—¿Fitzwilliam? —La voz de Georgiana, matizada por un suave timbre de inquietud, flotó a través de la inmensa mesa de la sala del desayuno de Erewile House, remontando la barrera del Morning Post que Darcy había levantado entre él y su hermana y se instaló directamente en la página que Darcy tenía ante él, con vacilante elegancia. El tono de consternación que Darcy advirtió en la voz se veía reflejado en la expresión del rostro de la muchacha durante la noche anterior, cuando habían cenado de nuevo en medio de un silencio regido por la distracción de Darcy. Ya estaba en casa, pero su viaje, más que un regreso a Londres, era una huida de Kent. Había subido los escalones de su casa animado más por el alivio de encontrar un refugio que por la felicidad de reencontrarse con su familia y sus amigos. En realidad, desde aquella humillante tarde en la casa parroquial de Hunsford, lo único que Darcy deseaba era que lo dejaran en paz. No podía tolerar por mucho tiempo ni siquiera la dulce presencia de Georgiana, ni sus discretos esfuerzos por hacerlo sentir cómodo. La rabia hacia sí mismo que le producía el hecho de haber sido tan desconsiderado con su deber y la indignación hacia Elizabeth por haber hecho lo mismo con su honor bullían continuamente en su mente y le oprimían el pecho como si fuera una banda de acero. No, Darcy debía soportar esa angustia solo; además, no era precisamente un asunto que pudiera ser tratado con una hermana pequeña. Tal vez si tardaba el tiempo suficiente en responder, ella entendería la insinuación y no insistiría más.
—¿Hermano? —la voz de Georgiana volvió a insistir suavemente.
Darcy bajó el periódico con reticencia y miró cautelosamente el rostro de su hermana, que estaba sentada a su derecha y lo observaba con una mezcla de dulce preocupación y firme determinación. Ese doble aspecto de Georgiana aparecía con demasiada frecuencia desde que había regresado a casa. A Darcy no le había costado trabajo atribuírselo a la dudosa influencia de Brougham mientras él estaba en Kent, porque desde que Darcy se había bajado del carruaje el sábado por la noche no había oído más que «lord Brougham esto» y «lord Brougham aquello». Ya estaban a miércoles y estaba harto.
—¿Sí, Georgiana? —El tono de irritación de su voz no pasó desapercibido. Habría preferido morirse a tener que ver la expresión de desaliento y retraimiento que nubló los ojos de su hermana. Dejó el periódico a un lado y buscó intencionadamente la mano de Georgiana—. ¡Perdóname! —Suspiró—. Me temo que me he estado portando de manera extraña. —La respuesta de su hermana fue una sonrisa triste y un delicado apretón.
—Sí, querido hermano, no eres el de siempre. —Georgiana lo miró con curiosidad y compasión—. ¿Tía Catherine ha resultado ser muy difícil este año?
—Lady Catherine ha sido… tal como es… —Darcy se movió con nerviosismo mientras soltaba la mano de su hermana y se recostaba contra el respaldo de la silla—. O, tal vez, un poco más «ella misma» de lo normal. Fue buena idea que no nos acompañaras —añadió y luego guardó silencio, mientras otro rostro aparecía en su mente. Rígido por la furia y mirándolo con desdén, Elizabeth le decía: Su arrogancia., su vanidad y su egoísta desdén… Por Dios, ¿cuántas veces había revivido esa mortificante letanía? Cerró los ojos. ¡Gracias a Dios, Georgiana no había sido testigo de eso! Sólo de pensarlo, se le revolvió el estómago. Por primera vez, Darcy experimentó la ardiente sensación de remordimiento con la que había tenido que luchar su hermana una vez que comprendió la traición de Wickham. Al menos Georgiana podía alegar que era muy inocente; mientras que él —¿cómo había dicho Elizabeth?— un hombre de talento y bien educado, que había vivido en el gran mundo, ¡no se podía permitir ese lujo! ¿Cómo pudo estar tan embrutecido, tan ciego? No, Darcy no había sido él mismo y todavía no lo era; y, la verdad, no tenía ninguna certeza de poder volver a conocer ese estado nuevamente.
—¿Fitzwilliam? —La profunda preocupación de Georgiana, que se reflejaba dolorosamente en su voz, casi hizo que Darcy frunciera el ceño. Él sabía que la solicitud de su hermana era una muestra de ternura motivada indudablemente por el amor, pero el hecho de que su manera de actuar hubiese expuesto a la luz lo que sentía, dándole motivos a ella para compadecerlo, lo mortificaba hasta la médula. Acosado por la tentación de rechazar las atenciones de su hermana con otra respuesta poco amable, Darcy se levantó bruscamente de la mesa. ¡Con toda seguridad, aquel día no resultaba una buena compañía para nadie!
—Te ruego que me disculpes —dijo por encima del hombro mientras avanzaba hacia la puerta.
—¡Pero, el señor Lawrence! —le recordó Georgiana. Darcy se detuvo al mismo tiempo que el criado abría la puerta. ¡Maldición! Hoy iban a hacer la última evaluación del retrato de Georgiana. Habían fijado la cita desde antes de que él partiera hacia Kent. Se dio media vuelta.
—A las dos de la tarde, ¿no es así? —Darcy contestó a la respuesta afirmativa de Georgiana con un lacónico gesto de asentimiento—. Te espero a la una y cuarto. —Marcando el final de su conversación con una inclinación, huyó de la mirada de compasión de su hermana, rumbo al refugio de su estudio, donde podría seguir alimentando su ira en paz.
A medida que se acercaba a la puerta del estudio, un furioso arañar seguido de un galopante golpeteo le anunció que iba a ser víctima de un inminente ataque. ¿Tan pronto? ¡Hacía sólo unos días que le había pedido a Hinchcliffe que lo trajera! Disminuyó el paso, se acercó cautelosamente al umbral y se asomó al estudio. Pero en lugar de encontrarse con una bala de cañón de color café, blanco y negro que se abalanzaba sobre él de manera salvaje para saludarlo, sólo encontró a Trafalgar, sentado en perfecto estado de alerta, excepto por la estúpida sonrisa que se dibujaba en su hocico.
—¡Así que ya estás aquí! —La primera sonrisa de verdad en aparecer en el rostro de Darcy durante casi una semana le iluminó los rasgos severos mientras amo y sabueso se miraban con satisfacción—. ¿Y de dónde has sacado esos modales tan finos, monstruo? —Las patas traseras de Trafalgar temblaron un poco, pero lograron mantenerse básicamente donde estaban. Darcy levantó las cejas en señal de admiración ante aquel esfuerzo casi hercúleo, que provocó un gemido que brotó del pecho del animal. El temblor se volvió más intenso.
—¡Por Dios, ten un poco de compasión y acarícialo! —Cuando su mano estaba a sólo unos centímetros de las grandes y sedosas orejas de Trafalgar, Darcy se sobresaltó al ver a Brougham recostado cómodamente contra la chimenea del estudio.
—¡Dy! —Darcy se enderezó, y su voz adquirió un matiz acusador. ¿Cómo había hecho su amigo para burlar la vigilancia de Witcher y entrar sin ser anunciado? Siguiendo la mirada de Darcy, Trafalgar miró fugazmente por encima del hombro a Brougham, pero luego volvió a dirigirse a su amo con los ojos abiertos y suplicantes. El gemido se hizo más fuerte.
Brougham también se enderezó y señaló al perro.
—No me sorprende que tenga modales tan poco respetables. Lo atormentas de manera miserable, Darcy. ¡Me ha costado todo el viaje hasta aquí hacer que se comportara con un poco de decencia!
—¿Tú te has encargado de traerlo hasta aquí? —Darcy miró a su amigo con asombro, pero tras recuperarse añadió—: ¡Y yo no lo atormento! —El gemido de Trafalgar amenazó con convertirse en un aullido intolerable.
—¡Entonces, acaricia a ese pobre animal antes de que haga algo terrible! —dijo Brougham arrastrando las palabras y, sin ser invitado, se arrellanó en uno de los cómodos sillones del estudio.
Después de lanzarle a su amigo una mirada cargada de irritación, Darcy se agachó para acariciar la cabeza de Trafalgar y tirarle suavemente de las sedosas orejas.
—¡Monstruo! —le dijo al perro con afecto. Éste le respondió con un suspiro tembloroso y un lánguido lametón en la mano. Sonriendo, Darcy se levantó y, seguido de cerca por su perro, se sentó frente a Brougham. Cuando su amo tomó asiento, Trafalgar se acomodó tan cerca de las botas de Darcy como era apropiado y levantó la cabeza para mirar a su compañero de viaje con una actitud próxima a un triunfante desprecio.
—¡Ja! —exclamó Brougham al notar la traición de su protegido—. Ya veo que me estás poniendo en mi lugar: ahora desprecias airosamente mi compañía, como si fuera una institutriz cuyos estudiantes son llamados a presentarse ante su padre. ¡Debería darte vergüenza! —Esta última exclamación de Brougham fue respondida con un resoplido de desprecio y su acusación de «¡Ingrato!» provocó un bostezo, mientras el animal se acercaba más a las piernas de Darcy.
—¿Tú lo trajiste desde Pemberley? —repitió secamente Darcy, interrumpiendo el intercambio de insultos—. ¿Por qué demonios decidiste hacer semejante cosa?