El Misterioso Extraño (5)
Siguieron por un pasillo hacia la proa, pasando junto a más cabinas. La última a mano derecha era la suite de Clemens, y la mostró. Sus exclamaciones de sorpresa y encanto animaron a Sam. Al otro lado de su cabina, dijo, estaba la de su guardaespaldas, Joe Miller, y su compañera.
Más allá de sus habitaciones había una pequeña habitación que contenía un ascensor. Este conducía a la inferior de las tres estancias que componían la estructura de la timonera. Era la cubierta E o sala de observación, amueblada con mullidos sillones, sofás, y un pequeño bar. Había también soportes en las ventanas para ametralladoras que disparaban balas de plástico o de madera.
La siguiente estancia de la estructura de la timonera era la cubierta F o de cañones, llamada así por el emplazamiento de cuatro cañones de vapor de 20 milímetros. Las municiones eran alimentadas mediante tiras de proyectiles que salían de un pozo que conducía hasta la cubierta de calderas.
La cubierta más alta, la sala de pilotaje o control o cubierta G, era dos veces más grande que la que había debajo.
Lo suficientemente grande como para poder bailar en ella dijo Clemens, al que no le importaba en absoluto la exageración, especialmente cuando era él quien exageraba.
Les presentó a los operadores de radio y radar, al oficial ejecutivo jefe, al oficial de comunicaciones, y al piloto jefe Este último era Henry-Detweiller, un francés que había emigrado al Medio Oeste americano a principios del siglo xix y se había convertido en un piloto fluvial, luego en capitán y finalmente en propietario de varias compañías de barcos a vapor. Había muerto en Peoria, Illinois, en su mansión palaciega.
El oficial ejecutivo, John Byron, era un inglés (1723-1786) que había sido guardiamarina en la famosa expedición de Anson alrededor del mundo pero que había naufragado en la costas de Chile. Cuando se convirtió en almirante, ganó el sobrenombre de «Mal Tiempo Jack», debido a que cada vez que su flota ponía proa a mar abierto se metía en las más terrible tormentas.
Es también el abuelo del famoso o infamado poeta, Lord Byron dijo Sam. ¿No es así, almirante?
Byron, un hombre bajito y rubio con fríos ojos azules asintió.
¿Almirante? dijo la mujer que había estado incordiando a Clemens. Pero si usted es el capitán...
Sam dio una chupada a su cigarro, luego dijo:
Sí, yo soy el único capitán a bordo. El siguiente rango más alto por debajo mío es almirante, y así hacia abajo. El jefe de mis fuerzas aéreas, que consisten en cuatro pilotos; seis mecánicos, es un general. Lo mismo que el jefe de mis marines. Este último, incidentalmente, fue en su tiempo general en el ejército de los Estados Unidos durante la Guerra Civil Es un indio americano pura sangre, un jefe séneca, Ely S. Parker o, para utilizar su nombre iroqués, Donehogawa, que significa «Guardián de la Puerta del Este».
Posee una gran educación, y en la Tierra fue ingeniero de construcciones. Sirvió en el estado mayor del general Ulysses S. Grant durante la guerra.
Sam explicó a continuación los controles e instrumentos utilizados por el piloto. Se sentó en una silla a cada lado de la cual había dos largas palancas metálicas que se proyectaba! desde el suelo. Moviendo las palancas de control hacia adelante o hacia atrás, podía controlar la rotación hacia adelante o hacia atrás de las ruedas de paletas, así como su velocidad de rotación. Ante él había un panel con varios diales y manómetros y varios osciloscopios.
Uno de ellos es un sonaroscopio dijo Sam. A través de su lectura, el piloto puede decir exactamente la profundidad del fondo del río y cuan lejos de la orilla se halla el barco y también si hay algún objeto peligrosamente grande en el agua. Girando ese conmutador señalado PILOTO AUTOMATICO a ON, no tiene nada que hacer salvo mantener un ojo en el sonaroscopio y otro en las orillas.
Si el sistema automático se estropea, puede cambiar a control manual mientras el otro es reparado.
Pilotar este barco debe ser sencillo dijo el hombre.
Lo es. Pero sólo un piloto experimentado puede enfrentarse a las emergencias, y por eso la mayoría de ellos son veteranos del Mississippi.
Señaló que la cubierta de la sala de control estaba a treinta metros por encima de la superficie del Río. También llamó su atención sobre el hecho de que la estructura de la timonera estaba, a diferencia de los barcos fluviales de la Tierra, localizada en el lado de estribor, en vez de hallarse en el centro de la cubierta.
Lo cual hace que el No Se Alquila se parezca más bien a un portaaviones. Observaron a los marineros haciendo sus ejercicios en la cubierta de vuelos y a los
hombres y mujeres practicando ajetreadamente las artes marciales, la lucha con espada, lanza, cuchillo y hacha, y el tiro al blanco.
Cada miembro de esta tripulación, yo incluido, tiene que ser un experto en todas las armas. Además, cada persona ha de estar completamente cualificada para ocupar cualquier puesto. Van a la escuela para aprender electricidad, electrónica, fontanería, mando de tropa y pilotaje. La mitad de ellos han tomado lecciones de piano o de otros instrumentos de música. Este barco contiene más personas con más habilidades individualizadas y profesiones que cualquier otra área de este planeta.
¿Todo el mundo hace también turnos de capitán? dijo la mujer que lo había estado molestando.
No. Esa es la excepción dijo Sam, sus gruesas cejas fruncidas. No deseo meter ideas en la cabeza de nadie.
Se dirigió al panel de control y pulsó un botón. Empezaron a sonar sirenas, y el oficial ejecutivo, John Byron, indicó al oficial de comunicaciones que enviara el aviso de
«Puentes fuera» por el intercom general. Sam se dirigió a la ventana estribor e indicó a los demás que hicieran lo mismo. Todos contuvieron el aliento cuando vieron largas tiras de metal surgir hacia afuera por encima del agua desde las tres cubiertas inferiores.
Si no podemos hundir al Rex dijo Clemens, lo abordaremos con esos puentes.
Excelente dijo la mujer. Pero la tripulación del Rex también puede abordarlos a ustedes por esos mismos puentes.
Los verdeazulados ojos de Sam echaron chispas por encima de su nariz de halcón.
Sin embargo, los demás del grupo estaban tan maravillados, tan sorprendidos, que el peludo pecho de Sam se hinchó de satisfacción. Siempre se había sentido fascinado por los artilugios mecánicos, y le gustaba que los demás compartieran su entusiasmo. En la Tierra su interés por los nuevos chismes había sido el responsable de llevarlo a la bancarrota. Había invertido una fortuna en una máquina tipográfica Paige que era imposible que llegara a funcionar nunca.
La mujer dijo:
Pero todo este hierro y aluminio y otros metales. Este planeta es tan pobre en minerales. ¿Dónde los consiguió?
En primer lugar dijo Sam, complacido por la posibilidad de contar sus hazañas, un gigantesco meteorito de ferroníquel cayó en el Valle. ¿Recuerdan ustedes cuando, hace ya muchos años, las piedras de cilindros de la orilla derecha dejaron de funcionar? Fue debido a que la caída de la estrella partió la línea.
Pero, como usted sabe, volvieron a funcionar a las veinticuatro horas. Así que...
¿Quién las reparó? dijo un hombre. He oído todo tipo de historias, pero...
Yo estaba en las inmediaciones, en cierto modo dijo Sam. De hecho, la ola que se formó en el Río y el impacto mismo estuvieron a punto de matarme a mí y a mis compañeros.
Retrocedió mentalmente, no debido a la terrible fatalidad de aquel suceso sino al recuerdo de lo que le había hecho después a uno de sus compañeros, al escandinavo Erik Hachasangrienta.
De modo que puedo testificar el sorprendente pero innegable hecho de que no sólo la línea fue reparada en una noche, sino que la tierra arrasada fue restaurada también. La hierba y los árboles y el suelo desgarrado fueron reparados inmediatamente.
¿Quién lo hizo?
Tuvieron que ser los seres que construyeron ese Valle del Río y nos resucitaron. He oído decir que de hecho son seres humanos como nosotros, terrestres que vivieron siglos después que nosotros. Sin embargo...
No, no seres humanos dijo el hombre. Seguro que no. Fue Dios quien hizo todo esto por nosotros.
Si está usted en tan buenas relaciones con él dijo Clemens, deme su dirección, por favor. Me gustaría escribirle. Prosiguió:
Mi grupo fue el primero en alcanzar el lugar donde había caído el meteorito. El cráter, que tuvo que ser tan grande y tan profundo como el famoso de Arizona, estaba cubierto ya por aquel entonces. Pero reclamamos su posesión, y empezamos a cavar. Algún tiempo después, oímos que había grandes depósitos de bauxita y criolita bajo el suelo de un estado Río abajo. Sus ciudadanos, sin embargo, no tenían medios de extraer los minerales o de utilizarlos luego. Pero mi estado, Parolando, podía fabricar aluminio de las escorias una vez construidas herramientas de hierro. Ese estado, Soul City, nos atacó para apoderarse del hierro. Les vencimos y confiscamos la bauxita y la criolita. Descubrimos también que algunos otros estados relativamente cercanos tenían algunos depósitos de cobre y estaño. También algo de vanadio y tungsteno. Comerciamos nuestros utensilios de hierro por esos metales.
La mujer, frunciendo el ceño, dijo:
¿No es extraño que hubiera tanto metal en aquella zona, mientras que en los demás lugares no hay prácticamente nada? ¿No es una extraña coincidencia que usted estuviera buscando esos metales y fuera a parar precisamente a las inmediaciones de donde cayó el meteorito?
Quizá Dios me dirigió hacia aquel lugar dijo Sam irónicamente.
No, pensó, no fue Dios. Fue ese Misterioso Extraño, el Etico que se llamaba a sí mismo X, quien arregló las cosas, quién sabe cuantos miles de años antes, de modo que los depósitos estuvieron concentrados en aquella zona. Y quien luego dirigió aquel meteorito para que cayera en las inmediaciones.
¿Con qué propósito? Para construir un barco fluvial y para proporcionar armas de modo que Sam pudiera viajar Río arriba, quizá a lo largo de quince millones de kilómetros, y llegara a las fuentes. Y de allí a la Torre que se erigía hacia las alturas entre las brumas del frío mar del Polo Norte.
¿Y luego qué?
No lo sabía. Se suponía que el Etico debía visitarle de nuevo durante una de las tormentas nocturnas, como siempre hacía. Aparentemente, se presentaba en esos momentos porque los rayos interferían con los delicados instrumentos que los Éticos utilizaban para intentar localizar al renegado. Tenía que facilitarle más información. Mientras tanto, otros visitados por X, sus guerreros elegidos, se reunirían con Sam y subirían a su barco e irían con él Río arriba.
Pero las cosas habían ido mal.
No había vuelto a ver ni a oír nada del Misterioso Extraño desde entonces. Había construido su barco, y luego su socio, el rey Juan Sin Tierra, se lo había robado. También, algunos años más tarde, las «pequeñas resurrecciones», las «traslaciones», habían cesado, y la muerte permanente se había cernido de nuevo sobre los habitantes del enorme valle fluvial.
Algo había ocurrido a la gente de la Torre, los Éticos. Algo tenía que haberle ocurrido al
Misterioso Extraño.
Pero él, Clemens, se estaba dirigiendo de todos modos a las fuentes del Río, y allí intentaría penetrar en la Torre. Sabía lo difícil que podía llegar a ser trepar por las montañas que rodeaban el mar. Joe Miller, el titántropo, había visto la Torre desde un sendero que recorría la pared de aquel impresionante anillo de montañas cuando había acompañado al faraón Akenatón. Joe había visto también una gigantesca aeronave de alguna especie descender sobre la cima de la Torre. Y luego había tropezado con un cilindro dejado por algún desconocido predecesor y había caído y había muerto. Tras ser resucitado en otro lugar en el valle, había encontrado a Sam y le había contado su extraña historia.
La mujer dijo:
¿Qué hay de ese dirigible del que hemos oído rumores? ¿Por qué no ha hecho usted el viaje en él en vez de en este barco? Hubiera podido alcanzar las fuentes del Río en unos pocos días en vez de en los treinta o cuarenta años que le va a llevar hacerlo en el barco.
Aquel era un tema del cual a Sam no le gustaba hablar. La verdad era que nadie había pensado siquiera en una aeronave hasta poco antes de que el No Se Alquila estuviera listo para la botadura. Entonces un alemán constructor de dirigibles llamado Von Parseval había aparecido por el lugar y había preguntado por qué no había construido una aeronave.
El jefe ingeniero de Sam, Millón Firebrass, un ex astronauta, se había sentido encantado con la idea. Hasta tal punto que cuando el No Se Alquila soltó amarras él se quedó atrás, y construyó la nave flotadora. Se había mantenido en contacto por radio con el barco, y cuando el dirigible alcanzó la Torre, informó que tenía algo más de kilómetro y medio de altura y dieciséis kilómetros de anchura. El Parseval había aterrizado en su cima, pero sólo uno de los miembros de su tripulación, un japonés que había tripulado en otro tiempo dirigibles pequeños y que era también un sufí, y que se hacía llamar Piscator, había conseguido entrar. Los otros se habían visto impedidos por alguna fuerza invisible pero tangible. Antes de eso, un oficial llamado Barry Thorn había colocado una bomba en el helicóptero que había conducido a Firebrass y a algunos otros a un aterrizaje de exploración. Había hecho estallar la bomba con una señal de radio y luego robado un helicóptero y huido del dirigible. Pero había resultado herido, y el aparato se había posado sobre las aguas en la base de la Torre.
Thorn había sido llevado de vuelta al dirigible e interrogado. Se había negado a facilitar ninguna información, pero se mostró visiblemente impresionado cuando oyó que Piscator había conseguido penetrar en la Torre.
Clemens sospechaba que Thorn o era un Etico o uno de sus subordinados, uno de los reclutas que X llamaba agentes.
También tenía algunas sospechas de que Firebrass había sido o lo uno o lo otro. Y quizá la mujer que murió en la explosión del helicóptero, Anna Obrenova, había sido también un Etico o un agente.
Sam había llegado a la conclusión, a partir de su examen de toda la evidencia disponible, de que hacía mucho tiempo había ocurrido algo que había varado a un cierto número de agentes y quizá algunos Éticos en el Valle. X era probablemente uno de ellos. Lo cual significaba que agente y Éticos tenían que utilizar los mismos medios que los habitantes del Valle para alcanzar la Torre. Lo cual significaba que probablemente había agentes disfrazados, o Éticos, o ambas cosas, en aquel barco. Lo cual significaba que probablemente había también algunos en el Rex.
El porqué los Éticos y los agentes habían sido incapaces de utilizar su aeronave para regresar a la Torre era algo que no sabía.
En estos momentos había llegado al razonamiento de que cualquiera que proclamara haber vivido después del año 1983 d.C. era uno de los seres responsables del Mundo del Río. Tenía la seguridad de que la historia posterior a 1983 era falsa y era un código que les permitía reconocerse mutuamente.
También había razonado que algunos de ellos podían haber imaginado que los reclutas de X sospechaban de su historia-código. En consecuencia, era probable que dejaran de utilizarla.
Clemens dijo a la mujer:
Se suponía que el dirigible era una nave exploradora, para investigar el terreno desde el aire. Su capitán, sin embargo, tenia órdenes de penetrar en la Torre si ello era posible. Luego tenía que regresar al barco y recogerme a mí y a algunos otros. Pero nadie excepto un filósofo sufrí llamado Piscator consiguió penetrar, y éste no regresó. En el camino de vuelta, su capitán, una mujer llamada Jill Gulbirra, que tomó el mando cuando Firebrass resultó muerto, envió una expedición incursora en un helicóptero contra el Rex. El Rey Juan fue capturado, pero escapó saltando del helicóptero. No sé si sobrevivió o no. El aparato regresó al Parseval y éste prosiguió su rumbo hacia el No Se Alquila. Luego Gulbirra informó de! haber avistado un globo muy grande y que se estaba dirigiendo hacia él cuando Thorn logró escapar de nuevo. Se alejó del, dirigible en un helicóptero. Gulbirra, sospechando que había colocado una bomba, hizo buscarla. No se encontró nada, pero no podía correr el riesgo de que hubiera alguna. De modo que lanzó el dirigible hacia el suelo. Deseaba conseguir que la tripulación se pusiera a salvo fuera del aparato por si acaso había efectivamente una.
»Luego informó que se había producido una explosión. Eso fue lo último que oímos del
Parseval.
Hemos oído rumores de que se estrelló a varios miles de kilómetros Río arriba dijo la mujer. Sólo hubo un superviviente.
¡Sólo uno! Dios mío, ¿qué era? ¿Un hombre o una mujer?
No sé su nombre. Pero oí decir que era un francés.
Sam gruñó. Sólo había un francés en la aeronave, Cyrano de Bergerac, del cual se había enamorado la mujer de Sam. De toda la tripulación, él era el único que Sam hubiera preferido que no sobreviviera.