El encuentro no fue muy largo y su duración dependió más de la permisividad de Darcy que de la pericia de Tris, ya que en el transcurso del encuentro se vio obligado a bloquear no sólo uno sino dos movimientos no permitidos. Aunque atribuyó el primero al calor del momento, la segunda vez no se sintió tan seguro y prefirió terminar rápidamente el combate, asestándole varios touchés en los siguientes asaltos, con precisión y velocidad. Asombrado por la actitud de Monmouth, Darcy lo miró a la cara mientras intercambiaban el saludo formal con el que terminaba el encuentro, pero Tris se limitó a sonreírle, como si no se hubiese dado cuenta de que había ocurrido algo inapropiado. ¿Sería posible que sólo se hubiese dejado llevar o, tal vez, que hubiese olvidado las reglas con el paso de los años?
Sonriendo todavía, su antiguo compañero avanzó hacia él, con la mano tendida.
—¡Mejor que en la universidad! ¡Que me parta un rayo si no has mejorado, Darcy!
—He practicado. —Darcy estrechó brevemente la mano de Monmouth.
—¡Sin duda! —resopló Monmouth—. Después de tu demostración en casa de Say…, la última vez que nos vimos, Manning apostó a que podrías vencer a cualquiera de los demás, o a todos, en menos de diez minutos. ¡Y bueno, viejo amigo, tú sabes que no puedo resistirme nunca a una apuesta deportiva!
—Espero no haberte causado un daño significativo —replicó Darcy, con una sensación de alivio al comprender la conducta de Monmouth.
—¡No, no! Estoy bien de dinero, gracias a mi esposa —dijo, haciéndole un guiño—. Quien, a propósito, se sentirá muy feliz si tú aceptas la invitación que te envió esta semana para cenar con nosotros y un selecto grupo de amigos. —Monmouth hizo una pausa en espera de la respuesta de Darcy, pero presintiendo la amable negativa que se avecinaba, se apresuró a añadir—: Te prometo una velada muy interesante, Darcy, con gente totalmente distinta a lo usual. «¡Dile que no se aburrirá, ni nadie tratará de cazarlo!», dijo ella y te juro que ¡es verdad! A Sylvanie le encanta tener a gente fascinante a su alrededor: artistas, pensadores, escritores, gente profunda como tú. Permíteme informarle a milady de que aceptas. ¡Vamos, Darcy!
—¡Que aceptas! ¿Qué estás aceptando ahora, mi «viejo amigo» Darcy? —Los dos hombres levantaron la vista con sorpresa y vieron a lord Brougham recostado contra una de las columnas que había en aquella parte del salón. Monmouth se puso tenso al oír la voz, pero cuando vio que se trataba sólo de Brougham, Darcy pudo ver una expresión de alivio en sus facciones. Sin embargo, la sorpresa de Darcy no disminuyó ni un ápice. Nunca había visto a Dy en el club de esgrima de Genuardi, ni tenía conocimiento de que fuera miembro de ningún otro. ¿Qué podía haberlo impulsado a acudir precisamente aquel día? ¿O acaso Georgiana lo había enviado?
—Una invitación a cenar con un grupo de intelectuales aburridos. Nada que te interese, Brougham, te lo aseguro —anunció Monmouth, arrastrando las palabras, mientras miraba de arriba abajo la elegante e imperturbable figura de Brougham—. Nada de juego… bueno, eso realmente es una lástima… Sólo un poco de música y mucha conversación. Filosofía y política, ese tipo de temas.
—Brougham —interrumpió Darcy, avanzando hacia su amigo—. ¿Georgiana?
—En cierta forma, pero no te preocupes… todavía. —Dy levantó una mano para detenerlo y luego miró al acompañante de Darcy con desprecio—. ¿Así que filosofía y política, Monmouth? ¿Las dos en una sola noche? Debo decir que ciertamente será una velada muy selecta y, tienes razón, eso está fuera del alcance de mi pobre cerebro. Pero, dime, milord, ¿con quién vas a hablar tú a lo largo de toda la noche?
El brazo con el que Monmouth sostenía la espada se puso tenso durante un momento, pero Darcy se interpuso rápidamente entre los dos hombres y la tensión cedió.
—¡Lord Brougham y yo tenemos asuntos pendientes que discutir! —declaró, para restarle importancia a la pregunta de Dy, y le lanzó una mirada de censura. Luego volvió a mirar a Monmouth y continuó—: Por favor, dile a lady Monmouth que acepto la invitación.
Al oír la promesa de Darcy, Monmouth cambió su expresión de rabia por una de satisfacción y, tras dirigirle una risita a Brougham, se dirigió a Darcy:
—Milady estará muy complacida. Entonces, ¿mañana a las ocho? ¡Excelente! Hasta entonces, Darcy. —Monmouth hizo una inclinación—. Brougham. —Apenas se detuvo para inclinarse en dirección a Brougham, marchándose hacia los vestuarios a grandes zancadas.
—¡No habrás hablado en serio! ¡No tendrás intención de ir realmente, Fitz! —Brougham hizo una mueca de disgusto, mientras observaba cómo se alejaba Monmouth.
—No querrás que me retracte, ¿o sí? —le preguntó Darcy de manera tajante.
—En este caso en particular, sí me gustaría que te retractaras y con la mayor urgencia —respondió Brougham—. ¡Uno no tiene que cumplir su palabra cuando ha estado hablando con el diablo!
—Estás exagerando un poco, ¿no te parece? —Darcy montó en cólera—. Y yo no habría tenido que dar mi palabra si tú te hubieses contenido y no lo hubieses insultado. ¡Por Dios, Dy, le has llamado poco menos que idiota en su propia cara!
—Te ruego que me perdones, Fitz; tenía la impresión de haber sido más claro. Pero eso es irrelevante. —Brougham descartó la idea de seguir hablando de Monmouth—. Lo que me gustaría saber es por qué, después de todo lo que me he esforzado por evitar un encuentro entre la señorita Darcy y lady Monmouth, tú estas propiciando que eso ocurra.
—Nunca te había visto aquí antes. —Darcy respondió a la incómoda pregunta de su amigo cambiando de tema—. ¿Has venido a practicar, o acaso Georgiana…?
—A practicar, amigo mío; y parece que ya hemos empezado, ¡aunque todavía no estoy adecuadamente vestido! —Brougham comenzó a desabrocharse la levita—. Lo que sucede es que me distraje debido a tu magnífico despliegue de tolerancia. Te has dado cuenta de que Monmouth ha hecho un par de jugadas sucias, ¿no?
—¡Pero eso no lo convierte en el demonio!
—Cierto, Fitz, muy cierto; Monmouth sólo es una serpiente, y una muy rastrera, a decir verdad, que está al servicio del demonio. —En ese momento, uno de los asistentes del salón se acercó para recoger la chaqueta y el chaleco de Brougham, y los dos hombres guardaron silencio. Darcy observó detenidamente cómo su amigo se quitaba las prendas y luego retrocedió, al mismo tiempo que Dy aceptaba el chaleco protector y el florete que le ofrecía el sirviente y comenzaba su propia rutina de estiramientos.