Todos los seres humanos, pensaba Nur, informaban de que el tiempo les parecía pasar mucho más lentamente cuando eran niños. El tiempo se aceleraba un poco cuando alcanzaban la prejuventud, iba un poco más aprisa cuando llegaban a la juventud, y apretaba el paso aún más cuando se convertían en unos jóvenes adultos. Cuando alcanzabas los sesenta años, lo que había sido un suave y lento curso de agua, un amplio río fluyendo mansamente cuando eras joven, se convertía en un estrecho y rugiente canal. A los setenta años, era una corta cascada en la que el tiempo se precipitaba. A los ochenta, era una profunda catarata montañosa, en la que el agua, el propio tiempo, desaparecía rugiendo sobre el borde de la vida, que estaba cerca de los pies de uno, un precipicio por el que el tiempo se precipitaba como si estuviera ansioso de destruirse a sí mismo. Y a ti también.
Si eras un hombre o una mujer viejo, con noventa años de edad, y mirabas hacia atrás, la infancia parecía ser una larga, larga carretera dirigiéndose hacia un inimaginablemente distante horizonte. Pero los últimos cuarenta años... qué cortos habían sido, qué rápidos.
Luego morías, y te despertabas en una orilla del Río, y tu cuerpo era el mismo que habías tenido a los veinticinco años, excepto que todos los defectos físicos que te aquejaban entonces habían sido reparados. Entonces podías ver que, siendo joven de nuevo, eras capaz de experimentar el tiempo como un curso de agua cuya velocidad había sido frenada. La infancia no resultaba algo tan remoto en tu memoria, ni te parecía tan larga como lo había sido antes de que volvieras a tener de nuevo veinticinco años.
No era así. El joven cuerpo albergaba un cerebro joven en tejidos pero viejo en memoria y experiencias. Si tenías ochenta años cuando moriste en la Tierra y habías vivido cuarenta años en el Mundo del Río, y por lo tanto tenías en realidad ciento veinte años de edad, entonces el tiempo se convertía en una serie de rápidos. Te arrastraba consigo, tiraba de ti y te empujaba. Sigue adelante, sigue adelante, decía. No hay descanso para ti. No tienes tiempo. No hay descanso para mí tampoco.
El cuerpo vivo de Nur había existido durante ciento sesenta y un años. Y así, cuando miró hacia atrás a su infancia, la vio como algo lejano extendiéndose interminablemente. Cuanto más viejo se hacía, más larga le parecía la infancia. Si tuviera que vivir mil años, hubiera pensado que la infancia había durado setecientos años; su edad adulta, doscientos; su madurez, cincuenta y nueve; tiempo desde entonces, un año.
Sus compañeros habían mencionado este fenómeno de tanto en tanto, pero no se habían extendido al respecto. Solamente él, por lo que sabía, había meditado sobre el asunto. Le sorprendió cuando Frigate mencionó que llevaban allí tan sólo unos pocos meses. En realidad, habían transcurrido casi siete meses. Burton había trabajado en la construcción de su mundo privado unas pocas semanas. O eso decía. En realidad, le había llevado dos meses.
Lo que hacía más fácil para todos ellos para él también el ser inconscientes del paso del tiempo era que ya no miraban el calendario. Podían pedirle a la Computadora que les mostrara el mes y el día en la pared cada mañana, pero allí, donde el tiempo no significaba más de lo que había significado para los comedores de lotos de Hornero, habían prescindido de hacerlo. Hubieran debido sentirse impresionados cuando Turpin les anunció que estaba celebrando la Navidad, pero no tenían ningún punto de referencia a través del cual medir el paso del tiempo.
Fue esta incapacidad de observar el paso del tiempo, aquella actitud del super- mañana-será-otro-día, lo que hizo que dejaran de lado algo que se habían sentido ansiosos de hacer poco después de llegar allí. Es decir, la resurrección de aquellos camaradas que habían muerto mientras intentaban alcanzar la torre. Joe Miller el titántropo, Loghu, Kazz el neanderthal, Tom Mix, Umslopogaas, John Johnston, y muchos otros. Todos ellos se habían ganado el derecho de ser traídos a la torre, y los ocho que lo habían conseguido tenían intención de hacerlo. Hablaban de ello de tanto en tanto, pensaban en ello no tan a menudo. De algún modo, por distintas razones, fueron aplazándolo.
Nur no podía disculparse a sí mismo por haberse dejado arrastrar con ellos por la corriente del tiempo. El también había dejado de lado aquella importante tarea. Era cierto que había estado aún más atareado que los demás en diversos proyectos de investigación, pero no tomaría más de media hora a la Computadora el localizarlos si podían ser localizados, y unos pocos minutos el hacer los arreglos necesarios para resucitarlos.
Si vivías un millón de años, ¿parecería tu infancia haber durado setecientos cincuenta mil años? ¿Y te hubieran parecido los últimos doscientos cincuenta años tan sólo un siglo? ¿Podía la mente jugar ese tipo de truco gigantesco?
El tiempo, considerado objetivamente, fluía siempre a la misma velocidad. Una máquina observando día a día las actividades de la gente del Valle del Río la vería como disponiendo cada jornada de la misma cantidad de tiempo para hacer lo que estuvieran haciendo. Pero, en el interior de esa gente, ¿no se habría acelerado el tiempo? ¿Y no estarían haciendo menos y menos cada día? Quizá no en las acciones físicas externas tales como tomar el desayuno, bañarse, hacer ejercicio y cosas así. ¿Pero y los procesos mentales y emocionales? ¿Serían más lentos? ¿Acaso el proceso de cambiar ellos mismos a mejor, la ostensible finalidad establecida por los Éticos, no se retrasaría también? Si eso era así, los Éticos hubieran debido darles más que un centenar de años para alcanzar la proximidad a la perfección moral y espiritual necesaria para Seguir Adelante.
Había, de todos modos, una innegable razón realista por la cual un centenar de años era el límite para aquel grupo de gente. La energía necesaria para llenar los cilindros, para mantener en funcionamiento la torre y para resucitar a los muertos, derivaba del calor del núcleo fundido de ferroníquel de aquel planeta. La energía disponible era enorme, pero también lo era su consumo. Los Éticos debían haber calculado que un
centenar de años para aquel grupo, gente que había vivido desde el 100.000 A.C. hasta el
1983 D.C., y un centenar de años para el siguiente grupo, aquellos que habían vivido después del 1983 D.C., consumiría la mayor parte de la energía almacenada. Con todo el calor que extraían los conversores termiónicos, doscientos años de sangría enfriarían lo suficiente el núcleo del planeta hasta el punto de que no pudiera seguir proporcionando la energía que se le exigía.
Loga, el Etico, nunca había mencionado aquella limitación de energía. Debía haberla conocido, sin embargo, y le debía haber causado angustia y culpabilidad. Nur, pensando en aquello, le había pedido a la Computadora que le proporcionara las computaciones de la energía necesaria para los dos proyectos. Y la respuesta había sido la que Nur esperaba. Si, incluso el núcleo de aquel planeta, ligeramente más grande que el de la, Tierra, perdería su incandescencia blanca y se volvería rojo y perdería su brillo al cabo de un par de siglos.
Los padres, familiares y primos de Loga estaban todavía en el Valle del Río. Cada uno de ellos había resultado muerto al menos una vez, y ninguno había Seguido Adelante. Loga había interferido con el proyecto y se había desembarazado de sus compañeros Éticos y de los Agentes Éticos a fin de que los miembros de su familia pudieran vivir el tiempo suficiente que necesitaban, y consiguieran así, esperaba Loga, alcanzar el nivel que les permitiera Seguir Adelante.
Eso no significaba, sin embargo, que aquel proyecto, el primero, tuviera que continuar necesariamente cuando hubiera transcurrido el centenar de años. Podía salvar a sus seres queridos asegurándose de que sus grabaciones corporales no fueran borradas y sus wathans liberados para que flotaran libres durante tanto tiempo como existiera el universo, o quizá más. Podía terminar entonces con el primer grupo y empezar con el segundo a su debido tiempo. La ligera desviación en el procedimiento sería que su familia seguiría viviendo en el Valle. Pasarían a formar parte del siguiente grupo, y obtendrían así un siglo extra de gracia.
Si las cosas eran así, ¿por qué Loga no lo había arreglado simplemente todo de modo que la Computadora no informara de que había algunas personas que se había dispuesto que siguieran viviendo al término del plazo? Loga hubiera sido capaz de hacer algo así, ya que la Computadora había actuado ilegalmente en asuntos mucho más evidentes.
Era probable que Loga no deseara correr el riesgo de ser atrapado por un asunto tan trivial... no tan trivial, desde su punto de vista. Tenía que asegurarse un control completo, aunque el intentarlo incrementara mucho los riesgos. Sabía que un año o dos antes del final de su proyecto llegaría una nave procedente del Mundo Jardín. Traería consigo una tripulación de Éticos y las grabaciones corporales de la gente para el segundo proyecto. Loga tenía que asegurarse de que los recién llegados no interfirieran con él. Había arreglado las cosas de modo que los recién llegados fueran atrapados o muertos cuando salieran sin sospechar nada de la nave en el hangar.
Desgraciadamente, alguien había conseguido llegar hasta Loga, lo había matado, y había borrado su grabación corporal.
Todas las evidencias señalaban hacia la mujer mongola que había sido muerta por Nur. Pero Nur tenía muy pocas evidencias respecto a ella. No tenía ni la menor idea de cómo había conseguido llegar hasta el interior de la torre, cuál era su papel o cuál se suponía que debía ser, o incluso si no estaría aún escondida en algún lugar de la torre.
Se suponía que Nur y sus compañeros tenían que haber seguido trabajando en aquel misterio hasta resolverlo. Sin embargo, todo el mundo excepto él parecía haberlo olvidado. Estaban demasiado ocupados con el poder y los placeres que la torre les proporcionaba. Indudablemente, tenían intención de resolver el enigma, pero no tenían ni la menor idea de cuánto tiempo había pasado.
Nur se preguntó si serviría de algo recordarles aquella negligencia. No había llegado a ninguna parte en sus esfuerzos por aclarar las cosas vía Computadora. ¿Por qué deberían ellos conseguir algo más?
Sin embargo, había sido Alice Hargreaves quien había pensado en la forma de engañar a la Computadora poco después de que alcanzaran el interior del laberinto mágico, la torre que era a la vez la Computadora. No él, Nur, no ninguno de los otros. Simplemente observándolos, sin embargo, se daba cuenta de que ellos no pensaban que resolver el misterio fuera algo urgente. De hecho, nada les parecía urgente ahora excepto gozar de los tesoros de la Computadora. Y tampoco tenían demasiada prisa en conseguirlos todos.
Estaban equivocados pensando aquello. Nur podía ver que se les acercaba otra crisis a pasos agigantados. Li Po la había desencadenado cuando había resucitado a gente sin pensar demasiado en los efectos. Turpin había resucitado luego a muchos de los que había conocido en la Tierra y a algunos que había conocido en el Valle. Esos, a su vez habían resucitado a aquellos que deseaban tener consigo. Y así sucesivamente. Turpinville estaba ya atestada; Turpin estaba empezando a expulsar a algunos de los últimos recién llegados. A ellos no les importaba; lo único que tenían que hacer era trasladarse a uno de los mundos desocupados o a alguna de las suites de apartamentos. Y allí seguirían repoblando.
La mayor parte de la gente traída hasta allí jamás había oído hablar de computadoras, ni siquiera aquellas primitivas y limitadas de la tecnología de la Tierra. Aquí eran presentados a una máquina que hacía de ellos, en un cierto sentido, semidioses. Pero, siendo humanos, muchos de ellos iban a utilizar mal su poder, por accidente o a propósito. Williams, por ejemplo, había resucitado a aquellos relacionados con los asesinatos del Destripador simplemente como un chiste más bien de mal gusto. Nur no podía ver que hubiera ningún daño en ello, excepto que Netley podía abusar de su poder. Los otros parecían ser gente decente. Gull había nacido de nuevo, como lo describiría la curiosa fraseología cristiana, y las tres mujeres no eran ni retorcidas ni ansiosas de poder. Los hombres a los que habían resucitado para que fueran sus compañeros podían ser otro asunto, sin embargo. Y muchos de aquellos llevados a Turpinville no habían cambiado mucho desde sus tiempos en la Tierra. Una ciudad llena de los que en la Tierra habían sido alcahuetes, prostitutas, traficantes de drogas, matones y asesinos podía albergar mucho peligro. Especialmente cuando todos ellos podían operar la Computadora.
Lo que Nur había intentado para impresionar a sus compañeros pero había fracasado era hacerles comprender la idea de que la Computadora era como un genio soltado de su botella o un espíritu maligno que se había visto libre de las restricciones del Sello de Salomón. O, como había dicho Frigate, como un monstruo de Frankenstein con una tarjeta de crédito ilimitado. Una persona utilizando esos poderes podía descubrir de pronto que otra persona estaba utilizándolos contra él o ella. Las potencialidades totales de la Computadora seguían siendo desconocidas. Para utilizarlas con seguridad, uno tenía que aprender primero todo lo que podía hacer, y eso podía tomar un largo, largo tiempo.
Por ejemplo, Burton, mientras observaba a los protagonistas del caso del Destripador, no había tenido en cuenta que él también estaba siendo observado mientras observaba. Si hubiera previsto las posibilidades, hubiera ordenado una inhibición para que nadie pudiera espiarle. Ahora que sabía que podía hacerlo, había ordenado a la Computadora que asegurara su intimidad mientras la estaba operando. Pero ya era tarde para ello. Cinco personas, una de las cuales, Netley, podía ser un peligro para todos los demás, habían sido resucitadas. Más aún, si Williams hubiera pensado en ello, hubiera podido decirle a la Computadora que prescindiera de las instrucciones de intimidad de Burton y no hablarle a Burton de nada de ello.
Aquel que llegaba primero a la Computadora podía pasar por encima de aquellos que llegaran luego.
Sólo uno que se hubiera aprendido la lista de todo lo que la Computadora podía hacer podía protegerse a sí mismo. Y a los demás. Incluso entonces, sin embargo, podía ser demasiado tarde. Otro podía haber establecido ya una serie de órdenes que le proporcionaran una batería de canales de control que se había asegurado de que le fueran negados a los otros.
Nur tenía intención de examinar atentamente la lista de potencialidades, aprendérsela de memoria, y luego tomar las medidas pertinentes para que la Computadora negara su control a cualquier otro que pudiera utilizar mal algunos de los poderes. Eso, por supuesto, le iba a proporcionar un poder mucho mayor que cualquier otra persona en la torre. Pero sabía que no iba a utilizarlo para propósitos que no fueran justos.
Por el momento, sin embargo, tenía otras cosas que hacer. Las horas diarias de trabajo que se había establecido habían terminado. Ahora debía ir a comer con la mujer que había resucitado, su esposa en la Tierra, una mujer a la que no había visto mucho allí porque había estado viajando constantemente en su búsqueda del conocimiento y la Verdad. Le debía mucho, y ahora podía pagárselo.