Chereads / SERIE FITZWILLIAM DARCY, UN CABALLERO / Chapter 258 - Capítulo 258.- Lo que el amor trazó en mudos instantes VI

Chapter 258 - Capítulo 258.- Lo que el amor trazó en mudos instantes VI

Después de soltar un pesado suspiro, Fletcher asintió con la cabeza, encogiéndose de hombros.

—Sí, señor. Ésa es la verdad, señor. Mis padres son, o mejor, eran… actores.

—Supongo que actores shakespearianos. —Darcy esperó la confirmación que ya conocía de antemano. ¡Aquello explicaba muchas cosas! Con razón Fletcher citaba a Shakespeare como si fuera su hijo: ¡había sido criado con sus obras!

—Sí, señor Darcy, aunque nunca fueron lo que uno podría decir «famosos». El grupo sólo se presentaba en pueblos pequeños o medianos, nunca en Londres y ni siquiera en York o Birmingham. Pero conocían a Shakespeare, señor, todas las comedias y algunas otras obras. Ahora están retirados. —Fletcher enfatizó la palabra «ahora»—. Eran respetables a su manera, señor. Nunca engañaron a un cliente ni robaron. —Se puso dolorosamente rígido—. Pero comprenderé perfectamente que usted decida prescindir de mis servicios.

—No diga tonterías, Fletcher —protestó Darcy, resoplando—. Estoy seguro de que su origen no tiene ninguna influencia sobre su posición actual. Eso podrá explicar su extravagante actitud con respecto a las corbatas y su capacidad para citar a Shakespeare con increíble facilidad, pero no hay ninguna razón para que lo despida. Y —concluyó— no tengo duda de que sus padres son personas excepcionales.

—Gracias, señor Darcy. —Fletcher relajó los hombros.

El pomo de la puerta giró y Tanner deslizó su impresionante cuerpo a través del umbral.

—El coche está esperando, señor. Debe usted irse enseguida, antes de que llame la atención.

—Gracias, Tanner. —Darcy le tendió la mano al sorprendido gigante, que la tomó con aire asombrado—. Confío en usted. Todos los gastos en los que incurra serán cubiertos, desde luego; así que no tema gastar lo que sea necesario para conseguir lo que quiero.

—Sí, señor, no se preocupe. Ahora, ¡debe irse! Pronto tendrá noticias mías. —Tanner abrió la puerta y los acompañó hasta el coche—. Grosvenor Square y ¡mucho cuidado, Jory! —le rugió al cochero—. Es amigo del señor Dyfed. ¡Nada de trucos!

El lunes por la mañana, Darcy se encontraba en el estudio de lord***, exponiéndole el caso de Lydia Bennet, en calidad de presidente de la Sociedad para devolver a las jovencitas del campo a sus familias. Su señoría escuchó con atención y tomó notas, mientras Darcy le explicaba todos los detalles que podía, sin poner en peligro la identidad de la hermana de Elizabeth.

—Un caso difícil, en verdad —dijo su señoría con un suspiro, dejando a un lado la pluma—. Desgraciadamente, no es el único. Al contrario, es bastante frecuente. Una muchacha se encuentra con un deslumbrante oficial mundano y rebosante de excitantes promesas, y no hay manera de evitar el desastre que se produce. Usted se da cuenta —miró a Darcy con seriedad— de que es probable que ella no desee dejar al oficial todavía. Dependiendo de lo directo que sea él, puede pasar algún tiempo antes de que se produzca la desilusión o hasta que él se canse de ella.

—Sí, milord, me doy cuenta.

—Me temo que si la jovencita es tan imprudente como usted dice, Darcy, sólo hay dos realidades que podrán hacerla entrar en razón. Lo mejor es que el oficial ya se haya quedado sin dinero o esté a punto de hacerlo. La otra, mucho menos deseable —dijo, bajando momentáneamente los ojos antes de volverlos a fijar en Darcy—, es que él haya sido cruel con ella.

Darcy asintió con resignación.

—Estoy preparado para las dos eventualidades, pero le agradezco la advertencia.

—Entonces haré circular esta información entre nuestra gente. —Su señoría se puso en pie y le tendió la mano a Darcy—. Tendrá noticias mías tan pronto como sepa algo. Ellos tendrían que estar muy bien escondidos en Londres para escapar a la vigilancia de la Sociedad, señor, muy bien escondidos. Los encontraremos.

Darcy apartó el resto de una cena ligera, se levantó de su escritorio y recogió las notas de Tanner, que estaban diseminadas entre los platos, y el primer borrador de una nota que le había enviado a su primo Richard. Con gesto cansado, sacó su reloj de bolsillo y lo comparó con el reloj del estudio. Las tres y veinte. La entrevista de esa mañana con el presidente de la Sociedad parecía haber tenido lugar hacía siglos, pero la hora del reloj de mesa y el de bolsillo estaba perfectamente sincronizada y cada movimiento de las manecillas marcaba otro momento que pasaba sin poder avanzar en el alivio de la desgracia de Elizabeth. La escena en la posada de Lambton, el rostro avergonzado y desesperado de Elizabeth y las lágrimas que se habían deslizado por sus mejillas estaban siempre en la mente de Darcy, alentándolo a seguir. Sin embargo, el tiempo arrastraba los pies de manera perversa, haciendo aumentar su ansiedad.

Se oyó un golpecito en la puerta.

—¡Adelante! —ordenó Darcy. Sobre la bandeja que Witcher puso encima del escritorio había otra nota de Tanner.

—De Harry, señor. —El mayordomo suspiró—. Otra vez. ¿Qué puede ser tan importante para estar enviando notas toda la mañana…? —Witcher contuvo sus quejas al ver la cara expectante de su patrón.

—Gracias. —Darcy tomó la nota. Lo que leyó hizo que llamara al mayordomo, que ya se estaba retirando—. Witcher, espere un momento.

—¿Sí, señor?

—Voy a salir y no tengo ni idea de la hora a la que regresaré. Por favor dígale a su buena esposa que me deje algo en la cocina esta noche. Ya me encargaré yo de ir a buscarlo cuando regrese.

—Se lo diré, señor. —Witcher levantó las cejas de manera amenazante—. Pero no le va a gustar, señor, sobre todo después de su forma de comportarse en los últimos días y esos horarios en los que sale.

Darcy se rió por primera vez en varios días.

—¡Dígale que pronto podrá mimarme con su cocina! —Levantó la nota mientras hablaba con el mayordomo—. Esto puede llevarme a lo que he venido a buscar a Londres. —Se la metió en el bolsillo del chaleco—. Mande a un criado a que me consiga un coche, Witcher. Debo salir enseguida.

Media hora después, el cochero abría la portezuela de su vehículo con una inclinación, al ver la sobria elegancia de Darcy.

—¿Adónde lo llevo, señor?

—Calle Edward —dijo por encima del hombro, mientras subía la escalerilla—. Sí —afirmó, cuando el hombre abrió los ojos y lo miró—, calle Edward, tan rápido como sea posible.

La nota de Tyke Tanner era un ejemplo de brevedad. Señora Younge. 815 de la calle Edward. —Darcy estiró las piernas tanto como se lo permitió el coche de alquiler. Le había dado a Tanner el nombre de la antigua dama de compañía de Georgiana, aunque no podía saber si la dama y Wickham habían seguido en buenos términos desde su complot contra él en Ramsgate. Por su complicidad con Wickham, había sido despedida sin derecho a referencias. Era muy posible que estuviera resentida por haber perdido una posición muy bien remunerada. Pero si los ladrones eran tan buenos amigos como decía el dicho, tal vez ella tendría noticias de aquel canalla o incluso lo habría visto.