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Chapter 5 - Especial: Cazador de Dragones I

CAPITULO V

Hace ya en tiempos olvidados, en fechas nunca escritas. Sigmund se encuentra con su mujer, luego de un largo viaje.

-¿Qué es esto? ¿Por qué tú estomago esta inflado? ¡Necesito una explicación!- Empezó a presionar con sus palabras, ardiendo en irá al ver a su esposa embarazada.

-E-Es nuestro hijo.- Sonríe entre lágrimas que se resbalan por su mejillas.

-¡No es posible! No es hijo mío, ¿Qué hiciste? ¿¡Cómo te atreves!? Agradeces así la vida que he compartido contigo todo este tiempo.- La toma del brazo y casi a arrastras con ella se lo lleva.

-Es imposible, ¿De quién es ese hijo tuyo? ¡Dime, Maldita!

-P-Para me lastimas…- Solloza la mujer.

-Si no me dices con quién estuviste, juro que de tú vientre sacare ese hijo.

-Por favor, no… Sigmurd, tranquilízate. Yo te amo solo a ti.- Arrastra sus manos hacia él, sonriéndole.

Es empujada por Sigmurd que se encuentra totalmente ofendido. -¿Esperas qué te crea? No me dejaré engañar, no suenan más que artimañas tus palabras. Es tú última oportunidad de responderme.-

Se encoge de hombros y llora inconsolable. Cada gota derramada era honesta al igual que sus palabras. –Fue… Con alguien de un Bar, no se su nombre, su rostro ya lo he olvidado. Pero, no puedo permitirme perder un hijo… Que tú nunca pudiste darme.-

Fue… La gota que colmó el vaso, Sigmurd no había podido tener hijos con ella en muchos intentos pasados, ella deseaba ese hijo con toda su existencia. El enfado lo arrebato a alzar su mano y golpearla, tumbando a la mujer que solo podía aceptar el castigo por su descaro.

Sigmurd se llevó a su mujer al Bosque de Suabia, abandonando a la infiel en dichoso lugar. Esta intento seguirlo de regreso mientras le rogaba, pero aplacando cruel, la detuvo amenazante con una espada rota que arrojo a sus pies. –No te me acerques, desde este día no eres más mi esposa.- Siendo abandonada a morir en aquel bosque.

Ella logro sobrevivir hasta dar a luz a su hijo, un bello y saludable niño, un prodigio de nacimiento. Desde su nacimiento sus ojos abrió y pudo darse cuenta que "Esto es vivir", en su ojo izquierdo la imagen del Jörmundgander, una serpiente comiendo su propia cola, representada en su ojo.

Divaga con su cuerpo frágil al límite, cargando con su hijo a duras penas. Hasta que un día se encuentra en la casa del herrero Mimir, al no tener ninguna otra salida solo le pudo suplicar la delicada mujer.

-Por favor, cuide de mi hijo, no me importa lo que me pase a mí.- Sonríe delirante.

-Uhmm…- El herrero la escuchaba, pero este dudaba en su decisión, ¿Cuidar a un niño? ¡Suena a algo insólito! No había razón para arriesgarse. Pero al ver los ojos del niño, este siente una chispa única. –Muy bien, lo haré.

Y así fue, Mimir ayuda a la madre de Sigurd, que fallece al poco tiempo y así quedando el recién nacido a su cuidado.

Pasaron los años, ya sus 6 años el joven había aprendido en silencio el arte de la herrería de tanto ver a Mimir trabajar, pero nunca ha podido realmente internar. Mimir no era un padre, solo era un simple herrero, sus esfuerzos por criar no eran diferentes a tratar un perro.

Sigurd tomo una espada pequeña y comenzó a abalanzarla, inmediatamente comprendió su equilibrio mirando los movimientos que hacía al agitar, entiendo desde el filo hasta la empuñadura, que era un arma.

Pasaron días y noches, Sigurd tomando del almacén de Mimir sus armas, jugando con ellas en solitario. A los ojos del niño, el espacio seguía un ritmo inmóvil, permitiendo ver una escena múltiples veces, revelando la fragilidad de las armas.

Una tras otras, en poco tiempo todas las armas que Mimir había hecho fueron rotas y puestas en práctica por el joven.

-¿Qué sucede aquí?- Se preguntó impactado.

-No eran perfectas…- Murmuro Sigurd.

-¿Perfectas? ¡Mis armas eran las mejores! No es posible dañarlas todas así.- Agarrando su pelo a punto de jalarlo hasta arrancar, cientos de armas partidas como juguetes… Sigurd no era más que un rebelde, un mal criado, enfureciendo al Herrero.

-Pero, esta arma es buena.- Mostro una espada partida.

Agarra al niño del cuello y su mirada desquiciada con intenciones asesinas se reveló. Sigurd comprendió la situación, con sus pequeñas manos, tomo las robustas y entrenadas de Mimir, de un solo movimiento se soltó. Tratando el agarre de un herrero como si no fuera nada.

Para los ojos de Sigurd, se tomó el tiempo de revisar y comprender sus manos, todo humano es vulnerable, soltarse le pareció algo común.

-Qué demonios eres…- Comenzó a asustarse Mimir.

-¿Qué dices, Viejo Mimir? ¿Por qué estás pálido?- Se preocupó Sigurd por la condición del hombre que lo ha cuidado por tanto tiempo.

-No te preocupes…

Así fue, como Mimir cansado decide hacer un viaje con Sigurd, al día siguiente y sencillamente, se enlistaron y tuvieron un largo viaje de unos días. Llegando finalmente a la morada construida a mano de Regin, hermano de Mimir.

-Vaya, vaya, ¿Qué tenemos aquí? Eh, Mimir.- Dice en un tono algo alegre. -¿Al fin tuviste un hijo? ¿Dónde está la mujer?-

-Ag... No es exactamente mi hijo, lo tuve a mi cuidado un desde pequeño, su madre llego a mi casa pidiendo auxilio y no supe como negarme.

-Ja, ja, ja, que historita, la resumes tan cortante y sin animos.- Regin extendió su mano hacia Sigurd. –Un placer, soy Regin, el mejor herrero que podrás encontrar jamás.- Declaró con confianza, mientras su hermano hace silencio entre sus dientes que apretaba.

-Soy Sigurd… ¿El mejor herrero? ¿Eres mejor que Mimir?- Se asombraba.

-Por supuesto, tengo un Don para estas cosas y todo lo que use manos.

-Wow… Lord Herrero.- Sus ojos brillaban de emoción, echando una mirada a Mimir que se encontraba molesto.

-Necesito que te encargues de Sigurd un tiempo, puedes pedirle lo que quieras, aprende con una velocidad aterradora.- Dice Mimir en son de dejar al niño a cuidado de su hermano.

-No lo sé… Tampoco soy bueno cuidado. Pero, seguramente lo hago mejor que tú.- Sonriendo de oreja a oreja exclama. -¡Vale acepto! No todos los días me pides algo, ja, ja.-

Así fue, Mimir se marchó para nunca volver, su hermano se encargó de cuidad de Sigurd. Regin era diestro en todas las formas, sus manos tenían la sabiduría y destreza para trabajar a gusto, desde pesca, construcción, navegar, cosecha y herrería, dominando todas estas artes que muestra a Sigurd en su día a día, para su sorpresa las aprende al poco tiempo.

A la edad de 7 años Sigurd comenzó a estar en la herrería, nuevamente empieza a probar las armas.

-Son impresionantes, tienen una calidad increíble…- Dice Sigurd asombrado. –Lord Herrero, que impresionante que tantas armas lleguen a ser así.- Comienza a usar el arma a prueba, sorprendiendo a Regin que lo observaba, como parece ser un maestro de la espada… Hasta que la rompió, con una facilidad absurda.

-¿Cómo? ¿Rompiste una de mis armas como si fuera una rama?- Trago grueso, era algo impensable, sus armas eran lo mejor de lo mejor, ni guerreros que las trabajaban por días lograban directamente quebrar su hoja.

-No tenía el equilibrio suficiente.- Argumento Sigurd.

-Me estás diciendo que viste un defecto en un arma que yo forje…- Una vena se remarca. Se controla y suspira, viendo como algo positivo la situación. –Bien, ¿Qué tal si sigues probando?-

Así fue, Sigurd con sostener el arma y probarla encontraba sus errores, partiendo armas, cientas de ellas se acumulaban en montículos. Mejorando la destreza de Regin que logro afinar su destreza al punto de crear armas que Sigurd no podía romper a voluntad, de eso ya un par de años, ya a los 14años de edad.

-¡Parece que lo lograste! Es una de las mejores armas que he visto.- Llegando a los oídos, ¿De las mejores? ¿No es la mejor? Alterando un poco al Herrero.

-¿Cuál es la mejor que has visto?

-Oh, dame un momento, todavía la tengo.

Busca entre sus viejas cosas y saca la espada rota que conservaba, le entrega el arma al herrero, viendo la misma, era solo una gran empuñadura con una hoja amplia partida, analizando el arma, quedando perplejo al darse cuenta de que era aquella arma.

-Es la Gram…- Apenas logra decir eso por el asombro.

-¿La Gram?- Dice confundido.

-Es una espada que Odin clavo en un árbol buscando a alguien que sea capaz de sacarla. Sigmurd fue capaz de sacar la espada con suma facilidad, esta espada es el arma perfecta. Desde su equilibrio, filo, peso, dureza, es tan perfecta que no es posible usarla para alguien normal.- Siendo un buen conocedor de la historia, se emociona al hablar de esta arma. –Se dice que se rompió en una disputa contra Odin, no entiendo de donde la sacaste. Sigmurd debería tenerla.-

-Mimir la tenía tirada en la herrería, es lo único que se.- Le contesta Sigurd.

-De donde la abra sacado ese demente…- Sonríe rebosante de confianza. -¡La arreglare! Pero necesito algo de ti, hay un asunto importante que atender.-

-Oh, vale Lord Herrero, ¿Qué asunto?

-Hay un dragón custodiando grandes tesoros, me robo algo importante para mí. Se encuentra en el Brezal de Gnita, es Fafner el Dragón. Te he visto estos años, tú uso con las armas es más que excepcional y con el arma que he forjado, creo que serás capaz de enfrentarlo. Necesito que me traigas los tesoros, necesito para reforjar la Gram.-

-¿No sería mejor robar lo qué se necesita?

-No, el dragón jamás te lo permitiría, debes asesinarlo lo más rápido que puedas mientras tiene la guardia baja, en un enfrentamiento directo es imposible que le ganes.- No era nada motivador comentarle eso a un joven y mandarlo a morir.

-Vale, vale, supongo que puedo.- Sigurd no pierde la confianza y no demora mucho, se comienza a preparar para partir en busca del Tesoro.

Se aventuró por semanas, en su camino se topó con el mundo desconocido, enfrentando algunas criaturas y ayudando a pequeños pueblos, comenzando a forjar una leyenda sin saberlo. Sigurd solo buscaba fortalecerse.

Al fin su viaje termino, adentrándose en una montaña donde el brillo de los tesoros era delator, pese a ser tan cotizados ningún mortal podría atreverse a ir allí. La altura fácilmente debería dejar noqueado a un humano que no se adapta a ello, Sigurd era diferente no solo en mente, sino en cuerpo, acostumbrándose y descubriendo como respirar adecuadamente.

Entre brillante oro y joyas regadas por doquier, se encuentra el dragón recostado, parece dormir. Sigurd se aproxima portando la espada forjada por Regin, su mirada no se apartaba ni un instante, sus pisadas cuidaban de no tocar ni una moneda.

Al quedar cerca del Dragón se arroja, con firmeza empuñando el arma, yendo directo a matar.

El Dragón era más peligroso de lo que él podía pensar, no estaba dormido… A la velocidad del sonido, algo impensable, como un latigazo su cola golpeo a Sigurd estrellándolo contra un muro, este apenas pudo darse cuenta de aquel movimiento.

Cae al suelo desde una gran altura, el dragón abrió los ojos y solo le echó un vistazo.

-Malditos humanos… Son tan frágiles, no sobrevivirían ni a uno solo de mis golpes.- Vuelve a cerrar los ojos.

-Cofff… M-Maldición.- Sigurd dice con voz titubeante.

-¿Eh?- El dragón se levanta y observa con desdén. –Deberías estar muerto, aunque no es que realmente importe, debes de tener todos los huesos rotos. Eres incapaz de luchar, podría devorarte aquí mismo.- Sonríe burlándose de toda su humanidad.

-Sí… Eres fuerte, tengo un par de huesos rotos…- Con rigidez se coloca de pie y levanta la mirada, su ojo izquierdo se retuerce, la serpiente que muerde su propia cola antes solo era un circulo, ahora su ojo se dobló en una de figura. –Tengo que admitir, no creí que iría a dejármela difícil.-

Se levanta para seguir luchando, para la sorpresa del Dragón que solo se reía de la situación. –No eres un humano normal, pero jamás te podrías comparar conmigo.-

Sigurd, desaparece de la vista, lanzando un ataque frontal, golpeando el estómago del dragón, dándose cuenta que su espada lo traspasa… Pero la piel del dragón absorbe gran parte del daño, siendo inmediatamente golpeado otra vez, a diferencia de la anterior Sigurd fue capaz de cubrirse con la espada y absorber el impacto, quedando "Ileso".

-¡Estúpido humano! Tengo que admitir que tienes una buena arma, pero no basta para matarme. La piel de un dragón de mi calibre es capaz de absorber gran parte de cualquier daño.- Pero se enfurece por su herida, es peor de lo que aparenta.

La piel de un dragón tan poderoso como este es capaz de absorber un 70% de cualquier daño haciendo casi inefectivos, a excepción del divino que tan solo es un 10%, con una inmunidad al fuego. El tan siquiera pensar en ser dañado es una desgracia peor de la que jamás podría imaginar.

El dragón enfurece, su corazón se acelera y su sangre hierve, el principio del fuego del dragón es su corazón, que le permite luchar contra la presión de las brasas que expulsan. Su ardiente aliento intenta bañar a Sigurd, siendo algo quemado, su velocidad aumenta progresivamente.

Su mente y cuerpo en sincronía, un individuo que es capaz de adaptar su cuerpo y mente a la situación. Su ojo especial que parece algo al nivel de un Dios, es capaz de comprender el dragón y enfrentar sus movimientos con decisión. Las afiladas garras que intentan asesinarlo son confrontadas con la espada que poco a poco se agrietaba.

-Maldición… Señor Dragón, deberías tranquilizarte un poco, ja, ja, ja.- Sigurd aprieta la vista y sonríe, su carisma no se disuelve ni ante la extrema situación.

-Cállate maldito humano.- El dragón abre sus alas y en un aleteo arrastra a Sigurd con algo de su tesoro, sacando a volar, apenas había movimiento para hacer eso.

Sigurd clava en el suelo su espada para evitar ser arrastrado muy lejos, su expresión cambia, se pone serio y solo dice. –Ya lo comprendí.-

Arroja su espada directo al ojo del Dragón, a una velocidad mayor a la del sonido, sorprendiendo a la bestia que evita y es rozado por el arma.

Impensable era que Sigurd superara la velocidad del espada, rodeando al Dragón y tomando el arma en el otro extremo, apuñalando al mismo en el cuello y bajando para causar una grave herida… A este punto no podía parar, pero no era suficiente para dañar al dragón que contraataca con sus garras para traspasar su pecho.

Algo cambio en Sigurd en ese momento, nunca se encontró en una situación tan decisiva, vio su propio tiempo y vida, sintió que no podría desecharse así. La imagen de Ouroboros se vuelve más pequeña, aunque este no podía verlo, podía sentirlo, capaz de ver un tiempo de vida de 480años de este, dividiendo el mismo tiempo.

Una réplica exacta a Sigurd aparece, ¡No! No era una réplica, era Sigurd que se divide en el tiempo, dejando su vida en un nuevo individuo. Este toma la garra del dragón en el aire y acumula la fuerza unida de días, meses, ¡No! Años, todo en un instante pariendo los dedos del dragón.

Con solo ese movimiento… 40años de su vida habían sido perdidos. Pero no basto para acabar con la criatura que empujo a Sigurd, pariendo su espada que queda incrustada en la piel que queda colgando.

-¡QUÉ HAS HECHO!- Fafner estaba sorprendido, era imposible lo que veía. –Ahora hay dos de ustedes, no es posible… ¿¡Qué mierda eres!?-

-Solo soy… Un simple humano.- Sonríe devoto a sus palabras.

Sigurd la mirada de Ouroboros no era solo capaz de ver el tiempo y comprender lo que sucede en el espacio, podía dividir su tiempo para cosas específicas, el problema es que al hacerlo el doble de su vida era gastada.

15años para crear a su par que solo puede mantenerse viviendo unos 7 años y un par de meses, la fuerza de 5 años para rivalizar con una bestia. No podía detenerse ahora, aunque su vida se acortara a morir, debía luchar. Su fuerza y velocidad las acumulaba para luchar prácticamente mano a mano y con un filo roto contra la criatura.

Con sus manos desprendió la piel cortada y uso la misma como escudo contra el dragón. Descubrió entre la lucha de aguante, que su cuerpo podía transferir a un lugar del tiempo usándose a sí mismo para trasladarse.

-¡MUERE DE UNA VEZ!- El dragón sangraba, su cuello desgarrado no era suficiente para acabarlo. Levanta sus fauces que se envuelve en llamas y escupe fuego con todas sus fuerzas hacia Sigurd; la piel burbujeaba por la presión, usar la piel de dragón no era suficiente para salir ileso, se pega al cuerpo de Sigurd a la cual se envolvía.

Al final, Sigurd parece encuerado, sus ropas quemadas y la piel de dragón fundida en su piel, su color negro carbón… ¡Sigurd había muerto!