—No puedo, John.
—¿No puedes?— agarré sus senos y los froté—. Que lastima, supongo que debería dejarte así— me acerqué a lamer y chupar su pezón, y ella rechinó los dientes—, al final, yo ya terminé.
—Eres un maldito.
—Cuidado con esa hermosa boquita, no vaya a ser que decida volver a castigarla.
—Lo haré por mi cuenta— levantó su cuerpo, y luego de varios intentos fallidos, logró colocarlo en su entrada.
—¿Debería sacarlo?
—Si lo haces, no volveré hacer nada contigo; creo que he tenido mucha paciencia ya, John.
Se la pasaré por hoy, solo por ver esa expresión de lujuria y desespero; de lo contrario, la hubiera dejado esperar más tiempo.
Antes de que ella hubiera tomado la acción, la presioné por ambas caderas para que lo recibiera completa y profundamente. Daisy soltó un gemido fuerte, y llevé mi mano a su mentón.
—¿Por qué tanta sorpresa? ¿No era esto lo que estabas deseando? — era como si su interior se ajustara alrededor de mí, ¿Así de mucho lo quería?—. Muévete adecuadamente ahora, muéstrame cuánto lo querías, cielo— desvió la mirada, y sonreí.
Poco a poco se fue moviendo y, al ver que se le hacía un poco difícil, llevé una mano a su cintura y la otra a su espalda, hasta alcanzar su pelo y lo agarré firmemente en mi mano, para halar su cabeza y tener su cuello a mi disposición. Iba controlando sus movimientos, mientras lamía su cuello y lo chupaba, hasta marcarla. Ver todo su cuello marcado, era algo que me llenaba de satisfacción.
Fui descendiendo de su cuello, al tatuaje que le había hecho un poco más arriba de su seno y me trajo muchos recuerdos. Eso para los dos significó mucho, pero creo que más para mí.
Observé las expresiones de placer que estaba teniendo Daisy; en todos los años que hemos tenido juntos, jamás la había visto igual. Haber dado una segunda oportunidad, realmente sirvió para darme cuenta de lo importante que era, y es ella para mí. Besé el tatuaje y Daisy me miró.
—Han pasado muchas cosas, ¿Cierto? — preguntó con su respiración agitada.
—Sí, pero no quiero hablar de eso en este momento— bajé mi mano a las suyas, y las solté—. Ahora no pienses en nada más.
—Tienes razón— se movió en forma circular, y sonrió—. ¿Qué hay con esa expresión, cielo? ¿No eres el que siempre dice que quiere llegar a lo más profundo de mi? Tienes una expresión tan dulce, que me enciende como nunca.
—Dulce, ¿Eh? — llevé mi mano a su cuello y la acerqué—. ¿Y eso qué es? — la besé, y mordí su labio inferior—. Me vuelves loco y eso es un problema para ti, cosita— la abracé y la empujé a un lado de la cama, para luego levantarme y desnudarme.
El calor me estaba consumiendo y no era solo el exterior, por dentro estaba ardiendo como nunca.
—Eres el hombre más sexy que pueda existir— se me quedó viendo, y mordió sus labios.
Al ver ese gesto tan perverso, no pude evitar agarrarle la pierna y halarla hasta el borde de la cama; las levanté llevándolas a mis hombros y froté mi erección en su vagina, antes de penetrarla bruscamente. Me incliné hacia ella para tener el control absoluto, y claramente llegar más allá de lo que hace mucho no lo hacía. Sus gemidos se intensificaron y, al notarlo, sonreí.
—¿Ahora puedes sentirme adecuadamente, esposita?— la embestía fuertemente, mientras contemplaba sus lindas expresiones, que sin duda alguna, se habían convertido en unas mucho más incitantes.
Estaba tan excitado que no quería detenerme ni un solo segundo. Solo deseaba seguir sintiendo su humedad y calor interno; en cómo recibía cada parte de mi sin protestar.
Me detuve para colocarla de lado y llevar su pierna a mi hombro, y poder seguir embistiéndola desenfrenadamente. Daisy apretó y mordió fuertemente la sábana, tratando de que sus gemidos no se escucharan, pero era inevitable.
Llevé mis dedos a su clítoris y lo iba masajeando delicadamente; estaba seguro que estaba a su límite, pues podía percibir como por breves segundos se ajustaba alrededor de mi y sus gemidos se volvían más constantes. En segundos me dio la razón; sentí como su interior se contrajo y me suplicó casi en lágrimas que me detuviera. Trató de levantar su cuerpo para que saliera de ella y, ese demonio hijo de puta regresó otra vez al verla así.
Me salí de ella y vi que se arrastró para el medio de la cama, y me subí de nuevo, mientras estaba de espalda.
—¿A dónde va la reina indomable? Aún no he terminado contigo— la penetré de vuelta, y me aferré firmemente a su cintura, enterrando mis uñas en su piel y presionando su espalda contra la cama.
Su trasero estaba levantado, y podía ver como se movía a la par que la embestía. Esta posición era perfecta para poder hacer lo que quisiera con ella. No podía moverse, ni impedir que la siguiera penetrando, estaba a la merced de mi; así se debe domar a una pequeña fiera, que provoca y luego la escuchas suplicando.
Sus uñas se enterraban en la sábana con desespero, sus gemidos se volvían más constantes, junto a esa presión y humedad que emergía de su interior. Había alcanzado por segunda vez el orgasmo y, aún continuaba rogando. Escucharla excitada y diciendo mi nombre, me tenía a punto de explotar.
—Seré bueno contigo, pero que esto te sirva para futuras provocaciones, cosita— retomé mi postura para poder apretar su trasero y ver cómo su vagina tragaba cada centímetro.
Ya mi mano no estaba marcadas, así que procedí a darle unas cuantas nalgadas más, hasta lograr sentirme satisfecho de ver mis manos en ellas.
—Dulzura— recosté parte de mi cuerpo sobre ella, para alcanzar su oreja, mientras continuaba moviéndome y alcanzando lo más profundo de su ser.
Sabía que faltaba poco para terminar otra vez, ya estaba muy lleno para explotar.
—¿Te gusta?— pregunté, removiendo su pelo de la cara.
—Sí, me encanta.
—Eres muy masoquista, preciosa— estaba sudorosa, tanto como yo. Es jodidamente excitante verla así.
Entrelacé mi mano en su pelo, y la embestía más rápido.
—Dime de quién eres, Daisy— necesitaba escucharlo en ese momento.
—Tuya.
—¿Mía solamente?
—Sí.
—Esa es mi chica. Esta vez voy a rellenarte como debe ser, asegúrate de no derramar nada o deberé comenzar de nuevo— aceleré mis movimientos y entrelacé mis manos a las de ella, justo antes de explotar.
Esa sensación fue extremadamente increíble; mi cuerpo no dejaba de temblar, tampoco el de ella. Nunca había estado tan fatigado como ahora.
Me senté en la cama y Daisy se colocó boca arriba, con su respiración agitada, y reí.
—¿Estás muerta?
—Casi, maldito— reí por su respuesta.
—No tan pronto, mocosa. No te olvides que aún falta algo.
—Ni lo creas. ¿Cómo puedes estar pensar en algo más, cuando acabas de terminar?
—Me debes mucho, chiquita. Fue mucho tiempo sin hacer nada, además desde un principio te lo dije; hoy serás mía completamente y aún falta una parte.
—Das miedo. Esa parte es sagrada y no la tocas.
—Te recuerdo que ya la toqué y te sentiste bien, que hasta te volviste otra persona. Lamento decirte que te va a tocar ser buena, porque no planeo detenerme tan pronto. Veamos si mañana continuarás siendo una chica mala o se te bajarán los humos luego de lo que viene— sonreí.