—Dra. Liam.
—¿Cómo te sientes, Caden? — me senté en la silla, y coloqué los documentos encima de la mesa.
—Me duelen los brazos, ¿Cuándo será que me quitarán esto?
—Todavía no se puede, pero trataré de solicitar el permiso. A pesar de ser tu doctora y poder dar la orden, debo tener el permiso del Sr. Richard.
—¿Cuánto tiempo puede tardar eso? Me molestan.
—Trataré de que sea pronto.
—Tienes el pelo más largo, te hace ver mucho más atractiva. Debería dejarlo suelto más a menudo.
—Gracias, Caden— llevé mi pelo por detrás de la oreja, y cogí el bolígrafo—. Te debo hacer las mismas preguntas de siempre. Debes cooperar conmigo y responderlas con honestidad. ¿Cómo te sientes hoy?
—Bien, ¿Quién no podría estarlo al verla?
—No deberías decir eso así, Caden— sonreí.
—Usted misma dijo que debía responder con honestidad.
Tiene unos ojos muy bonitos. ¿Quién podría creer que detrás de ellos, se esconde una persona que ha matado a tanta gente? Esa mirada tan serena, y esos ojos tan deslumbrantes, son como si tuvieran alguna especie de hechizo.
Su comportamiento a mejorado grandemente. No hay un solo día en que no deje de mirarme y tratarme de la misma forma. Sus halagos, se han vuelto una especie de terapia y necesidad para mí. Ni siquiera mi esposo me halaga de esa manera.
Yo no veo en él una persona mala. Los pacientes con los que estoy acostumbrada a lidiar, han sido mucho más difíciles de manejar; en cambio con él, siento alguna especie de conexión; algo que me hace sentir intrigada por saber sobre su vida y su pasado. Siento que quiero conocer más a esa persona que está detrás de esos horrorosos crímenes, pero que a su vez, tiene un encanto especial.
Por todos estos años, he estado involucrándome con él, y he sido testigo de su progreso. El primer día que llegó a nuestra clínica, luego de haber estado hospitalizado; él estaba como una bestia. Incluso atacó a uno de los guardias, con la supuesta excusa de tener hambre. No parecía en nada, a la persona que tengo enfrente ahora.
Recuerdo sus gritos, sus lágrimas, su desespero, ese comportamiento agresivo con el que llegó. Fueron años difíciles, pero al haber recibido un sinnúmero de tratamientos, terapias, charlas, él ha podido ir saliendo de ese agujero profundo y oscuro en el que se encontraba.
—¿Por qué me mira así?
—Por nada, Caden.
—Creí que me estaría haciendo las preguntas que siempre hace.
—Perdóname, pero estaba pensando en otras cosas. ¿Dormiste bien anoche? ¿Tuviste algún sueño?
—Sí, pero no soñé nada.
—En este momento, ¿Tienes hambre?
—Sí.
—¿Qué tipo de hambre?
—Esa pregunta no estaba en la lista, ¿O si?
—No tienes que responder, Caden.
—Usted sabe de qué hambre hablo.
—Tenemos que buscar una manera de saciar esa hambre entonces— anoté su respuesta en el papel, y escuché su suave risa, lo que me hizo mirarlo—. ¿Por qué ríes, Caden?
—Usted tiene la solución al alcance de las manos, y aún la sigo esperando.
—¿La solución?
—¿Ha usado un nuevo perfume, Doctora?
—¿Cómo lo sabes?
—La he estado viendo por mucho tiempo, la conozco más de lo que nadie puede conocerla—se inclinó hacia la mesa, y sonrió—. ¿Lo hace por mi?
¿Cómo se ha dado cuenta?
—No puedo usar siempre el mismo— sonreí nerviosa—. ¿Cuál es la solución de la que hablabas?
—Es usted misma. ¿Por qué no me permite acercarme, y poder deleitarme con su dulce olor?— bajó su mirada a mi cuello, y me ruboricé.
—No puedo hacerlo, Caden.
—Dijo que quería ayudarme, ¿Por qué no lo hace?
—Hay otras soluciones.
—Tienes razón— me miró fijamente, y esbozó una sonrisa—. Sácame de aquí, doctora.