Chereads / SERIE FITZWILLIAM DARCY, UN CABALLERO / Chapter 262 - Capítulo 262.- Lo que el amor trazó en mudos instantes X

Chapter 262 - Capítulo 262.- Lo que el amor trazó en mudos instantes X

—¿Puedo entrar? —preguntó Darcy con voz suave, mientras Lydia Bennet dejaba de mirar a Wickham, que se marchaba, y dirigía hacia él la mirada con expresión confusa. Era tan joven… ¿Cómo habían permitido que esto pasara? Negligencia, respondió su conciencia, una negligencia no muy distinta a la tuya—. Le aseguro de la manera más solemne —siguió diciendo— que no tengo intención de hacerle daño, pero no quisiera que sus vecinos escucharan nuestra conversación.

—Si es necesario… —contestó ella y se apartó para que Darcy pudiera entrar en la estrecha habitación. En el interior sólo había una cama diminuta, una mesa y una lámpara, bastante deterioradas, y una silla inestable. El lugar estaba lleno de ropa, botellas y platos desperdigados por todos lados, en un desorden total. Cuando se volvió a mirar a la muchacha, parecía tan tensa que Darcy recordó la afirmación de Georgiana de que su presencia era intimidante incluso para aquellos que lo amaban. En un lugar tan estrecho, su estatura no podía más que resultar amenazante para una jovencita en esas circunstancias. Se sentó con cuidado en la silla, trató de poner una expresión afable y estudió a su protegida.

Era bastante obvio que Wickham no se había esforzado mucho en ofrecerle comodidades. El vestido que llevaba estaba arrugado y manchado y tenía el pelo enredado. Parecía como si hubiese huido con lo puesto. Se podría decir que parecían un par de indigentes. Darcy se sintió más esperanzado acerca del resultado de su entrevista.

—Señorita Lydia, por favor, tranquilícese. No he venido a insultarla —le aseguró Darcy—. Vengo en calidad de… de un desinteresado conocido, a pedirle que reconsidere la situación en la que se ha visto envuelta y a ofrecerle una forma de regresar al seno de su familia, de la manera más honrosa posible. Ellos están muy angustiados.

Lydia abrió los ojos todavía más.

—¿Qué? —dijo ella, con una expresión de asombro absoluto—. ¿Está usted bromeando?

—Le aseguro que no —respondió Darcy, sorprendido por la reacción de la muchacha, pero sin perder la compostura.

—Yo me voy a casar —le informó ella de forma petulante—. Seré la honorable esposa de George Wickham, para que lo sepa.

—¿Y ya han fijado la fecha? —preguntó Darcy, mirándola fijamente.

—N-no —admitió Lydia, desviando la mirada—. Tenemos que esperar hasta poder pagarle una suma ridícula a cierta gente horrible que tiene envidia de George. —Sus palabras no eran más que la repetición de una excusa que debía de haberle oído a Wickham. ¡Pobre chiquilla, realmente creía a aquel canalla!—. ¡En serio, una cosa totalmente injusta! —dijo de repente, dirigiéndose a Darcy—. ¿Por qué la gente tiene que ser tan cruel con mi pobre Wickham? —Lydia lo miró con ojos acusadores—. Y usted, el primero. ¡George me lo contó!

—Mi relación con Wickham es una historia larga y complicada, señorita Lydia. —Darcy cambió de postura, pues el asiento amenazaba con tirarlo al suelo—. Mi presencia aquí no tiene nada que ver con eso, ni con ninguna historia de privaciones o sufrimientos que le haya contado él. —Al oír esas palabras, Lydia levantó la barbilla de una forma tan parecida a Elizabeth que a Darcy casi se le paraliza el corazón. Así que insistió—: Por favor, escúcheme. Su familia está muy angustiada por su seguridad. Teniendo en cuenta que Wickham no puede proponerle matrimonio en este momento, tal como usted acaba de admitir, ¿por qué no regresa junto a su familia hasta que él pueda ir a pedir su mano de la forma apropiada?

—No le llevará tanto tiempo —protestó ella— y yo no me quiero ir. —La actitud de mujer próxima a casarse se disolvió en un berrinche infantil bajo la penetrante mirada de Darcy—. ¡Ay! —gritó y golpeó el suelo con los pies—. ¿Por qué ha tenido que venir usted a decirme esas cosas? —Una terrible idea debió de cruzar entonces por su cabeza, porque de pronto se puso rígida y lo miró con alarma—. ¿Mi padre está esperando abajo?

Darcy dejó transcurrir unos minutos en silencio para separar su respuesta de la rabieta de la muchacha. Era importante que ella entendiera lo que tenía que decirle.

—No, su padre no está aquí. No estoy aquí a petición ni solicitud de nadie.

—Ah. —La muchacha volvió a respirar y se estremeció ligeramente—. Bueno. —Un instante después, se tapó la boca con la mano y luego se rió y se abrazó—. Lo he hecho, ¿no? ¡Ay, todos deben de estar verdes de envidia, todo el mundo! ¡Y cómo me voy a reír!

—¿Se va a reír de la angustia de su familia y de todos los que se preocupan por usted? Porque eso es lo que sucede, señorita Lydia. Ellos no la envidian sino que se encuentran angustiados por lo que le pase a usted y se culpan a sí mismos. —Darcy buscó la mirada de la muchacha, esperando ver una chispa de sentido común, pero era evidente que había perdido el tiempo.

—Pero eso me va a importar un comino cuando regrese a casa como una mujer casada —le informó con altivez y se volvió hacia la ventana.

—¿Usted cree que no? Sería muy extraño que así fuera y yo le aseguro que sus hermanas, la señorita Bennet y la señorita Elizabeth, no ven el asunto con los mismos ojos. —Esa declaración pareció conmoverla un poco, porque dio media vuelta para mirarlo otra vez—. Usted no querría vivir con la desaprobación de dos de sus hermanas, cuyas oportunidades de tener un buen futuro podrían verse considerablemente reducidas por su comportamiento.

Lydia hizo una mueca, mientras desviaba la mirada.

—¡Mis hermanas! A mis hermanas les va a ir muy bien, o les iría muy bien si… —Dejó la frase sin terminar, mientras volvía a fijar los ojos en él, brillantes y recelosos—. ¿Y cómo conoce usted la opinión de mis hermanas, o todo este asunto, en primer lugar? Usted ni siquiera le cae bien a Lizzy; ni a nadie, por lo que sé, excepto al señor Bingley.

El dardo, que había sido lanzado con tanta torpeza, poseía, de todas formas, un cierto veneno. Darcy se levantó de la silla con irritación, molesto con él y con la muchacha, y se acercó a ella. Aquella jovencita era totalmente egocéntrica, peligrosamente negligente y desalentadoramente ingenua. ¿Cómo podía hacerle ver la realidad de su situación? Miró por un momento hacia la diminuta ventana cubierta de suciedad y luego se volvió hacia ella.

—Debe usted saber que su hermana estaba de viaje con sus tíos.

—Sí, un aburrido viaje por el norte —dijo, suspirando con desdén—. Nada de fiestas ni bailes, ni picnics. Sólo la tía y el tío Gardiner hablando sin parar.

—Durante su viaje —continuó Darcy— se detuvieron para conocer mi propiedad en Derbyshire. Fue allí donde su hermana recibió la noticia de que usted le había entregado su futuro a Wickham. En medio de la angustia por semejante noticia, su hermana confió en mí. Ella y sus tíos salieron enseguida hacia Longbourn, para que su tío pudiera ayudar a su padre a buscarla. —Hizo una pausa. Ahora venía la parte difícil—. Mi larga relación con Wickham me ponía en una posición más ventajosa para encontrarlos; en consecuencia, decidí hacerlo y sin que ellos lo supieran, para no despertar falsas esperanzas en caso de no tener éxito.

—Todavía no puedo entender por qué tenía usted que molestarse —respondió Lydia de manera ácida—. Nos casaremos… dentro de un tiempo. Mis amigos se alegrarán por mí. No hay nada tan terrible en eso para que usted haya tenido que venir aquí a decirme que debo dejar a George.

—¿Acaso usted no ve la precaria posición en que esta situación ha puesto la respetabilidad de su familia? Se convertirán en la comidilla del vecindario, si es que no lo son ya.

—¡Ah, los vecinos! —Lydia volvió a taconear—. ¡Viejos entrometidos y maliciosos, que no se saben divertir! ¿A quién le importan? ¡A mí no!

—Pero sus hermanas…

—Ya veré cómo les consigo marido, ¿sabe? ¡Porque me voy a casar y antes que todas ellas!

Darcy guardó silencio cuando la muchacha terminó de hablar. No había manera de razonar con Lydia Bennet, o de apelar a la vergüenza para convencerla de dejar a su amante. No parecía entender las consecuencias de sus actos ni la forma en que la afectarían a ella y a su familia, y tampoco le preocupaba descubrir lo que su comportamiento les costaría a todos ellos. Darcy bajó la mirada hacia el sombrero y los guantes que tenía en la mano, con el fin de esconder la sombría naturaleza de sus pensamientos. A diferencia de Lydia Bennet, Georgiana sí sabía lo que estaba haciendo y se había arrepentido, aunque fuera en el último minuto. Esta chiquilla —Darcy observó a la niña desaliñada y desafiante que tenía ante él—, por cuyas venas corría la misma sangre que la mujer que él amaba, no tenía esa ventaja. ¿Cómo podía convencerla de renunciar a su peligroso juguete? Sólo le quedaba un recurso y, por fortuna, tenía autorización para usarlo. Sin embargo, lo emplearía con discreción.

—Señorita Lydia, ¿cambiaría usted de parecer si supiera que no es la primera jovencita a quien George Wickham ha convencido de huir con él?

—¿A qué se refiere?

—Me refiero a que conozco personalmente el caso de otra jovencita que se dejó engañar por los halagos y las promesas de Wickham y accedió a fugarse con él. Quedó muy claro que las razones que Wickham tuvo para cortejarla, sin contar con el conocimiento o el consentimiento de sus parientes, fueron dictadas no por la pasión sino por el interés económico. Ella era una heredera y Wickham necesitaba dinero.

Lydia abrió los ojos como platos.

—¿Qué tiene que ver con esto la señorita King? George nunca… ¡Ah! —Lydia volvió a golpear el suelo con los pies y avanzó hacia Darcy—. ¡Puede que yo no sea una heredera, pero sé que George me ama!

—Señorita Lydia. —Darcy se inclinó con insistencia—. Wickham siempre necesita dinero. No tiene profesión. Ha tratado de vivir de sus encantos y su astucia, pero ha fallado en ambas cosas. Tiene que casarse por dinero; no tiene opción. —Una oleada de compasión inundó el corazón de Darcy, mientras observaba el joven rostro de la muchacha—. Usted está en lo cierto, no es una heredera —continuó Darcy con voz suave—, y tanto si la ama de verdad o no, por esa sencilla razón no se casará con usted, tiene que creerme.

Una sombra de duda cruzó por el rostro de Lydia y, por un instante, los ojos le brillaron, anegados en lágrimas. ¿Sería suficiente? Pero la duda se desvaneció enseguida. La muchacha se secó los ojos y levantó la barbilla con testarudez, en una actitud que se asemejaba mucho a la de su madre.

—¡George se casará conmigo y eso es todo! Ahora, creo que debe usted marcharse.

Darcy suspiró, hizo una inclinación en señal de aceptación y dio media vuelta para marcharse.

—Señorita Lydia. —Se giró para mirarla desde el umbral—. ¿Puedo dejarle mi tarjeta en caso de que cambie de opinión? —La muchacha se encogió de hombros, gesto que Darcy interpretó como afirmativo y, después de dejar la tarjeta sobre la mesa, hizo otra ligera reverencia y salió. Había ocurrido lo que se temía. No había podido disuadir a la muchacha. Debería tratar entonces con Wickham.