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Chapter 15 - 13. La Señora

Arcadia se sentía triunfal. ¡Cuánto había cambiado su vida desde que Pelleas Anthor asomara su cara de tonto a su ventana! Y todo porque ella había tenido la visión y el valor de hacer lo que se debía hacer.

Ahora estaba en Kalgan. Había ido al Gran Teatro Central el mayor de la Galaxia y visto en persona algunas de las estrellas de la canción que eran famosas incluso en la lejana Fundación. Había ido de compras por todo el Sendero Florido, centro de la moda del

mundo más alegre del espacio. Y había elegido ella todas las prendas, porque Homir no entendía absolutamente nada de la moda. Las vendedoras no pusieron ningún inconveniente a los largos y brillantes vestidos con cortes verticales que le hacían parecer tan alta, y el dinero de la Fundación cundía muchísimo. Homir le había dado un billete de diez créditos, y cuando lo cambió a

«kalgánidos» kalganianos le dieron un enorme montón.

Incluso cambió de peinado: un poco corto en la nuca y con dos relucientes bucles en cada sien. Y le pusieron una loción que realzaba el tono dorado de sus cabellos; ahora brillaban realmente.

Pero aquello, aquello era lo mejor de todo. Desde luego, el palacio del señor Stettin no era tan grande ni lujoso como los teatros, ni tan misterioso e histórico como el antiguo palacio del Mulo del cual, hasta ahora, sólo habían visto las solitarias torres cuando sobrevolaban el planeta, pero lo habitaba un verdadero Señor. Se sentía entusiasmada.

Y no sólo eso; se encontraba cara a cara con la Señora, la amante del Señor. Arcadia daba mucha importancia a esta palabra, porque conocía el papel que tales mujeres habían representado en la historia; conocía su atractivo y su poder. De hecho, había pensado a menudo en ser ella misma una criatura poderosa y

deslumbrante, pero, por alguna razón, las amantes no estaban actualmente de moda en la Fundación, y además, era muy probable que su padre no le permitiese ser una de ellas.

Por supuesto que la señora Callia no se ajustaba del todo a la idea que tenía Arcadia de las amantes. Por un lado, era demasiado rechoncha, y no parecía malvada ni peligrosa, sino algo marchita y un poco miope. Tenía la voz estridente, en lugar de profunda, y

Callia preguntó:

¿Quieres otra taza de té, niña?

Sí, tomaré otra taza, gracias,

Su Gracia ¿o debería llamarla Alteza?

Arcadia continuó con la condescendencia de un experto:

Lleva usted unas perlas muy hermosas, Mi Señora. («Mi Señora» parecía más indicado.)

¡Oh! ¿Te gustan? Callia parecía vagamente satisfecha. Se quitó el collar y lo balanceó entre sus dedos. ¿Las quieres? Te las regalo.

¡Oh!, ¿de verdad? Se las encontró en la mano, pero las devolvió con tristeza, diciendo: A mi padre no le gustaría.

¿No le gustarían las perlas? Pero si son muy bonitas.

Quiero decir que no le gustaría que las aceptase. Dice que no se deben aceptar regalos caros.

¿De verdad? Pero esto es un regalo que me hizo Pu el Primer Ciudadano. ¿Crees que obré mal aceptándolo?

Arcadia se ruborizó.

No he querido decir

Pero Callia ya se había cansado del tema. Dejó resbalar las perlas hasta el suelo y dijo:

Ibas a hablarme de la Fundación. Hazlo, por favor.

Arcadia no sabía cómo empezar.

¿Qué podía decir de un mundo tan aburrido? Para ella, la Fundación era un barrio suburbano, una casa confortable, las fastidiosas necesidades de la educación, la prosaica monotonía de una

vida tranquila. Contestó, titubeando:

Supongo que es tal como se ve en los libros-película.

Oh, ¿tú ves libros-película? A mí me dan dolor de cabeza. ¿Sabes que me gustan las historias de vídeo sobre vuestros Comerciantes? Son hombres tan fornidos y salvajes Sus historias son apasionantes. ¿Es tu amigo, el señor Munn, uno de ellos? No me parece lo bastante salvaje. Muchos Comerciantes llevaban barba y tenían voz de bajo, y eran muy dominantes con las mujeres,

¿verdad?

Arcadia sonrió.

Eso es parte de la historia, Mi Señora. Quiero decir que, cuando la Fundación era joven, los Comerciantes fueron los pioneros que ensancharon las fronteras y llevaron la civilización al resto de la Galaxia. Aprendemos todo eso en la escuela. Pero aquel tiempo ya pasó. Ahora no tenemos Comerciantes; sólo corporaciones y cosas por el estilo.

¿De veras? ¡Qué lástima! Entonces,

¿a qué se dedica el señor Munn, sino es un Comerciante?

Tío Homir es bibliotecario.

Callia se llevó una mano a los labios y gorjeó:

¿Quieres decir que se ocupa de los libros-película? ¡Oh! Parece una ocupación muy tonta para un hombre hecho y derecho.

Es un buen bibliotecario, Mi Señora. Su trabajo está muy bien considerado en la Fundación.

Dejó la pequeña taza iridiscente sobre la superficie metálica de la mesa. Su anfitriona comentó:

Claro, querida niña. Te aseguro que no he querido ofenderte. Debe ser un hombre muy inteligente; lo vi en sus ojos en cuanto le miré. Eran ojos muy inteligentes. Y además debe ser valiente, ya que desea ver el palacio del Mulo.

¿Valiente? Arcadia aguzó los oídos. Esto era lo que había estado esperando. ¡Intriga! ¡Intriga! Preguntó con gran indiferencia, contemplándose el pulgar: ¿Por qué hay que ser valiente

para querer visitar el palacio del Mulo?

¿No lo sabías? Abrió mucho los ojos y bajó el tono de la voz. Pesa una maldición sobre él. Cuando murió, el Mulo dio instrucciones de que nadie entrase en el palacio hasta que estuviese establecido el Imperio de la Galaxia. Nadie en Kalgan se atrevería a pisar siquiera los jardines.

Arcadia tomó buena nota de aquella información.

Pero eso es superstición

No digas eso. Callia estaba intranquila. Puchi siempre lo dice. Dice que es útil decirlo para mantener su poder sobre el pueblo. Pero yo sé que tampoco él ha entrado nunca. Y tampoco

entró Thallos, que fue Primer Ciudadano antes que Puchi. Se le ocurrió una idea, y la curiosidad volvió a dominarla: Pero ¿por qué desea ver el palacio el señor Munn?

Esta pregunta permitía a Arcadia poner en ejecución su bien elaborado plan. Sabía por los libros que había leído que la amante de un gobernante ejercía el verdadero poder detrás del trono; en otras palabras: que tenía la máxima influencia. Por consiguiente, si tío Homir fracasaba con el señor Stettin y estaba segura de que fracasaría, ella lo lograría por medio de la señora Callia. En realidad, aquella mujer era un enigma. No parecía nada inteligente. Pero, en fin, la historia probaba

Hay una razón, Mi Señora repuso, pero ¿guardará el secreto de esta confidencia?

Lo juro dijo Callia, llevándose una mano a su abundante y blanco pecho.

Los pensamientos de Arcadia volaban por delante de sus palabras.

Tío Homir es una gran autoridad sobre el Mulo. Ha escrito muchos libros acerca de él, y cree que toda la historia galáctica ha cambiado desde que el Mulo conquistó la Fundación.

Vaya, vaya.

Cree que el Plan Seldon Callia juntó las manos.

Conozco el Plan Seldon. Los

vídeos sobre los Comerciantes sólo hablaban del Plan Seldon. Se decía que gracias a él, la Fundación siempre vencería. La ciencia tenía algo que ver con el Plan, aunque yo nunca lo entendí. Me pongo siempre tan nerviosa cuando tengo que escuchar explicaciones Pero continúa, querida. Es diferente si tú lo explicas; sabes hacerlo con tanta claridad

Arcadia continuó:

Bueno, ¿no comprende usted que cuando la Fundación fue derrotada por el Mulo, el Plan Seldon no funcionó y no ha vuelto a funcionar desde entonces? Así pues, ¿quién formará el Segundo Imperio?

¿El Segundo Imperio?

Sí, se ha de formar algún día, pero

¿cómo? Este es el gran problema. Y

además está la Segunda Fundación.

¿La Segunda Fundación? No entendía nada.

Sí, son los que planean la historia, los sucesores de Seldon. Detuvieron al Mulo porque era un hecho prematuro, pero ahora es posible que ayuden a Kalgan.

¿Por qué?

Porque ahora Kalgan puede ofrecer la posibilidad de ser el núcleo de un nuevo Imperio.

La señora Callia pareció comprender vagamente esta frase.

¿Quieres decir que Puchi va a construir un nuevo Imperio?

No podemos decirlo con seguridad. Tío Homir así lo cree, pero tendrá que ver los archivos del Mulo para averiguarlo.

Es todo muy complicado dijo la señora Callia, llena de dudas.

Arcadia aflojó. Había hecho todo lo que estaba en su mano.

Stettin estaba de un humor que más o menos podríamos calificar de salvaje. La sesión con aquel estúpido de la Fundación había sido muy poco provechosa. Peor aún: había sido molesta. Ser dueño absoluto de veintisiete

mundos, poseer la maquinaria militar y poderosa de la Galaxia y la ambición más arrolladora del universo y tener que discutir tonterías con un anticuario.

¡Maldición!

¿Acaso iba a violar las costumbres de Kalgan? ¿Permitir que el palacio del Mulo fuese mancillado para que un idiota pudiera escribir otro libro? ¡La causa de la ciencia! ¡El espíritu sagrado del saber!

¡Por la Gran Galaxia! ¿Acaso podían lanzarle a la cara con toda seriedad aquellas paparruchas? Además y se le puso la carne de gallina, estaba la cuestión de la maldición. No creía en ella; un hombre inteligente no podía prestarle crédito. Pero si tenía que

desafiarla, sería por una razón de más peso que la aducida por aquel insensato.

¿Qué quieres ahora? chilló cuando vio aparecer a Callia en el umbral.

¿Estás ocupado?

Sí, estoy ocupado.

Pero aquí no hay nadie, Puchi. ¿No puedo hablarte un solo minuto?

¡Oh, por la Galaxia! ¿Qué quieres? Dilo deprisa.

Ella habló con precipitación:

La niña me ha dicho que van a entrar en el palacio del Mulo. He pensado que podríamos ir con ellos. Debe de ser magnífico por dentro.

Conque te ha dicho eso, ¿eh? Pues

no entrarán, y nosotros tampoco. Ahora vete y dedícate a tus cosas. Ya me has estorbado bastante.

Pero, Puchi, ¿por qué no? ¿No vas a permitírselo? ¡La niña ha dicho que fundarás un Imperio!

No me importa lo que haya dicho ¿Qué? Se acercó a Callia y la cogió firmemente por el codo, hundiendo los dedos en la suavidad de su carne.

¿Qué fue lo que te dijo?

Me haces daño. No puedo recordar lo que dijo si me miras de este modo.

Él la soltó, y Callia se frotó en vano las marcas rojas de su brazo. Murmuró:

La niña me ha hecho prometer que no lo diría.

Vaya, vaya. Dímelo, ¡y ahora mismo!

Pues dijo que el Plan Seldon había sido cambiado y que hay otra Fundación en alguna parte que está organizando las cosas para que tú fundes un Imperio. Eso es todo. Dijo que el señor Munn es un científico muy importante y que el palacio del Mulo contenía pruebas de todo esto. No dijo nada más. ¿Estás enfadado?

Pero Stettin no contestó. Abandonó precipitadamente la habitación, mientras los ojos bovinos de Callia le seguían con expresión desconsolada. Antes de una hora fueron enviadas dos órdenes con el sello oficial del Primer Ciudadano. Una

tenía por objeto mandar quinientas naves al lugar del espacio donde se realizaban lo que oficialmente se llamaba

«maniobras de guerra». La otra tuvo el efecto de sumir a un solo hombre en la más completa confusión.

Homir Munn abandonó sus preparativos para la marcha cuando llegó a sus manos aquella segunda orden. Se trataba, naturalmente, de la autorización oficial para visitar el palacio del Mulo. La leyó una y otra vez, con sentimientos que no eran precisamente de alegría. Pero Arcadia estaba encantada. Sabía lo que había ocurrido. O al menos, pensaba que lo sabía.