La graduación había sido justamente ayer mismo.
Mut, por lo pronto, no se molestó en planificar ni un poco más el extraordinario viaje que quería emprender junto con Zoey ya desde hacía unos 3 meses. Claro que durante ese tiempo Mut le había logrado sacar buena información a ella acerca de qué clase travesía ansiaba. Sin embargo, haber ido más allá de eso, no fue contemplado por Mut hasta que se vio conduciendo por terrenos inexplorados por ambos. ¡Ay, un mapa, cuánta falta hacía! A fin de cuentas, ambos se mostraron impertérritos ante la circunstancia, y cuando Mut por fin paró en un pequeño pueblo de mayoría hispanos se percató de que se había encaminado más hacia Fresno que hacia donde originalmente era su destino, el Parque Yosemite. Aún así, retomaron la ruta por la interestatal 41 con parsimonia.
Por la época en la que en la que se encontraban, los altos picos de Yosemite se veían cubiertos por las intensas nevadas ya entradas del año. El bosque naturalmente inspiraba un clima templado y semihúmedo en el cual era común encontrar escarchas de nieve amontonada sobre las titánicas raíces de la secuoya que, apuntando directo al cenit como una serie de agujas saltonas y cubriendo cual alfombra la totalidad del tramontano bosque, inspiraban un petricor deleitoso que acompañaba a la intrínseca naturaleza del mismo y la enorme diversidad de los animales que la habitan. Todo ello era, sin lugar a la menor duda, escenario más que suficiente para causar la más etérea estupefacción ante semejante Aidenn.
Apenas arribaron, una frívola ventisca azotó la pequeña cabaña en la que se hospedaron lo cual les obligó a resguardar refugio en ella cuanto antes. Empero, aunque Zoey siempre hubo sido partidaria de los climas cálidos propios de la costa californiana se mostró apacible ante la tempestad que les había aislado del mundo exterior. Dio gracias a un dios porque Mut eligió una cabaña con espacio cerrado para autos, se hubiera resignado a verse envuelta en una caminata kilométrica hasta la estación de autobuses más cercana. Por su parte, Mut no mostró ni la menor señal de inmutarse por las que para él eran tan solo ligeras brisas invernales incomparables a las experimentadas de septiembre a marzo en su pequeña tierra natal. Sic Zoey sentíase protegida con Mut a su lado. Durante 2 días y 3 noches la tormenta no apaciguó hasta llegado la mañana del tercer día. Entonces, ante ellos, mientras los primeros vestigios de luz se alzaban por el horizonte, un magnífico arrebol tintó su ventana dirigiéndoles así un espectáculo sin igual ad hoc para ellos y nadie más que ellos.
Ese fue el primer día en que el inexorable clima de las montañas les permitió salir a explorar la bellísima naturaleza que les rodeaba. No sin antes recibir la curiosa visita justo delante de su cabaña de una longeva pueblerina de aquel sitio, quien al devolverles la mirada dejó al descubierto un par de ojos, que más que pupilas tenían en su lugar el tinte de la luna llena en todo su resplandor, blancos como el más helado paisaje ártico. Sin duda ha perdido la visión por la edad, pensó espantado Mut.
A posteriori de su calurosa bienvenida - que bien explicó, venía retrasada unos cuentos días por el mal clima reciente -, descubrieron que la verdadera tierra natal de Abigaíl, que era como se llamaba la anciana en cuestión, era Texas. Su encuentro, aunque claramente inesperado, careció de mayor importancia objetiva al punto que durante toda su estadía de una semana allí jamás volvieron a verla o siquiera saber de ella. Su antinatural y repentina ausencia poco los angustio, y a los guardabosques poco o nada les interesó, al punto que llegó a parecer que nadie más que ellos tenía conocimiento de la existencia de esa vetusta anciana. Empero, lo único y remarcable de su charla fue el inexplicable hecho de que ella a priori conocía sus nombres y aspectos detallados de la vida de ambos - tal y como lo haría sin la menor duda una genuina madre -, cuando los chicos se sintieron con la suficiente confianza como para inquirir acerca de ese ininteligible don suyo - si es que así podría llamársele - ella rápidamente optó por despedirse apenas la idea se les presentó en la mente. Por lo que, a falta de mayor explicación, Mut acabó formulándose la siguiente conjetura y presentándosela a Zoey como un dogma irrefutable para evitar turbarla: "Charlatanería texana, sin más".
Ese mismo día al caer el crepúsculo y después de haber atravesado el grueso del bosque hasta las cataratas Bridalveil, y más allá, escalado parte del Half Dome - travesía que les resultó en un total albedrío -, descansaron en Glacier Point mientras una titánica nube se dispersaba por todo lo largo y ancho de la bóveda celeste, revelando así en el cenit un onírico espectáculo estelar sin precedentes. Apoyada junto a él, Zoey perló sus ojos ante formidable acontecimiento cósmico, y al tiempo que tomaba sutilmente de la mano de Mut, este dijo: Stargazing.
Así, se dedicaron a estudiar cada y singular estrella que sus humildes ojos osaron otear. Sin duda aquel magnífico e inefable momento lleno de vehemencia les inspiró una caterva de sentimientos y emociones inescrutables, empero, el magnate de todos ellos se distinguió entre los astros cuando la enamorada pareja deleito su modesta mirada ante el raudo paso de cuan utópico meteoro, que no llegó a convertirse en meteorito debido a su ígnea composición luminosa, el cual captó su atención de inmediato. Ambos, aunque sin lograr proferir verbo alguno ante tal acto de tal belleza, reflexionaron lo mismo: Esta es nuestra estrella fugaz.
Oración alguna hizo falta en pro de la perfección intrínseca de aquella inigualable velada.