La sala se llenó con la tensión palpable de las sacerdotisas y las candidatas. Me encontraba entre las seleccionadas para curar a las mujeres que no superaron la primera prueba, enfrentándome al desafío más difícil hasta el momento. Con la piedra morada en mi mano, me acerqué a la paciente asignada, una mujer de aspecto frágil que yacía inmóvil en una camilla. Miré hacia las ollas y las plantas dispuestas en la mesa móvil, intentando recordar cada detalle de mi entrenamiento.
El caos reinaba en la sala mientras las participantes intentaban organizarse para la tarea titánica que teníamos por delante. La escasez de ollas y la incertidumbre acerca de los ingredientes complicaban la situación. Lena, con su típica actitud desafiante, intercambiaba miradas burlonas con las otras candidatas, especialmente conmigo.
Me concentré en mi tarea, tratando de identificar las plantas desconocidas y recordar las propiedades curativas de cada una. La paciente a mi cuidado suspiró débilmente, recordándome la urgencia de mi misión. Las sacerdotisas supervisaban con ojos críticos, evaluando cada movimiento de las candidatas. El tiempo avanzaba implacable, y la presión se intensificaba. Me acerqué a la paciente y examiné sus síntomas, tratando de determinar la enfermedad que la aquejaba.
La falta de información sobre las pacientes añadía un nivel adicional de dificultad. Me vi enfrentada a una encrucijada ética: ¿arriesgarme a experimentar la cura en una paciente desconocida o seguir un camino seguro y dejar que otras candidatas enfrentaran el riesgo?
No, las dos semanas de intensiva práctica no solo habían ampliado mi conocimiento, sino que también me conferían la habilidad necesaria para enfrentar la situación sin poner en riesgo la vida de mi paciente. A pesar de no reconocer todas las formas de las plantas medicinales disponibles, poseía un conocimiento detallado de sus propiedades físicas.
Sin embargo, la enfermedad que enfrentábamos era el Almozu, la más temible de todas, ya que, tras el primer contagio, lograba extinguir la vida del paciente en tan solo 6 horas. El proceso de preparación de la medicina demandaba 4 horas, otorgándome un margen de error extraordinariamente reducido en su elaboración. Además, muchos de los ingredientes necesarios eran clave en la solución de otras enfermedades; un mal cálculo podría no solo comprometer mi victoria personal, sino también resultar en la falta de tratamiento para las pacientes de las otras concursantes, llevando consigo un dilema moral en el que ganar significaría la pérdida de vidas inocentes.