Chereads / Saga de Ender y Saga de la Sombra – Orson Scott Card / Chapter 40 - 02.- Ender 02 La Voz de los Muertos 14 - Renegados

Chapter 40 - 02.- Ender 02 La Voz de los Muertos 14 - Renegados

14 - Renegados

COME-HOJAS: Humano dice que cuando mueren vuestros hermanos los enterráis en el suelo y que construís vuestras casas encima. (Risas).

MIRO: No. Nunca cavamos donde hay gente enterrada.

COME-HOJAS (rígido por la excitación): ¡Entonces vuestros muertos no os sirven para nada!

Ouanda Quenhatta Figueira Mucumbi, Transcripciones de diálogos,

103:0:1969:4:13:11.

Ender había pensado que podrían tener problemas para hacerle atravesar la verja, pero Ouanda palmeó la caja, Miro abrió la puerta y los tres la atravesaron. Ningún desafío. Tenía que ser como Ela había dado a entender: nadie quería salir del complejo, y por eso no se necesitaba ninguna medida seria de seguridad. Ender no podía saber si aquello significaba que la gente estaba contenta de vivir en Milagro, si temían a los cerdis o si odiaban su prisión tanto que tenían que pretender que la verja no estaba allí.

Pero Ouanda y Miro estaban muy tensos, casi asustados. Eso era comprensible, naturalmente, porque estaban quebrantando las leyes del Congreso al dejarle entrar. Pero Ender sospechaba que había algo más. La tensión de Miro se completaba con la prisa; tal vez estaba asustado, pero quería ver lo que iba a suceder, quería seguir adelante. Ouanda se quedó atrás, caminando a ritmo mesurado, y su frialdad no se debía sólo al miedo, sino también a la hostilidad. No confiaba en él.

Así que Ender no se sorprendió cuando ella se encaminó al gran árbol que crecía cerca de la verja y esperó a que Miro y Ender la siguieran. Ender vio cómo Miro se molestaba por un

momento y luego se controlaba. Su expresión era todo lo fría que podría esperar un ser humano. Ender le comparó con los niños que había conocido en la Escuela de Batalla, sus camaradas de armas, y pensó que Miro podría haber sido uno de ellos. También Ouanda, pero por diferentes razones. Se consideraba responsable de lo que estaba pasando, aunque Ender era un adulto y ella mucho más joven. No se remitía a él en absoluto. Temiera lo que temiera, no era a la autoridad.

- ¿Aquí? - preguntó Miro.

- O en ningún sitio - dijo Ouanda. Ender se sentó al pie del árbol.

- Éste es el árbol de Raíz, ¿no?

Ellos se lo tomaron con calma - naturalmente -, pero su pausa momentánea le dijo que sí, que les había sorprendido al conocer algo sobre un pasado que seguramente consideraban propio.

«Puede que aquí sea un framling, - se dijo Ender -, pero no tengo por qué ser también un ignorante.»

- Sí - respondió Ouanda -. Es el tótem del que parecen recibir más directrices últimamente, en los últimos siete u ocho años. Nunca nos dejan presenciar los rituales en los que hablan a sus antepasados, pero parece que tiene que ver con tocar el tambor sobre los árboles con unos palos muy pulimentados. Algunas veces les oímos tocar toda la noche.

- ¿Palos? ¿Hechos de madera caída?

- Eso suponemos. ¿Por qué?

- Porque no tienen herramientas de piedra o de metal con las que cortar madera, ¿no es así? Además, si adoran a los árboles no es lógico que los corten.

- No creemos que adoren a los árboles. Es algo totémico. Están ahí en representación de los antepasados muertos. Ellos... los plantan. Dentro de los cuerpos.

Ouanda había querido detenerle, hablarle o interrogarle, pero Ender no tenía intención de dejar que creyera (ni ella ni Miro, por otro lado) que estaba a cargo de la expedición. Ender intentaba hablar con los cerdis por sí mismo. Nunca dejaba que nadie determinara sus planes cuando se preparaba para Hablar, y no iba a empezar ahora. Además, él tenía información que los otros no tenían. Conocía la teoría de Ela.

- ¿Y en algún otro sitio? - preguntó -. ¿Hay alguna ocasión en la que planten árboles? Ellos se miraron mutuamente.

- No que hayamos visto - respondió Miro.

Ender no sentía simplemente curiosidad. Aún pensaba lo que Ela le había dicho sobre las anomalías en la reproducción.

- ¿Y los árboles también crecen solos? ¿Están los retoños esparcidos por el bosque? Ouanda negó con la cabeza.

- Realmente no tenemos ninguna evidencia de que se planten en ningún otro lugar diferente de los cadáveres de los muertos. Al menos, todos los árboles que conocemos son bastante viejos, excepto estos tres de aquí.

- Cuatro, si no nos damos prisa - dijo Miro.

¡Ah! Aquí estaba la tensión entre ellos. La urgencia de Miro se debía a que quería salvar a un cerdi de ser plantado en la base de otro árbol. Aunque Ouanda estaba preocupada por algo distinto. Le habían revelado bastante de sí mismos; ahora podía dejar que ella le interrogase. Se enderezó y echó la cabeza hacia atrás para mirar las hojas del árbol, las ramas extendidas, el pálido verdor de la fotosíntesis que confirmaba la convergencia, la inevitabilidad de la evolución en cada mundo. Aquí estaba el centro de todas las paradojas de Ela: la evolución de

este mundo cuadraba con el modelo que los xenobiólogos habían visto en los Cien Mundos y, sin embargo, en algún lugar el modelo se había roto, colapsado. Los cerdis eran una de las pocas docenas de especies que habían sobrevivido al colapso. ¿Qué era la Descolada, y cómo se habían adaptado los cerdis a ella?

Su intención era cambiar de conversación para preguntar por qué estaban en ese árbol. Eso invitaría a Ouanda a hacer preguntas. Pero en ese momento, con la cabeza hacia atrás, las hojas verdes moviéndose suavemente bajo una brisa casi imperceptible, tuvo una poderosa sensación de déja vu. Había visto esas hojas antes. Recientemente. Pero eso era imposible. No había grandes árboles en Trondheim, y dentro del complejo de Milagro no crecía ninguno. ¿Por qué la luz a través de aquellas hojas le parecía tan familiar?

- Portavoz - dijo Miro.

- Si - contestó, saliendo de aquel lapsus momentáneo.

- No queríamos traerle aquí - Miro lo dijo con firmeza, y con el cuerpo orientado hacia Ouanda para que Ender comprendiera que, de hecho, Miro había querido traerle, pero que se incluía en la reluctancia de Ouanda para mostrarle que estaba con ella. «Estáis enamorados - pensó Ender

-. Y esta noche, si Hablo de la muerte de Marcão, tendré que deciros que sois hermanos. Tendré que colocar entre vosotros el tabú del incesto. Y seguramente me odiaréis.»

- Va a ver... - Ouanda no era capaz de decirlo. Miro sonrió.

- Las llamamos Actividades Cuestionables. Empezaron accidentalmente con Pipo. Pero Libo las hizo deliberadamente, y nosotros continuamos su trabajo. Lo hacemos gradualmente, con cuidado. No hemos descartado simplemente las reglas del Congreso sobre esto. Pero hubo crisis, y tuvimos que ayudar. Hace unos pocos años, por ejemplo, los cerdis sufrieron una escasez de macios, los gusanos de la corteza de los árboles de los que se alimentan principalmente.

- ¿Vas a decirle eso primero? - preguntó Ouanda.

«Ah, - pensó Ender -. Para ella no es tan importante como para él mantener la ilusión de solidaridad.»

- Está aquí en parte para Hablar de la muerte de Libo - contestó Miro -, y eso es lo que sucedió justo antes.

- No tenemos pruebas de que exista una relación de causa...

- Dejadme descubrir a mí las relaciones de causa - dijo Ender suavemente -. Decidme qué sucedió cuando los cerdis sufrieron hambre.

- Eran las esposas las que sentían hambre, según decían - Miro ignoró la ansiedad de Ouanda -. Verá, los machos recogen comida para las hembras y los jóvenes, y no había suficiente. Empezaron a dar a entender que tendrían que hacer la guerra y que probablemente morirían todos - Miro sacudió la cabeza -. Parecían casi felices con esa idea.

Ouanda le detuvo.

- Ni siquiera ha prometido. No ha prometido nada.

- ¿Qué queréis que prometa? - les preguntó Ender.

- Que no diga... nada de esto...

- ¿Que no me chive de vosotros?

Ella asintió, aunque claramente rechazaba la frase infantil.

- No prometeré nada de eso - dijo Ender -. Mi oficio es contar. Ella se giró hacia Miro.

- ¿Ves?

Miro en cambio pareció asustado.

- No puede contarlo. Cerrarán la verja. ¡No nos dejarán volver a franquearla!

- ¿Y tendréis que encontrar otro empleo? - preguntó Ender. Ouanda le miró con desdén.

- ¿Eso es lo que piensa de la xenología? ¿Que es un empleo? Hay otra especie inteligente en los bosques. Ramen, no varelse, y hay que darla a conocer.

Ender no respondió, pero su mirada no se despegó de su cara.

- Es como la Reina Colmena y el Hegemón - dijo Miro -. Los cerdis son como los insectores. Sólo que más pequeños, más débiles, más primitivos. Necesitamos estudiarlos, sí, pero eso no es suficiente. Se puede estudiar a las bestias y no preocuparse un ápice cuando una de ellas se cae muerta o es devorada, pero ellos... son como nosotros. No podemos estudiar simplemente su hambre, observar cómo se destruyen en la guerra, les conocemos, les...

- Amamos - dijo Ender.

- ¡Sí! - exclamó Ouanda, desafiante.

- Pero si los dejárais, si no estuvierais aquí, desaparecerían, ¿no?

- No - respondió Miro.

- Te dije que sería como el comité - acusó Ouanda. Ender la ignoró.

- ¿Qué les sucedería si los dejárais?

- Es como... - Miro hizo un esfuerzo por encontrar las palabras -. Es como si regresáramos a la vieja Tierra, mucho antes del Genocidio, antes de los viajes estelares, y les dijéramos, podéis viajar entre las estrellas, podéis vivir en otros mundos. Y luego les enseñáramos un millar de milagros. Luces que se encienden con sólo apretar un botón. Acero. Incluso cosas simples... cuencos para recoger el agua. La agricultura. Ellos te ven, saben lo que eres, saben que pueden convertirse en lo que eres, hacer todas las cosas que tú haces. ¿Qué es lo que dirán? Llévate todo esto, no nos lo muestres, déjanos vivir nuestras breves, brutales y desagradables vidas, deja que la evolución siga su curso. No. Dirían danos, enséñanos, ayúdanos.

- Y respondéis que no es posible y os marcháis.

- ¡Es demasiado tarde! - dijo Miro -. ¿No lo comprende? ¡Ya han visto los milagros! Ya nos han visto volar. Han visto que somos altos y fuertes, y tenemos herramientas mágicas y conocemos cosas con las que ellos nunca osarían soñar. Es demasiado tarde para decirles adiós, y marcharnos. Saben lo que es posible. Y cuanto más tiempo nos quedamos, más intentan aprender, y cuanto más aprenden, más vemos hasta qué punto el aprender les sirve de ayuda, y si tuviera algún tipo de compasión, tal vez si comprendiera que son... que son...

- Humanos.

- Ramen, de todas formas. Son nuestros hijos, ¿lo comprende? Ender sonrió.

- ¿Quién, de entre vosotros, si su hijo le pide pan le da una piedra? Ouanda asintió.

- Eso es. Las leyes del Congreso nos dicen que tenemos que darles piedras. Aunque nos sobre

el pan.

Ender se levantó.

- Bien, vamos.

Ouanda aún no estaba lista.

- No ha prometido...

- ¿Habéis leído la Reina Colmena y el Hegemón?

- Yo sí - dijo Miro.

- ¿Podéis concebir que alguien que decide llamarse Portavoz de los Muertos haga después algo que dañe a esos pequeños, a esos pequeninos?

La ansiedad de Ouanda remitió, pero su hostilidad no.

- Es usted muy listo, señor Andrew, Portavoz de los Muertos. A él le recuerda la Reina

Colmena y a mí me cita las Escrituras.

- Le hablo a cada uno en el lenguaje que entiende - dijo Ender -. Eso no es ser listo. Es ser claro.

- Entonces hará lo que quiera.

- Siempre y cuando no dañe a los cerdis.

- Según su punto de vista.

- No tengo ningún otro punto de vista que usar.

Echó a andar y se encaminó al bosque. Ellos tuvieron que correr para seguir su ritmo.

- Tengo que decirle que los cerdis han estado preguntando por usted - dijo Miro -. Creen que es el mismo Portavoz que escribió la Reina Colmena y el Hegemón.

- ¿Lo han leído?

- La verdad es que lo han incorporado bastante bien a su religión. Tratan el ejemplar que les dimos como si fuera un libro sagrado. Y ahora sostienen que la mismísima reina colmena les habla.

Ender le miró.

- ¿Y qué dice?

- Que es usted el Portavoz auténtico. Y que tiene a la reina colmena. Y que la va a traer para que viva con ellos, y que va a enseñarles todo sobre el metal y... realmente es una locura. Lo peor es que tienen unas expectativas imposibles sobre usted.

Podría ser simplemente que sintieran un deseo de completarse, como obviamente creía Miro, pero Ender sabía por la crisálida de la reina colmena que ella había estado hablando con alguien.

- ¿Cómo dicen que les habla la reina colmena?

- No les habla a ellos, sino a Raíz - contesto Ouanda, que caminaba ahora al otro lado -. Y Raíz les habla a ellos. Todo es parte de su sistema de tótems. Siempre hemos intentado seguirles la corriente y actuar como si lo creyéramos.

- ¡Qué condescendiente por vuestra parte! - dijo Ender.

- Es una práctica antropológica común - contestó Miro.

- Estáis tan ocupados pretendiendo que les creéis que no hay una sola posibilidad de que aprendáis algo de ellos.

Por un momento, los dos se quedaron detrás y él se internó en el bosque. Corrieron hasta alcanzarle.

- ¡Hemos dedicado nuestra vida a saber de ellos! - dijo Miro. Ender se detuvo.

- Pero no a aprender de ellos - estaban en el interior del bosque, la luz difusa que atravesaba

los árboles hacía imposible leer en sus caras. Pero sabía lo que éstas le dirían. Malestar, resentimiento, queja... ¿cómo se atrevía este extranjero a cuestionar su actitud profesional? -. Explotáis vuestra supremacía cultural hasta el fondo. Lleváis a cabo vuestras Actividades Cuestionables para ayudar a los pobrecitos cerdis, pero no hay una sola posibilidad de que advirtáis cuándo ellos tienen algo que enseñaros a vosotros.

- ¿Como qué? - demandó Ouanda -. ¿Como asesinar a su mayor benefactor, torturarle hasta la muerte después de que salvara la vida de docenas de esposas e hijos suyos?

- ¿Entonces por qué lo toleráis? ¿Por qué les ayudáis después de lo que hicieron?

Miro se interpuso entre ellos. «Protegiéndola, - pensó Ender -, o impidiendo que revele sus debilidades.»

- Somos profesionales. Comprendemos que las diferencias culturales que no podemos explicar...

- Comprendéis que los cerdis son animales, y no los condenáis por asesinar a Libo y a Pipo más de lo que condenaríais a una cabra por comer capim.

- Eso es - dijo Miro. Ender sonrió.

- Y por eso nunca aprenderéis nada de ellos. Porque pensáis que son animales.

- ¡Pensamos que son ramen! - dijo Ouanda, colocándose delante de Miro. Obviamente no le interesaba que la protegieran.

- Los tratáis como si no fueran responsables de sus actos - dijo Ender -. Los ramen son responsables de lo que hacen.

- ¿Y qué va a hacer usted? - preguntó sarcásticamente Ouanda -. ¿Venir y llevarles a juicio?

- Os diré una cosa. Los cerdis han aprendido más sobre mí por el muerto Raíz que lo que habéis aprendido vosotros teniéndome delante.

- ¿Y eso qué se supone que significa? ¿Que de verdad es el Portavoz original? - Miro obviamente consideraba aquello como la proposición más ridícula imaginable -. Y supongo que de verdad tiene un puñado de insectores en su nave en órbita, y está esperando poder bajarlos y...

- Lo que significa - interrumpió Ouanda -, que este aficionado piensa que está más cualificado para tratar con los cerdis que nosotros. Y por lo que a mí respecta eso prueba que jamás debimos de haber accedido a traerlo.

En ese momento Ouanda dejó de hablar, pues un cerdi había salido de entre la maleza. Era más pequeño de lo que Ender había esperado. Su olor, aunque no completamente desagradable, era desde luego más fuerte de lo que la simulación por ordenador de Jane daba a entender.

- Demasiado tarde - murmuró Ender -. Creo que la reunión ya ha empezado.

La expresión del cerdi, si tenía alguna, era completamente ilegible para Ender. Miro y Ouanda, sin embargo, pudieron comprender parte de su lenguaje no hablado.

- Está sorprendido - murmuró Ouanda. Al decirle a Ender que comprendía lo que él no era capaz de captar, le estaba poniendo en su lugar. Eso estaba bien. Ender sabía que aquí era un novato. Sin embargo, esperaba también haberles sacado un poco de su forma de pensar normal. Era obvio que nunca se hacían preguntas y seguían pautas establecidas. Si quería tener ayuda real por su parte, tendrían que romper aquellos viejos modelos y alcanzar nuevas conclusiones.

- Come-hojas - dijo Miro.

Come-hojas no despegaba los ojos de Ender.

- Portavoz de los Muertos - dijo.

- Le hemos traído - anunció Ouanda.

Come-hojas se dio la vuelta y desapareció en la maleza.

- ¿Qué significa eso? - preguntó Ender -. ¿Que se marcha?

- ¿No se lo imagina? - preguntó Ouanda.

- Os guste o no - dijo Ender -, los cerdis quieren hablar conmigo y yo quiero hablar con ellos. Creo que saldrá mejor si me ayudáis a comprender qué pasa. ¿O es que tampoco lo comprendéis?

Les vio debatirse, molestos. Y entonces, para alivio de Ender, Miro tomó una decisión. En vez de responder con arrogancia, lo hizo sencilla, mansamente.

- No. No lo comprendemos. Seguimos jugando a las adivinanzas con los cerdis. Ellos nos hacen preguntas, nosotros les hacemos preguntas, y por nuestra habilidad ni ellos ni nosotros hemos revelado nada deliberadamente. Ni siquiera les hemos hecho las preguntas cuyas respuestas queremos conocer realmente, por miedo a que aprendan demasiado de nosotros gracias a esas preguntas.

Ouanda no estaba dispuesta a participar en la decisión de cooperar de Miro.

- Sabemos más de lo que usted sabrá en veinte años. Y está loco si cree que puede duplicar lo que sabemos con una entrevista de diez minutos en el bosque.

- No necesito duplicar lo que sabéis - dijo Ender.

- ¿Eso cree?

- Os tengo conmigo - sonrió.

Miro comprendió y lo tomó como un cumplido.

- Esto es todo lo que sabemos, y no es mucho. Come-hojas probablemente no se alegra de verle. Hay un roce entre él y un cerdi llamado Humano. Cuando pensaron que no íbamos a traerle, Come-hojas estuvo seguro de que había ganado. Ahora se le ha arrebatado la victoria. Tal vez hemos salvado la vida de Humano.

- ¿Y le ha costado la suya a Come-hojas?

- ¿Quién sabe? Presiento que el futuro de Humano está en juego, pero el de Come-hojas no. Come-hojas sólo está intentando que Humano fracase, no ganar él.

- Pero no lo sabéis.

- Ése es el tipo de cosas sobre las que nunca preguntamos - Miro volvió a sonreír -. Y tiene usted razón. Es una costumbre tan enraizada que ni siquiera nos damos cuenta de que no preguntamos.

Ouanda estaba furiosa.

- ¿Tiene razón? Ni siquiera nos ha visto trabajar y de repente ya es todo un crítico de...

Pero Ender no tenía ningún interés en verles discutir. Se encaminó en la dirección que había tomado Come-hojas y dejó que le siguieran cuando quisieran. Lo que, por supuesto, hicieron inmediatamente, dejando su discusión para más tarde. En cuanto Ender supo que iban tras él, empezó a preguntarles de nuevo.

- Esas Actividades Cuestionables que habéis llevado a cabo... ¿Habéis introducido nuevos alimentos en su dieta?

- Les enseñamos a comer la raíz de merdona - dijo Ouanda. Su tono era crispado y profesional, pero al menos le hablaba. No iba a dejar que su furia la excluyera de lo que obviamente iba a ser un encuentro crucial con los cerdis -. Les enseñamos a anular el contenido de cianuro mojándola y poniéndola a secar al sol. Ésa fue la solución a corto plazo.

- La solución a largo plazo fueron algunas de las adaptaciones que Madre realizó con el amaranto - dijo Miro -. Consiguió una variante de amaranto que se adaptaba tan bien a Lusitania que no era buena para los humanos. Demasiada estructura proteínica lusitana, no lo suficientemente terrestre. Pero parecía adecuado para los cerdis. Hice que Ela me diera algunos especímenes sin que supiera que era importante.

«No te engañes con lo que Ela sabe o no», pensó Ender.

- Libo se los dio y les enseñó a plantarlos y luego cómo molerlo, hacer harina, convertirlo en pan. Sabía a rayos, pero les dio una dieta que controlaban directamente por primera vez. Han engordado desde entonces.

La voz de Ouanda era más amarga.

- Pero mataron a Padre inmediatamente después de llevar a las esposas las primeras hojas. Ender caminó en silencio unos instantes, intentando sacar sentido a todo esto. ¿Los cerdis

mataron a Libo inmediatamente después de que les salvara del hambre? Impensable, y sin embargo había sucedido. ¿Cómo podía evolucionar una sociedad si mataba a aquellos que mejor contribuían a su supervivencia? Tendría que ser exactamente al contrario... tendrían que recompensar a los valiosos, dándoles más oportunidades para reproducirse. Es así cómo las comunidades mejoran sus posibilidades de sobrevivir como grupo. ¿Cómo podían sobrevivir los cerdis si asesinaban a aquellos que más contribuían a su supervivencia?

Y sin embargo había precedentes humanos. Estos niños, Miro y Ouanda, con sus Actividades Cuestionables, eran mejores y más sabios, a la larga, que el Comité Estelar que hacía las reglas. Pero si les descubrían, les separarían de sus familias y les llevarían a otro mundo... casi una sentencia de muerte, en cierto modo, puesto que todos aquellos a los que conocían habrían muerto antes de que pudieran regresar. Y, además, serían juzgados y castigados, probablemente encarcelados. Ni sus ideas ni sus genes se propagarían, y la sociedad se empobrecería por ello.

Sin embargo, sólo porque los humanos lo hicieran, no parecía sensato. Además, el arresto y encarcelamiento de Miro y Ouanda, si alguna vez sucedía, tendría sentido si se viera a los humanos como a una sola comunidad y a los cerdis como a sus enemigos, si se pensara que cualquier cosa que ayudara a sobrevivir a los cerdis fuera de alguna manera una amenaza a la humanidad. Entonces el castigo de la gente que ampliaba la cultura de los cerdis se produciría no para proteger a los cerdis, sino para evitar que los cerdis se desarrollaran.

En ese momento Ender vio claramente que las reglas que legislaban el contacto humano con los cerdis no funcionaban realmente para proteger a los cerdis. Funcionaban para garantizar la superioridad y el poder humano. Desde ese punto de vista, al ejecutar aquellas Actividades Cuestionables, Miro y Ouanda eran traidores a los intereses de su propia especie.

- Renegados - dijo en voz alta.

- ¿Qué? - preguntó Miro -. ¿Cómo dice?

- Renegados. Aquellos que niegan a su propia gente y aceptan al enemigo como suyo.

- Ah.

- No lo somos - dijo Ouanda.

- Sí que lo somos - dijo Miro.

- ¡No he negado mi humanidad!

- Según la define el obispo Peregrino, hemos negado nuestra humanidad hace mucho tiempo.

- Pero como yo la defino...

- Según la defines tú - intervino Ender -, los cerdis son humanos también. Por eso eres una renegada.

- ¡Creí que había dicho que tratamos a los cerdis como a animales!

- Cuando no les tenéis en cuenta, cuando no les hacéis preguntas directas, cuando intentáis engañarles, entonces les tratáis como animales.

- En otras palabras - dijo Miro -, cuando seguimos las reglas del comité.

- Si - dijo Ouanda -, sí, es verdad, somos renegados.

- ¿Y usted? - preguntó Miro -. ¿Por qué es un renegado?

- Oh, la raza humana me dio la patada hace muchísimo tiempo. Por eso me convertí en

Portavoz de los Muertos.

Con esto, llegaron al claro de los cerdis.

Madre no vino a cenar y tampoco lo hizo Miro. No había problemas para Ela. Cuando alguno de los dos estaba presente, Ela perdía su autoridad; no podía seguir controlando a los niños más pequeños. Y sin embargo ni Madre ni Miro tomaban su puesto. Nadie obedecía a Ela y nadie más intentaba mantener el orden. Así que era más fácil cuando no estaban.

No es que los pequeños se comportaran especialmente bien ahora. Simplemente se le resistían menos. Sólo tuvo que gritarle a Grego un par de veces para que dejara de pellizcar y dar patadas a Quara por debajo de la mesa. Y hoy Quim y Olhado estaban muy callados, sin los comentarios típicos.

Hasta que terminó la cena.

Quim se echó hacia atrás en la silla y miró maliciosamente a Olhado.

- Así que tú eres el que le enseñó a ese espía cómo entrar en los archivos de Madre. Olhado se volvió hacia Ela.

- Has vuelto a dejar la boca de Quim abierta, Ela. Tendrías que ser más cuidadosa - era la forma que tenía Olhado, a través del humor, de pedir la intervención de Ela.

Quim no quería que recibiera ninguna ayuda.

- Esta vez Ela no está de tu parte, Olhado. Nadie está de tu parte. Ayudaste a ese repugnante espía a entrar en los archivos de Madre, y eso te hace tan culpable como él. Es un servidor del diablo, y lo mismo eres tú.

Ela vio la furia en el cuerpo de Olhado. Tuvo la visión momentánea de Olhado tirándole a

Quim el plato a la cara. Pero el momento pasó. Olhado se calmó.

- Lo siento - dijo Olhado -. No quise hacerlo.

Estaba cediendo ante Quim. Estaba admitiendo que Quim tenía razón.

- Espero - dijo Ela -, que quieras decir que sientes haberlo hecho sin intención. Espero que no estés pidiendo disculpas por ayudar al Portavoz de los Muertos.

- Por supuesto que se está disculpando por ayudar al espía - dijo Quim.

- Porque todos deberíamos ayudar al Portavoz en lo que podamos - continuó Ela. Quim se puso en pie de un salto y se apoyó en la mesa para gritarle a la cara.

- ¿Cómo puedes decir eso? ¡Estaba violando la intimidad de Madre, estaba descubriendo sus secretos, estaba...!

Para su sorpresa, Ela descubrió que también se había puesto en pie y que le gritaba, y más fuerte.

- ¡Los secretos de Madre son la causa de la mitad del veneno que hay en esta casa! ¡Los secretos de Madre nos están volviendo enfermos a todos, incluyéndola a ella! ¡Así que tal vez la única manera de arreglar las cosas sea robarle todos los secretos y airearlos para que podamos deshacernos de ellos!

Dejó de gritar. Quim y Olhado estaban de pie ante ella, apretándose contra la pared de enfrente como si sus palabras fueran balas y les estuviera ejecutando. Tranquila, intensamente, Ela continuó.

- En lo que a mí respecta, el Portavoz de los Muertos es la única oportunidad que tenemos de volver a ser una familia. Y los secretos de Madre son la única cosa que nos lo impide. Por eso hoy le dije todo lo que sé sobre los archivos de Madre, porque quiero ayudarle a descubrir la verdad en lo que pueda.

- Entonces eres más traidora que nadie - dijo Quim. Su voz temblaba. Estaba a punto de llorar.

- Digo que ayudar al Portavoz de los Muertos es un acto de lealtad - contestó Ela -. La única traición real es obedecer a Madre, porque lo que quiere, aquello para lo que ha trabajado durante toda su vida, es su autodestrucción y la destrucción de su familia.

Para sorpresa de Ela, no fue Quim; sino Olhado, quien se echó a llorar. Sus lagrimales no funcionaban, por supuesto, pues habían sido extirpados cuando le instalaron los ojos. Así que no hubo lágrimas que indicaran que estaba llorando. En cambio emitió un sollozo y se aplastó contra la pared hasta que se sentó en el suelo, con la cabeza entre las rodillas, sollozando y suspirando. Ela comprendió por qué. Porque le había dicho que su amor por el Portavoz no era desleal, que no había pecado, y él creía en lo que le había dicho, sabia que era verdad.

Entonces, al alzar la vista de Olhado, vio a Madre de pie en el umbral. Ela sintió que se debilitaba y se echó a temblar al advertir que Madre tenía que haberla oído.

Pero Madre no parecía enfadada. Sólo un poco triste, y muy cansada. Estaba mirando a

Olhado.

Quim encontró la voz.

- ¿Has oído lo que Ela estaba diciendo? - preguntó.

- Sí - contestó Madre, sin dejar de mirar a Olhado -. Y por lo que sé, puede que tenga razón. Ela estaba tan nerviosa como Quim.

- Id a vuestras habitaciones, niños - dijo Madre suavemente -. Necesito hablar con Olhado.

Ela llamó a Grego y Quara, que se bajaron de sus sillas y se escurrieron a su lado, con los ojos abiertos de asombro ante aquellos sucesos inusitados. Después de todo, ni siquiera Padre había sido capaz de hacer llorar a Olhado nunca. Les sacó de la cocina, de vuelta a su dormitorio. Oyó a Quim recorrer el pasillo, entrar en su habitación, cerrar la puerta y meterse en la cama. Y en la cocina los sollozos de Olhado se difuminaron, se calmaron, terminaron cuando Madre, por primera vez desde que perdió los ojos, le abrazó y le consoló, secando con su pelo sus lágrimas inexistentes mientras le acunaba.

Miro no sabía qué pensar del Portavoz de los Muertos. De alguna manera siempre había imaginado que un Portavoz sería muy parecido a un sacerdote... o al menos, a lo que se supone que es un sacerdote. Tranquilo, contemplativo, apartado del mundo, siempre dejando la acción y la decisión a otros. Miro había esperado que fuera sabio.

No había previsto que fuera tan entrometido, tan peligroso. Sí, era sabio, de acuerdo, veía más allá de lo aparente, hacía o decía cosas sorprendentes que, cuando se pensaba bien, eran exactamente las adecuadas. Era como si estuviera tan familiarizado con la mente humana que pudiera ver, directamente por la expresión de tu cara, los deseos profundos, las verdades tan bien disfrazadas que ni siquiera uno mismo sabe que tiene en su interior.

Cuántas veces se había quedado Miro con Ouanda así, mirando a Libo tratar a los cerdis. Pero con Libo siempre habían comprendido lo que hacía; conocían su técnica, conocían su propósito. El Portavoz, sin embargo, seguía unas pautas de pensamiento que eran completamente extrañas para él.

Aunque tenía aspecto humano, Miro llegó a preguntarse si no sería realmente un framling: podía ser tan enigmático como los cerdis. Era tan ramen con ellos, extraño pero sin ser un animal.

¿Qué advertía el Portavoz? ¿Qué veía? ¿El arco que llevaba Flecha? ¿Los cuencos en los que la raíz de merdona se secaba? ¿Cuántas Actividades Cuestionables reconocía, y cuántas pensaba que eran prácticas nativas?

Los cerdis sacaron la Reina Colmena y el Hegemon.

- Tú - dijo Flecha -. ¿Tú escribiste esto?

- Sí - respondió el Portavoz de los Muertos.

Miro observó a Ouanda, cuyos ojos brillaron de indignación. Así que el Portavoz era un mentiroso.

Humano interrumpió.

- Miro y Ouanda, piensan que eres un mentiroso.

Miro inmediatamente volvió la vista hacia el Portavoz, pero él no les miró.

- Por supuesto que lo creen - dijo -. Nunca se les ha ocurrido pensar que Raíz podría haberos dicho la verdad.

Las tranquilas palabras del Portavoz molestaron a Miro. ¿Podría ser verdad? Después de todo, la gente que viajaba entre las estrellas se saltaba décadas, a menudo siglos, al ir de un sistema a otro. A veces hasta medio milenio. No harían falta muchos viajes para que una persona sobreviviera tres mil años. Pero que el Portavoz de los Muertos original viniera aquí sería una coincidencia demasiado increíble. Excepto que el Portavoz original era el que había escrito la Reina Colmena y el Hegemón y, por ello, estaría interesado en la primera raza de ramen que conocían desde los insectores. «No lo creo», se dijo Miro, pero tenía que admitir la posibilidad de que pudiera ser cierto.

- ¿Por qué son tan estúpidos? - preguntó Humano -. ¿No reconocen la verdad cuando la oyen?

- No son estúpidos - respondió el Portavoz -. Es así como son los humanos: cuestionamos todas nuestras creencias, excepto aquellas en las que realmente creemos, y aquellas otras en las que nunca pensamos. Nunca se han planteado la idea de que el Portavoz de los Muertos original no muriera hace tres mil años, aunque saben hasta qué punto el vuelo interestelar prolonga la vida.

- Pero se lo dijimos.

- No... les dijisteis que la reina colmena le había dicho a Raíz que yo escribí este libro.

- Por eso tendrían que haber sabido que era verdad - dijo Humano -. Raíz es sabio, es un padre;

nunca cometería un error.

Miro no sonrió, pero quiso hacerlo. El Portavoz se creía muy listo, pero aquí estaba ahora, donde todas las preguntas importantes terminaban, frustrado por la insistencia de los cerdis de que sus árboles tótem podían hablarles.

- Ah - dijo el Portavoz -. Hay tanto que no comprendemos. Y tanto que vosotros no comprendéis. Deberíamos enseñarnos más cosas.

Humano se sentó junto a Flecha, compartiendo con él la posición de honor. Flecha no hizo gesto de que le importara.

- Portavoz de los Muertos - dijo Humano -, ¿nos traerás a la reina colmena?

- No lo he decidido todavía.

Una vez más, Miro volvió la vista a Ouanda. ¿Estaba loco el Portavoz, dando a entender que podía entregar lo que no podía ser entregado?

Entonces recordó lo que había dicho el Portavoz sobre cuestionarse todas las creencias excepto aquellas en las que realmente se cree. Miro siempre había aceptado lo que todo el mundo sabía: que todos los insectores habían sido destruidos. Pero, ¿y si hubiera sobrevivido una reina colmena? ¿Y si era por eso que el Portavoz había podido escribir su libro? ¿Por qué tenía un insector con el que hablar? Era improbable en extremo, pero no imposible. Miro no sabía con seguridad que hubiera muerto hasta el último insector. Sólo sabía que todo el mundo lo creía y que nadie en tres mil años había dado la más mínima evidencia de lo contrario.

Pero incluso si era verdad, ¿cómo podía saberlo Humano? La explicación más simple era que los cerdis habían incorporado la poderosa historia de la Reina Colmena y el Hegemón a su religión, y eran incapaces de comprender que había muchos Portavoces de los Muertos, y que ninguno de ellos era el autor del libro; que todos los insectores estaban muertos, y que ninguna reina colmena podía venir. Ésa era la explicación más simple, la más fácil de aceptar. Cualquier otra le obligaría a admitir la posibilidad de que el árbol tótem de Raíz, de alguna manera, podía hablarles a los cerdis.

- ¿Qué te hará decidir? - preguntó Humano -. Les hacemos regalos a las esposas, para ganar su honor, pero tú eres el más sabio de todos los humanos, y no tenemos nada que necesites.

- Tenéis muchas cosas que necesito.

- ¿Qué? ¿No puedes hacer cuencos mejores que éstos? ¿Flechas más certeras? La capa que llevo está hecha de lana de cabra... pero tu ropa es mejor.

- No necesito cosas así - dijo el Portavoz -. Lo que necesito son historias verdaderas.

Humano se acercó más, y entonces dejó que su cuerpo se pusiera rígido de excitación, de anticipación.

- ¡Oh, Portavoz! - dijo, y su voz sonó poderosa, por la importancia de sus palabras -. ¿Añadirás nuestra historia a la Reina Colmena y el Hegemón?

- No conozco vuestra historia.

- ¡Pregúntanos! ¡Pregúntanos cualquier cosa!

- ¿Cómo puedo contar vuestra historia? Sólo cuento las historias de los muertos.

- ¡Estamos muertos! - gritó Humano. Miro nunca le había visto tan agitado -. Nos están asesinando cada día. Los humanos llenan todos los mundos. Las naves viajan de estrella a estrella, a través de la negrura de la noche, llenando todos los huecos. Nosotros estamos aquí, en nuestro mundo único, mirando cómo el cielo se llena de humanos. Los humanos construyeron esa estúpida verja para mantenernos aparte, pero eso no es nada. ¡El cielo es nuestra verja! - Humano saltó hacia arriba, muy alto, pues sus piernas eran poderosas -. ¡Mira cómo la verja me devuelve al suelo!

Corrió hacia el árbol más cercano y subió por el tronco, más alto de lo que Miro le había visto nunca escalar. Dio una especie de zambullida y se arrojó al aire. Colgó allí un momento, y luego la gravedad le hizo caer contra el duro suelo.

Miro pudo oír la respiración escapársele por la fuerza del golpe. El Portavoz corrió inmediatamente hacia Humano; Miro le siguió de cerca. Humano no respiraba.

- ¿Humano está muerto? - preguntó a su espalda Ouanda.

- ¡No! - gritó un cerdi en el Lenguaje de los Machos -. ¡No puedes morir! ¡No! ¡No! - Miro vió, para su sorpresa, que era Come-hojas -. ¡No puedes morir!

Entonces Humano alzó una mano y tocó la cara del Portavoz. Inhaló profundamente y luego habló.

- ¿Ves, Portavoz? Moriría por escalar la muralla que nos separa de las estrellas.

En todos los años que Miro había conocido a los cerdis, nunca habían hablado del viaje estelar, nunca le habían hecho una sola pregunta. Sin embargo, Miro advertía ahora que todas las preguntas que hacían estaban orientadas hacia el descubrimiento del secreto del vuelo estelar. Los xenólogos nunca se habían dado cuenta porque sabían - sabían sin preguntar - que los cerdis estaban tan lejos del nivel de cultura necesario para construir naves espaciales que pasarían mil años antes de que una cosa así pudiera estar a su alcance. Pero su ansia por conocer el metal, los motores, por volar sobre el suelo, era su manera de intentar averiguar el secreto del vuelo espacial.

Humano se puso lentamente en pie, agarrando la mano del Portavoz. Miro advirtió que nunca un solo cerdi le había tomado de la mano. Sintió una pena profunda. Y el agudo dolor de los celos.

Ahora que Humano estaba claramente ileso, los otros cerdis se apiñaron alrededor del

Portavoz. No apretaban, pero querían estar cerca.

- Raíz dice que la reina colmena sabe construir naves - dijo Flecha.

- Raíz dice que la reina colmena nos lo enseñará todo - dijo Cuencos -. Metal, fuego hecho de rocas, casas hechas de agua negra, todo.

El Portavoz alzó las manos, deteniendo sus murmullos.

- Si todos tuvierais sed y vierais que yo tengo agua, me pediríais que os diera de beber. Pero ¿y si yo supiera que el agua está envenenada?

- No hay veneno en las naves que vuelan a las estrellas - dijo Humano.

- Hay muchas formas de volar - respondió el Portavoz -. Algunas mejores que otras. Os daré todo lo que pueda daros, siempre que no os destruya.

- ¡La reina colmena promete! - dijo Humano.

- Y yo también.

Humano se echó hacia delante, cogió al Portavoz por el pelo y las orejas y así lo tuvo cara a cara. Miro nunca había visto un acto de violencia semejante; era esto lo que había temido, la decisión de asesinar...

- ¡Si somos ramen - gritó Humano a la cara del Portavoz -, entonces la decisión es nuestra, no tuya! ¡Y si somos varelse entonces lo mismo da que nos mates ahora a todos de la misma forma en que mataste a todas las hermanas de la reina colmena!

Miro se quedó de una pieza. Una cosa era que los cerdis decidieran que éste era el Portavoz que había escrito el libro. Pero ¿cómo podían llegar a la increíble conclusión de que era culpable del Genocidio? ¿Quién creían que era, el monstruo Ender?

Y sin embargo allí estaba el Portavoz de los Muertos, con los ojos cerrados, las lágrimas resbalándole por las mejillas, como si la acusación de Humano tuviera la fuerza de la verdad.

Humano giró la cabeza para hablarle a Miro.

- ¿Qué es este agua? - susurró. Entonces tocó las lágrimas del Portavoz.

- Es la forma en que mostramos dolor, o pena, o sufrimiento - contestó Miro.

Mandachuva de repente exhaló un grito, un grito lastimero que Miro nunca había oído antes, como la agonía de un animal.

- Es así cómo mostramos el dolor - susurró Humano.

- ¡Ah! ¡Ah! - gimió Mandachuva -. ¡He visto ese agua antes! ¡En los ojos de Libo y Pipo he visto este agua!

Uno a uno, y luego todos a la vez, los demás cerdis exhalaron el mismo grito. Miro estaba aterrorizado, sorprendido, excitado al mismo tiempo. No tenía idea de lo que significaba, pero los cerdis estaban mostrando emociones que habían ocultado a los xenólogos durante cuarenta y siete años.

- ¿Se están lamentando por Papá? - susurro Ouanda. Sus ojos, también, brillaban por la excitación, y su cabello estaba empapado del sudor del miedo.

Miro lo dijo en el momento en que se le ocurrió.

- No han sabido hasta ahora que Pipo y Libo lloraban cuando murieron.

Entonces Miro no supo qué pensamientos atravesaron la mente de Ouanda; sólo supo que ella se dio la vuelta, dio unos cuantos pasos vacilantes, cayó de rodillas y lloró amargamente.

Después de todo, la llegada del Portavoz había agitado un poco las cosas.

Miro se arrodilló junto al Portavoz, que tenía la cabeza inclinada, la barbilla apretada contra el pecho.

- Portavoz, Como pode ser? ¿Cómo puede ser que seas el primer Portavoz y a la vez seas también Ender? Não pode ser.

- Les ha contado más de lo que pensé - susurró él.

- Pero el Portavoz de los Muertos, el que escribió este libro, es el hombre más sabio que ha vivido. Mientras que Ender fue un asesino, mató a un pueblo entero, a una maravillosa raza de ramen que podrían habérnoslo enseñado todo...

- Los dos eran humanos, sin embargo - susurró el Portavoz. Humano se les acercó y recitó un par de líneas del Hegemón.

- «La enfermedad y la cura están en cada corazón. La muerte y la entrega están en cada mano.»

- Humano - dijo el Portavoz -, dile a tu gente que no lamente lo que hicieron por ignorancia.

- Fue una cosa terrible - dijo Humano -. Fue nuestro mayor regalo.

- Dile a tu gente que se tranquilice, y que me escuche.

Humano gritó unas cuantas palabras, no en el Lenguaje de los Machos, sino en el Lenguaje de las Esposas, el de la autoridad. Todos se callaron y se sentaron para oír lo que el Portavoz tenía que decirles.

- Haré todo lo que pueda, pero primero tengo que conoceros, pues ¿cómo si no podré contar vuestra historia? Tengo que conoceros, pues ¿cómo puedo saber si la bebida es venenosa o no? Y aún así, el mayor problema de todos continuará. La raza humana puede amar a los insectores porque piensa que todos están muertos. Vosotros estáis aún vivos, y por eso aún tiene miedo de vosotros.

Humano se puso en pie y señaló su cuerpo, como si fuera una cosa débil y enfermiza.

- ¡De nosotros!

- Tienen miedo de la misma forma que vosotros lo tenéis cuando miráis al cielo y veis a las estrellas llenas de humanos. Tienen miedo de que algún día lleguen a un mundo y descubran que habéis llegado primero.

- No queremos ser los primeros - dijo Humano -. Queremos estar allí también.

- Entonces dadme tiempo. Enseñadme quién sois para que yo pueda enseñarles a ellos.

- Todo - dijo Humano. Miró a los otros -. Te lo enseñaremos todo.

Come-hojas se levantó. Habló en el Lenguaje de los Machos, pero Miro lo entendió.

- Hay algunas cosas que tú no puedes decidir. Humano le contestó bruscamente, y en stark.

- Lo que Pipo y Libo y Miro y Ouanda nos han enseñado tampoco podían decidirlo, pero nos lo enseñaron.

- Su locura no tiene por qué ser nuestra - Come-hojas continuó hablando en el Lenguaje de los

Machos.

- Ni su sabiduría se aplica necesariamente a nosotros - replicó Humano.

Entonces Come-hojas dijo algo en el Lenguaje de los Árboles que Miro no pudo comprender. Humano no contestó, y Come-hojas se marchó.

Entonces Ouanda regresó, con los ojos rojos por el llanto. Humano se volvió al Portavoz.

- ¿Qué quieres saber? Te lo diremos, te lo mostraremos, si podemos. El Portavoz en cambio se volvió a Miro y Ouanda.

- ¿Qué debo preguntarles? Sé tan poco que no sé qué necesitamos conocer. Miro dejó que Ouanda contestara.

- No tenéis herramientas de metal o piedra - dijo -. Pero vuestra casa está hecha de madera, igual que vuestros arcos y flechas.

Humano permanecía de pie, esperando. El silencio se hizo mayor.

- Pero ¿cuál es vuestra pregunta? - dijo finalmente.

- Los humanos usamos herramientas de metal o piedra para cortar los árboles cuando queremos darle forma de casa, o flechas, o bastones como los que hemos visto que lleváis - contestó el Portavoz.

Las palabras del Portavoz tardaron un instante en calar hondo. Entonces, de repente, todos los cerdis se pusieron en pie. Empezaron a correr locamente, sin propósito, a veces tropezando mutuamente, o contra los árboles, o las casas de madera. La mayoría guardaba silencio, pero de vez en cuando alguno aullaba, exactamente como habían hecho unos minutos antes. La locura casi silenciosa de los cerdis era extraña, como si hubieran perdido repentinamente el control de sus cuerpos. Todos aquellos años de cuidadosa no - comunicación, evitando decirle nada a los cerdis, y ahora el Portavoz rompía la política y el resultado era esta locura.

Humano emergió del caos y se arrojó al suelo delante del Portavoz.

- ¡Oh, Portavoz! - exclamó -. ¡Prométeme que nunca cortaréis a mi padre Raíz con vuestras herramientas de piedra y metal! ¡Si queréis matar a alguno, hay hermanos antiguos que se

entregarán, o yo mismo moriré alegremente, pero no les dejes que maten a mi padre! ¡a mi padre! - gritaron los otros cerdis -. ¡O al mío!

- Nunca habríamos plantado a Raíz tan cerca de la verja - dijo Mandachuva - si hubiéramos sabido que erais... varelse.

El Portavoz volvió a alzar las manos.

- ¿Ha cortado algún humano un solo árbol en Lusitania? Nunca. La ley lo prohíbe. No tenéis nada que temer de nosotros.

El silencio se fue haciendo a medida que los cerdis se tranquilizaban. Finalmente, Humano se incorporó del suelo.

- Nos has hecho temer a los humanos más que nunca - le dijo al Portavoz -. Ojalá no hubieras venido nunca a nuestro bosque.

La voz de Ouanda replicó desde detrás.

- ¿Cómo puedes decir eso después de la forma en que asesinasteis a mi padre?

Humano la miró con perplejidad, incapaz de responder nada. Miro le pasó a Ouanda el brazo por encima de los hombros.

Y el Portavoz de los Muertos rompió el silencio.

- Me prometiste que responderíais a todas mis preguntas. Te pregunto ahora: ¿Cómo construís una casa de madera, y los arcos y las flechas y los bastones? Te hemos dicho la única manera que conocemos. Dime la otra forma. Dime cómo lo hacéis.

- El hermano se da a sí mismo - respondió Humano -. Te lo he dicho. Le decimos al hermano antiguo nuestra necesidad, y le mostramos la forma, y él se da.

- ¿Podemos ver cómo se hace? - dijo Ender. Humano miró a los demás cerdis.

- ¿Quieres que le pidamos a un hermano que se dé, sólo para que podáis verlo? No necesitamos una casa nueva, ni la necesitaremos hasta dentro de muchos años, y tenemos todas las flechas que nos hacen falta...

- ¡Muéstraselo!

Miro se volvió, igual que los demás, para ver a Come-hojas salir del bosque. Caminó decididamente hasta la mitad del claro; no les miró, y habló como si fuera un heraldo, un pregonero, sin importarle si alguien le estaba escuchando o no. Habló en el Lenguaje de las Esposas, y Miro sólo pudo comprender fragmentos.

- ¿Qué está diciendo? - susurró el Portavoz.

Miro, aún arrodillado a su lado, tradujo lo mejor que pudo.

- Aparentemente ha ido a ver a las esposas, y ellas le han dicho que hagan todo lo que pidas. Pero no es tan simple. Les está diciendo algo sobre que todos van a morir. No conozco esas palabras. Algo de hermanos muriendo, de todas formas. Míralos. No tienen miedo. Ninguno.

- No sé cómo es su miedo - dijo el Porta - voz -. No conozco a esta gente en absoluto.

- Yo tampoco - contestó Miro -. Tengo que reconocerlo, has causado más excitación aquí en media hora de lo que he visto en los años que llevo viniendo.

- Es un don con el que nací. Te propongo un trato. No le digo a nadie lo de vuestras

Actividades Cuestionables y tú no le dices a nadie quién soy.

- Eso es fácil. No lo creo de todas maneras...

El discurso de Come-hojas terminó. Inmediatamente se dirigió a la casa y entró en ella.

- Pediremos el regalo de un antiguo hermano - dijo Humano -. Las esposas así lo han dicho. Miro, con el brazo alrededor de Ouanda, y con el Portavoz al otro lado, contempló cómo los

cerdis ejecutaban un milagro mucho más convincente que aquellos que habían ganado a Gusto y Cida su título de Os Venerados.

Los cerdis formaron un círculo en torno a un grueso árbol en el borde del claro. Entonces, uno a uno, cada cerdi escaló el árbol y empezó a golpearlo con su bastón. Pronto estuvieron en todo el árbol, cantando y golpeando al son de un ritmo complejo.

- Lenguaje de los Árboles - susurró Ouanda.

Unos pocos minutos después el árbol se inclinó apreciablemente. De inmediato, la mitad de los cerdis saltaron y empezaron a empujarlo para que cayera al terreno abierto del claro. El resto empezó a golpear más furiosamente y a cantar con más fuerza. Una a una, las grandes ramas del árbol empezaron a caer. Inmediatamente los cerdis corrieron a recogerlas y las apartaron del lugar donde iba a caer el árbol. Humano le llevó una al Portavoz, quien la cogió con cuidado, y la mostró a Miro y Ouanda. El extremo que había estado unido al árbol era absolutamente liso. No era plano: la superficie estaba ligeramente ondulada bajo un ángulo oblicuo. Pero no había aspereza, ni savia, nada que implicara la menor violencia en su separación del árbol. Miro la tocó con el dedo y notó que estaba fría y tan lisa como el mármol.

Finalmente, el árbol quedó convertido en un tronco liso, desnudo y majestuoso: los parches donde habían crecido las ramas brillaban bajo la luz del sol de la tarde. La canción alcanzó un clímax y entonces se detuvo. El árbol se ladeó y empezó a caer lenta y graciosamente a tierra. El suelo tembló y se sacudió cuando golpeó, y entonces todo quedó en silencio.

Humano caminó hasta el árbol caído y empezó a frotar su superficie, cantando suavemente. La corteza se abrió gradualmente bajo sus manos: la grieta se extendió por toda la longitud del árbol hasta que se dividió completamente en dos. Entonces muchos cerdis la cogieron y la separaron del tronco, de un lado y de otro.

- ¿Les habéis visto alguna vez usar la corteza? - le preguntó el Portavoz a Miro. Miro negó con la cabeza. No encontraba palabras.

Flecha dio un paso adelante, cantando suavemente. Recorrió con los dedos el tronco, como si trazara exactamente la longitud y la anchura de un arco. Miro vio cómo aparecían las líneas, cómo la madera desnuda se abría, se curvaba, hasta que sólo quedaba el arco, perfecto, pulido y liso, dentro de un gran agujero en la madera.

Otros cerdis se adelantaron, dibujando formas sobre el tronco y cantando. Se marcharon con bastones, con arcos y flechas, con cuchillos de fina hoja, y miles de finas virutas. Finalmente, cuando la mitad del tronco había desaparecido ya, todos dieron un paso atrás y cantaron juntos. El árbol tembló y se dividió en media docena de largos palos. Había sido usado por completo.

Humano avanzó lentamente y se arrodilló junto a los palos, con las manos apoyadas gentilmente sobre el más cercano. Echó la cabeza atrás y comenzó a cantar, una melodía sin palabras que era el sonido más triste que Miro había oído en su vida. La canción continuó, sólo en la voz de Humano; únicamente de modo gradual advirtió Miro que los otros cerdis le estaban mirando, esperando a que hiciera algo.

Finalmente Mandachuva se le acercó y le habló suavemente.

- Por favor - dijo - Deberías cantar por el hermano.

- No sé cómo - contestó Miro, sintiéndose indefenso y temeroso.

- Dio su vida - dijo Mandachuva -, para responder a tu pregunta.

«Para responder mi pregunta y abrir otras mil más», pensó Miro. Pero se adelantó, se arrodilló junto a Humano, cerró los dedos en torno al mismo palo frío y liso que Humano sostenía, echó atrás la cabeza y empezó a cantar. Al principio su voz fue débil y dudosa, insegura de la

melodía; pero luego comprendió la razón de la canción sin tono, sintió la muerte del árbol bajo sus manos, y su voz se hizo alta y fuerte, desafinando agonizante junto a la voz de Humano, que lloraba por la muerte del árbol y le agradecía su sacrificio y prometía usar su muerte por el bien de la tribu, por el bien de los hermanos y las esposas y los hijos, para que todos pudieran vivir, multiplicarse y prosperar. Ése era el significado de la canción, y el significado de la muerte del árbol, y cuando finalmente la canción acabó, Miro se inclinó hasta que su cabeza tocó la madera y pronunció las palabras de la extremaunción, las mismas palabras que había susurrado sobre el cadáver de Libo cinco años antes.