(Continuación de la carta de Frigate)
Hay una Torre en medio de un mar rodeado por las montañas polares dijo Tom.
¿Una Torre? dije yo. ¿Qué quieres decir?
¿No has oído hablar de eso? Pensé que todo el mundo sabía lo de la Torre.
Nadie me lo mencionó nunca.
Bien dijo, adoptando un aire peculiar. Es un Río infernalmente largo. Supongo que debe estar lleno de zonas en las que nadie haya oído la historia.
Y procedió a contármela exactamente tal como era, una historia. Sin ninguna prueba. El hombre que se la contó a Tom podía ser un mentiroso, y sólo Dios sabe que aquí hay tantos como los había en la Tierra. Pero este no era un relato oído de un hombre que lo había oído de otro el cual a su vez lo había oído de otro y así sucesivamente. El propio Tom había hablado con el hombre que afirmaba haber visto la torre. Hacía mucho que Tom conocía a aquel hombre, pero nunca había dicho una palabra al respecto hasta una noche en que cogió una gran trompa junto con Tom. Cuando se hubo serenado, se negó a hablar otra vez de ello. Estaba demasiado asustado.
Era un antiguo egipcio, que había formado parte de una expedición mandada por el faraón Akenatón o Ajnatón, como algunos lo pronunciaban. Ya sabes, el que intentó
fundar una religión monoteísta allá por el siglo XIII antes de Cristo. Aparentemente, Akenatón fue resucitado en una zona junto con gente de su propia época. El que contó la historia, Pahen, un noble, fue reclutado por Akenatón junto con otros cuarenta. Construyeron un barco para iniciar el camino, sin saber cuán lejos tendrían que ir. O, naturalmente, cuál era su meta, excepto la fuente del Río. Akenatón creía que Atón, Dios, el sol, vivía allí, y que recibiría a cualquier peregrino con grandes honores. Podía, de hecho, trasladarlo al paraíso, un lugar mucho mejor que el Mundo del Río.
Pahen, al contrario del faraón, era un politeísta conservador. Creía en los «auténticos» dioses: Ra, Horus, Isis, toda la Vieja Pandilla. Siguió al faraón, pensando que lo conduciría hasta la morada de los dioses, donde sería castigado por haber abandonado la antigua religión en la Tierra. Justicia poética. Pero él, Pahen, sería convenientemente recompensado por su fe.
Afortunadamente para su búsqueda, la zona donde habían sido resucitados por primera vez se hallaba en el hemisferio norte, muy arriba del Río. Afortunadamente también, cruzaron zonas principalmente habitadas por escandinavos de finales del siglo XX. Estos eran comparativamente pacíficos, de modo que la tripulación del barco no fue esclavizada, y no tuvieron problemas para utilizar las piedras de cilindros.
Cuando ya estaban cerca de las montañas polares, llegaron a una zona poblada por gigantes subhumanos. Al parecer constituían una especie cuyos fósiles jamás habían sido encontrados en la Tierra. De dos y medio a tres metros de altura, lo creas o no. Con narices como probóscides de monos. Con un lenguaje articulado, aunque su habla era simple.
Cualquiera de esos behemots hubiera podido barrer de la superficie del planeta a toda la tripulación con una sola mano, pero el barco les asustó. Pensaron que se trataba de un monstruo viviente, un dragón. Aparentemente, su zona, que se extendía a lo largo de varios miles de kilómetros, estaba aislada de la zona siguiente por un valle muy estrecho. El Río espumeaba al atravesarlo con una gran presión, creando una corriente contra la cual no podía luchar ningún barco.
Los egipcios no se detuvieron ante esto. Les tomó seis meses, pero lo lograron. Utilizando herramientas de pedernal y algunas herramientas de hierro había algo de hierro en aquella zona, que cambiaron por licor y tabaco de sus cilindros, tallaron un estrecho reborde a unos tres metros por encima del agua. Desmontaron el barco pieza a pieza y, acarreando las partes al hombro, se arrastraron por el kilómetro o así que los separaba del otro lado de la angostura.
En la tierra de los gigantes, los egipcios reclutaron a un individuo cuyo nombre no podían pronunciar. Lo llamaría Djehuti (la forma griega de su nombre era Thoth) debido que su larga nariz les recordaba a ese dios. Thoth tenía la cabeza de un ibis, un pájaro de largo pico.
El barco siguió Río arriba, hasta donde se terminaban las piedras de cilindros. Aquella zona estaba en perpetuas nieblas Aunque el Río perdía mucho de su calor mientras cruzaba el mar dentro de las montañas polares, aún seguía conservando el suficiente como para formar nubes cuando se encontraba con un aire más frío.
Llegaron a una catarata que era lo bastante grande como para hacer flotar la luna en ella, según dijo Pahen. El barco tuvo que ser abandonado tras ellos, y por lo que se sabe aún se encuentra en una plataforma en una pequeña caleta resguardada. Seguramente pudriéndose, con toda aquella humedad.
Ahora, aquí viene una de las partes más extrañas del relato. La expedición llegó a un risco que parecía infranqueable. Pero descubrieron un túnel que alguien había horadado a través del risco. Y luego, más tarde, al fondo de otro risco infranqueable, descubrieron el extremo de una cuerda hecha con toallas. Treparon por ella, y gracias a esas dos circunstancias pudieron llegar fácilmente al mar polar que hay más allá de las montañas.
¿Quién hizo el túnel y quién dejó la cuerda? ¿Y por qué? Me parece obvio que alguien preparó el camino para nosotros los terrestres. Dudo que fueran habitantes del Río quienes abrieron el túnel y colgaron la cuerda. La montaña que contenía el túnel era de cuarzo duro. El túnel hubiera estropeado un gran número de herramientas de acero, que de ninguna forma hubieran podido conseguirse en tales cantidades. Además, Pahen dijo que no había cascotes, nada de los fragmentos resultantes de la excavación apilados fuera del túnel. Incluso con herramientas de acero, un equipo no hubiera tenido tiempo de horadar el túnel. No hubieran podido traer consigo comida suficiente para el tiempo que les hubiera requerido terminar el trabajo.
Además, ¿cómo podía alguien haber subido el segundo risco sin ninguna cuerda?
¿Quizá algún misterioso grupo que había precedido a los egipcios lanzó un cohete arrastrando una cuerda? Tan sólo había allá arriba una proyección, una alta y delgada espira de roca, donde la hipotética cuerda con sus hipotéticos garfios pudiera engancharse. Las posibilidades de que el cohete la alcanzara (especialmente cuando era invisible desde abajo) y los garfios se aferraran a ella eran altamente remotas. Además, no había la carcasa de ningún cohete vacío por los alrededores. Quien fuera que había tendido la cuerda había atado su extremo a la proyección. Y Pahen dijo que parecía como si la misma proyección hubiera sido cortada hasta formar una larga espira.
Fuera como fuese, tras arrastrarse por un saliente rocoso a través de una oscura caverna por la cual soplaba un helado viento, llegaron al mar. Las nubes cubrían el mar de extremo a extremo del ininterrumpido anillo circular que lo rodeaba. Sólo que no era ininterrumpido. Al otro lado debía existir una gran abertura entre dos montañas. Djehuti fue quien lo vio primero; giró un recodo justo en el momento en que el sol cruzaba por ella. Los que estaban detrás de él oyeron un grito, luego un rugido, y después un largo y aterrado alarido. Dieron la vuelta al recodo, y llegaron al borde de la cornisa justo a tiempo para ver el cuerpo de Djehuti desaparecer entre las nubes de abajo.
Más tarde reconstruyeron lo que había ocurrido. Había girado el recodo, y había encontrado un cilindro en el suelo a pocos pasos de él. Sí, un cilindro. Alguien les había precedido. Aparentemente, Djehuti lo vio también, y entonces el sol brilló por la abertura en la montaña. Cegado, o sorprendido, había retrocedido un paso, y había tropezado con el cilindro.
Había apenas la suficiente luz procedente del sol que se ocultaba de nuevo tras las montañas como para tener un atisbo de algo que había en medio del mar. Parecía como el extremo superior de un colosal cilindro surgiendo de entre las nubes. Entonces el sol acabó de ocultarse, y las nubes volvieron a cubrir el gran cilindro.
Probablemente te estarás preguntando cómo pudieron los egipcios ver el sol. Incluso aunque la grieta entre las montañas se extendiera hasta el horizonte, ¿no hubiera quedado cubierto por las nubes? La respuesta es, sí, las nubes lo hubieran cubierto bajo circunstancias normales. Pero se produjo una conjunción de vientos que despejaron momentáneamente las nubes justo en el momento en que el sol cruzaba la abertura. Una infeliz combinación de circunstancias para Djehuti, de todos modos.
Los vientos son peculiares en esa región. Dos veces despejaron las nubes de tal modo que los egipcios pudieron ver, brevemente, la parte superior de la Torre. Sin los rayos directos del sol, en la tenebrosa penumbra del reflejo de los cielos, sólo podían ver una masa oscura. Pero era suficiente. Había un objeto ahí en medio, un enorme objeto. No necesariamente un objeto hecho por la mano del hombre, puesto que no sabemos si los propietarios y operadores de este planeta son humanos. Pero era un artefacto; era demasiado perfectamente cilíndrico como para ser ninguna otra cosa. Aunque, a aquella distancia, hubiera podido ser una espira de roca, supongo.
Pero hubo algo más. Varias horas más tarde los egipcios vieron un objeto surgir de entre las nubes en torno a la Torre.
Era redondo, y para que ellos pudieran verlo desde donde estaban, tenía que ser enorme. Cuando estuvo muy alto, reflejó la luz del invisible sol. Entonces siguió subiendo hasta que se hizo también invisible.
Aquello me excitó realmente. Dije:
¡Esa Torre podría ser el cuartel general, la base, de Quienes Sean que están detrás de todo esto!
Eso es lo que el Frisco y yo creemos.
Los egipcios se habían encariñado con Djehuti. Pese a su ogresca apariencia, tenía buen corazón, y le gustaba bromear. Incluso hacía juegos de palabras en egipcio, lo cual demuestra una considerable inteligencia por su parte. La humanidad es única en el reino animal; es la única especie capaz de jugar con las palabras. ¿Homo agnominatio? No lo sé. Mi latín se esfuma cada vez más a medida que pasan los días. Si supiera encontrar a un antiguo romano o a un profesor de latín tomaría un curso para refrescar mi memoria.
Volviendo al relato de Pahen. Y a Djehuti. Si no hubiera sido por su gorilesca fuerza, los egipcios no hubieran llegado tan lejos como lo hicieron. Así que rezaron algunas oraciones por él, y siguieron su camino, ahora hacia abajo.
La estrecha cornisa se inclinaba, en líneas generales, en un ángulo de cuarenta y cinco grados, y era muy resbaladiza a causa de la humedad. Era apenas lo suficientemente ancha como para que un hombre caminara por ella, con el hombro pegado a la pared. Había varios lugares en los que se estrechaba, donde había que ponerse de cara a la pared y caminar de lado, la mejilla contra la roca, los talones colgando sobre el abismo, los dedos aferrados a cada aspereza.
A mitad del descenso, Akenatón estuvo a punto de caer. Tropezó en la niebla contra un esqueleto. Si, un esqueleto, indudablemente el del hombre que había abandonado el cilindro. Ninguno de sus huesos parecía estar roto, de modo que supusieron que había muerto de hambre y agotamiento. El faraón recitó una plegaria sobre los huesos, y los arrojó al mar. Al cabo de un rato llegaron al final del sendero. Estaban al nivel del mar. Desesperaban ya, pero Akenatón se aferró a un saliente con una mano y, con una antorcha en la otra, miró más allá de la proyección que les cortaba el paso.
Al otro lado había una abertura, la boca de una caverna. Rodeó el saliente, el agua hasta las rodillas, los pies sobre la cornisa que proseguía bajo el agua. Su antorcha le mostró un liso suelo de roca que se inclinaba hacia arriba en un ángulo de treinta grados. Los otros le siguieron sin vacilar.
Con Akenatón a la cabeza, caminaron pendiente arriba. Sus corazones latían fuertemente, sus pieles estaban heladas, sus dientes castañeteaban. Un hombre nuestro Pahen estaba tan asustado que sufrió una diarrea nerviosa.
¿Era aquella la entrada de la morada de los dioses? ¿Estaba Anubis con su cabeza de chacal aguardando para conducirles hasta el gran juez que pesaría en una balanza sus buenas obras contra las malas?
Fue entonces cuando Pahen empezó a pensar acerca de las cosas malas e injustas que había hecho en su vida, sus mezquindades y sus crueldades, sus egoísmos y sus traiciones. Por un momento se negó a continuar. Pero los otros siguieron andando, y la oscuridad empezó a gravitar sobre él, y siguió caminando... aunque a una cierta distancia detrás de los otros.
La cueva se convirtió en un túnel, cuyas paredes de piedra habían sido indudablemente trabajadas con herramientas. Empezó a curvarse suavemente y luego, tras un centenar de metros, desembocó en una enorme cámara circular. Estaba iluminada por nueve lámparas de metal negro montadas sobre altos trípodes. Las lámparas tenían forma esférica, y ardían con una fría y constante luz.
Había varias cosas en la cámara como para sorprenderles. La más cercana, sin embargo, era otro esqueleto. Como el anterior, iba aún vestido. El brazo derecho estaba completamente extendido como si intentara agarrar algo. A su lado había un cilindro. En
un primer momento no examinaron los huesos, pero los describiré ahora. Era el esqueleto de una mujer, y el cráneo y algunos trozos de cuero cabelludo que aún no se habían podrido mostraban que era negra.
Probablemente había muerto de hambre. Era trágicamente irónico, puesto que había muerto a pocos metros de comida.
Después de que su compañero muriera, había seguido adelante, probablemente arrastrándose parte del camino, extrayendo de algún lugar las fuerzas necesarias para mantenerse en pie en los lugares más estrechos. Luego, con la salvación a la vista, había muerto.
Me pregunto quién podía ser. ¿Qué la había impulsado n emprender aquel peligroso viaje? ¿Cuántos de su grupo murieron o volvieron atrás antes de llegar a la enorme cueva a través de la cual las olas del mar polar se vierten al exterior? ¿Cómo cruzaron el país de los peludos colosos de largas narices? ¿Cuál había sido su nombre, y por qué había estado tan firmemente decidida a introducirse en el corazón de la oscuridad?
Quizá hubiera dejado algún mensaje dentro de su cilindro. Sin embargo, la tapa estaba cerrada, de modo que sólo ella podía abrirlo. De todos modos, es muy poco probable que los egipcios hubieran podido leer su escritura. Aquello era antes de que los de la Iglesia de la Segunda Oportunidad esparcieran el Esperanto por todo el mundo. Además, miles de millones de personas que saben hablar este idioma no saben escribirlo.
Los egipcios rezaron una plegaria sobre aquellos huesos y luego inspeccionaron silenciosamente los objetos más grandes que había en la cámara: botes metálicos. Había once, algunos grandes, otros más pequeños, apoyados sobre bajos soportes metálicos en forma de V abiertos por ambos extremos.
Había también reservas de comida. No lo supieron al prinipio, puesto que nunca antes habían visto recipientes de plástico. Pero unos diagramas sobre hojas de plástico indicaban cómo abrirlos, lo cual hicieron. Contenían carne, pan y vegetales. Comieron de buen grado, y luego durmieron durante largo tiempo, tras el terrible cansancio de su viaje.
Pero tenían la sensación de que los dioses (El Dios, según Akenatón) habían velado por ellos. Les habían preparado un camino, aunque no había sido un camino fácil. El camino a la inmortalidad nunca había sido fácil, y sólo los virtuosos y los persistentes podían recorrerlo. Quizá Djehuti había pecado de alguna forma, y por ello había sido arrojado de la cornisa por los dioses.
Había diagramas, explicaciones de cómo-hacerlo empleando únicamente signos, en los botes. Los estudiaron, y luego arrastraron uno de los botes grandes por el túnel. Podía contener a treinta personas, pero cuatro hombres podían alzarlo fácilmente o un hombre fuerte podía tirar de él. Lo echaron al mar en un lugar donde éste estaba moderadamente tranquilo, y el grupo se metió dentro. Había un pequeño tablero de control junto al timón. Aunque era un faraón y por ello estaba por encima de cualquier trabajo de cualquier clase, Akenatón tomó él mismo los controles. Siguiendo las instrucciones diagramadas, pulsó un botón del tablero. Se iluminó una pantalla, y en su centro apareció un perfil de la Torre. Pulsó otro botón, y el bote empezó a moverse por voluntad propia hacia mar abierto.
Todo el mundo estaba asustado, por supuesto, aunque su líder no lo demostraba. Sin embargo, tenían la sensación de que estaban en el lugar correcto y eran bien recibidos... en un cierto sentido. El bote les recordaba la barcaza en la cual, en su religión, los muertos viajan a través de las aguas del Otro Mundo, Amenti (Amenti proviene de Ament, una diosa cuyo nombre significa «lo Occidental». Llevaba una pluma, como los libaneses, el pueblo al oeste de Egipto. Era probable que fuese una diosa libanesa adoptada por los egipcios. La pluma era también un signo jeroglífico para la palabra «Oeste». En tiempos posteriores, «Occidental» significaba la Tierra de los Muertos, y Ament se convirtió en la diosa del país de los muertos. Era ella quien les daba la bienvenida en la puerta del Otro
Mundo. Les ofrecía pan y agua y, si los comían, se convertían en «amigos de los dioses»).
Naturalmente, la comida que encontraron en la cueva les recordó todo esto, del mismo modo que el bote era un análogo de la barcaza utilizada por los muertos en el Otro Mundo. Los egipcios, como muchos otros pueblos, se habían visto desconcertados, si no ultrajados, cuando despertaron de entre los muertos en el Mundo del Río. Aquello no era lo que los sacerdotes les habían dicho que ocurriría después de la muerte. Sin embargo, había algunos paralelismos allí, analogías físicas, con la tierra prometida. Además, el hecho de que hubiera un Río era reconfortante. Siempre habían sido un pueblo ribereño, que había pasado toda su existencia al borde del Nilo. Y ahora habían sido guiados por una divinidad hasta el corazón del Otro Mundo.
Se preguntaron si no hubieran debido llamar al gigante subhumano Anubis en vez de Djehuti. Anubis era el dios con cabeza de chacal que conducía a los muertos por el Mundo Subterráneo hasta el Doble Palacio de Osiris, el Juez, el Pescador de Almas. Sin embargo, Djehuti era el portavoz de los dioses y el conservador de sus archivos. A veces, tomaba la forma de un mono con cabeza de perro. Considerando los rasgos y el pelaje de su compañero, se parecía al avatar de Djehuti.
Nota: Estos dos aspectos de Thoth (Djehuti) indican que puede que se hubiera producido una fusión de dos dioses diferentes en los tiempos primitivos.
Este mundo tenía algunas similaridades con el Otro Mundo. Ahora que estaban en la Morada de Osiris, las similaridades eran aún más sorprendentes. El Mundo del Río podía ser ese país entre el mundo de los vivos y el de los muertos vagamente descrito por los Sacerdotes. Los sacerdotes habían contado confusas y contradictorias historias. Sólo los dioses conocían toda la verdad.
Fuera cual fuese esa verdad, pronto sería descubierta. La Torre no se parecía a su imagen del Doble Palacio de Justicia, pero quizá los dioses habían cambiado las cosas. El Mundo del Río era un lugar de constante cambio, un reflejo del estado mental de los propios dioses.
Akenatón giró el volante hasta que la Torre naranja quedó partida por la línea vertical que dividía la pantalla. A veces, sólo para convencerse a sí mismo de que mantenía el control sobre la velocidad, apretaba el bulbo situado a la derecha de la rueda del timón. La velocidad del bote podía incrementarse o disminuir según la fuerza con que el bulbo fuera apretado.
El bote avanzaba en línea recta por el picado y brumoso mar en dirección a la Torre, a una velocidad aterradora para sus pasajeros. Al cabo de dos horas la imagen en la pantalla se había vuelto enorme. Luego la imagen se convirtió en una llama que cubría toda la pantalla, y Akenatón hizo que el bote siguiera avanzando lentamente. Pulsó un botón, y todos gritaron de miedo y asombro cuando dos objetos redondos en la proa del bote lanzaron hacia adelante dos brillantes chorros de luz.
Frente a ellos había una gigantesca masa... la Torre.
Akenatón pulsó un botón indicado por el diagrama. Lentamente, una puerta ancha y redonda, como un puerto, se abrió en lo que hasta aquel momento había sido una lisa superficie sin ninguna fisura. El interior estaba iluminado. En él podía verse un enorme corredor, de paredes del mismo metal gris que el exterior.
Akenatón condujo el bote hasta la entrada. Algunos de sus ocupantes se agarraron al umbral. El faraón pulsó el botón que cortaba la invisible energía que movía el bote. Se subió al costado del bote, que quedaba justo por encima del nivel del umbral. Tras saltar al corredor, tomó las cuerdas atadas al interior del casco de la embarcación y las aseguró a unas argollas fijadas en el corredor. Aprensivamente, silenciosamente, los demás le siguieron.
Todos, es decir, excepto Pahen. El terror era ahora casi insoportable. Sus dientes castañeteaban incontroladamente. Sus rodillas temblaban. Su corazón latía en su helada
carne como las alas de un pájaro aterrorizado. Su mente funcionaba lentamente, como barro invernal deslizándose por la ladera de una colina calentada por el sol.
Estaba demasiado débil para levantarse del asiento y saltar al corredor. Estaba seguro de que si seguía adelante, se encontraría ante su juez con las manos vacías.
Diré una cosa en favor de Pahen. Dos. Era consciente, y no tuvo miedo de admitírselo a Tom Rider, de ser un cobarde. Para eso se necesita valor.
Akenatón, como si no tuviera nada que temer de su Dios Único, caminaba firmemente hacia el extremo del corredor. Los otros le siguieron temerosamente en un compacto grupo, a una docena de pasos de distancia. Uno volvió la vista hacia atrás y se sorprendió de que Pahen estuviera aún en el bote. Le hizo un gesto para que fuera con ellos. Pahen negó con la cabeza y se aferró más fuertemente a la borda.
Luego, sin el menor grito de nadie, los que estaban en el corredor cayeron de rodillas, se derrumbaron hacia adelante sobre sus manos, intentaron levantarse, fracasaron, y cayeron finalmente de bruces. Quedaron tendidos allá, tan fláccidos e inmóviles como muñecos de masilla.
La puerta se cerró lentamente. Lo hizo en silencio, sin dejar ninguna evidencia de que allí había una puerta, ni una ranura, nada, y Pahen se encontró solo en medio de la oscura bruma y el frío mar.
Pahen no perdió tiempo en hacer dar media vuelta al bote. Avanzaba a su misma velocidad de antes, pero no había esta vez ninguna señal en la pantalla, ninguna imagen brillante hacia la cual dirigirse. No pudo encontrar la cueva, y así fue arriba y abajo por la base del acantilado hasta perder las esperanzas en su intento de localizar la cueva. Finalmente, dirigió el bote bordeando el acantilado hasta que llegó a la gran abertura por la cual el mar penetraba en la montaña. Se metió por la larga y enorme caverna, pero cuando llegó a la gran catarata no encontró ningún lugar donde amarrar el bote. Estaba siendo arrastrado hacia la impresionante caída del agua. Pahen recordaba todavía el bramido de las aguas, el girar y girar y girar, y luego... la inconsciencia.
Cuando se despertó de su traslación, estaba tendido desnudo entre la oscura bruma bajo la masa de una piedra de cilindros. Su cilindro uno nuevo, por supuesto y un montón de ropas estaban a su lado. Entonces oyó voces. Las imprecisas siluetas de gente acudiendo a colocar sus cilindros en la piedra se aproximaron. Estaba sano y salvo... excepto por el terrible recuerdo de la morada de los dioses.
Tom Rider fue trasladado a la zona de Pahen tras haber sido asesinado por algunos cristianos medievales. Se convirtió en un soldado, conoció a Pahen, que estaba en el mismo pelotón, y oyó su historia. Rider alcanzó el grado de capitán luego fue muerto de nuevo. Despertó al día siguiente en la zona donde vivía Farrington.
Varios meses más tarde iniciaron juntos su viaje Río arriba en una piragua. Luego se establecieron durante un tiempo en un lugar adecuado para construir el Abigarrado.
¿Cuál es mi reacción a todo esto? Bien, la historia de Pahen me hace desear el ir a ver por mi mismo si es cierta o no. Si no se lo inventó todo, y Tom dice que Pahen es un hombre tan impasible y poco imaginativo como una de esas esculturas de madera de un indio que ponían en las tiendas donde vendían tabaco, entonces este mundo, al contrario de Tierra, puede ofrecernos respuestas a las Grandes Preguntas, puede ser un espejo de la Realidad Definitiva.
¡Adelante hacía la Torre!