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Chapter 80 - EL OSCURO DESIGNIO (18)

El shock del agua fría hizo recuperar completamente el conocimiento a Burton. Por un minuto estuvo completamente debajo de la superficie, sin saber cuál era el camino hacia arriba en la oscuridad.

Sólo había una forma de averiguarlo. Tras cinco brazadas, sintió que la presión en sus oídos aumentaba. Invirtiendo su posición, nadó en lo que esperaba fuera la dirección opuesta. Por todo lo que sabia, se estaba moviendo horizontalmente. Pero la presión cesó, y justo cuando temía no poder contener más tiempo la respiración, emergió a la superficie.

Al mismo tiempo, algo golpeó violentamente contra la parte de atrás de su cabeza, dejándolo semiinconsciente de nuevo. Agitó las manos hasta que tropezaron con un objeto, y se aferró a él. Aunque no podía ver nada en la bruma, reconoció la cosa a la que se había sujetado. Un enorme tronco.

A su alrededor había una inmensa barahúnda, gritos, aullidos, alguien cerca de él pidiendo socorro. Soltó su presa tan pronto como hubo recuperado todos sus sentidos, y nadó hacia la mujer que gritaba pidiendo ayuda. Cuando estuvo cerca reconoció la voz de Loghu. Unas cuantas brazadas lo llevaron junto a ella, lo suficientemente cerca como para entrever su rostro.

Tranquila dijo. Soy yo, Dick.

Ella se agarró a sus hombros, y los dos se hundieron. Burton se debatió, la obligó a soltarle, giró en torno a ella y la sujetó por detrás.

Loghu dijo algo en su tokhariano nativo. El le respondió en la misma lengua:

No te asustes. Todo está bien. Loghu, jadeando, dijo:

Me he sujetado a algo. No voy a hundirme.

El la soltó y miró. Otro tronco. La colisión debía haber soltado algunos de los troncos delanteros de la balsa. ¿Pero dónde estaba su barco, y dónde la balsa? ¿Y dónde estaban Loghu y él?

Parecía probable que hubieran caído en el orificio producido cuando los troncos delanteros de la balsa se soltaron. Pero seguramente la corriente había arrastrado la parte intacta contra la roca, aplastándolo todo entre ella y la roca. ¿Habían sido llevados más allá de la esquina de la espira, y estaban derivando ahora con la corriente?

Si era así, estaban en medio de una maraña de troncos y pedazos de madera del barco. No dejaban de golpear contra él y Loghu.

Ella gimió y dijo:

Creo que tengo una pierna rota, Dick. Me duele terriblemente.

El tronco al que estaban agarrados era muy largo y grueso, y sus extremos eran tan distantes que no podían verlos entre la bruma. Tenían que clavar los dedos en la rugosa corteza para mantener su presa. No iba a pasar mucho tiempo antes de que se vieran obligados a soltar su asidero.

Repentinamente, la voz de Monat surgió entre el grisor.

¡Dick! ¡Loghu! ¿Estáis ahí?

Burton gritó, y un momento más tarde algo chocó contra el tronco. Golpeó sus dedos, haciéndole lanzar un grito de dolor y soltar su presa. Se hundió en el agua. Braceó para volver a la superficie, y entonces el extremo de una pértiga brotó como una serpiente lista para atacar de entre la bruma. Rozó su mejilla izquierda. Un poco más a la derecha y le hubiera dado de lleno, quizá le hubiera partido el cráneo.

La agarró y gritó que tiraran de él.

Loghu está aquí también dijo. ¡Ve con cuidado con esa pértiga!

Fue arrastrado por Monat hasta el borde de la balsa, donde Kazz lo izó con un solo movimiento. Luego Monat lanzó de nuevo la pértiga hacia la oscuridad. Un minuto más tarde Loghu era izada también. Estaba semiinconsciente.

Envuélvela con algunas ropas. Manténla caliente dijo a Kazz.

Sí, Burtonnaq dijo el Neanderthal. Se volvió y fue envuelto por la bruma. Burton se sentó en la húmeda y lisa superficie de la balsa.

¿Dónde están los demás? ¿Está bien Alice?

Están todos excepto Owenone dijo Monat . Alice parece tener algunas costillas rotas. Frigate se golpeó la rodilla En cuanto al barco, ya no existe.

Antes de que pudiera recobrarse de la impresión, vio llamear antorchas. Se acercaron a ellos, lanzando la suficiente luz como para distinguir a sus portadores. Eran una docena de caucasianos bajos y de rostros oscuros con narices anchas picudas, vestidos de la cabeza a los pies con ropas a franjas de muchos colores. Sus únicas armas eran cuchillos de pedernal, todos enfundados.

Uno de ellos habló en una lengua que Burton pensó era semítica. Si lo era, sonaba como una antigua forma de esa familia lingüística. Podía comprender alguna palabra aquí allá, sin embargo. Respondió en Esperanto, y el que hablaba cambió a éste.

Siguió un rápido diálogo. Aparentemente, el hombre en la torre se había dormido porque había estado bebiendo. Había sobrevivido a la caída desde la torre cuando la balsa se había estrellado contra la isla y los había arrojado a él y al hombre que Burton había visto subir.

Este segundo hombre no había tenido tanta suerte. Se había roto el cuello. En cuanto al piloto, su suerte no había durado mucho. Había sido arrojado por la borda por sus coléricos compañeros.

Los grandes ruidos rechinantes que Burton había oído antes de que su barco recibiera el impacto procedían de la colisión de la proa en forma de V de la balsa contra los muelles y luego la dura roca de la playa. Esto había hecho que la mitad delantera de la V fuera levantada y la mayoría de las cuerdas de piel de pez que mantenían unidos los troncos entre sí se rompieran. La V había absorbido también la mayor parte del impacto, impidiendo de este modo que el resto de la balsa se despedazara.

Una sección del lado noroeste había sido arrancada, pero se había mantenido en su lugar obligado por el cuerpo principal de la balsa. Era un amasijo de masivos troncos lo que había impactado contra la Hadji II, aplastando la mitad inferior de su parte trasera. Tras el golpe, la parte delantera del barco se había hundido en el agua, mientras que la parte trasera, destrozada por el impacto, se desmoronaba y caía sobre y entre el amasijo de troncos.

Burton había sido lanzado hacia delante contra la roca por el impacto, había caído en cubierta, y luego se había deslizado por ella hasta el agua.

Por supuesto, la tripulación podía considerarse afortunada de que ninguno hubiera resultado muerto o seriamente herido. No, Owenone aún no había aparecido.

Había muchas cosas de que ocuparse ahora. En primer lugar, los heridos debían ser atendidos. Se dirigió hacia el lugar donde se hallaban los otros, bajo el resplandor de tres antorchas. Alice le rodeó el cuello con sus brazos y lloró cuando él la abrazó.

No me aprietes le dijo ella. Me duele el costado.

Un hombre avanzó hasta él y le dijo que le habían encargado que se ocupara de ellos. Las dos mujeres fueron transportadas por algunos de los hombres de la balsa, mientras Frigate, gruñendo, les seguía apoyado en Kazz. Por aquel entonces la luz del día era ya lo suficientemente intensa como para que pudieran ver con claridad. Tras avanzar unos sesenta metros, se detuvieron ante una gran cabina de bambú techada con las enormes hojas del árbol de hierro. Toda la estructura estaba asegurada a la balsa mediante cuerdas de cuero atadas a clavijas fijadas en los troncos.

Dentro de la cabina había una plataforma de piedra sobre la que ardía un pequeño fuego. Los heridos habían sido acomodados en literas de bambú cerca de él. Por aquel entonces la bruma se había ido disipando. La luz era mucho más intensa, y todos se sobresaltaron al oír un ruido como de un millar de cañones disparando al mismo tiempo. Por mucho que oyeran aquel ruido, siempre les sobresaltaba.

Las piedras de cilindros habían escupido su energía.

Nos hemos quedado sin desayuno dijo Burton. Alzó bruscamente la cabeza.

¡Los cilindros! ¿Alguien recogió los cilindros?

No, se perdieron con el barco dijo Monat. Su rostro se crispó dolorosamente, y sollozó. ¡Owenone debe haberse ahogado!

Se miraron los unos a los otros a la luz de las llamas. Sus rostros estaban aún pálidos tras las pruebas sufridas; pese a ello, perdieron aún algo más de su color.

Algunos gruñeron. Burton maldijo. El también sentía pesar por Owenone, pero él y su tripulación se habían convertido en mendigos, dependientes de la caridad de los demás. Era preferible estar muerto que sin cilindro, y en los viejos días aquellos que perdían el suyo podían, y a menudo lo hacían, suicidarse. Al día siguiente despertaban, lejos de sus amigos y compañeros, pero al menos con su fuente de comida y lujos.

Bueno dijo Frigate, siempre podemos comer pescado y pan de bellotas.

¿Por el resto de nuestras vidas? dijo sarcásticamente Burton. Lo cual puede significar eternamente, por lo que sabemos.

Intenta simplemente mirar el lado bueno de las cosas dijo el americano. Aunque admito que no es muy alentador.

¿Por qué no os preocupáis de las cosas que realmente importan? dijo Alice. Por el momento, me gustaría que alguien se ocupara de mis costillas, y estoy segura de que la pobre Loghu desearía que alguien volviera a poner en su sitio y entablillara su hueso roto.

El hombre que los había traído hasta allí dio las órdenes necesarias para que los heridos fueran atendidos. Una vez hecho esto, y los dolores de sus pacientes aliviados con goma de los sueños, salió fuera. Burton, Kazz y Monat le siguieron. Por aquel entonces el sol había hecho desaparecer casi toda la bruma. Dentro de unos momentos no quedaría nada.

La escena era impresionante. Toda la proa en forma de V de la balsa había desaparecido cuando su punta había barrido la playa y los amarraderos y su parte de babor había chocado contra un ángulo de la espira. Los muelles y las barcas de los ganopo habían resultado destruidos, enterrados en algún lugar entre el montón de maderos que llenaba ahora la playa. La parte principal de la balsa se había metido al menos una docena de metros en la orilla. Varios centenares de ocupantes de la balsa estaban de pie en aquel extremo de la estructura, hablando animadamente entre sí pero sin hacer nada constructivo.

A la izquierda, los troncos liberados se hablan amontonado contra la escarpada pared de la espira por la acción de la corriente. No había la menor señal del Hadji II ni de Owenone. Las esperanzas de Burton de ser capaz al menos de recuperar algunos cilindros se revelaron vanas.

Miró a la balsa en torno a él. Aunque había perdido su parte delantera, seguía siendo inmensa. Debía tener al menos doscientos metros de largo por ciento veinte de ancho. Su popa tenía también forma de V.

En su centro estaba el enorme objeto, negro, redondo, que había visto flotar por encima de la bruma. Era la cabeza de un ídolo de casi diez metros de alto. Negro, rechoncho y feo, dominaba la balsa. Estaba sentado con las piernas cruzadas, y su columna vertebral tenía crestas como las de los lagartos. Su cabeza era la de un demonio, sus azules ojos brillantes, su enorme boca abierta mostrando unos dientes blancos y afilados como los de un tiburón.

Los dientes, supuso Burton, debían haber sido extraídos de un pez dragón y clavados en aquellas encías.

En mitad de su enorme barriga había un orificio redondo. En su interior, un hogar de piedra resplandecía con el fuego de un pequeño montón de maderos. Su humo ascendía por el interior del cuerpo y surgía en volutas por las orejas como de murciélago del ídolo.

Delante, cerca del extremo de la balsa, la torre de vigilancia estaba volcada sobre un lado, sus tensores rotos en su base por la fuerza de la colisión. Un cuerpo yacía todavía a su lado.

Había algunas grandes construcciones aquí y allá, con varias otras más pequeñas entre ellas. Unas cuantas de las pequeñas se habían desmoronado, y una de las grandes construcciones estaba peligrosamente ladeada.

Contó diez altos mástiles con velas cuadradas, y otros veinte más cortos con velas áuricas. Todas las velas estaban recogidas.

A lo largo de los bordes de la balsa había soportes con botes de varios tamaños.

Detrás del ídolo estaba la construcción más grande de todas. Supuso que era el alojamiento del jefe, o quizá un templo. O ambas cosas a la vez.

En aquel momento resonaron trompetas y batieron tambores. Viendo a la gente dirigirse hacia la gran construcción, Burton decidió unirse a ella. Se congregaron entre el ídolo y la estructura. Burton se quedó detrás, desde donde podía observar lo que ocurría y al mismo tiempo examinar la estatua. Un discreto rascar con un cuchillo de pedernal reveló que era de adobe, recubierto con una capa de pintura negra. Se preguntó cómo se habría obtenido la pintura para el cuerpo, ojos y encías. Los pigmentos eran raros allí, para gran dolor de los artistas.

El jefe, o el sumo sacerdote, era más alto que los demás, aunque seguía siendo media cabeza más bajo que Burton. Llevaba una capa y un faldellín a franjas azules, negras y rojas, y una corona de madera de roble de seis puntas. Su mano derecha sostenía una larga vara de roble. Habló desde una plataforma situada en la entrada de la construcción, haciendo numerosos gestos con la vara, sus negros ojos brillando fieramente, su boca derramando un torrente de palabras del que Burton no comprendió absolutamente nada. Tras casi media hora bajó de la plataforma, y la gente se repartió en varios grupos de trabajo.

Algunos acudieron a la isla para recuperar los troncos que se habían desprendido de la proa y apilarlos en el cuerpo principal. Otros acudieron a la parte posterior, donde la popa en forma de V se unía a la parte principal. Sacaron enormes remos y los fijaron a una serie de soportes. Luego, como un grupo de galeotes, trabajando al ritmo de los golpes de un tambor, empezaron a remar.

Aparentemente, estaban intentando hacer girar la parte trasera de la balsa para que la corriente la empujara de lado y la liberara así de la orilla. Tan pronto como la balsa

presentara lo suficiente de su lado de estribor a la corriente, acabaría de girar y se vería libre de la isla.

Esto era la teoría, pero la práctica falló. Resultó evidente que primero habría que despejar la masa de troncos delantera y levantarla lo suficiente como para que se liberara de la playa.

Burton sintió deseos de ir a hablar con el jefe, pero este se había dirigido hacia el ídolo y estaba postrado ante él, haciendo rápidas inclinaciones y cantándole. Una de las cosas más importantes que había aprendido Burton en su vida era que resultaba peligroso, en cualquier circunstancia, interrumpir un ritual religioso.

Se limitó pues a ir de aquí para allá, deteniéndose ocasionalmente para examinar los botes, canoas y pequeñas barcas de vela alineadas en sus soportes a lo largo de todo el borde de la balsa. Luego dedicó su atención a las grandes construcciones. La mayoría de ellas tenían puertas que estaban cerradas y aseguradas desde el exterior. Tras comprobar que nadie le observaba, penetró en varias de ellas.

Dos eran almacenes de pescado seco y pan de bellotas. Otra estaba llena de armas. Otra era un hangar para botes conteniendo dos piraguas a medio terminar y el costillar de una canoa. Esta última sería recubierta a su debido tiempo con piel de pez. La quinta construcción contenía una gran variedad de utensilios: cajas de roble llenas de artículos de comercio, huesos espiralados y los cuernos como de unicornio del pez cornudo, montones de piel de pez y humana, tambores, flautas de bambú, arpas con tripa de pez cornudo como cuerdas, cráneos convertidos en copas, cuerdas de fibras y piel de pez, montones de intestinos desecados de pez dragón, ideales para fabricar velas, lámparas de piedra para quemar aceite de pescado, cajas de lápices labiales, maquillajes, marijuana, cigarrillos, puros, encendedores (todo ello indudablemente reunido a lo largo de tratos comerciales u como tributo), casi unas cincuenta máscaras rituales, y multitud de otros artículos.

Cuando penetró en la sexta construcción, sonrió. Allí era donde se guardaban los cilindros. Los altos depósitos de metal gris estaban alineados en estantes de madera, aguardando a sus propietarios. Contó trescientos cincuenta. Un cilindro para cada uno de los aproximadamente trescientos diez ocupantes de la balsa quería decir que había cilindros extra.

Una inspección de pocos minutos le mostró que todos excepto treinta estaban marcados. Los marcados tenían cuerdas atadas a las asas de sus tapas, a cuyos otros extremos colgaban tablillas de tierra cocida llenas de símbolos cuneiformes. Eran los nombres de sus propietarios. Examinó algunas de las marcas grabadas en las tablillas, que se parecían a las que había visto en fotografías de documentos asirios y babilónicos.

Intentó alzar las tapas de un cierto número de los cilindros etiquetados, pero fracasó, por supuesto. Había alguna especie de mecanismo que impedía que nadie excepto su propietario pudiera abrir un cilindro. Había varias teorías para explicar aquello, una de las cuales era que un dispositivo sensitivo en el interior del cilindro detectaba el campo eléctrico de la piel de su propietario y activaba entonces el mecanismo de apertura.

Sin embargo, los cilindros sin etiqueta eran de distinto tipo. Algunos los llamaban

«comodines».

Cuando más de treinta y seis mil millones de muertos en la Tierra se habían despertado de pronto enteros y jóvenes a lo largo de la inmensa extensión del Rio, habían encontrado a su lado un cilindro personal. Al mismo tiempo, cada una de las piedras de cilindros tenía en su depresión central un cilindro. Este, aparentemente, había sido puesto allí por los resucitadores para mostrar a los nuevos ciudadanos cómo funcionaban los cilindros.

Cada piedra había vomitado ruido y luz, y cuando el trueno y el relámpago habían cesado, la gente curiosa se había encaramado a las piedras para mirar los cilindros que había en ellas. Sus tapas fueron alzadas, y su contenido quedó expuesto. ¡Maravilla de

maravillas, regocijo de regocijos! El hueco interior contenía una serie de compartimientos ocupados por platos y tazas llenos de comida y artículos varios.

La siguiente vez que las piedras lanzaron sus descargas, los cilindros particulares estaban puestos en ellas, y esta vez también proporcionaron lo que sus dueños necesitaban y más aún, aunque la naturaleza humana es de tal forma que alguna gente se quejó de que no hubiera más variedad.

Los cilindros comodines, los que habían servido originalmente de muestra en las piedras, se volvieron pronto muy valiosos; la gente engañaba y robaba y mataba por obtenerlos. Si una persona disponía de un cilindro privado y un comodín, él o ella conseguía dos veces más comida y lujos que lo que se suponía le correspondía.

El propio Burton nunca había conseguido uno... pero ahora había treinta de ellos allí, en la estantería ante él.

El problema de los cilindros perdidos quedaba resuelto... si podía conseguir que el jefe se los entregara. Después de todo, su balsa era responsable de la pérdida de su barco y sus cilindros. Estaba en deuda con la tripulación del Hadji II.

Hasta este momento, él y su tripulación habían sido tratados correctamente. Podía pensar en otros grupos que habían encontrado a lo largo del camino que no hubieran hecho nada por ellos excepto arrojarlos por la borda... después de violar en masa a las mujeres y quizá incluso sodomizar a los hombres.

Sin embargo, debía haber un límite a la hospitalidad de la gente de la balsa. Los cilindros comodines no eran una propiedad común. Este grupo debía haberlos robado a alguien. Donde fuera que los hubiesen obtenido, debían estarlos guardando para emergencias, como reserva para los que pudieran perderse, o como tributo si se tropezaban con algún grupo particularmente hostil y poderoso.

Burton abandonó la construcción, cerró la puerta tras él, y echó a andar pensativamente. Si le pedía al jefe que le entregara siete de aquellos cilindros, lo más probable era que se negara. Además, aquello le haría sospechar, y seguramente pondría guardias ante aquella construcción. Sin mencionar el hecho de que podía ponerse nervioso ante la presencia de unos ladrones potenciales y llegar a pedirles, educadamente o no, que abandonaran la balsa.

Pasando junto al ídolo, vio que el jefe había dejado de rezar y se dirigía hacia la isla. Aparentemente, su intención era supervisar las actividades allí.

Burton decidió pedirle los cilindros ahora. No servia de nada retrasar las cosas. El hombre que se sienta sobre su culo se sienta sobre su fortuna.