Chereads / SERIE FITZWILLIAM DARCY, UN CABALLERO / Chapter 224 - Capítulo 224.- A pesar de tu perjurio II

Chapter 224 - Capítulo 224.- A pesar de tu perjurio II

El dolor de cabeza con que se despertó al día siguiente no fue tan intenso como había temido e incluso pasó pronto, gracias a los polvos que Fletcher le había dejado junto al vaso de agua, en algún momento a lo largo de la mañana. Apoyándose sobre un codo, estiró el brazo desde la cama, echó la medicina en el agua y se quedó mirando el vaso, mientras el sol del comienzo de la tarde hacía brillar las partículas que descendían y se disolvían en el líquido. Que descendían y se disolvían… al igual que él, reflexionó. Se bebió el remedio de un trago, volvió a tumbarse sobre las almohadas y cerró los ojos. Había hecho todo y más de lo que se esperaba de acuerdo con su posición social y su educación. Después de la muerte de su padre, se había propuesto ser como él: el mejor hombre posible en todo lo que hacía, ya fuera en su papel de propietario, patrón, hermano o amigo. Era escrupulosamente honesto en los negocios y extremadamente prudente en los asuntos sociales. Sin embargo, al mirar ahora los altísimos principios de los cuales bebía y todas las expectativas de cuyo cumplimiento se enorgullecía, Darcy vio que no era más que un simple espectador de la vida, una criatura dominada por las convenciones y las normas sociales. Nunca había permitido que lo tocara ese mundo que estaba más allá de su familia inmediata. De hecho, había sido criado y educado dentro de esa perspectiva. Como un maestro de ajedrez, había ordenado su vida de acuerdo con los innumerables prejuicios y vanidades de su clase social, felicitándose por seguirlos al pie de la letra y pensando que todo lo que no se ajustaba a ellos era indigno de su consideración… hasta que había encontrado a Elizabeth.

Sintió que su corazón se estremecía cuando el nombre de Elizabeth le recordó toda la frustración y la nostalgia que ella había despertado en él. Elizabeth, la contradicción de todas sus expectativas. ¿Cómo habría podido prever que una decisiva noche en un pueblecito de Hertfordshire, en medio del grupo de gente menos refinada que había tenido que soportar en la vida, se iba a encontrar al mismo tiempo con su Némesis y su Eva y comenzaría la disolución de su existencia cuidadosamente calculada? La cual terminaría poco después, se recordó Darcy con un resoplido, en un nido de intrigas políticas y sociales y en el fondo de una botella de brandy, en una taberna desconocida. Se sonrojó a causa de la vergüenza y la contrariedad que le producía el recuerdo de su comportamiento la noche anterior. ¡Gracias a Dios, Dy había estado allí! Debido a las peculiares excentricidades de su amigo, Darcy sólo había logrado quedar en ridículo. Habría podido ser mucho peor, pero eso no disminuía la sensación de vergüenza y repugnancia que sentía al pensar en la forma de manifestar sus debilidades en aquella noche aciaga.

Abrió los ojos y se quedó mirando fijamente el techo. Tenía que levantarse y enfrentarse al día y reflexionar con cuidado sobre todo lo sucedido y qué revelaba sobre su carácter. No era una perspectiva muy prometedora. Él ya sabía cuánto había disminuido su propio aprecio por sí mismo. ¿Qué pensaría de él, entonces, su adorada hermana? ¿Su estado de ebriedad de anoche le habría hecho perder el respeto que sentía por él? ¿Y después de confesarle sus debilidades, no se hundiría todavía más? Aquella posibilidad lo hirió como una puñalada. ¿Cómo iba a cuidar y orientar a su hermana si ya no le inspiraba respeto, si cada decisión que tomara iba a ser recibida con desconfianza y suspicacia? Por otra parte, ¿cuánta confianza tenía todavía él en sí mismo? Tratando de alejar aquel aterrador pensamiento, se incorporó lentamente y, después de detenerse un instante para comprobar su equilibrio, bajó las piernas y se sentó en el borde de la cama. El dolor de cabeza era bastante tolerable, gracias a los polvos de Fletcher y, posiblemente, a ese brebaje que había tomado. Al menos había dormido.

El reloj de la chimenea dio las tres, anunciando que el día pasaba aceleradamente y pronto tendría lugar su encuentro con Dy. Sentía una enorme curiosidad por oír lo que Brougham tenía que contarle acerca de su extraño comportamiento y el cambio de personalidad que había sufrido en aquellos años después de salir de la universidad, pero también lo asaltaba una aterradora incertidumbre al tratar de imaginar qué pensaría Dy sobre la confesión que él le había hecho la noche anterior, impulsado por su estado de embriaguez, y, más aún, qué podría hacer con esa información. Se puso tenso al pensar en eso. ¿Qué había confesado exactamente? Luego trató de recordar cómo había transcurrido la velada una vez que él y Dy se volvieron a sentar en la taberna.

—Creo que lo mejor es que me hables sobre ella, viejo amigo —había dicho Dy, clavándole una mirada compasiva que no contenía ni un ápice de lástima sino preocupación sincera de un viejo amigo. Lentamente, Darcy había abierto por fin la boca y su pena más íntima pareció salir a borbotones: el interés inicial, la resistencia y la actitud cautelosa y luego la total fascinación, el deseo y el amor.

—Tu semejante, el equivalente que te conviene; será tu otro yo, exactamente conforme a todo lo que desea tu corazón —había citado Dy para sus adentros con aire distraído, cuando Darcy terminó, y luego soltó un silbido—. Por Dios, Fitz, te conozco bien, amigo mío, y habiendo dicho eso, debo decir que tu Elizabeth debe de ser una jovencita extraordinaria para haberte atrapado de esa manera.

—No es mi Elizabeth, pero tienes razón —había dicho Darcy con un suspiro—, es una mujer extraordinaria.

—Ya veo. Ahora bien, perdóname la insistencia, pero, dejando de lado el comienzo que tuvisteis, ¿le propusiste matrimonio finalmente, a pesar de tus múltiples reservas y dudas?

—Sí —había afirmado Darcy—. Después de haberme propuesto olvidarla, nos encontramos por casualidad en Kent. Su amiga más íntima se había casado con el párroco de mi tía unos meses antes y Elizabeth había ido a visitarla, sin saber que yo estaría en casa de lady Catherine. Puedes imaginarte la impresión que me causó encontrarla allí, alojada muy cerca de la casa de mi tía y convertida en una especie de favorita de lady Catherine.

—¿Impacto? ¡Yo más bien diría pánico! ¡Estabas en una posición imposible! Enamorado a pesar de lo que te dictaba el buen juicio, habiéndote propuesto olvidarla hacía sólo poco tiempo y ¡te la encuentras! —Brougham sacudió la cabeza—. ¡Y tan cerca!

En ese momento se había producido un largo silencio, pero no fue incómodo. Dy se había limitado a asentir con la cabeza con actitud compasiva y había desviado la mirada, mientras las arrugas de cansancio de su rostro se volvían más profundas y parecía sumergirse en sus propias reflexiones. Transcurrido un rato, se levantó y llamó a la camarera para pedirle una jarra de café fuerte y tazas. Luego volvió a su lugar y se dirigió otra vez a su amigo con una pregunta lacónica:

—¿Y después?

Darcy respiró profundamente.

—Después, tras muchas noches de luchar contra el deber que tenía para con mi apellido y mi posición, contra la perspectiva de la justificada desaprobación de mi familia y de la sociedad, y las consecuencias de vincularme y vincular a Georgiana con una familia de sospechosa decencia, sucumbí. La vida, el futuro sin ella, parecía imposible. Parte de mi alma, ya que estamos citando a Milton. —Dy había asentido—. Comencé a cortejarla, o al menos eso fue lo que pensé que estaba haciendo. En ese momento, creí que la parquedad de sus respuestas obedecía a la modestia y al reconocimiento de la disparidad de posiciones; pero en eso, como en tantas otras cosas, estaba totalmente equivocado. —Darcy se rió con tristeza—. Había decidido pedir su mano, pero me resultaba difícil llegar finalmente a ese punto, ya me entiendes. De repente se presentó una oportunidad y yo la aproveché en el acto. Ella se encontraba sola en la rectoría y fui a verla.

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