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Chapter 9 - Fragmentos de Dolor

CAPITULO IX

Contra las punzadas del dolor y los titubeos de pavor, hombres colgaban de cabeza cortados finamente en varias partes del cuerpo. La sangre empezaba correr de a poco, desangrándolos. En una especie de mazmorra, posiblemente bajo tierra; un lugar con cárceles, cadenas y distintos instrumentos de tortura.

—¿Ves esto?—Vlad Dracul ladeaba la cabeza en negación. —Son traidores. Cada persona tiene su lugar en el mundo y nos esforzamos por cumplirlo, estos son los que desprecian su lugar y buscan tumbar a todos consigo.

Uno de los tipos colgados le escupió sangre a los pies de Vlad. No parece que pudiera hablar, cosa que se entendía al verse jadeando y sin lengua, cortada recientemente.

—Padre… ¿Por qué? No hay razón para que sean deshonestos.—Murmuró Vlad III que en un futuro sería conocido como El Empalador. —¿Por qué se asustan?

—Es lo que merecen.—Proclamó el Dracul. Parece que algunos intentaban quejarse, pero se encontraban tan moribundos y sus consciencias estaban tan nubladas que no pudieron reprocharle. —Tendrás que enseñar. Mostrar lo que es correcto. La justicia debe ser por tu mano, sin miedo.

Un hedor fétido comienza a percibirse por algunos de los cuerpos que se pudrían, muertos hace unos días.

Dracul tomo una espada, una especial de la Orden del Dragón. Blandiendo tan extravagante arma y se la entrega al joven Vlad de unos trece años de edad. Recibe el arma sin dudar y la levanta mirando el mango con joyas impregnadas. Viendo su reflejo en el filo de la hoja, con ojos iluminados.

—Debes saber por qué haces lo que haces.—Explicaba Dracul, llevando sus manos atrás de su espalda, estando de frente a un hombre con lágrimas en los ojos y retorciéndose. —Este hombre estafó, robó y asesinó, todo por beneficio propio. Con tal de vivir una buena vida es capaz de todo.

Vlad se volvió a ver al hombre, tenía una barba de unos días, su pelo largo y negro desaliñado. El hombre vestía restos de unos harapos y tenía heridas que desfiguraban partes de su cara, que empezaban a cicatrizarse.

—Padre, yo lo conozco… ¿No es uno de tus consejeros?—Preguntó dudoso. Recordaba como el hombre, el cual tenía ciertas canas mostrando que estaba envejeciendo; le ayudaba con algunas de sus enseñanzas y le avisaba sobre trivialidades. Le parecía que siempre fue un buen hombre.

—Así es. Eso no le quita lo que ha hecho.—Colocó su mano en el hombro de Vlad. —Ha hecho cosas terribles, cosas que no deberíamos permitirnos, no importa realmente quien sea, ni su posición. Mientras más alta su posición, peor el castigo. Debes ser fuerte. Él merece la muerte, debes ser firme ahora y-…

¿Quién era él para reprocharle a su padre?

El argumento era lo suficientemente razonable, no podía permitirse las injusticias y crímenes sin importar quien fuese. Vlad blandió su espada.

Un corte le abre el vientre y las tripas salían entre sangre que chapoteaba.

Saliendo de las mismas entrañas de la muerte, el cuerpo de uno de los empalados gemía, mientras su piel se abría y Vlad daba paso, con espada alzada y dirigiendo un tajo a espaldas de Deimos. Vlad era un punto nulo de tanto miedo que rodeaba el lugar, distinguirlo era hasta cierto punto sencillo, pero frustrante. ¿Por qué el sujeto no estaba aterrado? Se enfrenta al mismísimo Dios del Terror.

Deimos con velocidad se voltea, tomando la hoja del arma con una mano desnuda. Una especie de niebla empieza a rondar por el campo, con un hedor putrefacto.

El filo del arma apretada en la piel del Dios causaba que se desgarrara, brotando sangre… hasta quedar inmovilizada. Vlad cae de pie, forcejeando por librar el arma.

Una patada es encajada en estómago y hace tambalear a Vlad, retrocediendo y soltando su arma.

—Traes una descomunal fuerza. Pero eso podría considerarse un robo.—Sonríe con malicia. —Tendré que castigarte.

—Te haré temer. Te doblaré.—Rugió entonces severo, Deimos se mostraba fastidiado. —¡Ni tus suplicas harán que me detenga hasta acabar contigo!

Deimos apretó la arma hasta que se partió…

—¡La espada fue rota! Vlad ha perdido su arma iniciando el combate. ¿Esté es el final?—Heimdal aclamaba algo confundido, lo que ocurría en esa batalla no tenía coherencia. ¿Qué iba hacer ahora Vlad?

Deimos comienza a escupir sangre. Su audición se torna confusa y tambaleo por un instante. Soltando el arma de sus manos con cierto malestar.

La gente del lugar no podía ver que sucedía en el lugar, todo se oscureció en un instante. Heimdal que se encontraba lo bastante cerca para verlo, se quedó totalmente callado por el terror a flor de piel.

—Qué empiece el castigo…—Se escuchó un susurró.

Una invasión de los húngaros causaba el caos en el lugar, causando el miedo por las calles. La gente lloraba y los soldados peleaban plenamente. Dracul estaba preparándose para lo que parece, era su huida.

Vlad se encontraba de pie, callado. Mirando inocente. Apenas era mayor de edad en ese tiempo.

—Padre ¿no es eso traición?—Cuestionaba dubitativo.

—Vlad, algún día lo entenderás.—Decía mientras gritos y lamentos se escuchaban por doquier. —Hoy debemos irnos y sobrevivir. No dejaremos a esos bárbaros tomar nuestras vidas. Lucharemos otro día.

—No puedo…—Murmuró Vlad con la mirada gacha. Dracul lo entendió, su hijo no podía aceptar abandonar todo. No era justo e iba contra todo lo que le ha enseñado.

Así fue entonces, no hubo otro intercambio de palabras, Vlad se quedó en el castillo y al poco tiempo los húngaros empezaban a hacerse con las tierras. El joven Vlad se puso en un rincón, se mecía con necedad y confusión.

Dracul se había ido.

Pasaron unas pocas horas… Las puertas del castillo fueron derribadas y Vlad encontrado acurrucado en la oscuridad.

—¿Eres el hijo de Vlad II?—Preguntaba mientras contenía las ganas de echarse a reír en ese preciso momento.

Vlad no respondió.

—Vendrás conmigo.—Ordenó, tomándole del brazo y arrastrado a fueras del castillo. Lo vio le perturbó. Vomitaba del asco, se sentía asfixiado, horrorizado.

La huida de su padre había fracasado… Su cadáver despellejado apenas se diferenciaba entre las montañas de muerte y el hedor a sangre que impregnaba cada rincón.

Dracul tembló de miedo en las gradas, podía verse reflejado entre la especie de niebla que se iba disipando, su propia cara en muerte. Cadáveres. Cuerpos tirados por doquier manifestando una fragancia enfermiza.

Deimos aguanto las ganas de vomitar y cayó de rodillas entre los cuerpos. Puso la mano sobre la cabeza de una niña, sus ojos se salían de las cuencas y la mitad de su cabeza estaba aplastada. No se perturbó de ninguna manera por algo así. Pero esa rabia… Se levantó y respiró una bocanada de aire. Vomitó, al punto de parecer que sus entrañas salían de su boca y sangre a montones se regurgitaban. Sus mejilla se abrieron de par a par y la sangre se le escurrió de la boca.

—¡No puedes matar el miedo!—Exclamó mientras se quitaba el casco. Deimos no parecía afectado por las náuseas, ahora se había puesto por encima de ellas. Su cuerpo se empezaba a abrir, dejando ver de las cicatrices que antes tenía, unas especies de lenguas e hilillos de piel que eran perforadas por las lamidas a su piel.

—Eres grotesco. He de aceptar que me pegas escalofríos.—Dijo Vlad sonriente. Deimos empezaba a caminar a paso firme hacia él, luego corrió, después pasó a andar como una bestia con brazos y piernas; saltó arrojándose a Vlad que levantó su mano y murmuró. —Humano o Dios, el castigo no se escapa ni por amor…

Se recordaba mirando a su amada, embelesado y apasionado. Pero hoy, frente a su primera esposa tuvo que decirlo. Lo dijo frente a sus consejeros y cercanos:

—Empálenla.

Todos se quedaron boquiabiertos ante la orden de Vlad, no pareció titubear tan siquiera.

—Mi señor… Su mujer solo cometió un delito ligero.

—Robar para dárselo a intrusos… No, no es delito ligero. Robar a su propia casa es algo grave. La ley es para todos igual.—Apretó los dientes y se retiró. No dijo más y todos obedecieron. La mujer rogo y lloró, la aflicción de ella era inigualable. ¿Cómo era posible que decidiera eso de su propia mujer? No había duda en ese hombre.

Lo aprendió desde el día que su padre falleció. Nadie está por encima, tener un elevado rango solo lleva a una pena mayor.

En ese momento y como ya había pasado muchas veces. Vlad se lamentó, se encerró en sus aposentos y lloró en silencio, nadie nunca supo que detrás de sus firmes decisiones… Todo lo hacía por un bien.

Se levantaba y miraba a las calles, observando como arrastraban a su mujer entre la gente que sorprendía murmuraba. Llevada hasta las afueras de la ciudad.

Tomaron una estaca de metro y medio, que pasó por el recto de su mujer y meticulosamente trabajada, para perforar sin tocar órganos vitales y llevado hasta la boca. Lloraba, sostenida e inmovilizada mientras el proceso se daba.

Vlad miró desde lo lejos como levantaban su cuerpo a las afueras del lugar. Junto a ellas cientos, quizás miles de cadáveres más empalados frente a su reino.

El hedor por poco podía sentirse a las ventanas donde este se encontraba. Podía imaginarse sus lágrimas y sollozos, un dolor profundo… al que correspondió.

Del suelo salieron gente empalada para interceptar a Deimos, que despedazaba los cuerpos al vuelo. Un cadáver a su lado se pudo apreciar, el de su amada. Despedazando el cuerpo, sacaba la estaca y con habilidad apuntando hacía el Dios del Terror. Con un buen ojo e inspección se podría apreciar que dentro del cuerpo de la mujer, un feto mal formado se encontraba sollozando.

Deimos sintió una punzada de tristeza. La estaca que le apuntaba reflejaba en él lamento y pena. Un sentimiento nostálgico… Matar a un ser amado.

—Deimos… Ha… ¡Esto!—Tartamudeaba Hemdail, no sabía que decir.

—¡Lo hizo! ¡Lo hizo!—Exclamó Geir, brincando de emoción.

Todos empezaron a vitorear. Sonriendo, confudidos, ansiosos, aterrados, espantados y sobre todo emocionados. Tanta empezaron a aclamar y comentar confudidos, asombrados del todo.

Los Dioses miraban, atónitos.

Deimos fue atravesado del pecho, empalado. Dejando caer el cuerpo del Dios hasta golpear al suelo, donde su cabeza adquiría un ángulo anormal.

Vlad, intacto, impecable, arrojó a llorar.

—Nadie puede engañarse… Es lo que había que hacerse. Lo lamento, lo lamento.—Lloraba, ansioso. Sonreía casi con placer.

Los Dioses levantaban la mirada, con ojos angustiados.

—Nunca debimos dejarlo involucrarse…—Decía Ares, temblando en su silla, apoyado en sus posabrazos, agarrado como si quisiera evitar que alguien lo fuese a sacar de su lugar en cualquier momento.

Vlad nunca sintió nada por el Dios, tampoco parece que sintiera nada por los demás. Pero él sentía todo. Contuvo el aliento y aceptaba sus penitencias, de las que este sentía más dolor que los propios afectados.

En el aire podía olerse… El pánico.

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