—Veamos, ¿Con quién debemos comenzar?
—Hago lo que quieras, pero a ellas no las toques. ¡Déjalas ir, por favor! Hazme lo que quieras a mí, yo fui quién cometió el error, John.
—¿Pensaste en ellas antes de vender mi cabeza? Más que nadie conoces como son las reglas, y pasaste por encima de ellas. Te las mencioné muchas veces, y te advertí lo que haría si me traicionabas. El que no escucha consejos, no llega a viejo.
—Me equivoqué, John. Perdónale la vida a ellas.
—Llévenlo a la esquina — le ordené a uno de mis hombres.
—Escúchame, por favor— lo llevaron arrastrado a un lado de la cabaña y lo mantuvieron de rodillas. Me acerqué a su esposa y la tiré contra el suelo.
—No le hagas nada a mi mamá, por favor— me rogó su hija con lágrimas en sus ojos.
—¿Quieres cambiar con ella? De igual manera ambas van a experimentar lo mismo, solo que una antes que la otra— sonreí.
—¿Cómo puede ser tan cruel?
—Me acuerdas a alguien, esa misma pregunta la hizo una vez. Empecemos contigo entonces — caminé hacia ella y me agaché.
—¡No te acerques a mi hija! Hazme lo que quieras a mí, pero no a ella. Es una niña.
—¿Niña? Tiene 19 años, es toda una mujer. Mira nada más ese cuerpo que tiene— le agarré ambos senos y la empujé contra el suelo.
—¡Suéltala, John! — gritó Keny.
No se me antoja, ni siquiera me excita verla. ¿Será que los años me están cayendo encima? ¿Desdé cuándo tengo este tipo de problemas? Froté sus senos y soltó un suave gemido, que me hizo mirarla.
—¿Qué tenemos aquí? ¿Estás disfrutando de esto, niña?— me miró asustada y sacudió su cabeza—. Dedícale una sonrisa a tu padre— sujeté su mentón y giré su cabeza hacia Keny—. Dile que lo estás disfrutando, que disfrutas de que un desconocido te esté tocando frente a él y tu madre. ¡Dilo!
—¡No es cierto!— gritó.
—Eres una sucia, y de las peores. ¿Qué tipo de perrita han criado? — miré a Keny, y acerqué el cuchillo a su cara.
—No hagas nada, John, te lo ruego — gritó desesperado.
—¡Detente, por favor!— me pidió la niña. Acaricié con la cuchilla su mejilla y giró su rostro, sus manos estaban atadas a su espalda, así que le era imposible evitar que hiciera algo. Me detuve donde le hicieron la cortada a Daisy.
—Fue justo aquí — pasé lentamente el cuchillo y al estar afilado, no tenía que hacerlo tan rápido. Giró su rostro por el dolor y se cortó ella misma sin querer—. Pero que mujer tan estúpida eres, si tanto querías que cortara más, me lo hubieras dicho — agarré su rostro y corté más profundo su mejilla, la sangre no me dejaba ver cuán profundo fue y los gritos tanto de ella, como de sus padres, me estaban colmando la paciencia—. Duele, ¿Verdad? — la sangre se acumuló en su ojo y ella no dejaba de gritar.
Me levanté y caminé hacia su madre. Odio el alboroto, así que me agaché y puse mi mano en su cuello, para luego acercar la cuchilla a su rostro.
—No seré tan cruel contigo, así que espero no te muevas o será peor para ti.
Keny estaba forcejeando para soltarse, pero mis hombres lo tenían bien sujetado. Hice lo mismo en su mejilla y le daba golpes con sus piernas al suelo, sus gritos eran desesperantes. Últimamente estoy muy sensible con eso. Antes disfrutaba de escuchar a mis enemigos llorar y suplicar, pero últimamente lo encuentro tan aburrido y desesperante. Me detuve y me levanté del suelo, busqué mi arma y le apunté a su esposa.
—¡No lo hagas, John!
—¿Y quién te dijo que la mataría? Te dije que iba a ser ojo por ojo, diente por diente. ¿No lo has comprendido? — le apunté a su pierna y le disparé, caminé hacia la hija e hice lo mismo. Sus gritos fueron más fuertes y constantes, Keny no dejaba de insultarme y de llorar. Ni siquiera la mocosa lloró por haber recibido un balazo, y estas dos parecían Magdalenas. Debo hacer todo rápido, porque no van a tardar en morir desangradas. El piso se había teñido de su sangre a una velocidad increíble.
Mi teléfono sonó en ese instante y antes de responder, miré a mis hombres.
—Ya saben que hacer con las chicas, y a él le hacen lo mismo también. Pueden hacer lo que quieran con ellas, pero a él me lo dejan vivo.
—Sí, señor.
Salí a responder la llamada.
—¿Qué sucede, Alfred?
—Disculpe por molestarlo, pero es su señora.
—No la llames mi señora, pendejo. ¿Qué hizo ahora?
—Ella no ha hecho nada, pero está con una fiebre alta.
—¿Tengo cara de doctor?
—No sea tan cruel. No hay medicinas en la casa para la fiebre y no puedo dejarla sola. Le preparé un té y le he puesto paños fríos, pero no le ha bajado. ¿Qué hago, señor? ¿Llamo al médico?
—No, no creo que haya necesidad de eso. Dame 20 minutos y paso por la farmacia.
—Ella no quería que lo llamara, pero no tuve de otra.
—Siempre es igual de necia. Dile que se dé un baño con agua bien fría, y tan pronto termine de solucionar mis asuntos, salgo para la casa.
—Como ordene, señor— colgué la llamada.
Entré a la cabaña y estaban divirtiéndose con las chicas, miré mi reloj y el tiempo estaba pasando muy rápido.
—Cuando terminen con ellas, a este me lo cortan en pedacitos y sin lástima. Luego quemen todo y cuando digo todo, es todo — me agaché frente a Keny y agarré su pelo bruscamente—. Espero esto te sirva de experiencia para no volver a cometer el mismo error en tu otra vida. Te metiste con la persona equivocada. Si te hubieras quedado de mi lado, nada de esto estaría ocurriendo. Que te quede bien claro, que el infierno que están viviendo ellas, es tu culpa. Las malas decisiones tienen sus consecuencias, y debes haber aprendido de eso hoy. Hubiera querido ser yo quien te cortara en trocitos lentamente, y que pudieras apreciar como las partes de tu cuerpo se iban restando, pero tengo algo importante que hacer y no podré atenderte cómo quisiera, siempre me cortan la diversión. Es una lastima.
—¡Te odio, Alma! Vas a tener tu merecido algún día y vas arrepentirte de todo lo que has hecho. De mí te vas acordar, te lo juro.
—No recuerdo a los vivos, mucho menos recordaré a los muertos — cogí el cuchillo y lo enterré en su pierna, escuchar su grito sin duda me hizo sentir satisfacción—. Ese fue un premio por la casa y por mi mujer— reí—. Se reportan cuando terminen con todo.
—Sí, señor.
Miré por última vez a Keny y reí antes de salir de la cabaña. Cada quien cosecha lo que siembra, y estoy conciente que algún me tocará mi castigo, y estoy preparado para ello, pero mientras pueda evitarlo, lo seguiré haciendo. Tengo un gran motivo para aún quedarme.