Casi todo el mundo estaba vitoreando. La gente se apiñaba en torno a Jill, abrazándola y besándola, y por una vez a ella no le importó. Sabia que la mayor parte de los despliegues efusivos eran debidos al alcohol, pero ella también sentía una cálida sensación de su interior. Si no se hubieran sentido complacidos, su alegría etílica se hubiera transformado en abierta hostilidad. Quizá no la detestaban tanto como ella había creído. Allí estaba David Schwartz, al que en una ocasión había oído llamarla «Vieja Cara de Hielo», palmeándole la espalda y felicitándola.
Anna Obrenova estaba de pie junto a Barry Thorn, aunque ninguno de los dos había hablado mucho con el otro durante toda la velada. Ella estaba sonriendo como si se sintiera complacida de que Jill Gulbirra hubiera sido elegida por encima suyo. Quizá realmente no le importara. Jill prefería creer que la pequeña rubia ardía interiormente de odio, aunque podía estar equivocada. Anna podía haber adoptado una actitud racional con respecto a ella. Después de todo, era una recién llegada, y Jill había dedicado miles de horas a la construcción de la nave y al entrenamiento de la tripulación.
Firebrass había gritado pidiendo silencio. Las conversaciones y la música se habían detenido finalmente. Entonces había dicho que iba a anunciar la lista de oficiales, y le había sonreído a ella. Aquello la había hecho sentirse enferma. Su sonrisa era maliciosa, estaba segura de ello. Iba a hacerle pagar todas las observaciones hirientes que le había lanzado a lo largo del tiempo. Observaciones justificadas, porque ella no estaba dispuesta a permitir que nadie se le impusiera por el simple hecho de que era una mujer. Pero él estaba en una posición que le permitía tomarse su revancha.
Sin embargo, él había hecho al final lo que debía, y parecía mostrarse feliz de haberlo hecho.
Jill, sonriendo, se abrió camino entre la multitud, abrazó a Firebrass y estalló en lágrimas. Él introdujo su lengua profundamente en la boca de ella y le palmeó el trasero. Esta vez, ella no protestó ante aquellas familiaridades no deseadas. El no se estaba aprovechando de sus emociones ni mostrándose paternalista. Después de todo, se sentía encariñado con ella, y quizá incluso se sintiera atraído sexualmente por ella. O quizá simplemente se estaba mostrando tal como era.
Anna, aún sonriendo, le tendió su mano y dijo:
Mis sinceras felicitaciones, Jill. Jill tomó la delicada y fría mano, sintió un irracional y casi invencible impulso de arrancarle el brazo de cuajo, y dijo:
Muchas gracias, Anna.
Thorn le hizo un signo con la mano y le gritó algo, felicidades, probablemente. No hizo, sin embargo, ningún esfuerzo por acercarse a ella.
Un momento más tarde, Jill salió tambaleándose y sollozando del salón de baile. Antes de alcanzar su cabaña, se odiaba a sí misma por haber mostrado cuán fuertes eran sus sentimientos. Nunca había llorado en público, ni siquiera en los funerales de sus padres.
Sus lágrimas se secaron cuando pensó en su padre y en su madre. ¿Dónde estarían ahora? ¿Qué estarían haciendo? Sería una gran cosa si pudiera verles. Pero eso era todo: sería una gran cosa verles. No deseaba vivir en la misma zona que ellos. Ya no eran sus viejos padre y madre, con el cabello canoso, el rostro lleno de arrugas, y gordos, preocupados únicamente por sus nietos. Su aspecto sería tan joven como el de ella, y tendrían muy poco en común con ella, excepto algunas experiencias compartidas. La fastidiarían, y ella los fastidiaría a ellos. Era inútil pretender que la relación hijos-padres no había muerto en el Mundo del Río.
Además, ella recordaba siempre a su madre como una nulidad, un apéndice pasivo de su padre, que era un hombre violento, terco y dominante. Realmente nunca se habían llevado bien, aunque en cierta forma lo había lamentado cuando había muerto. Pero eso era a causa de lo que hubiera podido haber sido, no a causa de lo que fue.
Por lo que sabía, podían estar muertos de nuevo.
¿Acaso importaría?
No, no importaría. Entonces, ¿por qué este segundo derramamiento de lágrimas?