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Chapter 300 - Día 287

El día siguiente, me despedí de nuestros capibaras domesticados y otros monstruos que no habían querido volver a su nido después de un baño caliente en las aguas termales, y pusimos rumbo hacia la ciudad laberinto [The Gambling]. Ellos intentaron venir tam- bién, pero sería en otra ocasión.

Después de pocas horas de viaje, llegamos sin incidentes a nuestro destino. Estuvimos toda la mañana esperando en la larga cola donde chequeaban que pudieras acceder la enorme puerta.

A mí me hicieron esperar una hora más que el resto, pero mi turno finalmente llegó y fue capaz de entrar sin problemas pagando una fútil cuota. Pensé que podría suponer algún problema para los guardianes de allí, pero parecieron ser miedos imaginarios. O puede que no fueran autoridades del Imperio Demoníaco, por lo que no podían interfe- rir conmigo. Me preocupé por nada.

Tras haber asegurado el hotel de alta clase que se convertiría en nuestro piso franco, nos reunimos para comprobar las calles vecinas. Calles pavimentadas con adoquines, casas dispuestas regularmente, varias tiendas con bullicio, restaurantes que olían que alimentaban.

Avanzando por la avenida nos encontramos con un gran edificio, que albergaba la casa

de juegos: el casino. Su suntuosidad nos impactó a todos.

Gente de todas las razas, sin importar la edad o el sexo, disfrutaban de juegos de azar libremente y de forma muy animada en el casino. Podían verse escenas nada usuales por todas partes.

Un muchacho con ropa cara, aparentemente de origen noble, un hombre común, una mujer de mediana edad con una deslumbrante sonrisa y otra hermosa chica joven tam- bién sonriente estaban sentados en la misma mesa. Un muchacho vestido de repartidor mezclaba una baraja de cartas recién estrenada con una habilidad que ponía de mani- fiesto su destreza.

Generalmente, debido a la diferencia entre sus estatus, esas personas ni siquiera se ha- brían percatado los unos de los otros. Sin embargo, a nadie parecía importarle eso en la mesa de juego. Los estuve observando durante una mano, impresionado. Se alegraban o se enfadaban por los resultados de sus apuestas con toda naturalidad. Era un espec- táculo.

Además de ellos, había muchos grupos del mismo estilo. Al parecer, su estatus social y su poder no importaban aquí, sino que podían competir en igualdad de condiciones. Los perdedores entregaban a los ganadores lo que se habían jugado obedientemente. Quien perdía pagaba y quien ganaba cobraba.

Si bien esta es la regla básica del juego, en otros lugares, especialmente donde los nobles juegan con plebeyos, cuando estos primeros empiezan a perder aseguran que les están engañando o incluso hay quienes llegan a matar al adversario. Así que este lugar es bastante único; en la ciudad laberinto [The Gambling] ese comportamiento es natural.

En el centro de esta ciudad, hay una enorme estructura con forma de cúpula que alberga el casino principal, una mazmorra de la [Era de los Dioses] de rango [Divino] creada por el [Dios del Juego]. Es como la Tierra Santa de los Juegos de Azar.

Estando bajo el amparo del [Dios del Juego], hay innumerables casinos en la ciudad, aunque menos importantes. Aun así el gran casino les influye. Son lugares especiales, como partes de la misma mazmorra.

Gracias al [Dios del Juego], los que pierden y se niegan a entregar su dinero, llegando incluso a usar la fuerza, o en el caso de otras violaciones, reciben un [Castigo Divino].

Quienes simplemente disfrutan del juego, no tienen problemas, nadie interfiere con ellos. Por eso, aun si un noble pierde contra un plebeyo, le paga lo que corresponde, por miedo a las terribles consecuencias.

Debido al hecho de que, movido por la codicia y la pasión, dentro de [The Gambling] hay mucho dinero en circulación, la ciudad es bien conocida por su lado brillante y su extrema penumbra.

Por cierto, llegados a este lugar, teníamos que entrar en el casino. Lo que hicimos una vez dentro es bastante obvio: disfrutamos del juego.

Así como máquinas tragaperras y ruletas, aquí en la Tierra Santa del Juego había toda clase de objetos mágicos. Se organizaban carreras en la Arena y los gladiadores usaban monstruos enormes para luchar a vida o muerte en el Coliseo. Todo tomaba la forma de un juego de apuestas.

Pensando en qué probar primero, di a cada uno de mis compañeros una moneda de oro para gastar. No me importaba si Vengador y su grupo lo perdían todo, recuperaría el dinero fácilmente, de modo que les animé a que se divirtieran.

Solo les puse una condición, pues me pareció lo más justo. Establecí que no pusieran su equipación en juego. No es que pensase que pondrían su equipo en juego, pero lo hice de todos modos como precaución. Además, les dije que acudieran a mí en caso de necesitar más dinero para jugar.

Me despedí de ellos y cada uno fue por su cuenta. Yo me senté en una mesa donde solo había un asiento disponible. Kanami-chan se paró junto a mí, observando mis acciones con interés.

Elegí un póquer cerrado, un tipo de juego de cartas donde tienes que hacerte con una combinación de cartas determinada, llamada «mano». Es un juego muy estratégico, en el que se pone a prueba el ingenio.

Menos el repartidor, un chico demonio medio [Midian], otras cuatro personas aparte de mí se sentaron en la mesa. Un hombre osezno, un joven insectoide, una anciana humana y una mujer de mediana edad medio demonio. Una combinación bastante interesante.

En primer lugar, debido a mi abrumadora presencia, intenté suprimir [Intimidación del Más Fuerte], pero aun así, en el momento en que me senté en la mesa, incluso el repar- tidor rompió en un sudor frío.

La reacción de la mujer demoníaca fue especialmente dramática. Empezó a temblar, y las lágrimas brotaron de sus ojos. Sostenía sus manos juntas, como si orase a Dios. Yo solo quería disfrutar del juego... No buscaba una reacción así. No fue nada divertido. Intenté calmarla, pero ella no cooperó. ¡Qué mujer tan testaruda!

Al final, casi usé la fuerza para sentarla en la mesa, y el juego comenzó.