Los Collins se sentaron con él y lo miraron expectantes. Tratando de buscar algo que decir, Darcy intentó evitar los temas ordinarios, pero fue relevado de la tarea por el señor Collins, que se sintió inclinado a creer que el caballero estaría encantado de conocer los nombres de cada planta que había en las jardineras que rodeaban la rectoría. Darcy soportó la charla, pero el sonido de las risas procedentes del otro extremo del salón le hizo levantar la cabeza del interminable discurso del párroco, para ver a Fitzwilliam sonriendo abiertamente mientras se inclinaba a oír las palabras de Elizabeth. No había duda de que su primo estaba encantado. La expresión de placer que revelaba su rostro indicaba claramente que estaba intrigado y fascinado con la muchacha. ¿Cómo podría no estarlo? La mirada de Darcy recorrió con avidez la figura de la joven, desde los rizos que adornaban delicadamente su cabeza hasta las zapatillas verde pálido que se asomaban por debajo de su vestido. ¡Maldición! Si quería volver a poner las cosas en orden, tendría que optar por un acercamiento más moderado.
Tratando de observarla como si fuera un simple conocido, Darcy volvió a empezar. Ella era bonita, no había duda, pero nadie la catalogaría como una belleza. Aunque la luz del sol obraba maravillas en su pelo, los rizos castaños y los ojos oscuros no estaban de moda. Su vestido no tenía un corte especial ni la tela era cara, pero la transparencia de la sencilla muselina le sentaba tan bien que, después de considerarlo, no la habría cambiado por nada del mundo. Bueno, tal vez por seda, pero sólo la seda más delicada, ¡por Dios, en qué demonios estaba pensando! Desvió la mirada, alarmado por la dirección que habían tomado sus pensamientos desbocados. Necesitaba con urgencia algo a qué aferrarse. Se dirigió nuevamente hacia los Collins. ¿El señor Collins todavía continuaba parloteando sobre las condenadas jardineras?
Cuando el pastor hizo una pausa para respirar, Darcy se apresuró a intervenir.
—¿Qué le parece Hunsford, señora Collins? Recuerdo que su antiguo inquilino se quejaba de que las chimeneas no tiraban lo suficientemente bien. Como consejero de lady Catherine, puedo ordenar directamente a los trabajadores de Rosings que arreglen eso o cualquier otro desperfecto que usted pueda haber encontrado. —Midió con cuidado lo que iba a decir a continuación—. No hace falta molestar a su señoría con los detalles. Será un placer para mí ocuparme del asunto. —Si iba a ser objeto de las molestas adulaciones de Collins, que fuera al menos por haber hecho algo bueno.
La respuesta de Collins a su oferta fue exactamente como había temido, pero la mirada de alivio de su esposa fue suficiente para confirmar sus sospechas de que la tacañería de su tía en lo referente a sus empleados había ocasionado ciertas incomodidades en la casa parroquial. Si Elizabeth iba a visitar a su amiga con frecuencia, aquello no podía continuar así. Darcy le volvió a asegurar a su anfitrión que era un placer para él y luego guardó silencio. Elizabeth… en Rosings. ¿Vendría a menudo? ¿Se la encontraría siempre allí cuando él hiciera su visita anual? Le lanzó otra mirada furtiva.
Se encontraba mirando directamente a Fitzwilliam, reflexionando sobre alguna tontería que él le estaba diciendo, con una fingida seriedad que no alcanzaba a reprimir la sonrisa que esbozaban sus labios. Tenía las mejillas encendidas de felicidad, mientras Richard se esforzaba valientemente por estar a la altura de su ingenio, pero Darcy se imaginaba que, en aquella competición, su primo tenía todas las de perder. ¿Acaso la encontraría siempre allí? ¡Qué pregunta tan idiota! Tarde o temprano ella se casaría. Se movió con incomodidad, pues la idea era tan perturbadora que apenas podía quedarse quieto. Se retorció el anillo de rubí de su padre de manera inmisericorde. ¡Eso era inevitable! Tarde o temprano, algún hombre bendecido por el cielo y que no tuviera ninguna obligación más que su futura felicidad, la llevaría al altar y haría realidad lo que Darcy sólo podía imaginar.
La risa que Elizabeth había estado tratando de contener tras un provocador puchero estalló de repente en dulces cascadas de felicidad. Darcy sintió que su corazón dejaba de latir. Aquélla era la Elizabeth del baile de Meryton, con la sonrisa enigmática y la risa discreta, la Elizabeth del baile de Netherfield, con los rizos indomables y la mirada melancólica, la Elizabeth de Pemberley y Erewile House, cuyos ojos le hablaban mientras él recorría los pasillos acompañado de su fantasma. Con creciente irritación, vio que Fitzwilliam se inclinaba para susurrarle algo al oído y, antes de que pudiera desviar la mirada, ella ladeó la cabeza y se quedó mirándolo. Sus ojos se encontraron y Darcy no pudo escapar a su fascinación, como no podía ordenarle a su corazón que dejara de latir. La respuesta a mil preguntas reposaba en las profundidades de aquellos encantadores ojos y el caballero sintió que se moría por hacerlas. Pero antes de que la primera pregunta llegara a asomarse a sus labios, la expresión de la muchacha se hizo más seria y la risa se desvaneció, mientras adoptaba una mirada pensativa, antes de concentrar de nuevo su atención hacia su compañero de conversación.
¿En qué estaría pensando? ¿Por qué lo había mirado de esa manera? ¡Ay, aquello era intolerable! Una débil vocecita protestó en su interior, diciendo que el comportamiento de Fitzwilliam no tenía por qué preocuparle, que el corazón de su primo correría un gran riesgo si se implicaba con ella y que él había jurado hacía escasamente media hora que no le haría a Elizabeth ninguna demostración de deferencia o interés. Sin pensarlo dos veces y de manera irracional, Darcy se levantó de su asiento y en un instante se puso a su lado. Tanto Elizabeth como su primo lo miraron con un gesto de sorpresa igual o menor al asombro que él mismo experimentó cuando se vio al otro lado del salón. ¡Habla!, le ordenó su corazón.
—¿Y su familia, señorita Elizabeth? Confío en que gocen de buena salud. —La pregunta salió de su boca con más soltura de la que él se había atrevido a esperar, pero Richard todavía parecía preguntarse por el motivo de su repentina intromisión. No obstante, a Darcy poco le importaba lo que su primo pensara de sus modales, porque al fin los ojos de Elizabeth se dirigían directamente a él. La edad no puede marchitarla, ni la costumbre debilitar la variedad infinita que hay en ella. La magistral descripción que hizo Shakespeare de la legendaria reina de Egipto era perfecta para Elizabeth. El placer que ella producía era incalculable.
—Cuando los dejé, todos gozaban de buena salud, señor, y desde entonces he sabido que todo va perfectamente. Es usted muy amable por preguntar. —Elizabeth respondió con mesura y cortesía, pero desvió la mirada casi antes de terminar de responder. ¿Eso iba a ser todo? ¡Pero no! Los ojos de la muchacha volvieron a fijarse en él, lo cual le hizo albergar esperanzas—. Mi hermana mayor ha pasado estos tres meses en Londres. ¿No la habrá visto usted, por casualidad?
¡Ella no habría podido lanzarle un dardo más inesperado! ¿Cómo podía haberlo olvidado? No, Darcy no había visto a la hermana de Elizabeth, pero se había enterado de que estaba en Londres, había conspirado contra ella. Sintió que su conciencia hacía estragos en su cabeza, mientras ella esperaba una respuesta y lo miraba con un gesto indescifrable. Richard también lo miró con curiosidad. ¡Darcy era un tonto, mil veces tonto, por haber sucumbido!
—No, señorita Elizabeth. —Se inclinó en señal de disculpa—. Lamento decir que no tuve el placer de encontrarme a su hermana en Londres. —Ella pareció aceptar sus palabras, pero a él le remordía tanto la conciencia que ya no pudo permanecer a su lado. Sin decir otra palabra, se retiró hacia la ventana y se quedó mirando el jardín de la señora Collins. Dejaría que todo el mundo creyera que estaba absorto en la contemplación del condenado jardín. Cualquier cosa era buena para ocultar que casi había hecho el ridículo a pesar de sus propias convicciones. ¡Maldita debilidad! Se juró que aquello no volvería a pasar, no debía volver a ocurrir.