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Chapter 78 - EL OSCURO DESIGNIO (16)

Deseosa de hablar con Greystock, Jill se encaminó por entre la multitud hacia él. Pero fue detenida por Firebrass antes de que pudiera alcanzar al inglés.

Un mensajero acaba de decirme que hemos conseguido establecer radiocontacto con el Mark Twain. ¿Te gustaría asistir a la conversación? Puede que tengas la oportunidad de hablar con el gran Sam Clemens en persona.

¡Por supuesto que me gustaría! dijo ella. Y gracias por la invitación.

Jill siguió a Firebrass hasta el jeep, que estaba cerca del pie de la escalera. Estaba hecho de aluminio y acero y llevaba neumáticos de nilón. Su motor de seis cilindros funcionaba con alcohol de madera.

Había cinco pasajeros: Firebrass, Gulbirra, de Bergerac, Schwartz y Hardy. El jeep partió rápidamente, siguiendo los estrechos valles por entre las colinas. Sus brillantes faros mostraban la hierba, cortada a máquina, muy corta, y cabañas aquí y allá, plantaciones del increíblemente prolífico bambú, cuyas plantas alcanzaban a veces más de treinta metros de altura. Dejando atrás las colinas, aceleró por la llanura que descendía suavemente hacia el Río.

Jill podía ver las luces de la fábrica de aluminio, la laminadora de acero, la destilería, el taller de soldadura, la armería, la fábrica de pólvora, la planta de cemento, y el edificio del

gobierno. Este último alojaba las oficinas del periódico y la estación de radio, y los altos oficiales del gobierno tenían allí sus alojamientos.

El colosal hangar estaba Río abajo, a favor del viento con respecto a los demás edificios. Arriba en las montañas, hacia el este, había hileras de luces. Correspondían a la presa que se estaba construyendo para reemplazar a la otra que Clemens había volado.

El jeep pasó junto al hangar. Una locomotora de vapor que quemaba alcohol, pasó traqueteando, tirando de tres vagones planos cargados con vigas de aluminio. Penetró en el iluminado hangar, se detuvo, y el garfio de una grúa móvil se cernió sobre el último vagón. Los operarios se afanaron a su alrededor sujetando las vigas al garfio con cables de acero.

El «Ayuntamiento» era el edificio situado más al norte. El jeep se detuvo ante su porche. Todos bajaron y pasaron entre dos enormes columnas dóricas. Jill pensaba que el edificio era una abominación, arquitectónicamente hablando. No encajaba en absoluto con ninguno de los que le rodeaban. Vista desde lejos, aquella zona parecía como si el Partenón y una sección del Ruhr hubieran sido teleportadas a una remota parte de Tahití.

Las oficinas de Firebrass ocupaban toda la parte izquierda de un enorme corredor. Seis hombres montaban guardia ante su entrada, cada uno de ellos armado con un rifle de un solo tiro que disparaba balas de plástico de calibre.80. Llevaban también dagas y machetes. La «cabina» de radio era una gran habitación cerca de la sala de conferencias y el sancta sanctorum de Firebrass. Entraron en ella, para encontrar a varios hombres de pie en torno al operador. Este estaba ajustando diales en el gran panel que tenía delante. Al oír abrirse de golpe la puerta gracias al excesivo empujón dado por su comandante, alzó la vista.

He estado hablando con Sam dijo. Pero lo he perdido hará unos treinta segundos. Espera, creo que lo he recuperado.

Una serie de chirridos y crujidos brotó del altavoz. Repentinamente, las interferencias descendieron de tono, y pudo oírse una voz por encima del ruido de fondo. El operador hizo un ajuste final y dejó su silla a Firebrass.

Firebrass al habla. ¿Eres tú, Sam?

No. Un momento.

Aquí Sam dijo una agradable voz arrastrando las palabras. ¿Eres tú, Milt?

Claro que lo soy. ¿Cómo estás, Sam? ¿Cómo van las cosas?

Hasta el día de hoy, Milt, el diario electrónico de a bordo dice que hemos viajado

792.014 millas. Puedes convertirlo en kilómetros si quieres. Yo prefiero el antiguo sistema, y pensamos que... bueno, tú ya lo sabes. No está mal para un viaje de tres años, ¿eh? Pero sigue siendo muy lento. Un caracol podría llegar al Polo Norte mucho más aprisa que nosotros, si pudiera ir en línea recta. O, perdóname, en una gran curva. Tendría tiempo de construir un hotel para nosotros y hacer una enorme fortuna alquilando habitaciones a las morsas hasta que nosotros llegáramos. Incluso aunque el caracol viajara a un ritmo de tan sólo una milla cada veinticuatro horas y nosotros siguiéramos con nuestra media de ochocientas millas diarias.

»En cuanto a... Chirrido, crujido. pocos problemas.

Firebrass aguardó a que la recepción se aclarara de nuevo antes de volver a hablar.

Entonces, ¿todo va bien, Sam?

Sobre ruedas dijo Sam. No ha ocurrido nada fuera de lo común. Lo cual significa que constantemente se han producido emergencias, siempre ha habido problemas, pero ningún motín entre la tripulación. He tenido que echar a puntapiés a alguno de tanto en tanto. Si las cosas siguen así, cuando alcancemos el millón de millas yo seré la única persona a bordo que salió de Parolando.

Más crujidos. Luego Jill oyó una voz tan profunda, tan cavernosa, que sintió un escalofrío en la espalda.

¿Qué? dijo Sam. Oh, si, te olvidé, cosa que no es fácil teniendo tu aliento de alcohol soplando constantemente en mi nuca. Joe dice que él también sigue aquí. Quiere decirte hola. Di hola, Joe.

Hola, Milt.

El retumbar de un trueno en un barril.

¿Cómo eztá todo el mundo? Bien, ezpero. Aquí eztoy yo, y él eztá un poco trizte porque zu amiga lo abandonó. Pero volverá, eztoy zeguro. Zam zigue teniendo ezoz maloz zueñoz acerca de Hachazangrienta. Yo le he dicho que tenía que dejar de beber, y azí ze zentiria mejor. No tiene ninguna ezcuza para beber, puezto que me tiene a mí a zu lado que zoy un ejemplo viviente de zobriedad.

Jill miró a Hardy.

¿Qué significa...? dijo. Hardy sonrió.

Zi, cecea un poco dijo. Joe Miller es tan grande como dos Goliats puestos juntos, pero cecea. Joe pertenece a una especie de subhumanos que Sam ha denominado Titanthropus clemensi, aunque realmente creo que la raza de Joe es simplemente una variante gigantesca del Homo sapiens. De todos modos, se extinguió aproximadamente hace de unos cincuenta mil a unos cien mil años. Él y Sam se encontraron hace muchos años, y desde entonces han sido grandes amigos. Damón y Pitias. Roland y Oliver.

Más bien Abott y Costello, o Laurel y Hardy murmuró alguien.

¿Hardy? dijo Hardy.

Silencio dijo Firebrass. De acuerdo, Sam. Todo en órbita aquí. Hemos conseguido un nuevo candidato de primera clase, un auténtico oficial de élite. Australiano. Se llama Jill Gulbirra. Tiene más de ochocientas horas de experiencia en dirigibles y un titulo de ingeniero. ¿Qué te parece?

Crujidos. Luego:

¿Una mujer?

Exacto, Sam. Ya sé que no había mujeres piloto de barcos fluviales ni ingenieras de ferrocarriles en tus días. Pero en mi tiempo teníamos mujeres que pilotaban aviones y que eran jockeys e incluso astronautas.

Jill se recuperó de su sorpresa y avanzó unos pasos.

Déjame hablar con él dijo . Quiero decirle algo a ese hijo de puta.

No está haciendo ninguna objeción dijo Firebrass, alzando la vista hacia ella . Sólo está sorprendido. Tranquilízate.

»De qué te preocupas? Todo va bien. Y aunque él no estuviera de acuerdo, no podría hacer nada. Yo soy aquí el Número Uno.

»Sam, ella dice que le alegra oír tu voz.

Ya lo he oído dijo Sam, con una risita. Escucha... crujidos, zumbidos, silbidos... cuando?

La estática ha enviado al infierno tu última frase dijo Firebrass. Y estamos perdiendo el contacto. No creo que podamos mantenerlo durante mucho rato. Así que vayamos aprisa. Todavía me falta mucho para tener completa la tripulación, pero tengo un año por delante antes de que la gran aeronave esté terminada. Por entonces puede que ya disponga de los suficientes elementos. Y si no, ¿qué importa? Los pilotos de aeroplano y los mecánicos están a diez centavos la docena, y pueden ser entrenados para operar un dirigible.

»Escucha...

Hizo una pausa, miró a su alrededor aunque Jill no pudo adivinar el porque y dijo:

¿Has sabido algo de X? Has...

La estática sumergió de nuevo su voz, la desmenuzó, y masticó y tragó los pedazos. Tras intentar durante varios minutos más restablecer el contacto con Clemens, Firebrass abandonó.

¿Qué es eso acerca de X? preguntó Jill a Hardy.

No lo sé dijo el hombre de Nueva Inglaterra. Firebrass dice que es un chiste privado entre Sam y él.

Firebrass desconectó la radio y se levantó de su asiento.

Se está haciendo tarde, y mañana tenemos mucho que hacer. ¿Quieres que Willy te acompañe a casa, Jill?

No necesito que nadie me proteja dijo ella. Y no me importa caminar. No, gracias. Envuelta en sus toallas unidas por sus cierres magnéticos, caminó cruzando la llanura.

Antes de alcanzar la primera colina, vio las nubes amontonarse en el brillantemente iluminado cielo nocturno. Tomó una barrita de goma de los sueños de su bolsa de costado, la partió por la mitad, y metió una parte en su boca. Hacía años que había masticado la última.

Mientras se pasaba la blanda pasta parecida al chicle de uno a otro lado de su boca, se preguntó por qué repentinamente, casi involuntariamente, había decidido probarla de nuevo. ¿Cuál era su motivo secreto? Había sido casi un acto inconsciente. Si no hubiera adquirido la costumbre de observarse de cerca a sí misma, ni siquiera se hubiera dado cuenta de lo que estaba haciendo.

Los relámpagos empezaron a destellar por el norte. Luego la lluvia cayó como si hubieran derramado un enorme depósito. Se cubrió la cabeza con la capucha y encogió los hombros. Sus pies desnudos estaban empapados, pero las ropas que cubrían su cuerpo rechazaban las gotas.

Abrió la puerta de su cabaña y entró. Se quitó la bolsa que llevaba en bandolera, la abrió, y sacó el pesado encendedor de metal que le proporcionaba su cilindro dos veces al año. Tanteó hasta que encontró la mesa que contenía una lámpara de alcohol, un obsequio de Firebrass. Un relámpago le mostró su situación, y su claridad le permitió localizar la lámpara.

Algo tocó su hombro.

Gritó y se volvió, dejando caer el encendedor. Lanzó su puño derecho hacia adelante. Una mano sujetó su muñeca izquierda. Alzó la rodilla, apuntando a la ingle que suponía estaba en su trayectoria. Golpeó contra una cadera, y otra mano sujetó su otra muñeca. Dejó de ofrecer resistencia, engañando así a su atacante. Este rió y la atrajo hacia sí. Ahora podía verlo vagamente a la luz de los relámpagos que iluminaban débilmente el interior de la cabaña. Su nariz estaba junto a ella y muy cerca, aunque un poco por debajo, ya que el hombre era ligeramente más bajo.

Inclinó rápidamente la cabeza y mordió la punta de la nariz, y giró salvajemente la cabeza. El hombre lanzó un grito y la soltó. Retrocedió tambaleándose, agarrándose la nariz.

Ella le siguió, y esta vez alzó su pierna directamente al blanco preciso. Aunque no llevaba zapatos, sus dedos endurecido por el mucho caminar descalza acertaron en los genitales, y el hombre cayó al suelo retorciéndose, olvidando su nariz y bajando sus manos al nuevo foco de dolor.

Jill siguió avanzando y saltó violentamente sobre él, aterrizando en su costado. Las costillas del hombre restallaron sordamente. Apartándose de él, se inclinó y lo sujetó por ambas orejas. Él intentó alzar las manos, pero ella las apartó de un golpe. Las orejas se rasgaron con un ruido rechinante.

El hombre, ignorando sus dañados genitales y sus costillas rotas, consiguió ponerse en pie. Jill le golpeó a un lado del cuello con el filo de su mano. Su adversario se derrumbó, y ella se dirigió a la mesa y encendió la lámpara con el encendedor que había recogido con mano temblorosa. La mecha prendió rápidamente, y la llama brilló alta cuando ella giró el regulador de paso del lado de la lámpara. Tras ajustar la luminosidad, Jill se volvió, y dejó escapar un nuevo grito.

El hombre se había alzado de nuevo y había tomado una lanza de la pared, y la estaba apuntando contra ella.

La lámpara voló de manos de Jill en un instantáneo reflejo homicida. Golpeó al hombre en la cara, rompiéndose y derramando el alcohol que contenía.

Las llamas estallaron. El hombre lanzó un grito y corrió ciegamente sus ojos estaban ardiendo hacia ella. Jill gritó. Sólo entonces lo reconoció.

¡Jack! aulló. Y él estaba ya sobre ella, rodeándola con sus incendiados brazos, derribándola de espaldas y asfixiándola con su peso. Incapaz de respirar por un instante, pero en el frenesí de escapar de aquel feroz abrazo, ella se retorció para liberarse y rodó sobre sí misma, apartándose. Sus ropas a prueba de fuego la protegieron de las llamas.

Antes de que pudiera ponerse en pie de nuevo, sin embargo, él había agarrado el borde de sus ropas y tirado de él. Los cierres magnéticos se soltaron con un chasquido. Desnuda, Jill saltó sobre sus pies y corrió hacia la lanza, en el suelo allá donde él la había dejado caer. Se inclinó para recogerla, pero Jack estaba ya sobre ella, sujetándola por detrás, sus manos ardiendo estrujando sus pechos, su llameante erección penetrándola profundamente. Sus gritos conjuntados resonaron por las paredes de la cabaña, pareciendo crecer en intensidad a cada eco. Se sentía arder, calcinar, en su interior, en sus nalgas, en sus pechos, y en sus oídos... como si los ecos fueran llamas también. No podía hacer otra cosa más que girar y girar sobre sí misma, hasta que la pared la detuvo.

Jack estaba ahora a cuatro patas, sosteniéndose tambaleante sobre manos y rodillas, el pelo carbonizado, el cráneo ennegrecido y cuarteado, la piel abierta mostrando una sangrante carne enrojecida y unos huesos blancocenicientos. La única iluminación era el fuego que aún consumía su rostro y su pecho y su vientre y su pene, hinchado con la pasión del odio... y los relámpagos que cuarteaban la tierra allá afuera.

Estaba de nuevo en pie y corría hacia la puerta para salir al exterior, donde la bendita lluvia apagaría el fuego y calmaría sus quemaduras externas. Pero, de algún modo, él consiguió sujetarla por el tobillo. Cayó pesadamente, perdiendo nuevamente el aliento. Y Jack estaba de nuevo sobre ella, murmurando extraños sonidos chirriantes ¿su lengua había ardido también?, y ambos se vieron envueltos otra vez en fuego.

Se sintió deslizar a lo largo de un interminable grito de pura agonía hacia una profundidad insondable, un orificio que se expandía rápidamente para recibirla mientras caía irremediablemente hacia el centro de aquel mundo y hacia el corazón de todas las cosas.