Estaba decidido. Partiría al día siguiente. Darcy observó el techo desde su cama y se puso un brazo sobre los ojos. La cena de la noche anterior en Longbourn le había dado muchas razones para creer que Bingley estaba en el camino de la felicidad. Había observado a la pareja con creciente certeza, y el placer que ambos sentían por su mutua compañía era cada vez más evidente. Con la confesión que tenía que hacerle aquel día a Bingley, su amigo pronto estaría rumbo al matrimonio. Era hora de cortar el cordón y dejarlo construir su futuro. En cuanto al suyo propio…
La cena en Longbourn había resultado muy concurrida. La señora Bennet no había dudado en señalarle esta circunstancia en repetidas ocasiones, y Darcy suponía que su intención era recriminarle el comentario que él había hecho durante el otoño anterior acerca de la naturaleza limitada de la vida provinciana. Aparte de las formalidades que le exigía su papel de anfitriona, la señora Bennet lo había ignorado durante la mayor parte de la velada y él había guardado las distancias. Aunque durante la cena se había visto obligado a sentarse cerca de ella y participar en una conversación llena de repeticiones sobre las vulgares impresiones que había tenido del baile en Netherfield, ahora generosamente complementadas por expresiones de arrobamiento sobre su hija recién casada y su yerno.
Después de saludar a sus anfitriones en el vestíbulo, Darcy se había acercado a la señorita Bennet, que lo había recibido con la sonrisa amable que solía dedicarle a todo el mundo. Tras hacerle una reverencia, Darcy se había dirigido a Elizabeth. Al ver sus rizos brillantes y su frente tan blanca, había sentido que el corazón le daba un vuelco. ¿Cómo era posible que ella siempre pudiera sorprenderlo con más encantos de los que podía evocar, cuando él recordaba y atesoraba cada momento que habían pasado juntos?
—Señor Darcy. —Elizabeth había levantado la mirada hacia él, y sus extraordinarios ojos habían mostrado una cierta incertidumbre, mientras examinaba el rostro de Darcy. Luego había clavado la mirada en el suelo y había hecho una reverencia—. Es usted muy amable por haber venido.
—En absoluto —había contestado Darcy al levantarse de su inclinación—. Han sido ustedes muy amables invitándonos. —Y eso había sido todo lo que habían conversado casi hasta el final de la velada. Cuando tuvo la oportunidad de acercarse, ella le había preguntado por Georgiana. Él le había respondido y luego se había quedado esperando, en medio de un silencio incómodo, pero sin saber qué decir por la cantidad de preguntas que anhelaba hacer. Ella no había dicho nada más y él se había retirado cuando otra jovencita había comenzado a hablar con ella. ¡La muchacha no se le había acercado más durante la velada! Y tampoco había visto aparecer a la Elizabeth vivaz, desafiante y llena de ingenio.
Poco después, Darcy había quedado atrapado en una mesa de jugadores de whist, y afortunadamente había tenido que concentrar toda su atención en el juego. Entre partida y partida había mirado furtivamente hacia la mesa de Elizabeth. La expresión de su rostro indicaba que no parecía divertirse mucho con las cartas. Quizá no estuviese muy complacida con la velada en general. El caballero no pudo saberlo con seguridad. Pero sí se sintió satisfecho al ver que Bingley había retomado las atenciones hacia su hermana. Mientras Charles y Jane caminaban juntos por el salón, o se sentaban y conversaban con otros invitados, ella les había dedicado una de esas miradas tiernas que Darcy tanto ansiaba recibir.
Bueno, que así sea, pensó para sí mismo con una sensación parecida al desaliento, apartando las mantas. Estaba esperando recibir una señal y, aunque no había tenido una recepción negativa, no había sido lo suficientemente positiva como para animarlo a quedarse. Así que se marcharía a Londres. Darcy se levantó y corrió las cortinas. Un último día… un último día que debería terminar con el fortalecimiento o la destrucción de una amistad. Darcy recorrió con la mirada los campos que separaban Netherfield de Longbourn. Elizabeth… Elizabeth.
—¡Son unas personas muy amables! —le dijo Bingley a Darcy con cara de satisfacción, cuando el último de sus invitados pidió el carruaje y se marchó en medio de la fría noche de otoño—. Me caen tan bien o mejor incluso que el otoño pasado. —La noche anterior, en Longbourn, Bingley había anunciado una reunión improvisada para jugar a las cartas y muchos caballeros habían asistido, felices de pasar una velada lejos de los ojos de sus madres, esposas o hermanas.
—Gente muy buena, sin duda —había dicho Darcy, mientras regresaban al salón para tomarse un último vaso de oporto—. Es estupendo saber que te dejo en tan buena compañía. No te aburrirás durante mi ausencia. —Darcy observó cuidadosamente a Bingley mientras servía el oporto. Su amigo estaba de un humor excelente. Las visitas a Longbourn y la calurosa acogida que le había dispensado parte de la burguesía de la comarca le estaban sentando de maravilla a su amigo y Darcy se sentía extraordinariamente agradecido por ello. Ahora, la noche antes de marcharse de Hertfordshire, era el momento de hablar con él. Sintió que su estómago se contraía cuando aceptó el vaso de manos de su amigo.
—Desearía que no te marcharas tan pronto, pero como no tienes más remedio, brindo por los buenos hombres que acaban de irse y por tu rápido regreso. —Bingley levantó su vaso y le sonrió. Darcy sintió un dolor agudo al ver esa imagen. Cuando hubiese terminado lo que tenía que decirle, ¿querría todavía que regresara? Brindó con Charles y ambos bebieron un largo trago. ¡Adelante!, lo acosó su conciencia.
—Charles, hay algo que debo decirte antes de marcharme.
—¡Dime, Darcy! —Bingley dejó su vaso sobre la mesa, se dejó caer cómodamente sobre un gran sillón y le señaló el otro que estaba frente al fuego.
—No, gracias, creo que permaneceré de pie. —Darcy dio otro sorbo al oporto y se quedó mirando las llamas fijamente.
Bingley lo miró con consternación.
—¿Te sucede algo, Darcy? Ya he notado que esta noche estuviste más callado que de costumbre.
—Los cargos de conciencia tienden a aplacar el espíritu, amigo mío, y ésa es la razón de mi comportamiento esta noche. Sabía que tenía que hablar contigo y la perspectiva de hacer una confesión, aunque necesaria, nunca es placentera.
—¡Vamos, Darcy, suenas aterradoramente lúgubre! ¡Confesión! ¿Qué podrías tener que confesarme tú a mí?
—Charles, he interferido en tu vida de una manera que sólo puedo calificar como la mayor impertinencia que he cometido en la vida. —Darcy miró a su amigo a la cara, en la que había aparecido confusión y confianza al mismo tiempo, y sintió una oleada de arrepentimiento—. Mi única excusa, si es que tengo derecho a alguna, es que en ese momento estaba convencido de que estaba actuando sólo por tu bien. Pero he llegado a ver que estaba equivocado, muy equivocado, en todo.
—¡Darcy! Vamos, amigo mío…
—Charles —Darcy se apresuró a detener a Bingley, antes de que éste comenzara a negar su culpa, y levantó una mano—, quiero que escuches cuál fue mi delito. —Se mordió el labio, dejando escapar un suspiro, y luego tomó aire—. Sin tener ninguna consideración por tus sentimientos, o los de ella, el otoño pasado me propuse hacer todo lo que estuviera en mi poder para separarte de la señorita Bennet.
—¿Qué? —Bingley miró a Darcy sin entender.
—Me esforcé por evitar que alimentaras esa relación, a pesar de que tu afecto resultaba evidente. Me había convencido de que le eras indiferente a la señorita Bennet y por eso me propuse sembrar dudas sobre su carácter y convencerte de que no podías confiar en tu propio corazón. —Bajó la mirada hacia el vaso que tenía en la mano, sintiéndose incapaz de mirar a su amigo—. Mi osadía me parece tan asombrosa incluso a mí mismo que comprenderé perfectamente que me ordenes que me marche de tu casa en este mismo instante.
Bingley se puso pálido y, al poner el vaso sobre la mesa, le tembló la mano.
—¿Todo este tiempo? ¿Quieres decir que todo este tiempo ella…? ¡Pero Caroline y Louisa me dijeron lo mismo!
—Tus hermanas no estaban de acuerdo con esa relación, Charles. Ellas tienen expectativas mucho más altas con respecto a tu matrimonio. Me avergüenza decirlo pero, para serte franco, yo conspiré con ellas en este asunto.
—¡Santo Dios, Darcy! ¡No puedo creer que tú hayas hecho una cosa semejante! —Bingley se levantó de un salto, alejándose de él, mientras se pasaba la mano por el pelo.
—Fue una cosa absolutamente censurable. —Darcy observó con consternación y dolor cómo Bingley comenzaba a pasearse de un extremo a otro. Si pudiera terminar allí; pero, claro, había más—. Mi deshonra no termina aquí, Charles. También debo confesar que la señorita Bennet estuvo en Londres más de tres meses durante el invierno y que di instrucciones para que te ocultaran el hecho de que se encontraba en la ciudad.
—¡Darcy!
—Y tengo que decirte que la señorita Bennet visitó a la señorita Bingley y esperó durante varias semanas a que ésta le devolviera la visita, pero cuando eso ocurrió el único propósito que tenía era acabar definitivamente con la relación. E hizo eso siguiendo mis instrucciones. —Era terrible ver la cara de Bingley. Sintió que le dolía el corazón. Cerró los ojos, tratando de buscar una disculpa apropiada.
—Siento mucho el dolor que te he causado a ti y a la señorita Bennet. Lo siento en el alma, Charles. El único remedio que puedo ofrecer es asegurarte que yo estaba equivocado respecto a la señorita Bennet y que ella, en efecto, te ama y todavía puede hacerte un hombre muy feliz.
Bingley se acercó a Darcy de manera amenazadora.
—¡Que tú me aseguras! Primero me dices que me engañaste, que me privaste del amor de la más dulce de las mujeres y me animaste a dudar de mi propio corazón y ¿ahora se supone que debo aceptar tus opiniones?
—Tienes razón en no tener en cuenta lo que yo te diga, Charles. He demostrado ser muy mal amigo. ¡Déjame fuera de esto! Pero ¿cuál es tu propia opinión sobre la señorita Bennet?—preguntó Darcy en voz baja.
Una mezcla de emociones cruzó por el rostro de Bingley mientras trataba de asimilar lo que acababa de saber. Dio media vuelta y se sentó, y Darcy le permitió la dignidad de guardar silencio. Se tomó el resto del oporto y esperó, oyendo como el fuego chisporroteaba en la chimenea.
—¡Lo que ha debido de sufrir mi querida Jane durante todas esas semanas en Londres, Darcy! ¡Qué habrá pensado de mí! ¡Qué habrán pensado todos los Bennet de mí! No entiendo cómo pudieron recibirme con tanta cordialidad cuando regresé.
—Charles, el hecho de que te hayan dado una bienvenida tan calurosa es una prueba más de que los sentimientos de la señorita Bennet están a tu favor.
—Sí —dijo Bingley, como si estuviera pensando en voz alta—, eso parece razonable. ¡Me recibieron bien! Aunque es cierto que la señorita Bennet y yo no tenemos una relación tan cordial como antes, hace sólo unos días que volví.
—Si me permites darte mi opinión, creo que si haces una propuesta de matrimonio tendrás una respuesta que os llenará de felicidad a los dos.
—¿Tú crees, Darcy? —Bingley se sonrojó. Retrocedió un poco y carraspeó—. ¿De verdad?
—No tengo dudas, ¿tú sí?
—¡No lo sé! —Bingley comenzó a pasearse otra vez—. Creo que… Anoche ella… ¡Ah, si me atreviera a preguntar! ¡Darcy! —exclamó Bingley, colocándose a su lado.
—Espera un poco si quieres, pero el asunto terminará del mismo modo, Charles, y ya no diré ni una palabra más sobre el tema.
Bingley soltó un grito y estrechó la mano de su amigo con fuerza. Luego comenzó a hablar sin parar y le aseguró que, aunque se había portado de manera abominable, no había perdido un amigo y que ese amigo le perdonaba todo a la luz de su futura felicidad.