Trántor era un mundo de cenizas y resurgimiento. Situado como una joya opaca entre la abrumadora cantidad de soles del centro de la Galaxia, entre montones de estrellas apiñadas con inútil prodigalidad, soñaba alternativamente con el pasado y con el futuro.
Hubo un tiempo en que los insustanciales lazos de su control partían de su corteza metálica y se extendían hasta las más lejanas estrellas. Había sido una única ciudad, que albergara a cuatrocientos mil millones de administradores; la capital más poderosa que existiera jamás.
Hasta que eventualmente llegó hasta ella la decadencia del Imperio, y en el Gran Saqueo del siglo anterior todos sus poderes y prerrogativas quedaron destruidos para siempre. Bajo la uña demoledora de la muerte, el casco de metal que circundaba el planeta se arrugó y resquebrajó en una dolorosa burla de su propia grandeza.
Los supervivientes arrancaron la capa de metal y la vendieron a otros planetas para conseguir semillas y ganado. El suelo estaba una vez más al descubierto, y el planeta retornó a sus comienzos. En las extensas áreas de primitiva agricultura
olvidó su intrincado y colosal pasado.
O lo hubiera olvidado de no ser por los restos todavía poderosos que elevaban hacia el cielo sus enormes ruinas en un digno y trágico silencio.
Arcadia contemplaba el borde metálico del horizonte con el corazón oprimido. El pueblo en que vivían los Palver no era para ella más que un montón de casas, pequeño y primitivo. Los campos que lo rodeaban eran de un amarillo dorado, sembrados de trigo.
Pero allí, en aquel punto lejano del horizonte, estaba el recuerdo del pasado, que aún ardía con esplendor intacto y
alumbraba como el fuego cuando el sol de Trántor le arrancaba mil reflejos deslumbrantes. Arcadia había estado allí una vez durante los meses transcurridos desde su llegada a Trántor. Había trepado a la suave y lisa avenida, aventurándose en el interior de las silenciosas estructuras, cubiertas de polvo, donde la luz se filtraba por los agujeros de las paredes.
Sintió un dolor agudo. Era como una blasfemia.
Se alejó, oyendo el eco estridente de sus propios pasos, y corrió hasta que sus pies pisaron de nuevo la tierra blanda.
Después se volvió a mirar con honda nostalgia, y no se atrevió en lo sucesivo a
perturbar aquel imponente silencio.
Sabía que había nacido en alguna parte de aquel mundo, cerca de la antigua Biblioteca Imperial, que era el corazón de Trántor. ¡El lugar sagrado, el lugar sacrosanto! Era el único en todo el planeta que había sobrevivido al Gran Saqueo, y durante un siglo, permaneció completo e intacto, desafiando al universo.
Allí Hari Seldon y su grupo habían tejido su inimaginable obra. Allí Ebling Mis había penetrado el secreto y enmudecido en su inmenso asombro, hasta que le dieron muerte para que tal secreto no pudiera divulgarse.
Allí, en la Biblioteca Imperial, su
propio padre había regresado con su esposa para encontrar de nuevo la Segunda Fundación, pero fracasaron. Allí había nacido ella y allí murió su madre.
Le hubiera gustado visitar la Biblioteca, pero Preem Palver movió su redonda cabeza.
Son miles de kilómetros, Arkady, y aquí tenemos mucho trabajo. Además, no es bueno deambular por ahí. Ya sabes que es un santuario
Pero Arcadia sabía que él no deseaba visitar la Biblioteca; que era el mismo caso que el palacio del Mulo. Los pigmeos del presente sentían un temor supersticioso de los gigantes del pasado.
Pero hubiera sido horrible guardar
rencor por ello a aquel hombre menudo y extraño. Hacía ya casi tres meses que se encontraba en Trántor, y, durante todo aquel tiempo, tanto papá como mamá habían sido maravillosos con ella
¿Y qué había significado su regreso? Pues implicarles a ellos en la ruina común. ¿No hubiera debido advertirles que estaba marcada para la destrucción? No lo hizo, les dejó asumir el mortal papel de protectores.
Le remordía insoportablemente la conciencia pero ¿acaso había podido elegir?
Abatida, bajó de su cuarto para desayunar, y entonces oyó sus voces.
Preem Palver se había introducido la servilleta en el cuello de la camisa y se disponía con evidente satisfacción a saborear unos huevos pasados por agua.
Ayer bajé a la ciudad, mamá dijo, clavando el tenedor y casi ahogando luego sus palabras con un considerable bocado.
¿Y qué pasa en la ciudad, papá? preguntó la mujer con indiferencia, sentándose, inspeccionando la mesa y volviéndose a levantar para buscar la sal.
Nada bueno. Ha llegado una nave de Kalgan y ha traído periódicos de allí. Están en guerra.
¿En guerra? ¡Vaya! Pues que se
rompan la cabeza, ya que no tienen sentido común. ¿Aún no ha llegado el cheque de tu paga? Papá, te lo digo una vez más: has de advertir a ese viejo Cosker que la suya no es la única cooperativa del mundo. Ya es malo que te paguen tan poco que me avergüenza decirlo a mis amigas, pero ¡que encima no te paguen a su tiempo!
Bueno, bueno, ya está bien replicó papá, irritado. Mira, no quiero oír tonterías durante el desayuno; me va a sentar mal. Y se le cayó la tostada untada de mantequilla. Luego agregó, algo más calmado: La lucha es entre Kalgan y la Fundación, y ya hace dos meses que dura.
Hizo un ademán con las dos manos, pretendiendo imitar una guerra en el espacio.
Humm. Y, ¿cómo se desarrolla?
Mal para la Fundación. Ya lo viste en Kalgan: todo eran soldados. Estaban dispuestos, y la Fundación, no.
De improviso, mamá dejó el tenedor y silabeó:
¡Idiota!
¿Qué?
Eres un idiota; harías bien en cerrar tu gran pico.
Hizo una rápida seña, y cuando papá miró por encima de su hombro vio que allí estaba Arcadia, como paralizada, en el umbral.
¿La Fundación está en guerra?
preguntó.
Papá miró con desaliento a mamá, y luego asintió.
¿Y pierde?
De nuevo una señal afirmativa. Arcadia sintió un terrible nudo en la
garganta, y se acercó a la mesa con lentitud.
¿Así que todo ha terminado?
musitó.
¿Terminado? repitió papá con falsa animación. ¿Quién ha dicho que todo ha terminado? En la guerra pueden ocurrir muchas cosas. Además, además
Siéntate, querida dijo mamá con
voz suave. Nadie debería hablar antes del desayuno. No se está en buenas condiciones con el estómago vacío.
Pero Arcadia no le hizo caso.
¿Están en Términus los kalganianos?
No repuso gravemente papá. Las noticias son de la semana pasada, y Términus continúa luchando. Es cierto, te estoy diciendo la verdad. Y la Fundación es todavía fuerte. ¿Quieres que te traiga los periódicos?
¡Sí!
Los leyó mientras intentaba comer algo, y sus ojos se humedecieron mientras leía. Santanni y Korell se habían rendido sin luchar. Una escuadra de la
Flota de la Fundación había sido atrapada en el escasamente poblado Sector de Ifni, y casi todas sus naves fueron aniquiladas.
Y ahora la Fundación había retrocedido hasta el núcleo de los Cuatro Reinos, el reino original construido bajo el mandato de Salvor Hardin, el primer alcalde. Pero seguía luchando, y aún quedaba una posibilidad; y ocurriera lo que ocurriese, ella tenía que informar a su padre. Tenía que ponerse en contacto con él como fuera. ¡Era preciso!
Pero ¿cómo? Había una guerra entre ellos.
Después del desayuno preguntó a papá:
¿Saldrá usted pronto en una nueva
misión, señor Palver?
Papá estaba sentado en el gran sillón del prado, tomando el sol. Un grueso cigarro se consumía entre sus dedos rechonchos, y su aspecto era el de un beatífico cachorro.
¿Una misión? repitió perezosamente. ¿Quién sabe? Estas vacaciones son muy agradables, y mi permiso aún no ha terminado. ¿Por qué hablar de nuevas misiones? ¿Estás inquieta, Arkady?
¿Yo? No, me encuentro muy bien aquí. Son los dos muy buenos conmigo, usted y la señora Palver.
Él hizo un gesto despreciativo, como rechazando la frase cortés de Arcadia.
Ésta dijo:
Estaba pensando en la guerra.
No pienses en ella. ¿Qué puedes hacer tú? Si es algo que no puedes evitar,
¿por qué romperte la cabeza?
Pero estaba pensando que la Fundación ha perdido la mayoría de sus mundos agrícolas. Probablemente han tenido que racionar los alimentos.
Papá pareció confuso.
No te preocupes; todo irá bien. Ella apenas le escuchó.
Me gustaría poder llevarles alimentos, eso es todo. Verá, cuando el Mulo murió y la Fundación se rebeló, Términus estuvo prácticamente aislado durante un tiempo, y el general Han
Pritcher, que sucedió al Mulo, le puso sitio. La comida empezó a escasear, y mi padre dice que oyó contar al suyo que sólo tenían concentrados de aminoácidos de un sabor repugnante. Imagínese, un huevo costaba doscientos créditos. Entonces consiguieron romper el cerco justo a tiempo, y empezaron a llegar naves con alimentos desde Santanni. Debió de ser un tiempo terrible, y tal vez ahora esté ocurriendo lo mismo.
Hubo una pausa, tras la cual Arcadia continuó:
Apostaría algo a que la Fundación pagaría ahora precios muy altos por cualquier artículo alimenticio. El doble, el triple, o más sobre su precio normal.
Si, por ejemplo, una cooperativa de Trántor decidiera venderles comida, tal vez perdiera algunas naves, pero se haría millonaria antes de que terminase la guerra. Los Comerciantes de la Fundación, en los tiempos antiguos, se dedicaban siempre a este trabajo. Cuando había una guerra, vendían los artículos más necesarios y hacían frente a las dificultades. ¡Imagínese!, en un solo viaje solían ganar hasta dos millones de créditos, de beneficio. Y sólo con lo que podían llevar en una sola nave.
Papá se estremeció ligeramente. Sin que él lo advirtiera, se le había apagado el cigarro.
Un negocio con los alimentos, ¿eh?
Hummm. Pero la Fundación está muy lejos.
¡Oh, ya lo sé! Supongo que no se podría hacer desde aquí. Con una nave de línea regular no llegaría más allá de Massena o Smushyk, y allí tendría que alquilar una pequeña nave de reconocimiento o algo parecido para cruzar las líneas.
Papá se alisó los cabellos mientras calculaba.
Dos semanas después, los preparativos para la misión habían concluido. Mamá había estado despotricando casi todo el tiempo. Primero, por la incurable obstinación con que quería suicidarse, y segundo, por la
increíble obstinación con que le prohibía acompañarle. Papá dijo al fin:
Mamá, ¿por qué actúas como una vieja caprichosa? No puedo llevarte conmigo; es un trabajo de hombres. ¿Qué te imaginas que es la guerra? ¿Una diversión? ¿Un juego de niños?
Entonces, ¿por qué vas tú? Eres un hombre, viejo idiota, con un pie y un brazo en la tumba. Deja que vayan los jóvenes, y no un viejo gordo y calvo como tú.
No soy calvo replicó papá con dignidad. Aún tengo muchos cabellos.
¿Y por qué no he de ser yo quien se lleve la comisión? ¿Por qué ha de ser un joven? Escucha, ¡esto puede significar
millones!
Ella lo sabía, y guardó silencio. Arcadia le vio una vez antes de que se
marchara.
¿Irá usted a Términus? le preguntó.
¿Por qué no? Tú misma has dicho que necesitan pan, arroz y patatas. Haré un trato con ellos y se lo venderé.
Entonces quiero pedirle una cosa. Si va a Términus, ¿podría, podría ver a mi padre?
El rostro de papá se arrugó, lleno de comprensión.
¡Oh! ¿Y crees que hacía falta que me lo dijeras? Claro que iré a verle. Le diré que estás muy bien y que todo va
sobre ruedas, y que cuando la guerra termine te llevaré a casa.
Gracias. Le diré cómo puede encontrarle. Su nombre es doctor Toran Darell, y vive en Stanmark, un suburbio de Términus; puede tomar un avión de enlace que va hasta allí. La dirección es
55 Channel Drive.
Espera, que voy a anotarlo.
No, no. Arcadia le cogió del brazo. No debe llevar nada anotado. Tendrá que recordarlo y encontrarle sin pedir ayuda a nadie.
Papá parecía perplejo. Luego se encogió de hombros.
Muy bien. Es el 55 de Channel
Drive, en Stanmark, un suburbio de
Términus, y se va en avión. ¿Correcto?
Hay otra cosa.
¿Cuál?
¿Quiere decirle algo de mi parte?
Pues claro.
Quiero decírselo en voz muy baja. Él inclinó la cabeza hacia ella, y
Arcadia le susurró unas palabras.
Papá abrió mucho los ojos.
¿Eso es lo que quieres que diga?
¡Pero si no tiene ningún sentido!
Él sabrá de qué se trata. Diga solamente que es un mensaje de mi parte y que yo he dicho que él sabrá de qué se trata. Lo ha de decir exactamente como se lo he dicho yo. No cambie nada. ¿No lo olvidará?
¿Cómo puedo olvidarlo? Son sólo cinco palabras. Escucha
No, no. Arcadia dio varios saltitos, impulsada por la intensidad de sus sentimientos. No lo repita. No lo repita a nadie. Olvídese de ello excepto cuando vea a mi padre. Prométamelo.
Papá volvió a encogerse de hombros.
Está bien. ¡Lo prometo!
De acuerdo repuso ella con expresión triste.
Cuando le vio bajar por el camino hacia el lugar donde le esperaba el aerotaxi para llevarle al espacio puerto, Arcadia se preguntó si iría hacia la muerte por culpa de ella. Se preguntó si volvería a verle alguna vez.
Casi no se atrevía a entrar de nuevo en la casa y enfrentarse a la bondadosa mamá. Tal vez, cuando todo hubiera terminado, tendría que suicidarse por el mal que les había hecho.