—Lo siento— se disculpa y rio extrañado.
—¿Esa disculpa es para mí o para sentirte bien contigo misma? — la empujo fuertemente contra la cama y me quito la camisa para entrar con ella, voy bajando su pantalón y veo lo húmeda que se encuentra su ropa interior—. ¿Sabe tu hijo sobre lo indecente que eres? — abro sus piernas de par en par y me acomodo entre ellas—. Bueno, eso que importa. Disfrutemos este momento y olvidémonos del resto.
Lucia resultó ser una caja de sorpresas en su momento. Tal vez no me equivoqué cuando pensé que éramos muy compatibles. Tiene lo suyo bien oculto, no puedo tener ninguna queja de aquella noche; aunque hubiera deseado que las cosas duraran más tiempo y ella no se hubiera desaparecido con su hijo días después. Con el paso de varios años la soledad se ha vuelto un tormento. A pesar de tener a mi hija a mi lado, me siento muy solo. Decidimos mudarnos a Denver en busca de una mejor vida. Entre mi hija y yo decidimos abrir un restaurante familiar en Colorado, donde ella se encargó de hacerse cargo de la mayor parte de las cosas. Todo había cambiado de un tiempo para acá, todo se iba volviendo una monotonía de nuevo, desde que despierto hasta que me acuesto. Me encargo de hacer el trabajo más complicado, tener que estar detrás de alguien todo el día hasta aprovechar un descuido no es fácil, tampoco entretenido. Todo lo hago para ayudar a mi hija, pero estoy cansado de lo mismo. Mientras mi hija socializa y trae a sus amistades al negocio, a mi solo me toca observarla a lo lejos.
Cierro el restaurante para ir a la casa y darme un baño, como al salir no logro conciliar el sueño, salgo a dar una vuelta por el supermercado. La capucha del abrigo que llevo puesto me la pongo por encima, todo sea por ocultar mi rostro. Compro unas bebidas y me dirijo a mi auto, cuando por la misma acera alguien corriendo tropieza conmigo dejándome caer la bolsa y las bebidas también. La persona estaba igual que yo, con un abrigo cubriéndose y era mucho más delgada y de estatura baja que yo.
—Lo siento mucho, señor —escucho la voz de una chica y me cuesta trabajo creer que realmente es una chica quien está debajo de ese abrigo—. Se le ha caído— recoge la bolsa del suelo y, en vez de extendérmela, me obliga literalmente a agarrarla para luego seguir caminando ligero.
Su comportamiento fue tan extraño que me causa malicia. Mientras busco en mi bolsillo las llaves de mi auto, logro percatarme de que mi billetera no estaba y hace un momento la tenía. ¿Esa perra acaba de robarme? Subo a mi auto para ir en busca de ella, voy cuadra por cuadra por donde me parece haberla visto y, aunque tardo bastante en ubicarla, logro verla caminando por una de las calles. Era la misma persona, estaba seguro debido al abrigo y su estatura. La sigo a una distancia prudente en espera de encontrar el momento y lugar adecuado, donde no haya mucha gente. Guardo el cuchillo dentro del abrigo para bajarme e irme detrás de ella. El único problema es que ella logra darse cuenta de mi presencia y sale corriendo, lo que no me deja opción que hacer lo mismo. Logro alcanzar su abrigo, evitando que pueda correr más y la empujo contra la vitrina de un negocio cerrado.
—Dame lo que me robaste— presiono su cuello tan fuerte, que su cabeza impacta fuertemente contra la vitrina, mientras con la otra mano le quito la capucha. Era una chica joven, con esa apariencia no creo que tengas mas de 20 años—. ¿No me darás la billetera?
—Cógela— murmura casi con un hilo de voz, me dejo llevar por lo débil y joven que se ve y me descuido, cuando siento su rodilla aterrizar en mis huevos, obligándome a soltarla al instante.
—¡Maldita perra! — sostengo mis huevos por el dolor que estaba experimentando.
—No deberías subestimar a una mujer, imbécil. Ahora bien, esto me lo quedo yo— sacude la billetera y sonríe antes de intentar caminar, pero me aferro a la capucha por detrás y tiro de ella tan fuerte, haciendo que caiga al suelo.
—¿Creíste que iba a dejarte ir así de fácil? Te equivocaste de persona, maldita ladrona— saco el cuchillo y llevo el filo a su cuello.
—¡Te voy a devolver la billetera! ¡Tú ganas! — grita en un tono tan asustado que no aguanto las ganas de reír.
—¿Dónde está la chica fuerte de hace un momento? Luces horrorosa.
—¿Cómo te atreves, viejo cretino?
—¿Has dicho algo?
—¿Haces todo esto por una maldita billetera? Unos tristes billetes no son la gran cosa. ¿Qué harás ahora? ¿Me llevaras a la policía?
—¿Policía? No, no necesito de ellos para encargarme de una simple ladrona como tu. ¿Cuántos años tienes?
—Aleja ese cuchillo de mi cuello y te diré.
—Vuelves a tratar de hacer algo y te aseguro que vas a arrepentirte— alejo el cuchillo y ella se levanta con cuidado, mientras lo oculto dentro del abrigo.
—Tengo 24.
—¿No te han enseñado que mentir es malo? Luces mucho más joven que mi hija.
—Esa es la edad que tengo, no tengo porque mentir. ¿Para qué quieres saber mi edad? No me acuesto con viejos, por si acaso.
—No tengo interés en una mocosa que puede ser mi hija y que luce tan fea cuando llora.
—¡Yo no estaba llorando! Espera, yo no soy fea, aquí el único feo eres tú, viejo.
—¿Viejo? — me quito la capucha para mostrarle mi rostro y ella me señala.
—El hecho de que tengas ojos de otro color, no significa que no seas viejo.
—El hecho de que seas joven y ladrona, eso no te hace linda.
—Toma— me tira la billetera y la agarro en el aire—. Ya te la devolví, así que me iré.
—No tan pronto. Deberás pagarme por las bebidas que perdí por tu culpa.
—No tengo dinero para hacerlo, así que deberá aceptar de mi parte solamente una sincera disculpa— sonríe maliciosa.
—Debiste haberlo pensado antes. Si eres una ladrona, no creo que te tome mucho tiempo conseguir dinero, ¿O sí?
—¿Me está pidiendo que robe?
—Bueno, no creo que sea nada nuevo para ti; aunque si tanto te cuesta y prefieres pagarme de otra manera, no tengo problema alguno, pero para eso deberemos ir a un mejor lugar.