—No deberíamos hacer esto aquí, John.
—Lo sé, pero ¿Cómo se lo explico a estas ganas que siento de ti?
—Siempre estás pensando en sexo.
—¿Y quién dijo que estaba pensando en eso? Cuando dije ganas, me refería a ganas de besarte, abrazarte, tenerte así en mis brazos, ¿Eso me convierte en un idiota enamorado, o en un imbécil sin remedio?
—Ambas. Estás más romántico que nunca.
—Acabo de comprender algo, que antes no entendía y ahora me quedó claro. No sabes cuan importante es una persona para ti, hasta que estás lejos de ella, y la extrañas tanto que, aunque trates de ocultarlo o busques desesperadamente un reemplazo, nada podrá reemplazar ese vacío que sientes en el pecho. Antes de que llegaras iba a cometer una estupidez, estaba tratando de olvidarte, pero soy tan idiota que, aún tratando, más te cruzabas en mi cabeza. No me había disculpado contigo y pienso que debo hacerlo, aunque sé que eso no va a cambiar lo que hice— desvié la mirada por la incomodidad—. Quiero que sepas que eres la única mujer que deseo a mi lado; ya sé que soy un infeliz, un hijo de puta, infiel, lo peor que existe en el mundo, pero este tipo barato y malo— hice una pausa—, es el que te ama con cada parte de su ser; este necio y testarudo, es quien no puede estar sin ti, Daisy— jamás pensé decir una cosa tan vergonzosa e incómoda en mi vida. Es lo más cursi que he escuchado o dicho.
Daisy rio y la miré serio.
—¿Y ahora a ti qué te causa gracia?
—Deberías ver tu cara. Tienes roja hasta las orejas, John— rio más fuerte, y la bajé.
—No me causa gracia.
—A mí sí. Eres tan lindo y tierno, que me dan ganas de apretarte los cachetes así—trató de llevar su mano a mi rostro, y retrocedí—. Pareces un osito de peluche— rio, y le di la espalda.
—Deja de hacer eso, tonta.
—¿El hombre sin sentimientos, cruel y sanguinario, mejor conocido como alma negra, está avergonzado?— preguntó en un tono alto, y me giré hacia ella para taparle la boca.
—¡Baja la voz, mocosa! ¿A ti qué te hace pensar que estoy avergonzado? — me quitó la mano de su boca, y rio.
—Eres lindo. Esa es una de las razones por las cuales te amo, John. Eres fuerte, cruel, reservado, pero conmigo y Mia, eres una ternurita— sonrió, y llevó su mano a mi mejilla—. No importa lo que haya pasado, no tengo nada que perdonarte. Olvidemos todo y comencemos de nuevo, pero esta vez, al lado de nuestra princesa. Para mí tú también eres el único, yo no quiero a nadie más.
—Quiero que viajemos. Ya sé que eso no va a evitar que nos encuentren, pero podemos tener un tiempo de paz. Daisy, quiero que tengamos algo de tranquilidad y tiempo en familia. Nuestra Mia lo necesita y también nosotros.
—Pero ¿Y los Roberts?
—Ya me encargué de ese asunto, y sé que mandarán a alguien a investigar sobre mí, pero mientras estemos juntos, sé que vamos a poder sobrepasar todo. No vuelvas a dejarnos, Daisy, no sabes cuánta falta nos hiciste a los dos. ¿Por qué no nos damos otra oportunidad?
—Me parece bien, ¿Y cuándo será el viaje?
—Mañana mismo. Hagamos una vida distinta y normal en otro lugar, lejos de toda esta basura. No podré salir de esto del todo, pero luchemos juntos por nuestra felicidad y la de nuestra adorada Mia, ¿Si?
—Sí, hagámoslo juntos— sonrió, y entrelacé mi mano en su pelo antes de besarla.
Vi un auto a lo lejos que venía a nuestra dirección y me detuve; si ven este desastre, nos van a culpar. Le agarré la mano a Daisy y recogimos las armas del suelo para subirnos de vuelta a la camioneta. No podré limpiar la escena como corresponde, pero ni modo.
Manejé hasta la casa de Akira para que Daisy viera a la niña.
—Tenemos que hablar— me dijo Akira al verme, se veía molesto.
Estoy seguro de saber sus razones, yo no le avisé sobre mis planes.
—Hablaremos ahora, pero iré a ver a mi hija primero.
—Te espero en el estudio— siguió caminando.
—Subamos a la habitación— le agarré la mano a Daisy, y subimos al cuarto.
La niña estaba dormida, pero cuando Daisy se acercó a la cuna, ella se despertó.
—Hola, princesita— su voz se escuchaba entrecortada, y vi como su rostro se llenó de lágrimas—. Estás tan grande, mi amor.
—Y cada día que pasa se parece más a ti— diciendo esto, Mia se paró en el borde de la cuna y Daisy la sujetó.
—Mamá no se volverá a ir nunca más. Lo siento tanto, pequeña. No sabes cuánto te extrañaba— la acercó a su pecho y Mia estaba balbuceando.
Se veía bastante activa y feliz de ver a Daisy. Le agarraba el pelo en sus pequeñas manos y acercaba su pequeña cabeza a su pecho.
Al verlas tan acarameladas, no pude evitar abrazarlas a las dos. Ellas son todo lo que tengo y debo protegerlas siempre.