Eran las doce menos tres.
Mutrick había acabado ya hace tiempo de contarle a Redman lo ocurrido la noche anterior. En cuanto a lo ocurrido esa misma mañana, había preferido ignorarlo como si tal evento se tratara de un espejismo en medio del desierto. Ahora ambos disponían toda su atención en el juego de cartas, y de vez en cuando, Mut tocaba unas notas de su guitarra. Pareciera que ello le motivara.
La puntuación había estado bastante reñida, todo parecía decidirse en ese último juego, entonces…
- ¡Si, gané! - Exclamó Mut, mientras tomaba de vuelta su guitarra para tocar algunas notas más. En la atmósfera David Bowie clamaba un himno triunfante acerca de un viaje espacial. - Ha sido un buen juego, buen hombre.
- Sin lugar a duda lo ha sido amigo. - Dijo Red mientras se fumaba un cigarro más, convencido de que esta vez comprendía la situación. - ¿Así que Wanderlust eh? Ese espectáculo lleva transmiténdose por radio desde que tengo memoria. Cuidate Mut, nunca se sabe cuando la vida planea te jugará una mala mano, no me gustaría verte de nuevo por aquí suplicando que te de trabajo.
- Descuida Red, pero aprecio el interés.
- De nada chico, ya deberias irte para esa entrevista que me dices tendrás en casi una hora. Ya deberías saber que a esos tipos no les gustan los retardos.
- Estoy seguro de ello, en fin, muchas gracias por todo Red.
- Claro, pero antes que te vallas dejame hacerte una pregunta, ¿esta bien?
Red se levantó de su silla y depósito el cigarro a medio fumar en un cenicero, que por la inusual y repentina corriente de aire que provenía de la ventana de detrás de Mutrick lo apagó. Lo tomó suavemente por los hombros y le miró fijamente a sus ojos. Mutrick se inquietó algo y por un extraño e incómodo momento creyó que lo besaría. No obstante, sucedió algo mucho peor.
- Tu no eres Mut. - Musitó de forma lacónica y horrorizada. - Esos ojos… no son humanos. Eres algo, no alguien.
- ¡Suéltame! ¿A qué te refieres? - Espeto furibundo y desconcertada al mismo tiempo. - ¡Soy el mismo!, ¡que no me ves!
- Oh si que te veo. - Y entonces Red señaló la ventana detrás de él. - Mira tu reflejo, tus ojos ya no son oscuros como solían ser. ¡Se han tornado del color del averno!
Los siguientes tres eventos que Mutrick vio a través de aquella ventana le produjeron pánico. En primer lugar divisó la predicción de la anciana de esa mañana: ¡las nubes!, pensó, no podrían estar más negras. En aquel espectáculo de psicosis reinaban los relámpagos que desafiantes ante el mar, le hacían estremecerse al punto que ni el huracán más potente podría haberle hecho frente. Empero, todo ello pasó a segundo plano cuando, sin aliento, se encontró con el Mutrick del espejo de su apartamento. Y como había dicho Red, él era más bien algo; algo con ojos tan incendiados como el absoluto y diabólico inframundo. Fue un momento de desconexión entre él y el mundo que le rodeaba. Se sintió tan ligero como el helio y creyó levitar en un éter infinito.
De ese momento en adelante su vida dejó de tener sentido racional. Faltaban cien segundos para el medio día.
El última y tercer evento que Mutrick experimento fue como una atmósfera de vehemencia demencial se apoderaba de todo aquello que contemplaba. Divisó con lujo de detalle como una invasión de magníficos cuervos se había apoderado súbitamente del lugar donde se encontraba y presenció de forma morbosa como despellejaban y engullían a Redman. El cuerpo de su amigo se desplomó, inerte y vapuleado, tendido en el suelo sin siquiera haber dado un grito de auxilio. Entonces sin pensarlo, salió corriendo hacía donde su demencia y locura lo arrastró. Detrás de él los cuervos hubieron acabado de engullir la pequeña cabaña. No eran millones, él sabía que eran infinitos.
Una lluvia carmesí tiño al mar de granate, y cual orate entro a las fauces del mar que se abría en dos ante sus ojos. Corrió, primero creyendo que huyendo de los cuervos, pero luego supo que lo había hecho por ella.
Grosso modo, por lo que pareció una mera quimera, advirtió la preternatural presencia de La Anciana, solo que ya no asemejaba para nada a quien alguna vez - hace tantos evos - les había dado la bienvenida Yosemite. No, esta, a diferencia, se aproximaba mucho más a la la amorfa silueta de una mera Sombra, aunque no por ello menos dantesca por sí sola. Ella, o mejor dicho, eso lo contemplaba desde lo alto no hizo el menor ademán de moverse, más Mut supo por cuenta propia que todo aquello era su obra.
Finalmente fue aplastado por toneladas de sangre que lo ahogaron en aullidos afónicos. Perdido, y sin saber hacia donde nadar para sobrevivir, Mutrick se vio envuelto en el espacio exterior. Vio nebulosas y estrellas muy lejanas, además de aquel punto borroso azulado al cual llamó hogar. Y así sin más perdió la respiración.
Apócrifos eones transcurrieron hasta que su corazón dejó de latir.
Su alma se elevó hasta el aidenn donde un limbo de demonios se materializaron ante sus ojos, o lo que quedaba de ellos. Entonces, Mutrick divisó con total asombro como una luz de un brillo espectral era arrebatada de su ser e intercambiada por otra que le era por completo ajena.
La eterna oscuridad se apoderó de la realidad. Dio el medio día.