Era viernes, y la votación para la Bienvenida de la realeza estaba programada para celebrarse durante el almuerzo. Por el momento, estaba sentada en la clase de salud, mirando el reloj a centímetros del timbre de salida. En lugar de la preocupación por las cientos de personas con las que tenía que pasar los siguientes dos años de mi vida con el poder de explotar en histerismos viendo mi nombre en la votación, me concentré en Scott.
Necesitaba encontrar una manera de hablar con él dentro de la cueva, por medio de Jeshvan, y como precaución, necesitaba una manera de llegar a él para sacar el anillo de Mano Negra. Si eso no funcionaba, necesitaba una manera de retenerlo. Vagamente me preguntaba si podía reclutar la ayuda de Patch. Seguramente él sabía de varios lugares para retener a un Nefil, ¿pero él mismo le tendería una trampa a Scott? E incluso si conseguía hablar con Patch de cooperar, ¿cómo aprendería a confiar de vuelta en Scott? Él lo había visto como la última traición. No podía siquiera razonar con él de que era por su propia seguridad... él había dejado en claro la última noche que ya no valoraba su vida. Estoy harto de ocultarme. Podría también estar muerto.
En medio de mis pensamientos, el intercomunicador sobre el escritorio de la Srta. Jarbowski sonó. La voz de la secretaria llegó a través, cuidadosamente medida.
—¿Señorita Jarbowski? Perdón por la interrupción. ¿Enviaría a Nora Grey a la oficina de asistencia? —Un toque de simpatía se deslizaba en su tono.
La Srita. Jarbowski taconeaba impacientemente, aparentemente sin apreciar ser interrumpida en mitad de la frase. Movió rápidamente su mano en mi dirección.
—Toma tus cosas, Nora. No creo que lo hagas de vuelta antes de la campana.
Metí mi libro de texto en mi mochila y me dirigí hacia la puerta, preguntándome sobre lo que era esto. Sabía de dos razones por las que los estudiantes eran llamados a la oficina de asistencia. Por abandonamiento, y por las ausencias justificadas. Por lo que yo sabía, ninguna se aplicaba a mí.
En la oficina de asistencia, me arrastré a la puerta, y ahí es cuando lo vi. Hank Millar sentado en la sala de estar, sus hombros encorvados, su expresión demacrada. Su barbilla estaba apoyada en su puño, sus ojos miraban inexpresivamente hacia delante.
Reflexivamente me alejé. Pero Hank me vio e inmediatamente se puso de pie.
La profunda simpatía grabada en su cara retorció mi estómago enfermo.
—¿Qué es eso? —Me encontré a mí misma tartamudeando.
Él eludió mirarme directamente.
—Ha sido un accidente.
Sus palabras repiquetearon dando vueltas en mi interior. Mi primer pensamiento fue, ¿por qué me importaría si Hank hubiera estado en un accidente? ¿Y por qué él había hecho todo el camino hasta la escuela para contarme?
—Tú mamá se cayó por las escaleras. Ella estaba usando tacones y perdió el equilibrio. Tuvo una contusión.
Una oleada de pánico me invadió. Dije algo que podría haber sido no o ahora. No, esto no podría estar pasando. Necesitaba ver a mi mamá ahora. De repente me arrepentí cada fuerte palabra que le había dicho ese par de semanas anteriores. Mis peores miedos avanzando desde toda dirección. Ya había perdido a mí padre. Si perdía a mí madre...
—¿Cuán serio es? —Mi voz tembló. En el fondo, sabía que no quería llorar en frente de Hank. Un problema trivial de orgullo que hacía añicos al momento en que imaginaba la cara de mi mamá. Cerré mis ojos, reteniendo las lágrimas.
—Cuando dejé el hospital, no podían decirme nada. Me vine aquí directo para alcanzarte. Ya te he firmado la salida con la secretaria de asistencia —explicó—. Te llevaré al hospital.
Sostuvo la puerta para mí, y mecánicamente me agaché bajo su brazo. Sentí a mis pies llevarme por el corredor. Afuera, el sol era tan brillante. Me preguntaba si recordaría este día por siempre. Me preguntaba si habría razón para recordarlo y sentir las mismas emociones intolerables que había sentido en enterarme que mi padre había sido asesinado —confusión, amargura impotencia. Abandono—. Me ahogué, ya no era capaz de contener un sollozo.
Hank desbloqueó su Land Cruiser sin una palabra. Levantó su mano una vez, como para darle a mi hombro un apretón consolador, entonces formó un puño y lo dejó caer.
Y ahí es cuando eso me golpeó. Las cosas se estaban viendo un poco demasiado convenientes. Tal vez era mi aversión natural hacia Hank, pero cruzó por mi mente que él podía estar mintiendo para llevarme hasta el interior de su auto.
—Quiero llamar al hospital —dije abruptamente—. Quiero saber si ellos tienen una novedad.
Hank frunció el ceño.
—Estamos en camino ahora. En diez minutos, puedes hablarle al doctor en persona.
—Perdóname si estoy un poco preocupada, pero esto es sobre mi mamá de lo que estamos hablando —dije suavemente, pero con inconfundible firmeza.
Hank marcó un número en su teléfono y me lo tendió. El sistema automático del hospital atendió, pidiéndome escuchar cuidadosamente a las siguientes opciones, o quedarme en línea para un operador. Un minuto después estaba comunicada con un operador.
—¿Puede decirme si Blythe Grey fue admitida hoy? —le pregunté a la mujer, evitando la mirada de Hank.
—Sí, tenemos a una Blythe Grey en registro.
Exhalé. Sólo porque Hank no había mentido sobre el accidente de mi madre no significaba que fuera inocente. Todos estos años viviendo en la casa de campo, y nunca alguna vez se había caído por las escaleras.
—Es su hija. ¿Puede darme una actualización sobre su condición?
—Puedo dejarle un mensaje a su doctor para que la llame a usted.
—Gracias —dije, dejando mi número de celular.
—¿Alguna noticia? —preguntó Hank.
—¿Cómo sabes que se cayó por las escaleras? —lo interrogué—. ¿Viste su caída?
—Habíamos arreglado para encontrarnos para el almuerzo. Cuando ella no respondía a la puerta, me permití entrar. Fue entonces cuando la encontré al pie de las escaleras. —Si detectó alguna sospecha en mi voz, él no lo mostró. En todo caso, parecía malhumorado, aflojándose la corbata y secándose el sudor de su frente.
—Si algo le ocurre a ella... —murmuró para sí mismo, pero no terminó el pensamiento—. ¿Deberíamos ir? <
Había algo extraño acerca de la voz, pero no podía reconocerla a través de mi mente confusa. Todo mi poder de razonamiento parecía flotar lejos, haciendo espacio para ese única y continua orden: Sube al auto.
Miré hacia Hank, quien parpadeaba benévolamente. Tuve el impulso de acusarlo de algo, ¿pero por qué debería? Él estaba aquí para ayudar. Se preocupaba por mi mamá...
Obedientemente, me deslicé dentro del Land Cruiser. No supe cuánto tiempo fuimos en silencio. Mis pensamientos eran un torbellino, hasta que de repente Hank se aclaró su voz.
—Quiero que sepas que ella está en las mejores manos. Pedí que el Dr. Howlett supervisara su cuidado. El Dr. Howlett y yo fuimos compañeros de cuarto en la Universidad de Maine antes de que continuáramos en Johns Hopkins.
El Dr. Howlett. Le di vueltas a su nombre un momento —y entonces vino a mí. Fue el doctor que me cuidó después de mi regreso a casa. Después de que Hank consideró oportuno que yo regresara, me corregí. ¿Y ahora resultó que Hank y el Dr. Howlett eran amigos? Cualquier adormecimiento que sentía fue rápidamente eclipsado por la ansiedad. Sentí una veloz e instantánea desconfianza hacia el Dr. Howlett.
Mientras estaba desesperadamente considerando la conexión entre los dos hombres, un auto se detuvo al lado del de Hank. Por una fracción de minuto, no vi nada mal con la imagen —y entonces el auto golpeó al Land Cruiser.
El Land Cruiser se fue a toda velocidad de lado, chirriando contra la barandilla protectora. Una lluvia de chispas volaron desde el metal chirriante. Apenas tuve tiempo de aullar cuando golpearon de nuevo. Hank dio un volantazo, la parte trasera del Land Cruiser coleando violentamente.
—¡Están intentando quitarnos del camino! —gritó Hank—. ¡Ponte tú cinturón de seguridad!
—¿Quiénes son? —grité, verificando dos veces que mi cinturón estaba abrochado.
Hank movió bruscamente el volante para evitar otro golpe, y el movimiento abrupto devolvió mi atención de vuelta a la carretera; se curvaba abruptamente a la izquierda mientras nos acercábamos a un profundo barranco. Hank pisó a fondo, intentando ganarle la carrera al otro auto, un El Camino de color habano. El Camino aceleró, desviándose bruscamente en el carril que tenían por delante. Tres cabezas eran visibles a pesar del parabrisas, y desde lo que podía decir, eran hombres.
Una imagen de Gabe, Dominic, y Jeremiah se me vino a la mente. Era pura especulación, desde que no podía distinguir sus caras, pero incluso la mera sugerencia me hizo gritar.
—¡Para el auto! —grité—. Es una trampa. Pon el auto en reversa.
—¡Destruirán mi auto! —gruñó Hank, acelerando en persecución.
El Camino chirrió alrededor de la curva, derrapando al otro lado de la sólida línea blanca. Hank siguió, virando peligrosamente hasta la barandilla de protección. La banquina del carril disminuía, hundiéndose en el barranco. Desde aquí arriba, parecía como una gigante bola de aire, con Hank acelerando a fondo a lo largo de la carretera. Mi estómago giraba en círculos, y agarré el apoyabrazos. Las luces de la parte trasera de El Camino brillaban rojas.
—¡Cuidado! —grité. Aplasté con una mano la ventana y con la otra el hombro de Hank, intentando detener lo inevitable.
Hank movió bruscamente el volante con fuerza, lanzando el Land Cruiser sobre dos autos. Fui arrojada hacia delante, mi cinturón de seguridad sujetando con fuerza mi pecho, mi cabeza chocando con la ventana. Mi visión se nubló, y los ruidos fuertes parecían venir a mí desde cada dirección. Ruidos crujientes, aplastantes y penetrantes que explotaban en mis oídos.
Me pareció escuchar a Hank gruñir algo.
—¡Malditos ángeles caídos! —Pero entonces estaba volando.
No, volando no. Cayendo. Una y otra vez.
No recordaba aterrizar, pero cuando mi mente se mostró de nuevo, estaba apoyada sobre mi espalda. No dentro del Land Cruiser, en algún otro lugar.
Suciedad. Hojas. Rocas filosas cortando mi cara.
Frío, dolor, fuerte. Frío, dolor, fuerte. Mi cerebro no podía ir más allá de las tres palabras manifestadas. Las vi deslizarse al otro extremo de mi visión.
—¡Nora! —gritó Hank, su voz sonando muy lejos.
Estaba segura de que mis ojos estaban abiertos, pero no podía distinguir ningún objeto. La luz brillante que no podía ver más allá, se extendía desde un borde de mi visión hasta el otro extremo. Intenté levantarme. Las instrucciones que mis músculos daban eran claras, pero había una brecha en algún lugar a lo largo de las líneas; no podía moverme.
Manos agarraron mis tobillos primero, luego mis muñecas. Mi cuerpo se deslizó a través de las hojas y la mugre, haciendo un extraño crujido de hojas. Me lamí los labios, intentando llamar a Hank, pero cuando mi boca se abrió, salieron las palabras equivocadas.
Frío, dolor, fuerte. Frío, dolor, fuerte.
Quería despabilarme del estupor. ¡No! Grité dentro de mi cabeza. ¡No, no, no!
¡Patch! ¡Ayuda! ¡Patch, Patch, Patch!
—Frío, dolor, fuerte, —murmuré incoherentemente.
Antes de que pudiera corregirme, era demasiado tarde. Mi boca estaba cosida.
Como lo estaban mis ojos.
Sólidas manos agarraron mis hombros, sacudiéndome.
—¿Puedes escucharme, Nora? No te levantes. Quédate apoyada de espalda. Voy a llevarte al hospital.
Mis ojos se abrieron de golpe. Los árboles se balanceaban por encima. La luz del sol se volcaba a través de sus ramas, lanzando extrañas sombras, y alteraban el mundo desde la luz a la oscuridad, y así sucesivamente.
Hank Millar se inclinó sobre mí. Su expresión era de disgusto, sangre corriendo, sangre manchando sus mejillas, sangre enmarañando su pelo. Sus labios se estaban moviendo, pero dolía tanto para darle sentido a sus palabras.
Me aparté. Frío, dolor, fuerte.
Me desperté en un hospital, mi cama, detrás de una cortina blanca de algodón.
La habitación estaba en paz, sin embargo extrañamente, tranquila. Mis dedos de los pies y manos picaban, y mi cabeza podría también haber sido cubierta de telarañas. Drogas, noté ligeramente.
Una cara diferente se inclinó sobre la mía. El Dr. Howlett sonrió, pero no lo suficiente para mostrar los dientes.
—Tuviste un horrible golpe, joven dama. Llena de contusiones, pero nada está roto. Tuve a las enfermeras para darte el ibuprofeno, pero te daré una prescripción antes de que te vayas. Vas a sentirte sensible por unos días. Considerando las circunstancias, diría que debe contar con bendiciones.
—¿Hank? —Conseguí preguntar, mis labios como papel seco.
El Dr. Howlett sacudió su cabeza, dando una corta carcajada.
—Vas a odiar escuchar esto, pero él se recuperó sin un rasguño. Difícilmente parece justo.
A través de la bruma, intenté razonar. Algo no estaba bien. Y entonces mi memoria se abrió.
—No. Estaba hecho trizas. Estaba sangrando mucho.
—Estás equivocada. Hank entró llevando más de tú sangre que de la suya propia. Tuviste lo peor de eso por lejos.
—Pero lo vi...
—Hank Millar está en estado impecable —me interrumpió—. Y una vez que tus puntos cicatricen, lo estarás también. Tan pronto como las enfermeras terminen de verificar esas vendas, estarás bien para irte.
Por debajo de todo, sabía que debería estar asustada. Había tantas preguntas, tan pocas respuestas.
Frío, dolor, fuerte. Frío, dolor, fuerte.
El brillo de las luces traseras. El crujido. El barranco.
—Esto ayudará —dijo el Dr. Howlett, sorprendiéndome con un pinchazo. El fluido manó desde la aguja hasta mi brazo con nada más que una ligera punzada.
—Pero justo recuperé la conciencia —murmuré, un placentero agotamiento químico arrastrándose a través de mí—. ¿Cómo puedo ya estar bien? No me siento bien.
—Harás una recuperación más rápida en casa. —Se rió entre dientes—. Aquí tendrás enfermeras asomándose y pinchándote toda la noche.
¿Toda la noche?
—¿Es ya la tarde? Pero era justo el mediodía. Antes de Hank —la clase de salud—nunca tuve mi almuerzo.
—Ha sido un día duro —dijo el Dr. Howlett, asintiendo complacientemente. Por debajo de las capas de droga, quería gritar. En su lugar, un mero suspiro escapó.
Coloqué una mano en mi estómago.
—Me da vergüenza.
—La resonancia magnética confirmó que no tienes hemorragia interna. Tómalo con calma durante unos días, y estarás funcionando en muy poco tiempo. —Le dio a mi hombro un apretón juguetón—. Pero no puedo prometerte que te sentirás como para subirte a otro coche pronto.
En algún lugar en medio de la niebla, recordé a mi mamá.
—¿Está Hank con mi mamá? ¿Está bien? ¿Puedo verla? ¿Sabe sobre el accidente de coche?
—Tú madre está teniendo una recuperación muy acelerada, —me aseguró—. Ella aún está en ICU y no puede tener visitas, pero debería ser trasladada a su propia habitación por la mañana. Puedes volver y verla entonces. —Se agachó, como si me hiciera su cómplice—. Entre nosotros, si no fuera por la cinta roja, te dejaría entrar a escondidas a verla. Tenía una muy desagradable conmoción cerebral, y aunque hubo pérdida de memoria en un principio, considerando su condición cuando Hank la trajo en un primer momento, creo que es seguro decir que dará un giro de ciento ochenta grados. —Acarició mi mejilla—. La suerte debe correr en la familia.
—Suerte —repetí, letárgicamente.
Pero tuve una alarmante sensación despertando en mi interior, indicando que la suerte no tuvo nada que ver con ninguna de nuestras recuperaciones. Y tal vez no nuestros accidentes, tampoco.