Chereads / SERIE FITZWILLIAM DARCY, UN CABALLERO / Chapter 239 - Capítulo 239.- Un actor mediocre II

Chapter 239 - Capítulo 239.- Un actor mediocre II

Ahora que iba acompañado por el perro, Darcy disminuyó el paso hasta adoptar un ritmo constante y agradable, que calculó que lo llevaría a casa hacia el final de la mañana. ¡Pemberley! Por un lado estaba impaciente por llegar, por quitarse de encima el polvo del viaje y respirar el aire pacífico y familiar de su amada casa. Incluso sentía una agradable expectación ante la idea de poner en marcha la solución a esos problemas sobre los cuales le había informado su administrador y sumirse en la rutina de las obligaciones que le imponían sus tierras en esa época del año. Por otro lado, sentía que aquellas tres horas de soledad, sin tener que atender ningún deber u obligación que lo distrajera, aquel tiempo de reflexión y consideración era esencial para su bienestar y su futuro. Allí, en aquel camino a través de Derbyshire, ante Dios y cualquier hombre con el que pudiera cruzarse, no era más que un hombre solo con su caballo, su perro y su conciencia.

Después de los terribles días que habían seguido al asesinato del primer ministro, Darcy había sentido la necesidad urgente de acompañar personalmente a Georgiana hasta la seguridad de Pemberley. Al principio, se extendió un rumor frenético que sugería que todo el país estaba al borde de la rebelión. El desconocimiento de lo que estaba pasando en el campo aconsejaba no arriesgar la seguridad en un viaje, así que habían permanecido en Grosvenor, encerrados en su casa hasta tener algún informe fiable sobre la situación. Cuando se había establecido claramente que el gobierno seguía en pie, Londres había retomado el ritmo de sus asuntos en un tiempo impresionantemente corto. Con la seguridad de que el ataque había sido ideado solamente por John Bellingham, toda la población pareció olvidar el incidente con rapidez y retomar la temporada de eventos sociales en el lugar donde se había quedado, de forma que ya no parecía necesario marcharse de la ciudad. Lady Monmouth había desaparecido y su esposo abandonado no sabía dónde estaba; y aunque ya habían pasado casi tres meses, todavía no tenían noticias de lord Brougham. Darcy sospechaba que su amigo había decidido seguir al «un-poco-menos-honorable» Beverly Trenholme hasta América. Si ése era el caso, pasaría algún tiempo antes de que Dy volviera a aparecer en Londres.

En pocas semanas, Darcy había descubierto que su vida había vuelto a su ritmo normal, pero no a su cauce normal. En el transcurso de esa terrible época desde Hunsford, algo había cambiado en él profundamente. Ya no era el mismo hombre que solía ser. Al mirar hacia atrás, al arrogante pretendiente de la primavera anterior, Darcy se vio a sí mismo como si fuera un extraño. Todo parecía haber sucedido hacía mucho tiempo. ¡Ese hombre que había bajado con tanta seguridad las escaleras de Rosings y había recorrido el camino hasta la aldea con paso confiado le parecía ahora todo un personaje! Desde la perspectiva que le daban aquellos tres meses, Darcy vio cómo ese hombre impecablemente vestido que caminaba hacia la rectoría de Hunsford estaba demasiado seguro de sí mismo, demasiado seguro de que sería recibido y de la respuesta que encontraría. Por un momento volvió a sentir el dolor que le produjo la humillación que le esperaba. En pocos minutos, el mundo de ese extraño quedaría patas arriba y cambiaría para siempre.

Con un sentimiento de gratitud, Darcy podía reconocer ahora que había recibido un extraño y valioso presente. Al pedir la mano de una mujer que no entendía ni era capaz de conocer, había obtenido de ella la oportunidad de verse a sí mismo y de convertirse en un hombre mejor. Y él había cambiado. Sabía que lo había hecho. Ya no era el mismo que había regresado furioso a su alcoba en Rosings. ¿Qué le había sucedido en los meses que habían pasado desde entonces? Darcy no estaba seguro; no tenía una explicación clara, pero el hombre que había abierto las puertas de Rosings, preparado para escribir una carta llena de resentimiento, se le antojaba en aquel momento un extraño, un hombre que había estado caminando dormido durante toda su vida. Pero ahora había despertado.

Algunas cosas, como la relación en términos de igualdad que tenía con Bingley, habían cambiado rápidamente. Aunque tenía que admitir que otros asuntos habían requerido más tiempo. Algunos habían sido dolorosos, pues el sincero inventario de sus ofensas se había convertido en una lista alarmante, mientras que otros habían traído a su vida satisfacciones y propósitos nuevos. El resultado había sido que el mundo se había vuelto un lugar mucho más interesante, lleno de compañeros de viaje cuyas dichas y pesares ya no desdeñaba conocer y cuyos defectos se sentía más inclinado a pasar por alto. Darcy sabía que nunca sería una de esas personas bonachonas que atraen inmediatamente el interés y los buenos deseos de todos los que lo conocen, pero ya nunca más se permitiría permanecer aislado, incluso cuando estuviera entre desconocidos. Él se adaptaría, trataría de sentirse a gusto en lugar de exigir en silencio que lo complacieran. A veces le resultaba difícil, pero una recién adquirida compasión, sumada a la práctica decidida, hizo que fuera más fácil vencer sus reservas. Y esperaba que algún día eso pasara a formar parte de su naturaleza.

¿Naturaleza? Darcy miró a su alrededor en busca de Trafalgar; quien armado con increíbles reservas de energía que lo animaban a olfatear incesantemente, había desaparecido hacía rato. Al oír el silbido de su amo, el sabueso regresó corriendo, con todo el aspecto de ser una madeja de espinos, cardos y ramas.

—Según parece, sería conveniente tomar un descanso —comentó Darcy, al ver al jadeante granujilla que se detuvo a su lado. En realidad, el animal presentaba un aspecto lamentable, pero se debía más a sus propias aventuras entre los arbustos que al ritmo del viaje. Darcy frenó su caballo y desmontó. Enseguida hurgó entre las alforjas y sacó una botella con agua—. Toma, monstruo. —Agitó la botella ante los ojos del animal, pero luego se dio cuenta de que no tenía un recipiente en donde echar el agua. Se quitó el guante, hizo un cuenco con la mano y la acercó a la boca de la botella. Enseguida se agachó y comenzó a verter agua lentamente, mientras el sabueso bebía de su mano sin parar—. Listo, eso es suficiente. —Se enderezó, sacudiéndose el agua que había quedado en la mano—. ¡Yo también tengo sed! —protestó, al oír el patético gemido del perro, y luego se tomó de un largo trago lo que quedaba—. ¡Desagradecido! —acusó a Trafalgar, secándose los labios—. Mira a Séneca que no se ha quejado ni un momento, ¡y eso que ha tenido que llevarme durante muchas millas! —Al oír su nombre, el caballo relinchó y movió la cabeza, pero Trafalgar no le prestó ni la más mínima atención, pues seguía con los ojos fijos en la botella.

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