Subí a la habitación y la vi dormida con todo y ropa, debe estar muy cansada. La dejé tranquila, me bañé y bajé al estudio a buscar otro teléfono y ponerle una nueva tarjeta. Busqué información de lugares a dónde podría llevarla. Entre las opciones que tenía, decidí a Londres. Entre más lejos mejor, así tendrían que pasar más trabajo para buscarnos. Empezar de cero en otro país, será algo complicado al principio, pero sé que valdrá la pena. Necesito documentación y todo eso.
Me quedé por unas horas haciendo todas las llamadas pertinentes. En dos días me enviaran los documentos necesarios. Luego de terminar todo lo que tenía que hacer, subí a la habitación y escuché el llanto de Daisy. Al abrir la puerta, la vi llorando y al verme se levantó de la cama para abrazarme.
—¿Y a ti qué te sucede? —no respondió, solo se quedó apretándome fuerte—. Ven, vamos a la cama—la hice caminar hasta la cama y la acosté, para luego acostarme yo.
—No quiero que te pase nada, John.
—¿Y por qué crees que va a pasarme algo?
—Tuve una pesadilla.
—No va a pasarme nada. Tú misma lo dijiste, fue una pesadilla, solo eso. No puedo dejarte a ti y al bebé, ahora tengo dos motivos para mantenerme respirando.
—Aún así esas personas son muy malas y pueden hacerte algo.
—Estás muy sentimental, cosita. Ya seca esas lágrimas—sequé sus lágrimas—. Ya te dije que no va a pasar nada, estaremos bien los tres, ¿De acuerdo? En dos días nos iremos a Londres. Me enviaran nuestros nuevos documentos, para así estar en ley y que nadie nos encuentre.
—¿Cuánta probabilidad hay de que nos encuentren?
—Muy poca. Si nos encuentran, tendrán que pasar trabajo viajando. Será un viaje bastante largo.
—¿Por qué haces que suene como algo bueno?
—Porque tendremos aproximadamente 8 horas volando tú y yo. ¿No te gustaría echar un polvo o varios, en los aires? Algo así como polvitos viajeros— reí.
—¿Has estado pensando en eso, pervertido?
—Claro, ¿Qué culpa tengo de que te me antojes tanto, cosita? — me subí sobre ella y besé su cuello.
—John— gimió.
—Ya sé que tienes sueño, pero déjame deleitarme con tu rico y dulce olor por unos segundos.
—No sabía que estabas tan activo.
—Me dejaste a mitad en el restaurante, ¿Lo olvidas? — mordí suavemente su hombro y gimió.
—Eso da cosquillas.
—¿Qué me hiciste? Me tienes loco.
Besé su cuello y subí dando suave y delicados besos hasta llegar a su barbilla, y la mordí suavemente. Ella llevó su mano a mi mejilla y me besó.
—Te amo, John— musitó.
Iba a bajar a su cuello para deleitarme un poco más, pero ella acercó su boca al mío, y al sentir sus labios en el, me provocó un ligero escalofrío, que se concentró en mi parte baja. Me salí de encima de ella y me abaniqué con la mano.
—¿Qué ocurre, John?
—Vamos a dormir, tienes que descansar.
—¿Por qué te pones así por un beso en el cuello? ¿No te gustó?
—No estoy acostumbrado.
—Eres como un niño. ¿Se sintió mal?
—No, claro que no. ¿Cómo podría sentirse mal?
—Estás muy caliente, John. ¿Así que solo con un beso en el cuello, puede causar tanto y ponerte así?—lo apretó y tapé la mitad de mi cara.
—Ya deja eso y duérmete, Daisy.
—¿Cómo puedo dormir cuando mi novio está así?
—Aún no me acostumbro a ese término.
—¿Prefieres que te llame mi hombre o prefieres mi esposo?
—Todavía no soy tu esposo. Una cosa primero, mujer.
—Lo serás. Ya quiero ver el día que digas: ¿Quieres ser mi esposa, amor de mi vida? — rió.
—Aún estás dormida—le tapé los ojos y la hice acostarse.
Daisy sonrió.
—¿Lo haces para evitar que te vea avergonzado?
—¿Por qué voy a estar avergonzado por una cosa como esa?
—Porque eres como un niño— me quitó la mano de su rostro y me miró—, y uno bien orgulloso. Dijiste que no sentías nada por mí, y luego dijiste que me amabas, que no puedes estar sin tu cosita.
—Yo nunca dije eso.
—Bueno, pues me buscaré alguien más que si lo haga. Kwan lo más probable sea una buena opción— al escuchar semejante cosa, me subí sobre ella y le sujeté ambas manos contra la cama.
—¿Crees que permitiría eso? Eres una insolente. ¿Cómo te atreves a mencionar a ese idiota en nuestra cama?
—Entonces admítelo.
—No tengo que decir esa tontería.
—Pues no lo digas—giró su rostro y frunció el ceño.
—Eres tan manipuladora.
—Y tú eres muy cruel. ¿Qué te cuesta decirlo?
—No me cuesta.
—Si te cuesta, pero ya no digas nada.
—¿No ves que me vuelvo un ocho si no estoy con mi cosita?
—Ya no quiero escucharlo. Eres un orgulloso.
—Eres muy complicada, niña. ¿Con que te lo diga una vez no es suficiente?
—No.
—Mírame.
—No quiero verte.
—Ah, ¿No quieres verme?
Me acerqué a su oreja y la mordí suavemente.
—Te amo, cosita, aunque seas tan enojona— susurré.
—Hasta que vences el miedo, John— me miró y sonrió —. Me gusta que me lo digas, aunque para ti suene muy cursi, significa mucho para mí. Eres honesto para algunas cosas, pero para otras no. Me gustaría que te abrieras un poco más a mi, pero esperaré hasta que lo hagas por tu cuenta.
—Vamos a dormir, necesito que descanses bien.
—Está bien.
Me quité de encima de ella y me acosté, Daisy se acomodó en mi brazo y la miré.
—No te molesta, ¿o si?
—No. Descansa.
—Tú también— se acomodó y cerró sus ojos.
La miré y suspiré. Aún no me acostumbro a decirle eso como quisiera. No sé porqué es tan incómodo hacerlo. El problema soy yo, porque soy un inútil y un cobarde.