No me di cuenta de que estuve en el Casino toda la noche desde ayer. Al principio jugué con los invitados pero, como tan solo ganaba, el juego continuó contra el casino en sí. Continué ganando y ganando, y terminé acumulando más de 10 fichas de platino cada una de las cuales es una moneda de oro blanco.
Vine aquí no solo para disfrutar del casino, sino para recoger los fondos necesarios para conquistar la de [Tierra Santa del Juego], y ya he conseguido tres veces más de lo planeado.
En el rango de la ciudad, las fichas de juego se pueden utilizar como moneda en casi todos los negocios, con solo unas pocas excepciones. Casi había terminado de lograr los fondos necesarios para mi objetivo principal.
Aquí, en todos los casinos a excepción de [Tierra Santa del Juego] (la mazmorra), hay un gerente. Si gano demasiado, tendré problemas con él.
Y justo antes de que estuviera a punto de irme, vino el gerente del casino. Estaba en el tercer casino más grande de la ciudad, [Gems Lucked]. El hombre parecía un cerdo. Se acercaba claramente hacia a nosotros, y el repartidor, mirándome como un enemigo jurado, murmuró asustado: ¡Por lo que más quiera, no se vaya! No quiero que me des- pidan.
Bueno, si viene buscando pelea, será lo que conseguirá. Así, decidí quedarme hasta el final. Apuraría hasta el último momento. En el fondo, el casino siempre gana. Aunque parezca que estás ganando, al final, pierdes irremediablemente contra tal sistema. El gerente solo aparece a veces cuando hay visitantes con altas tasas de éxito, y en este caso hay algún tipo de «mercenario» que es muy hábil en repartir.
Por supuesto aquí en el [Gems Lucked] también tienen juegos donde las habilidades son el foco principal. Los repartidores que jugaron conmigo antes en otros casinos eran bas- tante buenos, tal vez incluso entre los mejores que he conocido. Pero seguían perdiendo.
Por contra, mi pila de fichas seguía creciendo. Entre los distribuidores, había los trampo- sos que hacían malabares con las cartas, pero yo noto rápidamente esas cosas, y era fácil no caer en sus engaños. De hecho, adquirí bastantes fichas reconociendo sus trucos.
Por cierto, cuando atrapan a un crupier haciendo trampas, la credibilidad del casino cae y, como tal, se le suele despedir inmediatamente cuando se hace público.
Yo pillé a un buen número de repartidores tramposos que probablemente estarían des- empleados mañana. Es una cosa cruel de hacer, pero ahí prevalece la ley de la supervi- vencia de los más aptos.
Como resultado, se veía que si me alejaba con todas las fichas de platino que había ganado, el casino [Gems Lucked] caería en una situación financiera muy complicada. Finalmente, muy deprisa, el encargado jugó su carta de triunfo.
Tenía allí, delante de mis ojos, un demonio dandy con habilidades lo suficientemente buenas para ser uno de los cinco mejores repartidores de la ciudad. Él no se mostraba en público muy a menudo, pero cuando lo hacía siempre ganaba.
Este hombre era un demonio crupier de blackjack. Tomando una baraja totalmente nue- va, comenzó a mezclar tan rápidamente que casi no podían verse ranuras entre las car- tas. Era obviamente muy hábil. Si jugaba las cartas como de costumbre, sería muy difícil ganar.
Pero su arte, pulido a la perfección, empezó a ser visiblemente bastante torpe. Y es que el hecho de que yo hubiera sido capaz de detectar los timos de los repartidores anterio- res del casino se debió principalmente al factor psicológico. Mi abrumadora presencia y mi apariencia creaban una presión casi física y, además, [Regla Dorada], [Riqueza de Elefante Feliz] y [Suerte] me empujaban fuertemente hacia la victoria.
Debido a los nerviosos movimientos del crupier demonio, comenzó a cometer erro- res, que se acumularon y minaron eventualmente su victoria cuidadosamente planeada. Como resultado, solo tuve que confiar en mis habilidades. Seguí ganando y las fichas de platino siguieron alineándose delante de mí formando una montaña entera.
Como era de esperar, viendo cómo estaba derrotando al crupier que era el as en la man- ga del gerente, antes de que pasara el punto de no retorno, se rindió.
Me arrepentí al mirar a mi alrededor, y decidí que no estaba bien dejar a todos los ca- sinos en números rojos ya que me apropiaría de todos ellos después de capturar la mazmorra. Así, cogí todas las fichas que me cabían en una mano y me fui.
Después de comprar todos los bienes que pueda, mañana iría a [Tierra Santa del Juego]. Por hoy, decidí caminar por la ciudad.
En este punto, la anciana detrás del mostrador me preguntó: ¿Quiere amuletos de la
suerte? Y sacó unos aretes con pequeños cristales de debajo del mostrador.
El artículo incrementaba ligeramente la [Suerte]. Un niño no podía comprarlo con el di- nero de su paga, pero no era muy caro. El artículo mágico era fácil de encontrar en esta ciudad, y no solía venderse en ningún otro sitio.
Por clasificación, la clase del artículo era [Común], casi [Raro], pero por muchos de ellos
que tuvieras, sus efectos casi no eran visibles. Sin embargo, para aumentar mi nivel de
[Suerte] podrían servir, así que compré todo lo que me vendió. Aun así, fue bastante barato.
Mientras masticaba los amuletos, examiné las atracciones locales. Debido a la gran can- tidad que engullí, el nivel de [Suerte] subió más de lo que esperaba. La próxima vez que vea a esa anciana, tendré que comprar más.
A propósito, Vengador y compañía participaron en las batallas en el Coliseo, y se ve que ganaron muchos combates, matando a todos sus contrincantes. Al final incluso derrota- ron al rey del Coliseo, vaya. Se puede decir que ellos también pasaron una buena noche.
Con el oro que ganamos entre todos, podría hacerme con todo tipo de cosas además de las pertenencias personales que ya compré. Pero, puesto que el oro era necesario para nuestro propósito original de la visita, no gasté demasiado.