—Señorita Elizabeth Bennet. —Lady Catherine asintió al tiempo que pronunciaba su nombre. Mientras Elizabeth caminaba con seguridad y elegancia hasta su asiento, Darcy se maravilló de ver cómo había identificado el carácter de su tía con tanta facilidad y en tan breve periodo de tiempo. ¿Qué sucedería después?
Fitzwilliam respondió a aquella cuestión deslizándose entre los invitados y sentándose al lado de Elizabeth en el mismo sofá.
—¡Oportunista! —gruñó Darcy para sus adentros, mientras se sentaba en el último sitio que quedaba disponible, el más próximo a su tía y al otro lado de Elizabeth y su primo. Después de tragarse la desilusión, resolvió aprovechar su situación para observar la forma en que Elizabeth trataba a su primo y qué podía revelar el comportamiento de Fitzwilliam hacia ella. Pero casi enseguida lady Catherine comenzó a hablarle sobre detalles insignificantes que sólo le interesaban a ella. Habituado desde hacía mucho tiempo a la manera de ser de su tía, Darcy se dispuso a satisfacer las exigencias de la anciana dama al mismo tiempo que seguía concentrado en sus propios objetivos, pero se dio cuenta de que su tía lo irritaba más que nunca. No consiguió oír nada de la conversación que transcurría delante de él, excepto notar que era una charla animada e interesante, salpicada de risas por ambas partes. Fitzwilliam estaba fascinado con Elizabeth, eso era obvio. Darcy conocía bien su manera de ser y las señales que lo delataban. Richard podía haber comenzado la relación como un coqueteo intrascendente, pero ahora estaba cautivado y, aún peor, intrigado, y no sólo por la figura de Elizabeth. La expresión pensativa de su rostro le indicó que también estaba empezando a descubrir la inteligencia de la muchacha. Darcy se movió incómodo en la silla. Era inevitable, pensó. Elizabeth no tenía una actitud afectada ni irradiaba esa estudiada languidez, tan de moda entre la mayoría de las mujeres de la alta sociedad. No, su encanto era algo sólido y natural, poseía un espíritu directo que un hombre podía apreciar rápidamente tanto con la mente como con los sentidos. Y Richard, el maldito Richard, ¡lo estaba apreciando de verdad!
—¿Qué estás diciendo, Fitzwilliam? ¿De qué hablas? —El tono de protesta de la pregunta de lady Catherine sorprendió a Darcy, haciéndole darse cuenta de que llevaba varios minutos sin prestarle la más mínima atención a su tía—. ¿Qué le estás diciendo a la señorita Bennet? Déjame oírlo.
Sí, pensó Darcy con maliciosa satisfacción, cuéntanoslo, por favor, Richard.
—Hablamos de música, señora —respondió Fitzwilliam de manera distraída, tan concentrado en su acompañante que sólo le quitó los ojos de encima por un instante mientras contestaba.
—¡De música! Pues haced el favor de hablar en voz alta. De todos los temas de conversación es el que más me agrada. Tengo que participar en la conversación si estáis hablando de música. —Lady Catherine se recostó contra el respaldo. Su tendencia a criticar parecía apaciguada por el placer que le brindaba el tema—. Creo que hay pocas personas en Inglaterra más aficionadas a la música que yo, o que posean mejor gusto natural.
Darcy miró a su tía con gesto de perplejidad, pues apenas podía creer lo que estaba oyendo. ¿De verdad creía que una persona con dos dedos de frente podía aceptar una afirmación tan ridícula? ¿O estaba poniendo a prueba la credulidad de sus invitados? Cualquiera que fuera la respuesta, ninguna de las dos explicaciones la dejaba muy bien parada.
—Si hubiese estudiado, me habría convertido en una gran intérprete —siguió diciendo lady Catherine con tono firme—. Lo mismo le pasaría a Anne, si su salud se lo permitiese; estoy segura de que habría tocado deliciosamente. —Hizo una pausa para permitir que su audiencia secundara sus afirmaciones, pero como no quería permanecer mucho tiempo callada, comenzó a hablar de otro tema relacionado, con el cual podría ejercer su dominio. Volviéndose hacia su otro sobrino, preguntó—: ¿Qué tal va Georgiana, Darcy?
—Muy bien, señora —respondió Darcy rápidamente—. La música de Georgiana es una fuente de dicha tanto para ella como para aquellos que tenemos el privilegio de oírla, que somos, a decir verdad, un reducido círculo. —Con el rabillo del ojo, Darcy alcanzó a ver que, al oír el nombre de su hermana, Elizabeth parecía haberse desentendido un poco de Richard para prestarle atención a él. Así que insistió un poco más—: Ella sólo toca para la familia —explicó para informar a Elizabeth, aunque no la miró—. Pero en los últimos meses ha hecho notorios progresos tanto en la técnica como en la interpretación.
—Me alegra mucho que me des tan buenas noticias. —Lady Catherine volvió a tomar las riendas de la conversación—. Y te ruego que le digas de mi parte que si no practica mucho, no podrá mejorar nada. —Irritado por aquel consejo tan innecesario, Darcy contestó que su hermana no necesitaba esa advertencia y que practicaba constantemente.
—Tanto mejor. Eso nunca está de más —insistió lady Catherine— y la próxima vez que le escriba, le recomendaré que no lo descuide.
Y yo dejaré instrucciones para que esas cartas sean interceptadas, resolvió Darcy, apretando la mandíbula. Él jamás había permitido que alguien que no le inspirara la mayor consideración interfiriera en la educación o la tranquilidad de Georgiana. Siempre había escuchado con atención los incesantes consejos de lady Catherine que, excepto en asuntos de etiqueta, por lo general le parecían insuficientes. En el pasado los había atribuido a la falta de ocupación y, tal vez, a la excesiva preocupación por el protocolo familiar. Pero las palabras que habían salido esa mañana de su portavoz religioso, las que había oído de sus propios labios y durante el transcurso de aquella visita le indicaban a Darcy que ella quería inmiscuirse en su vida de una manera más directa. Y ciertamente él no iba a permitirlo.
—Con frecuencia les digo a las jovencitas que en música no se consigue nada sin una práctica constante —informó lady Catherine de manera pomposa, mientras se dirigía directamente a Elizabeth, en medio de un tenso silencio que sólo servía para animarla más a hablar—. Muchas veces le he dicho a la señorita Bennet que nunca tocará verdaderamente bien si no practica más. —Darcy clavó de inmediato la mirada en Elizabeth, seguro de que cualquier cosa que siguiera sería sin duda una intromisión, si no un insulto. ¿Cómo lo toleraría? ¿Cómo iba responder?— Y aunque la señora Collins no tiene piano, la señorita Bennet será muy bienvenida, como le he dicho a menudo, si viene a Rosings todos los días para tocar el piano en el cuarto de la señora Jenkinson. En esa parte de la casa no molestará a nadie.
Darcy se sintió tan contrariado y avergonzado por la falta de cortesía de su tía que no pudo percibir la reacción de Elizabeth. Incapaz de mirarla o de soportar las palabras de su tía, se levantó de su sitio en el diván y se dirigió hasta uno de los grandes ventanales que daban al camino de las cocheras. ¡Qué comportamiento tan inapropiado! ¡Qué desconocimiento de los deberes para con sus inferiores y sus invitados! Apretó la mandíbula con fuerza.