Su investigación sobre el asunto del Destripador estaba completa; el misterio, resuelto. Ahora podía acudir a tomar posesión de su mundo particular, pero, por alguna insondable razón, seguía reluctante a hacerlo. Sin embargo, no podía seguir retrasando su traslado. Le irritaba oponerse inconscientemente a sí mismo; tenía que decidirse.
Antes de ir, sin embargo, consideró lo que había estado viviendo, indirectamente, durante aquellas últimas dos semanas. Se sentía sacudido e impresionado, especialmente por el mundo que había visto a través de los ojos de las prostitutas. Había presenciado muchos hechos salvajes y espantosos y mucha injusticia y opresión, pero nada podía compararse al inhumano y espeluznante hecho que era el East End de Londres en los años 1880. En aquella relativamente pequeña zona se hallaban hacinadas ochocientas mil personas, hambrientas la mayor parte del tiempo, comiendo bazofia y felices de poder hacerlo, borrachas si podían permitírselo y a menudo aunque no pudieran permitírselo, viviendo en pequeñas y sucias habitaciones con paredes desconchadas rezumando humedad y llenas de bichos, crueles las unas con las otras, ignorantes, supersticiosas y, lo peor de todo, impotentes.
Burton sabía que las vidas de los habitantes del East End habían sido desdichadas, pero hasta que no había vivido allí, aunque fuera por persona interpuesta, no se había sentido enfermo y lleno de culpabilidad por la simple existencia de aquel agujero infernal. Lleno de culpabilidad porque ahora comprendía que él y todos los demás que habían ignorado aquello eran los responsables.
Desde un cierto punto de vista, pervertido pero sin embargo válido, el Destripador había cometido un acto de caridad cuando había librado a aquellas hambrientas, demacradas, enfermas e impotentes prostitutas de su profunda miseria.
También, sin quererlo, había forzado a la Inglaterra de fuera del East End a contemplar aquel infierno del que habían apartado sus ojos. El resultado había sido un gran grito pidiendo su transformación, y muchos edificios habían sido derribados para crear un poco
más de espacio para mejores alojamientos. Pero a su debido tiempo la pobreza y el dolor habían vuelto a su anterior nivel nunca habían descendido demasiado, y el East End había vuelto a ser olvidado por aquellos que no tenían que vivir en él.
Frigate, cuando Burton le contó los resultados de su investigación, se sintió intrigado.
Lo que deberías hacer sería rastrear a esos señores propietarios que no vivían allí y que ganaron su buen dinero con esa horrible pobreza de la que se despreocupaban dijo.
Eso es marxismo dijo Burlón.
Yo desprecié la práctica del comunismo, pero tenía algunos grandes ideales dijo Frigate. También desprecié la práctica del capitalismo, algunos de sus aspectos al menos.
Pero tenía sus ideales dijo Burton.
Había mirado a Frigate y luego se había echado a reír.
¿Existe algún sistema socio-económico-político que haya llegado alguna vez a algún lugar cerca de sus ideales? ¿Acaso no los había visto a todos corromperse?
Por supuesto. De modo que... los corruptores deberían ser castigados. Nur el-Musafir había señalado algo que sabían pero que habían ignorado.
No se trata de lo que ellos... nosotros... hicimos en la Tierra. Lo que importa es lo que hacemos ahora. Si el corruptor y el corrompido han cambiado a mejor, entonces deberían ser tan recompensados como aquellos que siempre han sido virtuosos. Ahora, dejadme definir lo que es la virtud y lo que son los virtuosos... Sonrió.
»No, creo que no. Estáis cansados del sabio de la torre, como a veces me llamáis. Mis verdades os hacen sentir inquietos, aunque en el fondo estéis de acuerdo conmigo.
Acerca de este asunto de preguntarnos a quienes resucitar para que sean nuestros compañeros dijo Frigate. Toma a Cleopatra, por ejemplo. A ti y a mí nos gustaría verla en carne y huesos y oír su historia, descubrir la verdad de lo que ocurrió entonces. Pero a ella le gustaba clavar afiladas agujas en los pechos de sus esclavas, y podía gozar viéndolas gritar y retorcerse. Shakespeare ignoraba eso cuando escribió Marco Antonio y Cleopatra. Lo mismo le pasó a George Bernard Shaw con su César y Cleopatra. Desde un punto de vista literario, ellos tenían razón. ¿Podríais creer en o preocuparos por el genio y la grandeza de Cleopatra y César o sentir pena por su tragedia si vierais su bárbaro sadismo y sus insensibles ansias de asesinato? Sin embargo, nosotros vivimos en el mundo real, no en el de ficción. Así que, ¿desearíais a Cleopatra o al César o a Marco Antonio como vuestros vecinos?
Nur diría que eso depende de cómo sean ahora.
Tiene razón, por supuesto. Siempre tiene razón. Sin embargo... Se volvió hacia Nur.
Tú eres un elitista. Tú crees, y probablemente tengas razón, que muy pocos tienen la habilidad natal de convertirse en un sufí o en su equivalente filosófico-ético. Tú mantienes que muy pocos Seguirán Adelante. La mayoría no poseen la suficiente como para alcanzar el nivel ético capaz de conseguirlo. Es triste, pero así son las cosas. La naturaleza es derrochadora en cuerpos, y lo es también en almas. La naturaleza ha arreglado las cosas de modo que la mayor parte de las moscas se conviertan en alimento para pájaros y ranas, y también ha arreglado las cosas de modo que la mayor parte de las almas no alcancen la salvación sino que, aunque no mueran como las moscas, fracasen en alcanzar el nivel establecido para ellas. Unas pocas Seguirán Adelante, pero la mayoría son como las moscas que se convierten en comida.
La diferencia dijo Nur es que las moscas no tienen cerebro ni consciencia, pero los seres humanos son sentientes y conscientes de lo que deben hacer. Deberían serlo, al menos.
¿Es realmente la Naturaleza dijo Burton, o Dios si lo prefieres, tan derrochadora, tan insensible?
Dio a la humanidad el libre albedrío dijo Nur. No es culpa de Dios el que resulte un derroche tan grande.
Sí, pero tú mismo has dicho que los defectos genéticos, desequilibrios químicos, accidentes cerebrales, y entorno social, pueden influenciar en el comportamiento de una persona.
Influenciar, sí. Determinar, no. No. Debo cualificar eso. Hay algunas situaciones y condiciones en las que una persona no puede utilizar su libre albedrío. Pero... eso no es así aquí, no en el Mundo del Río.
¿Qué hubiera ocurrido si los Éticos no nos hubieran dado una segunda oportunidad? Nur sonrió y alzó hacia adelante sus palmas abiertas.
Ah, pero El arregló las cosas de modo que los Éticos nos dieran otra oportunidad.
La cual, según tú, la mayor parte de la gente está dejando perder.
Tú también crees eso, ¿verdad?
Burton y Frigate se sentían incómodos. Normalmente les ocurría esto cuando hablaban con Nur acerca de temas serios.
Aquella fue la última conversación que Burton tuvo en el apartamento. Tan pronto como las pantallas se desvanecieron, salió al corredor. Pensó por un momento en cancelar el código de modo que alguna otra persona pudiera utilizar las habitaciones. Sin embargo, era posible que necesitara algún lugar al que acudir, un lugar donde nadie pudiera encontrarle.
Sin llevar consigo ninguna posesión excepto el lanzador de rayos, vestido tan sólo con un faldellín de toalla y unas sandalias, cruzó la puerta. Inmediatamente, una pantalla apareció en la pared al otro lado del corredor. Ignorando la imagen su padre acercándosele amenazadoramente, por una razón que Burton no recordaba, Burton fue a subir a su sillón volante estacionado junto a la pared. Entonces se volvió para mirar al fondo del pasillo. Un rugido se acercaba, procedente de aquella dirección. Su mano se dirigió hacia el lanzador de rayos, pero se detuvo cuando reconoció el sonido.
Finalmente, una enorme moto negra apareció zumbando por un recodo del pasillo, a varios centenares de metros de distancia. Su conductor mantenía el vehículo fuertemente inclinado para tomar la curva a gran velocidad. Luego la máquina se enderezó y, acompañada por una pantalla mural que desplegaba un acontecimiento del pasado del conductor, avanzó hacia Burton. El conductor, un fornido negro llevando un casco con visor y una chaquetilla de cuero negro, le mostró unos grandes y blancos dientes.
Burton se mantuvo de pie junto al sillón, negándose a moverse pese a que el manillar de la moto le pasó apenas a unos centímetros.
¡Ve con cuidado, hijo de madre! gritó el hombre, y su risa doppleró alejándose de
Burton.
Burton maldijo, e hizo que la Computadora formara una pantalla para él a fin de poder llamar a Tom Turpin. Tuvo que a guardar varios minutos antes de que el sonriente rostro de Turpin apareciera. Estaba rodeado por su cohorte, hombres y mujeres ostentosamente vestidos, hablando en voz alta y riendo estridentemente. Tom llevaba un traje de principios del siglo XX con un brillante dibujo y un sombrero hongo escarlata con una larga pluma blanca. Un enorme cigarro colgaba de su boca. Había ganado al menos cuatro kilos desde que Burton lo había visto por última vez.
¿Cómo estás, muchacho?
No tan bien como tú dijo Burton hoscamente. Tom, tengo una queja, una queja legítima.
Seguramente no querrás plantear quejas ilegítimas, ¿verdad? dijo Tom, y lanzó una densa bocanada de humo verde.
Tu gente está yendo a toda velocidad por los pasillos con motos y coches y Dios sabe qué otras cosas dijo Burton. No sólo he estado a punto de ser atropellado dos
veces, sino que todo huele a gasolina y a mierda de caballo y eso es insoportable.
¿Puedes hacer algo al respecto? Son peligrosos y ofensivos.
Infiernos, no, no puedo hacer nada al respecto dijo Tom, aún sonriendo. Son mi gente, sí, y yo soy el rey aquí. Pero no tengo fuerzas de policía, ya sabes. Además, los robots limpian inmediatamente las cagadas de los caballos, y los ventiladores absorben el humo. Y puedes oírles llegar, ¿no? Simplemente apártate a un lado. De todos modos, debe ser aburrido y solitario ahí abajo. ¿No te proporcionan un poco de emoción, no te hacen sentir que no estás solo? Admítelo, Dick, has estado viviendo demasiado tiempo encerrado en ti mismo. Eso agria tu leche. ¿Por qué no te buscas una mujer? Infiernos, búscate cuatro o cinco. Quizá entones no estés tan malhumorado.
¿No piensas hacer nada al respecto?
No puedo. No van a hacerme caso. Los negros son realmente orgullosos de sí mismos, ya sabes. Sonrió.
Mira, te diré lo que puedes hacer. La próxima vez que te molesten, simplemente dispárales. Nadie va a resultar permanentemente dañado. Yo simplemente los resucitaré, y nos reiremos mucho sobre lo ocurrido. Claro que, la próxima vez, puede que sean ellos quienes te disparen a ti. Nos veremos, Dick. Que lo pases bien.
La pantalla se desvaneció.
Burton hervía. Había poco, sin embargo, que pudiera hacer acerca de la situación, a menos que deseara iniciar una mini-guerra. Lo cual no era su intención. Sin embargo... Subió a su sillón y se dirigió hacia su mundo privado. Allá no podría ser molestado por nadie y, cuando lo poblara, se aseguraría de que sus compañeros fueran no sólo agradables sino también sensibles. Sin embargo, le gustaba una discusión de tanto en tanto, y encontraba las violentas peleas verbales de lo más satisfactorio.
Girando la esquina por la cual había aparecido el jinete negro, Burton casi se dio de cabeza con cinco personas. Sorprendido, accionó los controles en el brazo del sillón de modo que éste se elevara por encima de ellos. Se habían agachado, pero si la silla hubiera ido un poco más baja, hubiera golpeado de lleno al grupo.
Con el corazón latiéndole fuertemente debido a lo inesperado del encuentro, detuvo el sillón, le hizo dar la vuelta, y lo bajó hasta el suelo. Los dos hombres y tres mujeres eran desconocidos, pero no parecían ser peligrosos. Estaban desnudos, de modo que no había ningún lugar donde pudieran ocultar armas. Además, estaban obviamente asustados y poco seguros de sí mismos. No se le acercaron, aunque le habían gritado en inglés. Inglés británico, uno con el acento de un hombre culto, uno con un acento cockney, uno con un chapurreo escocés, uno con un canturreo irlandés, y uno con un acento extranjero, probablemente escandinavo.
Burton había dado dos pasos hacia ellos cuando se detuvo.
¡Dios mío! exclamó.
Ahora los reconoció. Eran Gull, Netley, Crook, Kelly, y Stride.