omaron su comida de la noche, pescado y pan, algo que les repugnaba antes incluso de llevarlo a sus bocas. Los ganopo, sin embargo, fueron lo suficientemente amables como para proporcionarles unos cuantos cigarrillos y tanto alcohol de liquen como desearan. Antes de penetrar en su cabaña, supuestamente para retirarse para la noche, Burton dio un paseo por la playa. Los babilonios estaban o en sus alojamientos o hablando en pequeños grupos ante ellos. Estaban cansados después de tres días de duro y frustrante trabajo, y pronto estarían todos dormidos. Todos, por supuesto, menos los guardias estacionados a lo largo del perímetro de la balsa. Mantendrían encendidas antorchas de pino empapadas en aceite de pescado y caminarían arriba y abajo a su luz, aguardando su relevo.
Los grupos más numerosos estaban en la parte delantera. Metusael los había situado allí para asegurarse de que la gente de Burton no intentara deslizarse a bordo para robar sus posesiones. El hombrecillo de piel oscura lo observó atentamente mientras Burton caminaba despreocupadamente ante él. Sonrió y le dedicó un saludo. El babilonio no se lo devolvió.
Comprobada la situación, Burton regresó a su cabaña. Por el camino se cruzó con el jefe ganopo, que estaba sentado ante su propia choza fumando una de las pequeñas pipas de brezo que los cilindros ofrecían una vez al año.
Burton se acuclilló a su lado.
Estoy pensando, oh jefe, que esta noche la gente de la balsa puede que sufra una gran sorpresa.
El jefe se quitó la pipa de la boca y murmuró:
¿Qué quieres decir?
Es posible que el jefe del pueblo de la orilla norte esté preparando una incursión contra el pueblo de la balsa. ¿Has oído algo al respecto?
Ni una palabra. El gran jefe de los shaawanwaaki no me hace confidencias. De todos modos, no me sentiré sorprendido si él y sus guerreros quieren vengar las ofensas y los insultos que nosotros los ganopo, que nos hallamos bajo su protección, hemos sufrido de los narices-de-águila.
Si efectúan esa incursión que sugieres, ¿cuándo crees que la iniciarán con más probabilidad?
En los tiempos antiguos, cuando los shaawanwaaki guerreaban contra el pueblo de la orilla sur, cruzaban el Río justo antes del amanecer. Las nubes son aún densas en ese momento, y su aproximación no puede ser vista. Pero inmediatamente después de haber tomado tierra, el sol sale y las nubes arden y desaparecen bajo su calor. Entonces los shaawanwaaki pueden ver y golpear.
Eso es lo que pensaba dijo Burton. De todos modos, hay algo que me preocupa. Es cosa fácil cruzar un río o incluso un lago pequeño entre la bruma y encontrar la otra orilla. Pero ésta es una pequeña isla que puede resultar difícil de encontrar entre las nieblas. Es cierto que la torre de roca es muy alta, pero los que efectúen la incursión se hallarán inmersos en la bruma y no podrán verla.
El jefe sacudió la ceniza de su pipa y dijo:
Eso no es problema mío.
Hay un reborde en la espira dijo Burton. Está en la parte norte, pero un saliente de la roca impide que los de la balsa puedan verlo. También les impediría ver una fogata. Una fogata que cualquiera en la parte norte del Río podría ver incluso a través de la bruma. ¿Es por eso por lo que algunos de los ganopo han estado tan atareados durante todo el día llevando bambúes y madera de pino hacia aquel reborde?
El jefe sonrió:
Tienes la curiosidad de un gato montés y los ojos de un halcón. Sin embargo, le prometí al jefe de los shaawanwaaki que no diría una palabra acerca de sus intenciones.
Burton se puso en pie.
Comprendo. Muchas gracias por tu hospitalidad, jefe, nos volvamos a ver o no.
Si no en este mundo, quizá en el próximo.
Era difícil conciliar el sueño. Tras horas de dar vueltas y revueltas, se sorprendió siendo despertado a sacudidas por Monat. Burton se soltó de los tres dedos y un pulgar de la mano del arcturiano y se puso en pie. Monat, que procedía de un planeta con una rotación también de veinticuatro horas, poseía un cronómetro biológico en su cabeza. Burton confiaba siempre en él para que los despertara a la hora precisa.
Se prepararon, hablando en voz baja mientras bebían el café instantáneo. Los cristales, un regalo de los isleños, entraban en ebullición al disolverse en el agua.
Tras repasar una vez más su plan, salieron de la cabaña e hicieron sus necesidades. La cabaña estaba lo bastante alta como para quedar por encima de la bruma, permitiéndoles ver un ligero resplandor en la parte alta de la espira. Los shaawanwaaki, incluso a través de la niebla, serían capaces de ver aquel débil resplandor. Era todo lo que necesitaban.
Frigate y Burton eran los únicos que llevaban su atuendo completo cuando el Hadji II se hundió. Los demás, sin embargo, llevaban ropas que les habían sido proporcionadas por los ganopo. Envueltos en ellas de la cabeza a los pies, caminaron por entre la bruma. Burton iba delante, una mano en la de Alice, la de ella en la de Frigate, y así toda la hilera. Guiado por su extraordinario sentido de la orientación, Burton los condujo hasta el borde del agua. Ahora podían ver el resplandor de las antorchas en la neblina.
Burton tomó su cuchillo de pedernal. Kazz llevaba una maza que se había fabricado a partir de un tronco de pino con un cuchillo prestado por un ganopo. El cuchillo de Frigate había pertenecido a la mujer Neanderthal, Besst. Los demás iban desarmados.
Burton avanzó cautelosamente hasta llegar al borde de la balsa. Había espacio suficiente entre las antorchas alineadas en su perímetro como para trepar a ella sin ser vistos. Procedió a hacerlo hasta que estuvo fuera del alcance de la vista y el oído de los guardias. Entonces aguardó mientras, uno tras otro, los demás le seguían.
Esta es la parte más fácil dijo. A partir de ahora deberemos avanzar a ciegas hasta la siguiente antorcha. Tengo la localización de las distintas construcciones y de la situación de los botes en mi cabeza, pero con esta bruma... bien, seguidme.
Pese a su aparente seguridad, durante un tiempo vagaron de un lado para otro. Luego, bruscamente, la masiva figura negra del ídolo, con su fuego en su horadado vientre, estuvo frente a ellos. Se detuvieron por el espacio de un minuto, estimando el probable número de pasos desde la estatua hasta la construcción que albergaba los cilindros.
Veo algunas luces a la derecha dijo Kazz.
Manteniéndose a distancia de las antorchas, Burton condujo a los otros hasta que vio las cuadradas paredes y el techo cónico de la estructura que servía de almacén. De la parte delantera de la construcción les llegaban las voces de los guardias, hablando en voz baja, pateando el suelo de tanto en tanto para mantenerse en calor. Tras ir a la parte de atrás, tocando su pared con los dedos para mantener el contacto, Burton se detuvo en uno de los lados.
Allí sacó de debajo de sus ropas un ovillo de cuerda de piel que le había dado el jefe ganopo, que no le había preguntado para qué la necesitaba. Monat y Frigate también llevaban cuerda. Burton unió sus extremos y los ató para hacer una sola cuerda. Mientras Alice sujetaba un extremo, él penetró en la oscuridad con Frigate, Monat, Loghu y Kazz. Sabía que había un bote fijado en el borde de la balsa justo al otro lado del almacén. Esta vez, se dirigió directamente hacia su objetivo.
Procurando moverse lenta y silenciosamente, él y los otros soltaron la amplia canoa de sus sujeciones. Podía contener diez personas, de modo que, aunque hecha de ligero pino y de delgada piel de pez, era pesada.
Una vez la canoa estuvo en el agua y las pértigas colocadas en ella, todos regresaron excepto Loghu. Su misión era impedir que la canoa se alejara de la balsa.
Siguiendo la cuerda, regresaron rápidamente al almacén.
En el momento en que llegaban allí, Kazz lanzó un gruñido y dijo:
¡Viene alguien!
Las llamas de cuatro antorchas se hicieron visibles.
¡Es el cambio de la guardia! dijo Burton.
Tuvieron que dirigirse hacia el otro lado de la construcción, ya que los cuatro hombres armados avanzaban directamente hacia ellos.
Burton alzó la vista. ¿Era su imaginación, o la bruma era menos oscura allá arriba? Aguardaron, algunos de ellos sudando pese al húmedo y frío aire. Los guardias
intercambiaron algunas palabras, alguien debió contar un chiste, a juzgar por las risas, luego los hombres relevados dijeron buenas noches. Las antorchas mostraron que dos de ellos se dirigían a sus alojamientos en la parte delantera. Los otros dos se fueron en dirección opuesta, obligando a los invasores a retirarse rápidamente.
Burton, observando desde la esquina, dijo:
Esos dos se están separando. Kazz, ¿crees poder atrapar a uno de ellos?
Sin dificultad, Burtonnaq dijo Kazz, y desapareció.
Las dos antorchas estaban ya casi fuera de su vista cuando Burton vio caer una de ellas. Un minuto más tarde volvió a alzarse, haciéndose más brillante a medida que se aproximaba.
Por aquel entonces, Burton había trasladado el grupo desde el lado hasta la parte trasera del almacén. No deseaba que un guardia que pasara por la parte frontal pudiera ver la antorcha.
Kazz se había echado hacia atrás la capucha. Sus grandes dientes como fichas de dominó brillaban a la luz de las llamas. En una mano llevaba la pesada lanza de roble rematada con un largo cuerno de pez cornudo que le había tomado al guardia. Su cinturón llevaba ahora un cuchillo de cuarzo encajado en un pesado mango de madera y un hacha de hoja de pedernal. Se los pasó a Frigate y Alice. Su maza pasó al arcturiano.
Espero que no lo hayas matado susurró Monat.
Eso depende de lo resistente que sea su cráneo dijo Kazz.
Monat hizo una mueca. Sentía una aversión casi patológica a la violencia, aunque podía ser un efectivo luchador en defensa propia.
¿Te molesta tu pierna? preguntó Burton a Frigate. ¿Crees que podrás manejar esa hacha con la misma efectividad de siempre?
Creo que sí dijo Frigate. Estaba temblando de pies a cabeza, aunque estaría bien de nuevo cuando empezara la pelea. Como el arcturiano, odiaba la lucha física.
Burton les dijo lo que tenían que hacer, luego condujo a Kazz y Alice por uno de los lados hacia el frente. Los otros fueron por el lado opuesto.
Burton atisbó por la esquina. Los cuatro guardias estaban de pie muy juntos, unos frente a otros, charlando. Un momento más tarde, una antorcha apareció por la otra esquina. Los guardias no la vieron hasta que estuvo cerca. Tan pronto como Burton los vio volverse hacia ella, dando el alto, avanzó.
Kazz, con el rostro disimulado por la capucha, estaba ya casi junto a ellos antes de que le ordenaran que se detuviera. Probablemente los guardias pensaban que era uno de los hombres relevados, que había vuelto por algún motivo.
Cuando fue descubierto el error, ya era demasiado tarde para ellos. Kazz sujetó su lanza justo por debajo de la punta de cuerno y, utilizándola como pica, golpeó con su otro extremo al guardia en el lado del cuello.
Burton, sujetando su cuchillo con su mano izquierda, golpeó con el filo de su derecha la nuca de otro hombre. No tenía intención de matar, y había ordenado al sanguinario Kazz que evitara utilizar la aguzada punta de su lanza en todo lo que le fuera posible.
El hacha de Frigate surgió girando del grisor y golpeó a un tercero en el pecho. No fue lanzada con demasiada precisión, o quizá Frigate intentaba no matar, en cuyo caso fue un excelente lanzamiento. El frente romo, no el borde afilado, fue el que golpeó, y el hombre cayó de espaldas, perdido el resuello. Antes de que pudiera recobrarse era puesto fuera de combate por un salvaje puntapié de Burton en un lado de su cabeza.
Al mismo tiempo que los demás, Monat atacó, y el cuarto guardia se derrumbó con un golpe en la cabeza.
Hubo un momento de silencio mientras aguardaban, intentando averiguar si alguien había oído la pelea. Luego tomaron las antorchas de cubierta, y Burton abrió la puerta. Los caídos fueron arrastrados dentro, donde Monat los examinó.
Muy bien. Todos están vivos.
Algunos de ellos volverán en sí demasiado pronto dijo Burton. Vigílalos, Kazz. Alzó una antorcha sobre el estante donde se hallaban los cilindros comodín.
Ya no seremos más mendigos.
Vaciló. ¿Debían tomar únicamente siete cilindros? ¿Por qué no todos treinta? Los extras podían ser utilizados para comerciar a cambio de madera y velas para el nuevo barco que deberían construir.
Honor pero no honores, era su divisa, pero aquél era un asunto de restitución, no un robo.
Dio la orden, y cada uno tomó cinco cilindros. Colocaron la ancha asa de uno de ellos sobre su cabeza, dejándolo colgar hacia atrás de su cuello, y sujetaron otros dos en cada mano. Luego abandonaron el almacén, cerraron la puerta, y siguieron la cuerda de piel hasta la canoa. Las antorchas fueron dejadas en cubierta, fuera del almacén.
¿No es ya tiempo de que ataquen los indios? dijo Loghu.
Yo diría más bien que ya ha pasado respondió Monat.
Alejaron la canoa de la balsa, luego empezaron a usar la pértigas. Su destino era la orilla sur, donde intentarían seguir Río arriba hasta antes del amanecer. Burton estaba preocupado por los cilindros extra. Si las autoridades locales los veían, podían apoderarse de ellos. Y aunque no lo hicieran siempre habría alguien que los codiciara.
Sólo había una forma de ocultarlos. Los cilindros extra fueron llenados de agua. Cortaron tiras de cuerda, y un extremo de cada una de ellas fue atado a una de las asas. El otro extremo fue atado a la parte superior del armazón de la canoa a través de un agujero practicado en la piel.
El peso de la canoa era grande, pero afortunadamente estaban cerca de la orilla. Se detuvieron en un complejo de amarraderos cerca de una piedra de cilindros y ataron la canoa a un poste bajo el muelle.
Se sentaron bajo la piedra y aguardaron. Llegó el amanecer, y con él cientos de ciudadanos. El grupo de Burton se presentó y solicitó permiso para utilizar la piedra. Le fue concedido de buen grado, puesto que los habitantes de la orilla sur eran pacíficos. De hecho, les gustaban los extranjeros, una fuente constante de noticias y de rumores.
La bruma se disipó. Burton subió encima de la piedra y miró hacia la espira. Su base estaba a unas dos millas náuticas y media de distancia, lo cual, desde aquella altitud, ponía el horizonte a cuatro millas más allá. Podía ver las grandes construcciones de la balsa y el ídolo, pero las llamas que había esperado ver surgir de ellas no existían. Quizá los shaawanwaaki no habían prendido fuego a la balsa. Después de todo, puede que desearan conservarla intacta hasta que pudieran llevarla a la orilla y desmantelaría. Sus troncos eran valiosos.
En vez de marcharse aquel día, decidió que podían quedarse. Aquella tarde llegó un grupo de ganopo, entre ellos el jefe. Burton le preguntó.
El jefe se echó a reír.
Esos cabezas de tortuga de shaawanwaaki fallaron completamente la balsa. No pudieron ver el fuego, aunque no comprendo cómo no lo vieron. Fuera como fuese, dieron vueltas durante horas y horas, y cuando la bruma se alzó descubrieron que la corriente los había llevado cinco piedras más allá de la isla. ¡Vaya partida de ineptos!
¿Dijeron algo los babilonios acerca de la piragua desaparecida? ¿Sin mencionar los guardias a los que tuvimos que golpear un poco?
Burton pensó que era mejor no decir nada sobre los cilindros. El jefe se echó a reír de nuevo.
Sí, vinieron bramando a la orilla antes de que la piedra Ilameara. Estaban muy furiosos, aunque no dijeron el porqué. Nos golpearon un poco, pero las magulladuras y los insultos no nos preocuparon porque nos sentíamos felices de que les hubierais dejado como estúpidos. Registraron a fondo toda la isla, pero no os encontraron, por supuesto. Lo que si encontraron fueron las cenizas del fuego, y nos preguntaron qué significaban. Les dije que era un fuego ceremonial.
»No me creyeron. Supongo que debieron sospechar la verdad. No tenéis que preocuparos de posibles grupos de búsqueda tras vuestras huellas. Todos ellos, incluido Metusael, están esforzándose en reflotar la balsa hoy. Deben esperar otro ataque esta noche.
Burton preguntó al jefe por qué los shaawanwaaki no atacaban de día. Podían abrumar fácilmente con su número a los babilonios.
Es debido a que hay un pacto entre los estados de esta zona para proteger a los extranjeros. Hasta ahora siempre ha sido respetado, y por buenas razones: los demás estados podrían sentirse impulsados a declararle la guerra al agresor. De todos modos, los shaawanwaaki esperaban mantener esto en secreto. Si eran descubiertos, pensaban decir que la gente de la balsa se había negado a pagar compensaciones por los daños que nos habían causado.
»No sé. Quizá los shaawanwaaki abandonen finalmente la idea. Claro que hay muchos entre ellos a quienes les gustaría alguna buena incursión para distraerse un poco.
Burton nunca llegó a saber lo que les ocurrió a los babilonios. Decidió que debían marcharse aquel mismo día. Cuando la canoa estuvo en camino, los cilindros fueron sacados, vaciados, y colocados en el fondo de la embarcación.