—John, ¿ellos no te hicieron nada? Sé que ese tipo de personas son capaces de hacer muchas cosas, con tal de lograr su objetivo— se quedó en silencio, y sonrió.
—No, linda, no hicieron nada. Yo decidí unirme a ellos para ya cuando estuviera dentro, poder ir acabando con cada uno— se levantó de la cama—. ¿Por qué no dejamos de hablar de temas tan problemáticos y pasamos a la acción? — se quitó el traje y fue quitándose los botones de la camisa, así que me levanté de la cama y me acerqué a él.
Su torso tenía varios tatuajes, pero el que más me llamó la atención, fue el que decía el nombre de Mia y el mío; las letras estaban en cursivo y se veía muy lindo.
Acaricié el tatuaje y sonreí.
—Te faltará poner el nombre que le pongamos a nuestro hijo.
—¿Por qué crees que dejé este espacio aquí? — me agarró la mano.
—Pero no tenía que ser tanto espacio.
—Aún podemos tener unos cuantos más, no me quería arriesgar a que no hubiera un espacio para todos los que vamos a tener en un futuro— me ruboricé, y desvié la mirada.
Podía imaginar escuchar eso de cualquiera, excepto de él.
—¿Qué pasa, cosita? ¿No me digas que no has pensado en eso?
—Quedó muy lindo, John. No pensé que te gustaría tanto eso de los tatuajes.
—Me gusta mucho, pero ese del cuello no.
—Ese no lo escogí yo, es la marca que nos identifica como parte de la organización de los Roberts. Algún día quiero que te hagas uno, si es con mi nombre mejor, y te lo harás justo aquí— me agarró el trasero, y sonrió.
—¿Por qué será que imaginé que dirías eso?— reí, y acaricié su torso—. Te ves muy sexy así, pareces un hombre muy malo.
—Tienes suerte en no decir que lo soy, porque yo no soy malo. Soy un hombre bueno, la mala aquí es otra. Mira nada más como me provocas— me quitó el abrigo, y me miró—. Que buenas curvas, perfectas para morir en ellas hoy.
—No hables de morir, te lo he dicho.
—No te enojes o me comeré esa trompita que alzas— me sujetó por la cintura y me dio un solo beso, que me dejó con ganas de más—. Me vas a disculpar, pero hoy no planeo hacerte el amor, linda— puso su mano en mi cuello, sin ejercer fuerza—. Te guardo tantas ganas, que es imposible que pueda controlarme— escuchamos unos gemidos, y John rio—. Oh, ¿Escuchas eso? En la habitación del lado se están divirtiendo. Dale con todo, campeón, se lo merece— soltó John, y reí.
—No puedo creer que sean tan escándalosos. ¿No tienen vergüenza?
—Preciosa, estamos en un Hotel. ¿Crees que vienen a rezar o qué? Además, le haremos competencia, en especial tu— no pude responder, cuando me acorraló a la pared y sonrió—. Déjame oír como lo pides— me ruboricé al escucharlo decir eso.
Los gemidos de esa mujer podían escucharse claramente, y me estuvo muy raro. Cualquiera diría que lo están haciendo intencional.
—No sabía que tenías este tipo de fantasías, cariño. ¿No me digas que eres del tipo que le gusta hacer tríos, orgías y ese tipo de cosas también?
John
—No, eso no me gusta. No me gusta compartir lo que es mío y a ti menos te comparto— la giré y la hice inclinarse contra la pared, con sus dos manos arriba—. No te atrevas a bajarlas.
—Es tan raro escuchar eso, John— dijo, refiriéndose a los gemidos de la perra en celo del lado.
—Ya mismo dejarás de escucharlos, de hecho, solo escucharás los tuyos— bajé mis manos y subí su traje lentamente, mientras acariciaba sus muslos. Siempre están tan suaves y calientes.
—¿Realmente estás excitado con esto?
—¿Dirás que tú no?
—No es eso, es solo que es raro.
—Están disfrutando sin pena— al subir su traje hasta la cintura, me percaté de la lencería roja que tenía puesta.
Se me paró y no hablo precisamente del corazón.
Me acerqué y froté mi erección en su trasero.
—¿Lo sientes? Está palpitando por ti, ya ves que así me tienes. Te gusta jugar mucho con fuego y cuando te quemas, te quejas— me alejé un poco, y preparé mi mano para darle una fuerte nalgada.
Su quejido de sorpresa, me excitó más de lo que estaba. La marca de mi mano se reflejó muy rápido.
—Esa fue para calentar— dije, antes de darle otra en el mismo sitio, un poco más fuerte y gimió.
—John— gimió.
Sus piernas temblaron y no dejaba de quejarse. Vi que trató de sacar la mano de la pared y le di otra más fuerte.
—Creí haberte dicho que no las bajaras; es que eres tan imprudente, que nunca haces caso a lo que te ordeno. Tú misma te ganas los castigos y luego te quejas de eso.
—Lo siento, no lo haré más.
—Entonces ¿No te gusta ser castigada por mi y prefieres dejar de hacerlo, que recibir el castigo?
—Todo lo que venga de ti me gusta.
—¿Todo?
—Sí, todo— suspiré, por todas esas suciedades que por mi mente pasaron.
Le di otra nalgada, pero en la que faltaba. Quería que estuvieran iguales, y que la otra no cogiera celos. Mis manos se veían claramente y eso me tenía encendido.
—No sé si sea por el tiempo que tenía sin verte, pero se te ve más grande el trasero— bajé el cierre de mi pantalón y dejé visible mi erección, no podía soportar más la incomodidad.
Moví a un lado su ropa interior y coloqué mi pene entre medio de su entrepierna, buscando la forma de tener contacto con su parte baja, la cual estaba bastante húmeda.
—No hace falta lubricación, si estás más que lubricada, cosita. Cierra tus piernas y quédate inclinada.
Daisy hizo lo que le dije y me quejé al sentir lo apretado que estaba. Me moví lentamente y esa sensación de calor y humedad, me provocó un escalofrío. Sus labios estaban muy húmedos y podía sentirlos y frotarlos como quería.
Al escucharla quejándose y arañando la pared, presioné sus caderas hacia mí, acelerando un poco más mis movimientos.
—¿Cómo se siente, linda?
—Es increíble, está muy caliente— dijo jadeante.
Busqué quitarle el traje completamente, sin que dejara la postura que tenía. Quería contemplarla, luego de esto, no sé cuándo pueda volverla a ver. Sé que me sentiré desesperado para tenerla conmigo, así como he estado durante estos meses.
Le quité el sostén, dejándola solo en ropa interior y tacones. Mientras continuaba fingiendo penetrarla, me acerqué a su espalda y la besé; pude percibir ese temblor que provocó en su cuerpo y lo encontré fascinante.
Agarré sus dos senos y mientras los masajeaba, apretaba sus pezones. Sus jadeos eran más constantes. Se ha vuelto más sensible de lo que pensé.
—Quiero sentirte, John— no esperaba que se volviera tan honesta, creo que al igual que yo, extrañaba esto.
De esa niña inocente y tímida, al parecer ya no queda nada. Me gusta más esta faceta perversa de ella.
—Voy a compensarte por tu honestidad, aunque debería torturarte un poco más.
Le quité la ropa interior y la hice colocarse de lado, luego alcé su pierna acomodándome entre medio.
—¿No te estoy lastimando? — ella me miró, y sonrió.
—¿Papá está preocupado? — rio—. Estoy bien, cielo.
Puso las manos contra la pared y rocé mi erección en su entrada. Su entrepierna estaba bastante húmeda, solo con esto lo estaba sintiendo.
Al penetrarla, ella soltó un gemido fuerte y yo no pude evitar quejarme. A pesar de su humedad, estaba algo ajustada; cualquiera diría que ni se tocaba mientras yo no estaba.
Me moví rápido ante esa sensación tan placentera que sentía. Extrañaba tanto su cuerpo y su interior.
—John— gemía en cada estocada que le daba.
Con mi otra mano agarré su cuello y la besé; fue inevitable. Ver esos labios carnosos y suaves gimiendo mi nombre, era imposible no desear adueñarme de ellos.
—Gime más fuerte, permite que escuchen tu perversa voz y sepan que lo estás disfrutando.
La presioné más contra la pared, haciendo que estuviera de frente a mi, con la pierna aún levantada y evitando que tuviera escapatoria. Sus gemidos fueron más fuertes y constantes.
Aceleré mis movimientos y apretó mis hombros.
—Quiero más, John— gimió.
Ella se veía fuera de sí, nunca la había visto así. Eso me sacó de control, y más porque estaba luchando con controlarme, aunque sea un poco. El autocontrol como siempre, se había ido a la mierda.
—Sujétate bien de mi, preciosa.
Ella se aferró a mi cuello y la alcé en el aire, pegándola firme a la pared. Quería asegurarme de que no se saliera del todo y de agarrarla como se debe. No pensé que podría llegar tan profundo así, quizás era porque su espalda estaba pegada a la pared y sus piernas estaban alrededor de mi. Las otras veces la sujetaba en el aire, de haber sabido que así iba a provocar más en ella, lo hubiera hecho más a menudo. Lo hacía más rápido y profundo, al ver su expresión, no había forma de que me detuviera.
—¿Ahora quieres más, cosita? ¿Qué hay con esa expresión? ¿Acaso ahora no puedes soportarlo? — arañaba mi espalda, y gemía más fuerte.
Sentir sus uñas enterradas en mi, definitivamente me encendía mucho.
—Estás muy fuerte, ¿Has estado haciendo ejercicio, John?
—No, solo con la mano y tú recuerdo.
Ella sonrió y se acercó a mí cuello. Al sentir cuando me mordió suavemente, provocó de nuevo ese escalofrío y un hormigueo en la punta. Agarró la cadena que tenía en mi cuello y la haló.
—No deberías hacer eso, linda.
—¿Por qué? ¿Se romperá? — sonrió.
—No, mamita, la que se romperá es otra— ambos sonreímos, y ella cerró los ojos, mientras continuaba quejándose.
Pude percibir que su interior de alguna manera se ajustó más y su cuerpo no dejaba de temblar.
La sujeté firmemente y la llevé a la cama, quería ayudarla a que pudiera tocar al cielo. Estoy seguro que está a punto de hacerlo, puedo percibirlo.
Me subí sobre ella y alcé su pierna, colocándola en mi hombro y acomodándome entre ella.
Al penetrarla, gimió y tembló. Traté de alcanzar sus manos y las presioné contra la cama, mientras continuaba penetrándola.
Estuve así por unos instantes, hasta que escuché su respiración más agitada y sus gemidos se volvieron nuevamente constantes.
—John, espera— trató de soltarse, y reí.
—¿Tanto te gusta recibir a tu esposo? Estás apretándome, preciosa. Eres una pervertida y luego hablas de mi. Hazle entender a tu hombre, cuanto lo echaste de menos y cuán feliz estás de tenerme profundamente dentro de ti— sonreí, y noté su vergüenza.
Quise darle una mejor ayudita y me moví en forma circular dentro de ella, se sentía increíble poder alcanzar cada parte de su interior. Sentí una presión que emergió de ella y esa sensación fue demasiado increíble.
Entre fatiga, jadeos y temblores, se mantuvo unos instantes así, y sonreí.
—Eres muy cruel— soltó entre jadeos.
—Todavía no termino y lo sabes, aún falta que te vengas mucho más para tu amado esposo— me continúe moviendo, y ella se quejó.
—Espera, no puedo con ese hormigueo.
—¿Y eso qué? Es parte de sentir placer. Ruega todo lo que quieras, no voy a detenerme ahora. ¿Me provocaste? Ahora te aguantas. ¿No dijiste que querías más, cosita? Te daré más, mucho más— sonreí.