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Chapter 270 - Capítulo 270.- Se cierra el círculo I

Darcy examinó el nudo de seda de colores de la corbata distintiva de su club ecuestre y observó particularmente la serie de nudos que caían en cascada, con postiza facilidad, sobre la parte superior del chaleco. Las reglas del club decretaban que debía arreglarse precisamente de aquella forma, y ningún miembro que se desviara lo más mínimo podía ser admitido a la cena. Como nunca había tolerado semejante despropósito, Darcy había dejado de asistir a la cena anual del club Four-and-Go desde su ingreso, hacía ya varios años, pero aquélla era la noche de Bingley. En consecuencia, para conseguir aquella particular tarjeta de entrada para la cena, Darcy tuvo que poner a prueba no sólo la habilidad sino la memoria de Fletcher.

—¡Bien hecho, Fletcher!

—Gracias, señor. —Fletcher bajó el espejo de mano y lo dejó con cuidado sobre la mesita—. Sólo espero que el ayuda de cámara del señor Bingley pueda lograr el mismo resultado. Su último intento fue únicamente pasable.

—Esa es la razón por la cual el señor Bingley va a venir a Erewile House, para que usted lo revise antes de ir a la cena. —Darcy hundió los brazos en la levita que su ayuda de cámara le sostenía.

—¡Claro, señor! —respondió Fletcher, alisando la chaqueta sobre los hombros. Darcy pudo oír el tono de satisfacción de su voz—. Estaré atento a su llamada.

El caballero asintió, tomó su reloj de bolsillo, salió de la habitación y bajó las escaleras hasta el salón de las visitas. El ansiado descanso en Pemberley, después de todo el asunto de Wickham, sólo había durado una semana. Sus tíos, los Matlock, llegaron poco después de su regreso y la mayor parte del tiempo Darcy estuvo a su disposición. Para él había sido muy agradable recibir a lord y lady Matlock, y la presentación de la nueva prometida de su primo D'Arcy, una jovencita adorable y modesta que lady Matlock había sugerido, resultó ser un auténtico placer, sobre todo para Georgiana. Darcy logró tener unos cuantos minutos en privado con su hermana, en los cuales le contó que había descubierto a Wickham y le relató en términos generales que el asunto había sido llevado a feliz término. Georgiana lo escuchó con interés y aceptó su abreviado relato, contenta de que todo hubiese terminado bien para la familia Bennet.

—¿Podría visitarnos otra vez la señorita Elizabeth Bennet? —preguntó Georgiana, pero Darcy sólo le contestó con un vago: «Tal vez».

El deseo de su hermana de volver a ver a Elizabeth resonó fuertemente en el corazón del caballero. ¡Cuánto anhelaba conocer sus pensamientos, sus sentimientos acerca de todo lo que había ocurrido! ¿Se habría recobrado ya de todo aquel sufrimiento? ¿Habría recuperado su antigua vivacidad, o el asunto la habría transformado de manera irrevocable? A Darcy le dolía el corazón al pensar en la imposibilidad de sus deseos. Elizabeth nunca llegaría a saber que él había estado involucrado en el asunto, más allá de la desesperada confesión que le había hecho ese día en Lambton. Darcy les había pedido encarecidamente a los Gardiner que mantuvieran en secreto su participación y que Lydia jurara guardar silencio. La familia Bennet no debía saber nada. Por tanto, Darcy no tenía ninguna razón para albergar esperanzas de volver a verla. Posiblemente, nunca tendría oportunidad de ver ni el más mínimo resultado de sus esfuerzos. Pero ¿acaso no lo sabía desde el principio?

—Hágalo pasar, Witcher —le indicó Darcy al mayordomo, cuando vino a anunciarle la presencia de Bingley en la puerta. Su amigo entró con paso rápido y, algo perturbado, se detuvo frente a él, pidiendo su opinión sobre «este condenado nudo».

—Participar en la carrera bajo el ojo crítico de los jinetes y los conductores más destacados del país no ha resultado ser ni la mitad de enervante que ver las dificultades que tuvo mi ayuda de cámara con esta cosa. —Levantó las puntas de los lazos de seda con desprecio.

Darcy soltó una carcajada.

—Ya he avisado a Fletcher, Charles. Vamos, dejemos que él te lo arregle antes de que los demás se burlen de ti.

—Me siento tan confundido —le dijo Bingley más tarde, mientras el carruaje de Darcy comenzaba a avanzar—… Y no es sólo por esto —añadió, señalando la corbata—. O por el estricto examen que el club hará de cada una de mis palabras hasta mi ingreso esta noche. ¡Es toda mi vida! —concluyó con exasperación.

—¿A qué te refieres? ¿Ha ocurrido algo? —Darcy se volvió hacia Bingley con preocupación.

—Nada en particular, pero eso es parte del problema. Yo no tengo ningún objetivo, ninguna dirección. Nada por lo cual luchar o a lo que enfrentarme —respondió—. Sin embargo, hay decisiones que debo tomar y que pueden determinar mi futuro.

—Así es la vida —sentenció Darcy con fingido tono de resignación, pero eso no disuadió a su compañero.

—Por ejemplo —continuó Bingley—, el año pasado decidí que sencillamente tenía que tener mi propia residencia campestre. Mis obligaciones sociales lo exigían. Esperaba tener eso resuelto en este momento, pero… ¡Maldición! No puedo tomar una decisión. La semana pasada recibí una comunicación del agente de Netherfield preguntándome si tengo intenciones de comprarla o no. Caroline se opone…

¡Netherfield! La mente de Darcy comenzó a volar. Se había olvidado por completo de Netherfield, pues había asumido que Bingley había terminado el contrato desde hacía meses, ¡Netherfield! Y sólo estaba a poco más de tres millas de… ¡Elizabeth!

—Tal vez —dijo Darcy, interrumpiendo con delicadeza las reflexiones de su amigo— otra visita te pueda ayudar a tomar una decisión.

—¿Ese es tu consejo? —Bingley se echó hacia atrás—. Eso pensaba yo, pero… ¡Así que eso crees! ¡Bien! —Bingley movió la cabeza como si estuviera maravillado—. ¿Serías tan amable, entonces, de considerar aunque fuera…?

—¿La posibilidad de acompañarte? —terminó de decir Darcy, pero al instante deseó haberse mordido la lengua en lugar de dejar al descubierto su ansiedad.

Pero Bingley no pareció notarlo, porque inmediatamente se deshizo en palabras de agradecimiento y empezó a mencionar fechas y planes, hasta que el carruaje se detuvo en el lugar de la cena del club.

—¡Es muy amable por tu parte, Darcy! —exclamó Bingley, al descender a la acera.

¿Amable por tu parte?, pensó Darcy para sus adentros, mientras seguía a Bingley y entraban en el hotel, ¿o sólo se trataba de oportunismo egoísta? Después de pensarlo un rato, Darcy decidió que era una combinación de ambas cosas. El otoño anterior había interferido en la vida de Charles con resultados tan nefastos que, aunque Jane Bennet recibiera o no a Bingley en esta segunda incursión a Hertfordshire, Darcy tenía la obligación de reconocer que le debía a su amigo un relato completo de su conspiración para separarlos desde el principio. Sería incómodo y embarazoso —molestias que se merecía con toda justicia—, e incluso, lo que era peor, podría costarle la amistad de un hombre estupendo. Y eso, se dijo Darcy con profundo dolor, también se lo merecería.