(Continuación de la carta de Frigate)
Creo que hay más en esa historia de lo que Rider me contó. Por casualidad sorprendí el otro día una conversación entre Frisco y Tex. Estaban en la cabina principal, y la
escotilla estaba abierta. Yo estaba sentado con la espalda apoyada contra la cabina, y había encendido un puro. (Sí, como puedes ver, he caído de nuevo en las garras del Viejo Demonio Nicotina). Realmente no estaba prestando mucha atención a sus voces, puesto que estaba ocupado con pensamientos resultantes de una conversación con Nur el Musafir.
Entonces oí al capitán, que tiene una voz fuerte, decir:
Sí, pero ¿cómo sabemos que no está utilizándonos por alguna razón personal suya?
¿Alguna razón que le beneficie a él pero no sea buena para nosotros? ¿Y cómo saber que podremos penetrar en la Torre? Esos egipcios no pudieron. ¿Hay alguna otra entrada? Sí es así, ¿por qué no nos la dijo? Dijo que nos contaría más cosas de la Torre más tarde. ¡Pero de eso hace ya dieciséis años! ¡Dieciséis! ¡No hemos vuelto a verle desde entonces!
»Quiero decir, tú no has vuelto a verle. Por supuesto, yo nunca le he visto. De todos modos, quizá le haya ocurrido algo. Quizá lo atraparon. ¡O tal vez ya no nos necesite más!
Rider dijo algo que no pude comprender. Farrington respondió:
De acuerdo, pero ¿sabes lo que pienso? Creo que él no tenía ni la menor idea de que esos egipcios habían llegado hasta la Torre. O que aquel otro había escapado. Al menos, no cuando habló contigo.
Rider volvió a decir algo. Farrington respondió:
El túnel y la cuerda y los botones y probablemente el sendero deben haber sido preparados para nosotros. Pero otros llegaron primero.
El viento se hizo más intenso entonces, y no pude oír nada durante uno o dos minutos. Me acerqué un poco más a la escotilla. Farrington estaba diciendo:
¿Crees realmente que algunos de ellos, uno al menos, pueden estar en este velero? Sí, es posible, Tex, pero ¿quién?
»Pero entonces, ¿por qué no nos ha dicho quienes eran los otros a fin de poder reconocernos mutuamente y actuar juntos? ¿Cuándo nos lo dirá? ¿Dónde nos reuniremos todos? ¿Al final del Río? ¿Qué ocurrirá si llegamos allí y nadie se presenta? ¿Deberemos aguardar un centenar de años o más allí? ¿Qué pasará si...?
Rider interrumpió una vez más. Esta vez debió hablar largo rato. Yo por mi parte tendía el oído todo lo posible, tan encendido por la curiosidad que debía estar brillando como una especie de Fuego de San Telmo. Mustafá, al timón, me estaba mirando con una expresión extraña. Debía saber, o sospechar, que yo estaba espiando. Aquello me hizo sentir intranquilo. Deseaba desesperadamente oír el resto. Pero si el turco les decía a aquellos dos que yo había estado escuchándoles, podia ser arrojado del barco. Por otra parte, él no podía saber si lo que estaban discutiendo era algo que yo no podía escuchar. Así que di unas profundas chupadas a mi puro y, cuando se apagó, fingí dormirme.
La situación me recordaba la experiencia de Jim Hawkins en el barril de manzanas en La isla del tesoro, cuando oyó a Long John Silver y sus secuaces piratas conspirar para apoderarse de la Hispaniola una vez fuera hallado el tesoro. Sólo que, en este caso, Farrington y Rider no estaban planeando nada en contra de nadie en absoluto. Parecía más bien que alguien planeaba algo contra ellos.
Farrington dijo:
Lo que me gustaría saber es por qué nos necesita. Es un hombre con más poder que una docena de dioses, y si está luchando contra sus compañeros, ¿qué ayuda puede esperar unos simples mortales como nosotros? Y si nos desea en la Torre, ¿por qué simplemente no nos envía hasta allí?
Hubo otra interrupción, seguida por el golpear entre si de dos copas del cilindro. Luego
Rider dijo con voz fuerte:
... debe tener unas malditas buenas razones. De todos modos, las descubriremos a su debido tiempo. ¿Y qué otra cosa podemos hacer?
Farrington rió estrepitosamente y luego dijo:
¡Eso es cierto! ¿Qué otra cosa podemos hacer? Al menos tenemos una finalidad a la que dedicar nuestro tiempo, sea buena o mala. Pero sigo teniendo la sensación de ser explotado, estoy empezando a sentirme harto de eso. Fui explotado por los ricos y por la clase media cuando era joven, y luego, cuando me hice famoso y rico, fui explotado por editores y libreros y luego por mis parientes y amigos. ¡No estoy dispuesto a dejar que nadie me explote aquí en este mundo, me utilice como si yo fuera una bestia tonta que sirve para apalear carbón o salar pescado!
Tú también te explotaste un poco a ti mismo dijo Rider. ¿Y quién no lo ha hecho? Yo gané tanto dinero como tú. ¿Y qué ocurrió? Gasté más del que ganaba en grandes casas y fastuosos coches y malas inversiones y bebida y putas y en pura fachada. Hubiéramos podido ser listos y acumular y guardar nuestro dinero y emplearlo para vivir espléndidamente los últimos años de muestras vidas. Pero...
Farrington estalló de nuevo en risas.
Pero no lo hicimos, ¿verdad? No era nuestro estilo, Tex, y sigue sin serlo. ¡Vive intensamente, haz arder la vela por los dos extremos, escupe fuego y belleza como una rueda de fuegos artificiales en vez de arrastrarte como un asno tirando de una noria! Y aunque luego el pobre animal sea dejado en los pastos en vez de ser llevado a la fábrica de cola, ¿qué? ¿Qué pensará mientras esté masticando su hierba? ¿Que ha tenido una larga vida gris y le queda un corto futuro gris?
Más entrechocar de copas. Luego Farrington empezó a decirle a Rider algo acerca de un viaje en tren que había hecho desde San Francisco hasta Chicago. Se habla presentado él mismo a una hermosa mujer que iba acompañada por sus hijos y una doncella. No haría más de una hora desde que se habían visto por primera vez que él y la mujer ya estaban en su compartimiento, donde copularon como visones furiosos durante tres días y tres noches.
Decidí que ya era el momento de marcharme. Me levanté y me dirigí hacia el trinquete, donde Abigail Rice y Nur estaban hablando. Aparentemente Mustafá no había llegado a sospechar que yo estuviera escuchando furtivamente.
Desde entonces, no he dejado de hacerme preguntas. ¿Quién era aquel él al que se referían? Era obvio que debía tratarse de uno de Aquellos que habían construido este mundo para nosotros y luego nos habían alzado de entre los muertos. ¿Podía ser realmente así? La idea parecía tan tremenda, tan difícil de asimilar. Sin embargo... Alguien tenía que haber hecho esto. Varios Alguien, debería decir. Y eran auténticos dioses, en varios sentidos al menos.
Si Rider dice la verdad, hay una Torre en el mar del Polo Norte. Y por implicación, es una base para Quienes Sean que han hecho este mundo, nuestros dueños secretos. Sí, sé que suena paranoico. O como un relato de ciencia ficción, la mayor parte de los cuales son paranoicos de todos modos. Pero, excepto los muy pocos que se han hecho ricos, los escritores de ciencia ficción estaban convencidos de que sus amos secretos (o no tan secretos) eran sus editores. E incluso los más ricos cuestionaban sus liquidaciones de derechos de autor. Quizá la Torre esté habitada por la camarilla de los supereditores. (Sólo estoy bromeando, Bob. Creo).
Quizá Rider esté mintiendo. O su informante, Pahen, estuviera mintiendo. No lo creo. Es obvio que Rider y Farrington han sido abordados por uno de esos Quienes Sean. Nunca se les ocurriría inventar esta historia simplemente para engañar a un oyente furtivo.
¿O si?
¿Hasta dónde puede llegar la paranoia de uno?
No, estaban discutiendo algo que realmente había ocurrido. Si se habían mostrado descuidados, habían dejado la escotilla abierta, no hablaban en voz baja, era algo natural.
Después de todos esos años, ¿quién no termina siendo descuidado? Y además, ¿por qué todo el mundo no debería tener derecho a saberlo?
Alguien podía estar buscándoles. ¿Quién? ¿Por qué?
Mi mente se desliza, rueda, vacila. Demasiadas especulaciones, demasiadas posibilidades. Y pienso: ¡huau, vaya historia! Lástima que no pensara en algo así cuando estaba escribiendo ciencia ficción. Pero el concepto de un planeta consistente en un solo río de varios millones de kilómetros de largo a cuyas orillas ha sido resucitada toda la humanidad que haya vivido a lo largo de la historia (o buena parte de ella, al menos) hubiera sido algo demasiado grande para ponerlo en un solo libro. Hubiera necesitado al menos doce libros para desarrollarlo honestamente. No, me alegra no haber pensado en ello.
A la luz de esos nuevos datos, ¿qué debo hacer ahora? ¿Debo enviar esta carta o hacerla pedazos? No caerá en tus manos, por supuesto, no hay la menor posibilidad de ello. ¿En cuáles, entonces?
Probablemente sea recogida por alguien que ni siquiera sepa leer el inglés.
¿Por qué tengo tanto miedo de que caiga en manos equivocadas? Realmente no lo sé. Pero se está produciendo una tenebrosa y secreta lucha bajo la aparentemente simple vida de este Valle. Mi intención es descubrir cuál es. Pero tengo que actuar cautelosamente. Una vocecita me dice que sería mejor que no me metiera en nada de eso.
De todos modos, ¿a quién le estoy escribiendo realmente estas misivas? A mí mismo, probablemente, puesto que espero sin esperanzas la posible imposibilidad de que una de ellas pueda derivar hasta las manos de alguien a quien yo haya conocido y amado o al menos apreciado.
Y sin embargo, en este mismo momento, mientras contemplo a través del agua a la mucha gente en la orilla, puede que esté mirando directamente a la persona para quien he escrito una de estas cartas. Pero el barco está en mitad del Río en este momento, y estoy demasiado lejos para reconocer a alguien reconocible.
¡Gran Dios, los rostros que he llegado a ver en veinte años! Millones, muchos más de los que vi nunca en la Tierra. Algunos de esos rostros procedían de hace trescientos mil años o más. Indudablemente, los rostros de la mayoría de mis antepasados, algunos de ellos neanderthales. Un cierto número de Horno neanderthalis fueron absorbidos por mestizaje con el Horno sapiens, ya sabes. Y considerando el flujo y reflujo de grandes grupos a través de la prehistoria y la historia, migraciones, invasiones, esclavitud, viajes individuales, algunos, quizá muchos, de los rostros mongoles, amerindios, australoides y negros que he visto correspondan a mis antepasados.
Considera esto. Cada generación de tus antepasados, yendo hacía atrás en el tiempo, dobla su número. Tú naciste en 1925. Tuviste dos padres, nacidos en 1900. (Sí, ya sé que naciste en 1923, y que tu madre tenía cuarenta años cuando te dio a luz. Pero este es un caso idealizado, una generalización).
Los padres de tus padres nacieron en 1875. Eso hace cuatro. Dobla a tus antepasados cada veinticinco años. En 1800, tenias treinta y dos antepasados. La mayoría de ellos ni siquiera se conocían entre sí, pero estaban «destinados» a ser tus tataratatarabuelos.
En el año 1700 después de Cristo, tenías quinientos doce antepasados. En 1600 eran
8192 antepasados. En 1500 eran 131.072. En 1400, 2.097.152. En 1300, 33.554.432. En el año 1200 después de Cristo tenías 536.870.912 de antepasados.
Yo también. Y todo el mundo. Si la población mundial era, digamos, dos mil millones en
1925 (no recuerdo si era así), entonces multiplica eso por el número de tus antepasados en el año 1200 después de Cristo. Obtendrás más de mil billones. ¿Imposible? Cierto.
Acabo de recordar que en el año 1600 la población estimada del mundo era de quinientos millones. En el año 1 después de Cristo se estimaba en 138.000.000. Así pues, la conclusión es obvia. Los incestos, cercanos y remotos, estuvieron a la orden del día en
el pasado. Sin mencionar el presente. Probablemente desde el mismo inicio de la humanidad. Así, tú y yo estamos emparentados. Y, de hecho, es posible que todos estemos emparentados, y más de una vez. ¿Cuántos chinos y americanos negros nacidos en 1825 eran primos lejanos tuyos y míos? Yo diría que montones.
Así, los rostros que he visto en ambas orillas mientras navegaba a lo largo del Río son mis primos. Hola, Hang Chow. ¿Qué tal, Bulabula? ¿Cómo te va, Hiawata? ¡Salud, og, Hijo del Fuego! Pero aunque ellos supieran eso, no se sentirían más amistosos conmigo. O viceversa. Las discusiones más intensas y los conflictos más sangrientos se producen en las familias. Las guerras civiles son las peores guerras. Las más incivilizadas. La paradoja de las relaciones humanas. Date la vuelta, hermano, para que pueda darte una patada en el trasero.
Mark Twain tenía razón. ¿Has leído alguna vez su Extracto de la visita del capitán Tormenta a los cielos? El viejo Tormenta se sintió impresionado tras cruzar las puertas del Paraíso, porque había allí demasiados negros. Como todos nosotros, pálidos caucasianos, había imaginado el Cielo como lleno de rostros blancos con aquí y allá algún amarillo, indio o negro. Pero las cosas no eran así. Había olvidado que los pueblos de piel oscura siempre habían superado en número a los blancos. De hecho, por cada rostro blanco que vio había dos oscuros. Y así es como son las cosas. Me quito el sombrero ante ti, Mark Twain. Dijiste las cosas tal como eran en la realidad.
Y aquí estamos nosotros en el Valle del Río, sin saber por qué ni gracias a quién. Exactamente igual que en la Tierra.
Naturalmente, hay montones de gente que dice que ellos sí lo saben. Hay dos iglesias dominantes, la de la Segunda Oportunidad y los nichirenitas, y un millar de sectas de cristianos, musulmanes, judíos, budistas, hindúes y Dios sabe qué, reformados. Los antiguos taoístas y confucionistas dicen que les importa un pimiento; esta es una vida mejor, en su conjunto, que la otra. Los totemistas se sienten un poco decepcionados, pues aquí no hay animales. Pero eso no quiere decir que los espíritus de los totems no estén aquí. Muchos de los salvajes que he encontrado ven a su totem en sueños o visiones. La mayoría de ellos, sin embargo, se han convertido a alguna de las religiones
«superiores».
También está Nur elMusafir. Es un sufí. Estaba tan impresionado como todos por haberse despertado aquí. No se sentía ultrajado, sin embargo, y reordenó sus pensamientos tout de suite. Dice que quienes sean los seres que construyeron este mundo lo hicieron para nuestro bien. De otro modo, ¿por qué se hubieran tomado tanto tiempo y esfuerzo? (En esto, suena como un vocero de un circo. Pero es sincero. Lo cual no quiere decir que sepa de qué está hablando).
No tenemos por qué preocuparnos del Quién o del Cómo, dice. Sólo del Porqué. En este aspecto, suena como uno de los de la Segunda Oportunidad. Pero veo que estoy a punto de terminar mi provisión de papel. Así que adieu, adiós, selah, anén, salaam, shalom, y todo lo que quieras. (El inglés so long viene de selang, la pronunciación de los malayos musulmanes del árabe salaam).
Amigable y didácticamente tuyo en las entrañas de Quienquiera. PETER JAIRUS FRIGATE
P.S. Sigo sin saber si enviaré esta carta por correo in toto, si la censuraré, o si la utilizaré como papel higiénico.