Chereads / SERIE FITZWILLIAM DARCY, UN CABALLERO / Chapter 145 - Capítulo 145.- El carrusel del tiempo V

Chapter 145 - Capítulo 145.- El carrusel del tiempo V

Sin hacer ningún esfuerzo, Darcy comenzó a recordar imágenes de ese día: la melodiosa voz y los rizos juguetones de Elizabeth Bennet a su lado, mientras leían las oraciones del libro que estaban compartiendo; la importancia que habían dado a las palabras que habían leído, los salmos que habían cantado. Darcy suspiró.

—Sí, recuerdo ese día, pero… no se referirá usted a la joven que defendió de aquel bruto en mitad de la iglesia, ¿o sí? —Darcy miró con interés a su ayuda de cámara, que levantó la barbilla con orgullo.

—Sí, señor. Mi pobre niña no tenía entonces quién la defendiera, pero ahora está a salvo. Entre su reputación como patrón, señor, y el cuidado de su nueva señora, ella estará bien y segura hasta que pueda reunirse conmigo.

—Mi reputación… —repitió Darcy en voz baja, levantándose para acercarse a la ventana. Al volver a mirar a su ayuda de cámara, que obviamente estaba un poco nervioso esperando sus comentarios sobre aquellas noticias tan excepcionales, Darcy asintió con la cabeza—. Claro que tiene usted mi consentimiento, Fletcher y le deseo que sea muy feliz —dijo con firmeza.

—¡Oh, gracias, señor Darcy! ¡Los dos se lo agradecemos, señor!

El caballero levantó una mano.

—Pero usted ha cumplido sólo con la mitad de las condiciones de su futura esposa. Parece que la parte más difícil aún está pendiente. Tal vez pueda aplicar sus nada despreciables habilidades en ayudarle ahora a encontrar un esposo para su señora… y me permita leer mis cartas —terminó con énfasis.

—¡Sí, señor! ¡Claro, señor! —Fletcher volvió a esbozar una sonrisa estúpida, hizo una elegante reverencia y se retiró hacia la puerta del vestidor—. ¡Gracias, señor!

—¡Fletcher!

—¡Sí, señor! —La puerta se cerró y por fin un magnífico silencio reinó en la habitación. Darcy se volvió a asomar a la ventana, con las cartas todavía en la mano. Estaba nevando otra vez. Los grandes copos de nieve se estrellaban contra el cristal al caer desde las oscuras nubes. El jardín vallado que había abajo miraba al cielo con resignación, a medida que una nueva capa se extendía sobre él, cubriendo de nuevo las semillas que dormían llenas de esperanza en las jardineras.

¿Qué había estado a punto de hacer? La asombrosa confesión de Fletcher y el júbilo que sentía por la perspectiva de su futuro matrimonio le sirvieron para concentrarse en lo que había sucedido. La forma en que lo habían tentado, el estado de indefensión y susceptibilidad en que se encontraba y lo cerca que había estado de sucumbir a la tentación lo sacudieron como un puñetazo en el estómago. ¿En qué estaba pensando? ¿Acaso estaba pensando? Después de una fría reflexión, creyó realmente que se había dejado arrastrar por la intensidad y la pasión de lady Sylvanie sin pensar. La dama era hermosa, de eso no cabía duda, y de un linaje y una posición aceptables, incluso honorables. Su inteligencia, su talento y su elegancia eran innegables. Por otra parte, el infame trato que había recibido a manos de su familia y la manera en que Darcy la había visto defender con fiereza su nueva independencia lo habían atraído todavía más, pues habían apelado a su sentido de la justicia.

Él la había seguido, había permitido que se quedaran prácticamente solos y casi había sucumbido al fuerte y momentáneo deseo de besarla. No se trataba de un simple beso, se recordó Darcy, notando un escalofrío por la espalda, sino un beso que tenía como condición la negación de verdades que él había sostenido toda su vida.

El recuerdo del encuentro en la galería y de la manera abierta en que lady Sylvanie había desafiado al Cielo arrancó finalmente a Darcy de las finas redes de su encantamiento y le abrió los ojos a la peligrosa tormenta que yacía escondida tras los ojos grises de hada de la dama. Un solo abrazo, un momento debilidad al rendirse a las exigencias de la pasión, y él habría puesto su familia, su fortuna y su futuro mismo en las manos de ella.

Apoyó la palma de la mano contra el frío cristal de la ventana y saboreó la sensación ardiente del hielo, mientras veía caer la nieve cada vez más rápido Sería imposible viajar al día siguiente, independientemente de lo mucho que deseara huir de aquella situación. No sólo había fracasado en su propósito al venir al castillo de Norwycke, sino que las circunstancias que había encontrado le habían servido para endurecer su opinión sobre la imposibilidad de encontrar una mujer que pudiera sacar a la otra de su mente. Fletcher tenía razón. Aunque ella sólo estaba presente en su mente, la sombra de Elizabeth Bennet había eclipsado las estrellas que la alta sociedad le había ofrecido, ya fuera en los salones de los poderosos en Londres o entre sus viejos conocidos en el campo. Darcy no podía evitar comparar a todas las mujeres con Elizabeth y la ingenua bondad de su carácter, y siempre salía vencedora. Esta involuntaria atracción, que se estaba convirtiendo en una obsesión sobre la cual su autocontrol no podía tener dominio duradero, parecía una de esas crueldades divinas de las que lady Sylvanie había hablado. ¿Qué esperanza le quedaba, excepto sacrificarlo todo para obtener lo que su corazón imprudente y traidor quería? ¿Podría hacerlo? O después de haberlo hecho, ¿se arrepentiría por haber perdido todo lo demás que valoraba? ¿O acaso debería seguir firme en su propósito, mantenerse dentro de los límites que marcaban su linaje y su educación y esquivar el amor y el cariño para casarse pensando solamente en su apellido? Si no lo hacía por él mismo, ¿no debería hacerlo por sus hijos y sus descendientes?

Una de las cartas resbaló de su mano. Agotado, Darcy se agachó y la recogió, luego se sentó de nuevo en la silla que Fletcher le había acercado y levantó la carta de Georgiana hacia la luz. Deseó que todo estuviera en orden, al menos en lo concerniente a su hermana.

15 de enero de 1812

Erewile House

Grosvenor Square

Londres

Querido Fitzwilliam, Te escribo para asegurarte que estoy bien y tan contenta como puedo estar sin tu compañía, mi querido hermano. Tu amigo lord Brougham vino a visitarme ayer para asegurarse de que no estuviera languideciendo de soledad y para cumplir con el encargo que le hiciste, según dice él, de velar por mi bienestar. Nuestros tíos estaban de visita cuando él llegó y quedaron encantados con él. Teniendo en cuenta que es un amigo tuyo tan especial, le dieron permiso para acompañarme junto con el primo Richard cada vez que ellos estén ocupados en sus propios asuntos. Me avergüenza confesar que tenías mucha razón acerca de lord Brougham y que, de nuevo, has hecho una buena elección. Lord Brougham no es tan superficial como pensé al principio. Hemos hablado de manera seria sobre innumerables temas y él ha prometido llevarme a conferencias y conciertos privados a los cuales yo nunca había soñado con tener el privilegio de asistir. Se preocupa tanto por mi felicidad y tiene tantos planes para ampliar los horizontes de mi mente que me siento casi como si estuvieras conmigo, hermano.

Espero que estés disfrutando de tu estancia en el castillo de Norwycke y que lord Sayre y sus invitados sean el tipo de compañía estimulante que te gusta. Pero, querido Fitzwilliam, como soy demasiado egoísta, la verdad es que deseo que tu visita no haya resultado tan agradable, para que no quieras alargarla mucho más allá de la fecha que tienes prevista para regresar. Aunque lord Brougham es muy amable, yo te echo de menos… terriblemente.

Con mis mejores deseos para que regreses pronto,

Georgiana

Darcy volvió a doblar la carta con cuidado y la dejó en la mesita sobre la que se apoyaba la lámpara cerca de la cama. ¡Querida Georgiana! Era maravilloso cómo aquellas fraternales palabras lo ayudaban a centrarse. Ella lo echaba de menos «terriblemente» aun a pesar del excesivo celo que había demostrado Dy en sus cuidados. ¿Y cuál era la intención de Dy con todas esas atenciones? Lo estaba haciendo demasiado bien, ¿o no?

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