Escuadra Dragón (no muchos, pero sí algunos), no hay nadie que pueda pensar mejor y más rápido que tú.
Entonces se había fijado. Después de un mes de frustración, Bean advirtió que era mejor así. Ender había visto su trabajo en la batalla lo había juzgado por lo que hizo, no por su reputación en las clases o por los rumores de que era el alumno que había sacado las notas más altas en la historia del colegio. Bean se había ganado esta evaluación, y se la
había dado la única persona en la escuela cuya opinión anhelaba.
Ender le mostró su consola. Había doce nombres. Dos o tres soldados de cada batallón. Bean supo de inmediato cómo los había elegido Ender. Todos eran buenos soldados, seguros de sí mismos y dignos de confianza. Pero no eran los que alardeaban, los que se pavoneaban, los que presumían. De hecho, eran los que Bean valoraba más entre aquellos que no eran jefes de batallón.
-Escoge a cinco de ellos -exigió Ender-. Uno de cada batallón. Son una escuadrilla especial, y tú los entrenarás. Sólo durante las sesiones de prácticas extra. Cuéntame lo que les haces. No pases demasiado tiempo con otras actividades. La mayor parte del tiempo tú y tu escuadrilla seréis integrantes de la escuadra, parte de vuestros batallones regulares. Pero cuando os necesite será porque hay algo que sólo vosotros podáis hacer.
Había algo más en aquellos doce nombres.
-Todos son nuevos. No hay ningún veterano.
-Después de la semana pasada, Bean, todos nuestros soldados son veteranos. ¿No te das cuenta que en los baremos individuales, nuestros cuarenta soldados están entre los cincuenta superiores? ¿Que hay que bajar diecisiete puestos para encontrar un soldado que no sea un Dragón.
-¿Y si no se me ocurre nada? -preguntó Bean.
-Entonces me habré equivocado contigo. Bean sonrió.
-No te has equivocado. Las luces se apagaron.
-¿Puedes encontrar el camino de vuelta, Bean?
-Probablemente no.
-Entonces quédate aquí. Si escuchas con atención, puedes oír al duendecillo que nos visita por la noche y nos encomienda nuestra misión para mañana.
-No nos asignarán otra batalla mañana, ¿no? -lo dijo como broma pero Ender no respondió.
Bean lo oyó meterse en la cama.
Ender era todavía pequeño para ser comandante. Sus pies no llegaban al final del camastro. Había espacio de sobra para que Bean se acurrucara al pie de la cama. Así que se subió y se quedó quieto, para no molestar el sueño de Ender. Si estaba durmiendo. Si no yacía despierto en mitad del silencio, tratando de dar sentido a... ¿qué?
Para Bean, la misión era simplemente pensar lo impensable: podían usar contra ellos planes estúpidos, y formas de contrarrestarlos; podían introducir innovaciones igualmente estúpidas para sembrar confusión entre las otras escuadras y, según sospechaba, para forzarlos a imitar estrategias completamente prescindibles. Como pocos de los otros comandantes entendían por qué la Escuadra Dragón estaba ganando, seguían imitando las tácticas empleadas en una batalla concreta en vez de prestar atención al método subyacente que Ender utilizaba para entrenar y organizar a su escuadra. Como afirmó Napoleón, lo único que un comandante controla de verdad es su propio ejército: entrenamiento, moral, confianza, iniciativa, mando y, en menor grado, suministros, situación, movimiento, lealtad y valor en la batalla. Qué hará el enemigo y qué sucederá entonces es algo que desafía toda planificación. El comandante debe ser capaz de cambiar de planes bruscamente cuando aparezcan obstáculos u oportunidades. Si su ejército no está preparado y dispuesto a responder a su voluntad, su astucia se reduce a nada.
Los comandantes menos eficaces no comprendían esto. Como no llegaban a
reconocer que Ender vencía porque su ejército y él respondían ágil e instantáneamente al cambio, sólo se les ocurría imitar las tácticas específicas que le habían visto emplear. Aunque los gambitos significativos de Bean fueran irrelevantes para el resultado de la batalla, harían que otros comandantes perdieran el tiempo imitando irrelevancias. De vez en cuando encontraría algo que pudiera ser útil. Pero no era más que una distracción.
A Bean no le importaba. Si Ender quería una distracci��n, lo que importaba era que había elegido a Bean para crear ese espectáculo, y Bean lo haría lo mejor que pudiera hacerse.
Pero si Ender estaba despierto esta noche, no era porque le preocuparan las batallas que la Escuadra Dragón libraría al día siguiente, al otro y también al de después. Ender estaba pensando en los insectores y en como combatirlos cuando terminara su entrenamiento y lo lanzaran a la guerra, con las vidas de hombres de verdad dependiendo de sus decisiones, con la supervivencia de la humanidad pendiente del resultado.
En ese esquema, ¿cuál es mi lugar?, pensó Bean. Me alegro de que la carga recaiga sobre Ender, no porque yo no pudiera soportarla (tal vez podría) sino porque tengo plena confianza en que Ender puede hacerlo. Sea lo que sea lo que hace que los hombres amen a los comandantes que deciden cuándo morirán, Ender lo tiene, y si yo lo tengo nadie ha visto aún ninguna prueba de ello. Además, incluso sin haber sido alterado genéticamente, Ender posee unas habilidades que las pruebas no miden, más profundas que el simple intelecto.
Pero no debería soportar esa situación a solas. Yo puedo ayudarlo. Puedo olvidar la geometría, la astronomía y todas las otras tonterías y concentrarme en los problemas a los que se enfrenta más directamente. Investigaré cómo libran la guerra otros animales, sobre todo los insectos colmenares, ya que los fórmicos se parecen a las hormigas igual que nosotros nos parecemos a los primates.
Y también puedo protegerlo.
Bean pensó de nuevo en Bonzo Madrid. En la furia letal de los matones de
Rotterdam.
¿Por qué han puesto los profesores a Ender en esta situación? Es un blanco obvio para el odio de los otros niños. Los chicos de la Escuela de Batalla llevaban la guerra en el corazón. Ansiaban el triunfo. Odiaban la derrota. Si carecían de esos atributos, nunca habrían sido traídos a este lugar. Sin embargo, desde el principio, Ender había sido apartado de los demás: más joven pero más listo, el soldado destacado y ahora el comandante que lograba que todos los demás comandantes parecieran bebés. Algunos comandantes respondían a la derrota volviéndose sumisos: Cara Carby, por ejemplo, ahora alababa a Ender a sus espaldas y estudiaba sus batallas para tratar de aprender a ganar, sin advertir que había que estudiar el entrenamiento de Ender, no sus batallas, para comprender sus victorias. Pero la mayoría de los otros comandante estaban resentidos, asustados, avergonzados, furiosos, celosos, y estaba en su carácter traducir esos sentimientos en acciones violentas... estaban seguros de la victoria.
Como las calles de Rotterdam. Como los matones, que luchaban por la supremacía, por rango, por respeto, Ender había desnudado a Bonzo. No podía soportarlo. Se vengaría, igual que Aquiles vengó su humillación.
Los profesores lo comprendían. Lo pretendían. Ender había superado sin la menor dificultad todas las pruebas que le habían puesto: fuera lo que fuese que enseñaba la Escuela de Batalla, él ya lo había asimilado. Entonces, ¿por qué no lo trasladaban al siguiente nivel? Porque había una lección que intentaban enseñarle, o una prueba que intentaban que pasara, que no estaba incluida en el currículum habitual. Sólo que esta
prueba concreta podría tener el más trágico desenlace: la muerte. Bean había sentido los dedos de Bonzo en su garganta. Era un niño que, cuando se dejase ir, buscaría el poder absoluto que consigue el asesino en el momento de la muerte de su víctima.
Están colocando a Ender en una situación callejera. Lo están poniendo a prueba para ver sí puede sobrevivir.
No saben lo que están haciendo, los idiotas. La calle no es un examen. La calle es una lotería.
Yo salí ganador... y estoy vivo. Pero la supervivencia de Ender no dependerá de su habilidad. La suerte desempeña un papel demasiado grande. Además de la habilidad y la resolución y el poder del oponente.
Bonzo tal vez sea incapaz de controlar las emociones que lo debilitan, pero su presencia en la Escuela de Batalla significa que no carece de habilidades. Lo nombraron comandante porque cierto tipo de soldado lo seguirá hasta la muerte y el horror. Ender corre un peligro mortal. Y los profesores, que piensan que somos unos niños, no tienen ni la más mínima idea de lo rápidamente que llega la muerte. Desviaran la mirada unos minutos, se apartarán lo suficiente para no poder regresar a tiempo, y el gran Ender Wiggin, de quien dependen todas sus esperanzas, habrá muerto, punto final. Lo vi en las calles de Rotterdam. Es igual de fácil que suceda aquí, en esas habitaciones limpias, en el espacio, igual que en la calle.
Así que Bean olvidó el trabajo de clase esa noche, tendido a los pies de Ender. A partir de ese momento, tendría dos nuevos cursos que estudiar. Ayudaría a Ender a prepararse para la guerra contra los insectores. Pero también lo ayudaría en la lucha callejera que le estaban preparando.
No es que Ender no se diera cuenta. Después de algún tipo de altercado en la sala de batalla durante una de las primeras prácticas en tiempo libre, Ender había seguido un curso de defensa personal, y sabía algo de luchas hombre a hombre. Pero Bonzo no lo atacaría de hombre a hombre. Era demasiado consciente de que había sido derrotado. El propósito de Bonzo no sería una revancha, no sería un desquite. Sería un castigo. Sería una eliminación. Traería a una banda.
Y los profesores no se darían cuenta del peligro hasta que fuera demasiado tarde. Seguían sin considerar que nada de lo que hacían los niños fuera «real».
Así que después de pensar en astucias y estupideces que hacer con su nueva escuadrilla, Bean trató también de pensar en formas de acechar a Bonzo para que, entre la multitud, tuviera que enfrentarse a Ender Wiggin a solas o no hacerlo. Despojar a Bonzo de su apoyo. Destruir la moral, la reputación de todo matón que pudiera acompañarlo.
Ender no podía realizar ese trabajo .Sin la ayuda de Bean