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Chapter 177 - 177

Meses después:

Esta nueva vida que hemos tratado de llevar, ha sido tranquila; algo que me causa algo de inquietud, ya que no estamos acostumbrados a la calma. Cada día que pasa, la barriga de Daisy crece más y, con ella, nuestra amada Mia.

Han sido meses fuertes en la empresa; Daisy se ha mantenido en su cargo sin ningún tipo de problema y, por suerte, no ha presentado mala barriga, ni riesgo alguno. Eso sí, ha estado algo celosa con la asistente.

—¿Se encuentra bien, Sr. Frost?— preguntó Zoe, la asistente.

—Sí, ¿Ya terminaste de organizar los documentos?

—Sí, ya los terminé.

—Tráeme un café, por favor.

—¿Su esposa no vendrá hoy a la oficina?

—Se supone que más tarde, está ocupada con el informe mensual, ¿La necesitas?

—No, es solo que siempre se ve pensativo cuando ella no está en la oficina.

—Últimamente estás preguntando mucho por ella, cualquiera diría que estás espiando lo que hace mi mujer.

—Para nada, señor.

—¿Y por qué te pones tan nerviosa? —me levanté de la silla, y retrocedió—. Concéntrate en el trabajo, y no en ese tipo de asuntos. Te pago por trabajar, no por husmear.

—Lo siento, Sr. Frost, no volverá a ocurrir— bajó la cabeza—. Le buscaré su café. Permiso— salió de la oficina, y suspiré.

Llamada telefónica:

—¿Cómo están las cosas por allá, Alfred?

—Por la casa bien, señor, pero me parece que muy pronto va a haber visita; aunque no considero que vaya a ser en la casa.

—¿Por qué lo dices?

—Los hermanos Royers que contrataste para vigilar el aeropuerto, me informaron que había llegado un Jet no identificado y, que por el aspecto que tenían las personas que bajaron, no parecían ser común y corrientes. Debemos estar preparados.

—No me preocupa en lo absoluto, porque sé bien que a la casa no van a poder entrar. Quiero que pongan el doble de trampas que antes, así nos aseguramos de darles la bienvenida si intentan entrar a mi territorio— mientras hablaba, Daisy entró a la oficina, y se veía fatigada y sudorosa—. ¿Qué te sucede, cielo?

—¿Cielo?— preguntó Alfred.

—No hablo contigo, idiota.

—Ya me había ilusionado— rio.

—Haz lo que te dije, y me llamas para notificarme cualquier cosa— colgué la llamada, y me acerqué a Daisy.

—Creo que de hoy no paso.

—¿Qué tienes, linda?

—Traté de terminar con el informe, pero me he estado sintiendo muy mal. Esa presión aquí en mi vientre y punzadas, me está matando.

—Vamos al hospital.

Volví al escritorio a coger mi cartera para poder ir a la puerta; al abrirla, me encontré con Zoe y, del susto, el café se le derramó. Hice retroceder a Daisy, para que no fuera a quemarse.

—¿Eres imbécil o es que te haces? — solté molesto.

—Lo siento, no sabía que iban a abrir la puerta.

—En primer lugar, ¿Qué hacías escuchando detrás de la puerta?

—Me pareció oírlo hablando y no quería interrumpirlo, así que me quedé esperando a que terminara para poder entrar.

—¿Qué tipo de asistente eres? Limpia este desastre ahora, y no quiero que la alfombra se vaya a manchar, así que muévete y haz tu trabajo.

—De inmediato. Lo siento mucho, señor— bajó la cabeza.

—Ya oíste, ¿Qué esperas para irte a buscar lo necesario? — le preguntó Daisy, y ella se dio la espalda para irse.

—Que mujer tan inservible— solté, agarrándole la mano a Daisy—. Vámonos, no tenemos mucho tiempo.

Fuimos directo al hospital, y ella no dejaba de quejarse por todo el camino. Su rostro estaba rojo, ni siquiera con Mia se puso así; aunque no puedo compararlo, porque ahora son dos.

La llevaron dentro y, antes de que eso sucediera, le di un beso en la frente. No voy a mentir, me sentía muy nervioso y tenso.

La espera me estaba desesperando, miraba el reloj y las horas estaban pasando. Pregunté varias veces por ella, y no me sabían responder.

No sé cuánto tiempo transcurrió, cuando una enfermera preguntó por mí y me levanté rápido para acercarme. Me llevó a una especie de cuarto y me hizo poner una bata azul; supuse que sí debía estar de parto. Significa que podré ver a mis hijos hoy.

Me llevaron a la sala donde tenían a Daisy y ella estaba pálida. El doctor no tardó en llegar, casi a la par conmigo y me paré al lado de ella.

—¿Cómo te sientes, linda?

—Me duele mucho, John.

—Eres una general, siempre lo he dicho.

Mientras el médico estaba en el proceso, traté de mantenerla lo más calmada posible, porque se veía muy adolorida y estaba aguantando quejarse mucho, pero sé que debía estar sintiendo mucho dolor ahora.

Le agarré la mano y entrelacé la mía a la de ella.

—¿Recuerdas cuando tuvimos a Mia? Ese día sí que fue muy especial, ¿Cierto? Creo que nunca voy a olvidar como soportaste tanto dolor en casi silencio, quizá nunca te lo digo, pero realmente te admiro mucho. Ahora no debes soportarlo en silencio, no hay nadie que vaya a hacerte daño aquí y, si lo hubiera, te aseguro que acabaría con quien fuera, al igual que esa noche— acaricié su mejilla y trató de sonreír, pero el dolor se lo impedía.

Fue un proceso muy largo, lleno de lágrimas, dolor, quejidos, pero por fin, había llegado el momento de recibir a nuestros hijos. Esta mujer ha soportado tanto por ellos y por mi, que un simple gracias se quedaría muy corto; es por eso que quiero enmendar todo lo que hice y darle una mejor vida, tanto a ellos, como a ella.

Escuchamos el primer llanto, y Daisy sonrió, aunque no dejaba de quejarse. Traté de quedarme al lado de ella en todo momento, y sin presionarla como el doctor, que no dejaba de pedirle que pujara.

Cubrieron con una manta azul al bebé y las enfermeras se quedaron sujetándolo, mientras Daisy continuaba en ese doloroso proceso.

Al escuchar el segundo llanto, Daisy me apretó fuertemente la mano, estaba sudorosa y quejándose.

Tiempo después, nos acercaron a nuestros hijos, envueltos en esas mantas azules; y al ver la carita de ambos, sentí un nudo en mi garganta. Esa tez blanca y mejillas rosaditas, más esa ternura que emitían ambos, me derritió por completo. Son hermosos, al igual que ella.

—Así que así te veías cuando pequeño, ¿Eh? — Daisy rio, y soltó un suave quejido—. Son iguales a ti, John.

—No, se parecen a ti, princesa.

—No mientas, míralos bien. Es increíble el parecido, no pareciera que hubiera puesto yo nada ahí— sonrió—. ¿Acaso estás a punto de llorar, John? Tus ojos se ven llorosos.

—En otras circunstancias, no lo hubiera querido admitir, pero sí, siento mi pecho algo oprimido. Son muy lindos para poder asimilar todo sin lloriquear.

—No creas que no te vi; estuviste así en todo momento, pero no quería decírtelo porque sé que eres orgulloso con eso de llorar. Ellos son motivos para llorar de felicidad, cielo— al ver que al pronunciar esas últimas palabras, hizo un gesto de llorar, no tardé en plegarme también.

Les acaricié a ambos la cabecita y se sentía muy suave. Daisy se me quedó viendo y sonrió.

—Debo darte las gracias porque has aguantado todo eso por nuestros hijos y por mi; por este hijo de puta que te ha querido embarazar tantas veces. Creo que hemos cerrado con broche de oro esta vez— reí, y sequé mis lágrimas—. Te ves más hermosa que nunca— acerqué mi frente a la de ella—. Te amo, Daisy.

—Hasta que al fin lo dices sin tener que esforzarte mucho; te salió tan natural, que siento ganas de comerte a besos— sonrió.

—Tú, y esos comentarios embarazosos— sonreí—, creo que me he ido acostumbrando a ellos también— besé su frente, y me quedé así por unos pequeños instantes.

—Yo también te amo, y con cada parte de mi — al escuchar su respuesta, le robé un beso. Estaba esperando por escucharla.

Ambos miramos a los niños y sonreímos.

—Bienvenidos al mundo, Joe y Joel.