Darcy se quedó inmóvil, mientras trataba de recuperarse de la sorpresa que le había causado la solicitud de Manning. ¿Cómo podía responderle? Había muchas cosas en juego: años de lo que Manning había descrito con tanta precisión como una «relación antagónica», durante los cuales Darcy había soportado la peor parte; el hecho de imponerle a Georgiana una «amiga» que ella no había elegido y el mayor contacto con Manning que implicaría dicha relación. ¡Eso sin mencionar que los parientes del barón de la familia Sayre habían caído en total desgracia social y financiera, y que una de las damas de la familia estaba metida hasta su adorable cuello en un caso de sedición! Entrecerrando los ojos para estudiar al hombre que tenía al otro lado de la mesa, Darcy trató de buscar en él algo que indicara que albergaba algún sentimiento por las dificultades de su hermana, que no fuese la irritación y el deseo de deshacerse de sus responsabilidades hacia ella. El hecho de que aquel hombre hubiese recurrido a él en busca de ayuda era extraordinario en sí mismo y hablaba en favor de algo más que la preocupación por el efecto que tenía su hermana sobre su fortuna, pero la dureza de la mirada y la arrogancia de la actitud de Manning mientras esperaba la respuesta de Darcy reducía la posibilidad de que existiera un sentimiento más profundo o delicado. Si aceptaba, parecería que ignoraba el desprecio que Manning sentía por él, un desprecio que Darcy nunca había entendido, ni tampoco la razón que lo había provocado. Si hubiese un poco de justicia en el mundo, debería aprovechar esta oportunidad para…
Aunque pidas justicia… rogamos para solicitar clemencia. Cuando Darcy apretó la mandíbula para expresar su negativa, recordó de repente la delicada promesa de Georgiana de ser su Porcia, su abogada. Para ser justos, ¿qué otra cosa podría exigir Darcy en este caso que vengarse por las afrentas contra su orgullo herido? Pero en su propia lucha, ¿lo que le había permitido salir adelante no había sido precisamente la clemencia de Georgiana y la manera en que Dy lo había ayudado a recuperarse?
—¿Y bien? —le ladró Manning, preparándose para torcer la boca en una risita sarcástica al escuchar la negativa.
—¿Le vendría bien a la señorita Avery un encuentro el jueves por la mañana? —preguntó Darcy—. ¿Tal vez a las once? —Al decir esto, descubrió que la cara de asombro que puso Manning compensaba totalmente el esfuerzo de rendirse a los ángeles de la clemencia.
—¿Estás de acuerdo? ¡Que el diablo me lleve! —Manning se dejó caer sobre el respaldo de la silla, perplejo—. ¡Eso es muy amable por tu parte, Darcy! —logró decir, después de varios minutos sin conseguir articular palabra—. No esperaba que… Bueno, eso no tiene importancia. Sí, a las once el jueves; Bella estará encantada. —Se levantó y le tendió la mano de manera torpe—. Gr-gracias.
—De nada. —Darcy estrechó la mano del barón. Había hecho lo correcto; ahora estaba seguro. Pero esa convicción no implicaba pasar más tiempo con Manning del que fuera estrictamente necesario—. Ahora, me voy a casa. ¿Puedo dejarte en algún lado, Manning?
—No, no —respondió rápidamente el barón, que evidentemente se sentía tan incómodo como Darcy con aquel nuevo giro que había dado su relación—. Pasaré un rato por White's y luego mi bailarina me estará esperando… —Dejó la frase en el aire y se encogió de hombros—. Hasta el jueves.
—Hasta el jueves. —Darcy asintió, luego se alejó de Manning y salió del club. Cuando llegó a la acera a grandes zancadas, sonrió al ver cómo Harry saltaba del coche y se apresuraba a abrir la portezuela y bajar la escalerilla.
—Buenas noches, señor Darcy. —El hombre hizo una respetuosa inclinación.
—Buenas noches, Harry —le respondió el caballero, subiendo la escalerilla—. Dígale a James que nos lleve a casa. Ya he tenido suficiente por esta noche.
—Espero que haya tenido una buena velada, señor.
—¡Ah, ha sido una velada extraordinaria, Harry! Incluso se puede decir que he obtenido una prueba de su afirmación.
—¿A qué afirmación se refiere, señor?
—Que, a veces, la alta sociedad tiene unas extrañas costumbres. —Darcy le recitó a Harry la aguda observación que le había hecho una vez.
—Hummm —resopló Harry—. ¡No se necesita prueba de eso! —El hombre hizo ademán de cerrar la portezuela, pero luego se detuvo en seco y bajó la cabeza, aparentemente escandalizado por la libertad con que había hablado—. ¡Espero que me disculpe, señor Darcy!
—Cierre la puerta, Harry.
—Sí, señor.
La puerta se cerró enseguida, pero Darcy esperó a que Harry se subiera al pescante para reírse de la acertada filosofía del sirviente. El calificativo de «extraño» ciertamente describía con precisión el hecho de que Manning lo hubiese buscado esa noche y el curioso giro que había dado su relación.
—No tengo palabras para describirle el alivio que supone para mí estar de regreso en Londres. —La señorita Bingley aceptó una taza de té de manos de Georgiana y se acomodó en su asiento—. Las tiendas y los teatros de Scarborough son insignificantes, ¡a pesar de lo que diga mi tía! Usted no se puede ni imaginar, Georgiana, cuánto anhelaba volver a la civilización.
Darcy observó cómo su hermana respondía con una sonrisa cortés, antes de llenar la taza de Bingley.
—No ha sido tan espantoso. —Bingley levantó la vista y miró a Darcy—. Aunque tengo que admitir que me siento más a gusto aquí, en Londres, que entre nuestros parientes y los antiguos conocidos de nuestros padres en Scarborough. Me temo que nos hemos alejado demasiado de ellos. Parece que llevamos una vida completamente distinta —concluyó con un tono pensativo, pero luego volvió a animarse—. ¡Han pasado varias semanas desde la última vez que estuvimos aquí! ¿Cómo fue tu viaje a Kent, Darcy? Me imagino que más caluroso que el nuestro al norte.
—Sí… más caluroso —respondió Darcy con una voz ligeramente ahogada. Georgiana lo miró a los ojos, dirigiéndole una sonrisa de apoyo. Su hermano asintió con la cabeza en señal de gratitud—. Pero no fue muy largo. Tanto Fitzwilliam como yo nos alegramos de volver a la ciudad.
—Y su retrato, Georgiana. —La voz de la señorita Bingley llenó el silencio que amenazó con instalarse entre ellos—. Me mortifica tanto pensar que hemos regresado demasiado tarde para verlo. ¿Fue muy concurrida la ceremonia de presentación? —Hizo una pausa y luego soltó una risa ronca—. Seguramente que así fue, así que mejor debería haber preguntado quién asistió. ¡Vamos, puede usted hacer alarde de su triunfo ante nosotros!