Me di la vuelta.
Medía unos buenos metro ochenta de altura y unos veinte kilos más que yo. Las luces del aparcamiento hacían un pobre trabajo al llegar hasta aquí, pero me encontré una rápida lista de rasgos identificativos: cabello rubio-rojizo con gomina y de punta, llorosos ojos azules, pendientes ambas orejas, un collar de dientes de tiburón. Un ligero Acné en la mitad inferior de su cara. Una camiseta negra sin mangas que mostraba unos musculosos bíceps tatuados con un dragón expulsando fuego.
—¿Necesitas ayuda? —preguntó con una sonrisa torcida en sus labios. Me ofreció su móvil, y luego apuntó con un brazo hacia el teléfono público, inclinándose hacia mi espacio privado. Su sonrisa era un poco demasiado dulce, un poco demasiado superior—. Odio ver a las chicas guapas gastar dinero en una llamada.
Cuando no contesté, frunció el ceño ligeramente.
—A menos que estuvieras haciendo una llamada gratuita. —Se rascó su mejilla, un espectáculo digno de ver—. Pero la única llamada gratuita que puedes hacer desde un teléfono público es... a la policía. —Cualquier rastro angelical de su tono desapareció.
Tragué.
—No había nadie dentro en el mostrador delantero. Pensé que algo andaba mal. —Y ahora sabía que algo andaba mal. La única razón de que le importara si estaba llamando a la policía era si su mayor interés era mantenerse alejado de ellos, muy lejos. ¿Un robo, entonces?
—Déjame hacer esto sencillo para ti —dijo, encorvándose hacia abajo y poniendo su rostro cerca del mío, como si tuviera cinco años y necesitara una instrucción lenta y clara—. Vuelve a tu coche y sigue conduciendo.
Me di cuenta de que no se había enterado de que había entrado aquí. Pero el pensamiento se convirtió en un punto discutible cuando escuché una pelea que, venía del callejón a la vuelta de la esquina. Había un montón de malas palabras, y un gruñido de dolor.
Consideré mis opciones. Podría seguir el consejo de Collar de Dientes de Tiburón y salir rápidamente, fingiendo que nunca había estado aquí. O podría correr a la próxima gasolinera de la carretera y llamar a la policía. Pero para entonces, podría ser demasiado tarde. Si estaban robando la tienda, Dientes de Tiburón y sus amigos no iban a gastar su tiempo dulcemente. Mi única otra opción era quedarme aquí y hacer un intento, ya sea muy valiente o muy estúpido, de impedir el robo.
—¿Qué está pasando ahí atrás? —le pregunté inocentemente, señalando la parte trasera del edificio.
—Mira alrededor —contestó, su voz suave y sedosa—. Este lugar está vacío.
Nadie sabe qué estás aquí. Nadie nunca va a recordar que estuviste aquí. Ahora se una buena chica y vuelve a tu coche y vete.
—Yo...
Presionó sus dedos en mis labios.
—No voy a pedírtelo de nuevo. —Su voz era suave, incluso coqueta. Pero sus ojos eran pozos de hielo.
—Dejé mis llaves en el mostrador interior —dije, usando la primera excusa que me vino a la mente—. Cuando entré por primera vez.
Me tomó del brazo y tiró de mí hacia el frente del edificio. Su paso era el doble que el mío, y me encontré medio corriendo para seguirlo. Todo el tiempo estuve sacudiéndome mentalmente, ordenando a mi ingenio que inventara una excusa para cuando averiguara que estaba mintiendo. No sabía cómo reaccionaría, pero tenía una idea general, e hizo que mi estómago se retorciera.
La puerta resonó a nuestro paso. Me empujó más allá de la caja registradora y apartó a un lado una demostración de protector labial de cartón y un recipiente de plástico de una serie de llaves a la venta, claramente en busca de mis llaves perdidas. Se movió hacia el siguiente mostrador y repitió su búsqueda apresurada. De repente se detuvo. Sus ojos se dirigieron ociosamente hacia mí.
—¿Quieres decirme dónde están realmente tus llaves?
Me pregunté si podría llevarlo hasta la calle. Me preguntaba qué probabilidades había de que un coche pasara cuando más lo necesitaba. ¿Y por qué, oh por qué, había dejado Coopersmith sin agarrar mi chaqueta y mi móvil?
—¿Cuál es tu nombre? —preguntó.
—Marcie —mentí.
—Déjame decirte algo, Marcie —dijo, metiendo un rizo detrás de mi oreja. Intenté de dar un paso atrás, pero me pellizcó la oreja en advertencia. Así que me quedé de pie allí, soportando su toque mientras sus dedos descendían por la curva de mi oreja y a lo largo de mi mandíbula. Inclinó mi barbilla hacia arriba, obligándome a encontrarme con sus pálidos y casi translúcidos ojos—.Nadie le miente a Gabe. Cuando Gabe le dice a una chica que se vaya, lo mejor sería correr. De lo contrario, hace que Gabe se enfade. Y eso es una mala idea, porque Gabe tiene muy mal carácter. De hecho, malo es una forma generosa de decirlo. ¿Me entiendes?
Encontré escalofriante el que se refiriera a sí mismo en tercera persona, pero no estaba dispuesta a hacer un problema de eso. El instinto me dijo que a Gabe no le gustaba ser corregido, tampoco. O cuestionado.
—Lo siento. —No me atrevía a alejarme de él, temiendo que pudiera confundir un movimiento con una falta de respeto.
—Quiero que te vayas ahora —dijo con esa engañosa voz de terciopelo.
Asentí con la cabeza, retrocediendo. Mi codo golpeó la puerta, dejando entrar una ráfaga de aire fresco.
Tan pronto como estuve fuera, Gabe gritó a través de la puerta de cristal.
—Diez.
Estaba encorvado contra el mostrador delantero, con una ladeada sonrisa en su rostro.
No sabía por qué había dicho esa palabra, pero mantuve a raya mi expresión mientras continuaba retrocediendo, más rápido ahora.
—Nueve —gritó de nuevo.
Fue entonces cuando me di cuenta de que estaba contando hacia atrás.
—Ocho —dijo, levantándose del mostrador y dando unos perezosos pasos hacia la puerta. Puso las palmas de sus manos en el cristal, y luego dibujó un corazón invisible con su dedo. Viendo la afectada mirada de mi cara, se rio entre dientes—. Siete.
Me volví y corrí.
Escuché un coche aproximándose por la carretera principal, y empecé a gritar y a sacudir mis brazos. Pero aún estaba demasiado lejos, y el coche pasó velozmente, el traqueteo de su motor desapareciendo alrededor de la curva.
Cuando llegué a la carretera, miré a la derecha, y luego a la izquierda. Con una decisión apresurada, me volví hacia Coopersmith.
—Lista o no, allá voy —oí gritar a Gabe detrás de mí.
Moví mis brazos más fuerte, al oír el irritante golpe de mis zapatillas de ballet contra el pavimento. Quería echar un vistazo sobre mi hombro y ver como de lejos estaba él, pero me obligué a concentrarme en la curva de la carretera de adelante. Traté de mantener la mayor distancia posible entre Gabe y yo. Un coche vendría pronto. Tenía que hacerlo.
—¿Eso es lo más rápido que puedes ir? —No podría haber estado a más de veinte metros por detrás. Peor aún, su voz no sonaba cansada. Me di cuenta del horrible pensamiento de que ni siquiera lo estaba intentando. Estaba disfrutando del gato y el ratón, y mientras me cansaba más y más con cada paso, se emocionaba más y más.
—¡Sigue adelante! —murmuró—. Pero no te canses. No será divertido si no puedes ofrecer resistencia cuando te atrape. Quiero jugar.
Adelante, escuché el gran estruendo de un motor aproximándose. Los faros aparecieron a la vista, y me moví hacia la mitad de la carretera, agitando frenéticamente mis brazos. Gabe no me haría daño con un testigo mirando.
¿No?
—¡Alto! —grité, continuando las señas a lo que ahora podía ver que era una camioneta acercándose.
El conductor frenó a mi lado, bajando su ventanilla. Era de mediana edad con una camisa de franela y un fuerte olor a pescado del embarcadero.
—¿Qué pasa? —preguntó. Su mirada se movió por encima de mi hombro, donde sentí la presencia de Gabe con un frio crujido en el aire.
—Sólo jugando al escondite —dijo Gabe, lanzando su brazo alrededor de mis hombros.
No le di importancia.
—Nunca he visto a este tío antes —le dije al hombre—. Me amenazó en el 7-Eleven. Creo que él y sus amigos están tratando de robar la tienda. Cuando entré, la tienda estaba vacía y escuche una lucha en la parte de atrás. Tenemos que llamar a la policía.
Me detuve, a punto de preguntarle al hombre si tenía un móvil, cuando vi con confusión como se volvía para mirar hacia adelante, ignorándome. Subió su ventanilla hasta arriba, encerrándose dentro de la cabina del camión.
—¡Tienes que ayudarme! —le dije, golpeando su ventanilla. Pero su fija mirada fija hacia adelante, no vaciló. Un pequeño escalofrío bailaba sobre mi piel. El hombre no iba a ayudarme. Me iba a dejar aquí afuera con Gabe.
Gabe me imitó, golpeando desagradablemente en la ventanilla del hombre.
—¡Ayúdame! —gritó con voz aguda—. Gabe y sus amigos están robando en el 7-Eleven. ¡Oh, señor, tiene que ayudarme a detenerlos! —Cuando terminó, echó su cabeza hacia atrás, ahogándose en su propia risa.
Casi como un robot, el hombre de la camioneta nos miró por encima. Sus ojos estaban ligeramente estrechados y fijos.
—¡¿Qué pasa contigo?! —le dije, sacudiendo el pomo de la puerta del camión.
Golpee la ventanilla de nuevo—. ¡Llama a la policía!
El hombre pisó el acelerador. El camión aceleró lentamente, y corría al lado de él, todavía aferrando la esperanza de que pudiera abrir la puerta. Piso más el acelerador de la camioneta, y me tropecé con mis pies al mantener el ritmo. De pronto, me quito de un tirón, y fui arrojada hacia la carretera.
Me volví hacia Gabe.
—¿Qué hiciste con él?
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Me estremecí, al oír la palabra resonando dentro de mi cabeza como una presencia fantasmal. Los ojos de Gabe se oscurecieron en sus cuencas. Su pelo comenzó a crecer visiblemente, primero en la parte superior de su cabeza, y luego en todas partes. Saliendo de sus brazos, hasta la punta de sus dedos, hasta que estuvo cubierto de pelo. Enredado, un pelo marrón apestoso. Se movió hacia mí sobre sus patas traseras, ganando altura hasta que se cernió sobre mí. Movió su brazo, y vi un destello de garras. Luego se dejo caer sobre las cuatro patas, puso su húmeda y negra nariz sobre mi cara, y rugió—un enfadado y retumbante sonido. Se había transformado en un oso pardo.
En mi terror, me tropecé hacia atrás y me caí al suelo. Arrastrándome rápidamente hacia atrás, buscando a ciegas en el borde de la carretera una roca.
Cogiendo una en mi mano, la arroje al oso. Le golpeo en el hombro y rebotó a un lado. Agarre otra roca, apuntando hacia su cabeza. La roca voló hacia su hocico, y movió su cabeza a un lado, saliendo saliva de su boca. Rugió de nuevo, y entonces vino hacia mí más rápido de lo que podría gatear hacia atrás.
Usando su pata, me aplastó contra el pavimento. Estaba empujando demasiado fuerte, mis costillas crujieron de dolor.
—¡Para! —Traté de apartar su pata, pero era demasiado fuerte. No sabía si me podía oír. O entender. No sabía si alguna parte de Gabe había quedado en el interior del oso. Nunca antes en mi vida había presenciado algo tan horriblemente inexplicable.
El viento se reanudó, enredando mi pelo por mi cara. A través de él, vi que el viento arrebataba el pelo del oso. Pequeños mechones flotaban suavemente hacia la noche. Cuando miré otra vez, Gabe estaba inclinado sobre mí. Su sádica sonrisa implícita.
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No estaba segura de que me aterrorizaba más: Gabe o el oso.
—Vamos —dijo, alzándome hacia arriba.
Me empujó de vuelta a través de la carretera hasta que las luces del 7-Eleven se hicieron visibles. Mi mente se tambaleaba. ¿Me había—hipnotizado? ¿Me hizo creer que se había convertido en un oso? ¿Había alguna otra explicación? Sabía que tenía que salir de aquí y pedir ayuda, pero no me había propuesto todavía el cómo.
Rodeamos el edificio del callejón, donde estaban los demás reunidos.
Dos llevaban ropa de calle, similar a la de Gabe. El tercero llevaba un polo verde lima con 7-Eleven y el nombre PJ bordado en el bolsillo.
PJ estaba de rodillas, agarrándose sus costillas, gimiendo desconsoladamente.
Sus ojos estaban apretados, y con saliva goteando de la comisura de su boca.
Uno de los amigos de Gabe—que llevaba una enorme sudadera gris—estaba de pie sobre PJ con un desmontador de neumáticos, levantado y listo para descargarlo, previsiblemente de nuevo.
Mi boca se quedó seca, y mis piernas parecían estar hechas de paja. No podía despegar mis ojos de la oscura mancha roja que se filtraba a través de la sección del medio de la camisa de P.J.
—Le estáis haciendo daño —dije, horrorizada.
Gabe extendió su mano hacia el desmontador de neumáticos y le fue rápidamente dado.
—¿Quieres decir con esto? —preguntó Gabe con simulada sinceridad.
Descargo el desmontador de neumáticos contra el lugar de la espalda de PJ, y escuche un crujido grotesco. PJ gritó, se derrumbó sobre su costado, y se retorció de dolor.
Gabe se colocó el desmontador de neumáticos sobre la parte de atrás de sus hombros, colgando su brazo sobre él como si fuera un bate de béisbol.
—¡Home run! —gritó.
Los otros dos se rieron. Estaba mareada con la necesidad de vomitar.
—¡Simplemente coge el dinero! —dije, mi voz elevándose en un grito.
Evidentemente se trataba de un robo, pero lo estaban llevando cinco pasos más lejos—. ¡Vais a matarle si seguís golpeándole!
Una risa socarrona se desplazó por el grupo, como si supieran algo que yo no.
—¿Matarlo? Poco probable —dijo Gabe.
—¡Ya está sangrando mucho!
Gabe levantó un hombro indiferentemente. Y ahí fue cuando supe que no era sólo cruel, sino loco. —Se curara.
—No, si no va a un hospital pronto.
Gabe usó su zapato para empujar a PJ, quien se había dado la vuelta y tenía su frente sobre la plataforma de cemento que se extendía desde la puerta de atrás.
Todo su cuerpo temblaba, y pensé que parecía como si fuera a entrar en estado de shock.
—¿La escuchaste? —gritó Gabe hacia PJ—. Necesitas ir a un hospital. Te llevaré allí yo mismo y te dejare en frente de la sala de urgencias. Pero primero tienes que decirlo. Di el juramento.
Con gran esfuerzo, PJ levantó su cabeza para centrar su desdeñosa mirada en Gabe. Abrió su boca, y pensé que iba a decir lo que fuera que ellos quisieran de él, pero en lugar de eso escupió, golpeando a Gabe en la pierna.
—No podéis matarme —se burló, pero sus dientes le castañeaban y sus ojos se le pusieron en blanco, claramente mostrando que estaba a punto de desmayarse—. La-Mano-Negra-me-lo-dijo.
—Respuesta equivocada —dijo Gabe, lanzando hacia arriba el desmontador de neumáticos y atrapándolo como si fuera un bastón. Cuando el truco terminó, precipito el desmontador de neumáticos en un violento arco. El metal se estrelló contra la columna vertebral de PJ, causándole un espasmo muscular en posición recta y proferir un espeluznante alarido.
Coloqué ambas manos sobre mi boca, paralizada por el horror. El horror tanto de la horripilante escena delante de mí, como de la palabra gritando dentro de mi cabeza. Era como si la palabra se hubiera liberado de lo más profundo de mi subconsciente y me golpeara de frente.
Nefilim.
Eso es lo que PJ es, pensé, aunque la palabra no significara nada para mí. Y están tratando de obligarle a hacer un juramento de fidelidad.
Fue una aterradora revelación, porque no sabía lo que eso significaba. ¿De dónde había sacado esto? ¿Cómo podía saber algo de lo que estaba pasando, cuando nunca había visto algo así antes?
Estaba abrumada por cualquier otro pensamiento sobre el asunto cuando una camioneta blanca giro hacia el callejón delantero, el haz de sus luces delanteras causándonos a todos que nos congeláramos. Gabe discretamente bajó el desmontador de neumáticos, escondiéndolo detrás de su pierna. Recé para que quien estuviera detrás del volante se volviera en el callejón y llamara a la policía.
Si el conductor se acercaba demasiado, bueno, ya había visto lo que Gabe podía hacer para convencer a la gente para que no ayudaran.
Empecé a elaborar ideas en mi mente de cómo arrastrar a PJ de la escena, mientras Gabe y los otros estaban distraídos, cuando uno de los chicos—el de la sudadera gris—preguntó a Gabe:
—¿Crees que son Nefilims?
Nefilim. Esa palabra. Una vez más. Dicha en voz alta esta vez.
En lugar de reconfortarme, la palabra solo elevaba mi terror algunas otras muescas. Conocía la palabra, y ahora parecía que Gabe y sus amigos también lo hacían. ¿Cómo podría ser posible que tuviéramos eso en común? ¿Cómo podríamos tener algo en común?
Gabe sacudió su cabeza.
—Traerían más de un coche. La Mano Negra no iría contra nosotros con menos de veinte de sus hombres.
—¿La policía, entonces? Podría ser un coche camuflado. Puedo ir a convencerles de que han dado un giro equivocado.
La forma en que lo dijo me hizo preguntarme si Gabe no era el único capaz de esa poderosa forma de hipnotismo. Tal vez sus dos amigos también lo eran.
El tío de la sudadera gris comenzó a avanzar, cuando Gabe extendió su brazo agarrándolo por el pecho.
—Espera.
La camioneta retumbó más cerca, la grava saltando debajo de sus ruedas. Mis piernas zumbaban con nerviosa adrenalina. Si se desataba una pelea, Gabe y los otros podrían verse envueltos en ella, y yo podría agarrar a PJ por las axilas y sacarlo del callejón. Una pequeña posibilidad, pero al menos una oportunidad.
De repente Gabe estalló de risa. Les dio a sus amigos una palmadita en la espalda, sus dientes relucientes.
—Bueno, bueno, chicos. Mira quién vino a la fiesta después de todo.