Chereads / SERIE FITZWILLIAM DARCY, UN CABALLERO / Chapter 142 - Capítulo 142.- El carrusel del tiempo II

Chapter 142 - Capítulo 142.- El carrusel del tiempo II

Darcy sabía que la respuesta que exigía la cortesía era desearle buena suerte, pero se contuvo. Estaba seguro de que ese deseo podía ser mal interpretado y afectar a lady Sylvanie, la «persona» a la que Trenholme seguramente se estaba refiriendo. En vez de eso, intentó una táctica diferente.

—Trenholme, cuando estábamos en las piedras dijiste que lo que habíamos visto «había ido demasiado lejos». ¿Ha habido otros incidentes similares?

—Similares y no tan similares. —Trenholme lo miró por encima de la taza—. Siempre ha habido supersticiones y leyendas acerca de las piedras. Incluso hemos tenido visitantes que vienen del continente y hacen algunas cosas disparatadas en torno a ellas. También algunos locos, que quieren permiso para hacer cabriolas a su alrededor… bueno, de una manera indecente. —Puso la taza sobre la mesa con cuidado—. Y claro, la gente de las aldeas vecinas a veces deja objetos en la base de las piedras; hechizos y ese tipo de cosas, con la esperanza de tener buena suerte. —Suspiró y luego se rió—. Tal vez yo mismo debería tentarlo. ¡No es posible empeorar más las cosas!

—¿Entonces no ha habido ningún sacrificio ritual? —insistió Darcy.

—He oído que hace un mes encontraron un conejo. —Trenholme sacudió lentamente la cabeza—. Y luego, en otoño, un gato, pero ninguno apareció con el cuello cortado… —De repente Trenholme cerró la boca y dirigió la mirada hacia alguien que estaba detrás de Darcy, en la puerta del comedor. Antes de que Darcy se pudiera girar, Trenholme concluyó con una voz aguda—: ¡Cazadores furtivos! Fueron cazadores furtivos; no tengo duda. Ya sabes, con los guardabosques persiguiéndolos, tuvieron que arrojar el botín.

—Pero dijiste que un gato…

—Cazadores furtivos, Darcy, tan simple como eso, no hay duda. —Trenholme empujó la silla hacia atrás y se levantó apresuradamente—. Tendrás que perdonarme… he olvidado algo. —Se marchó en segundos y Darcy se quedó perplejo, mirando la silla vacía. ¿Qué sería lo que Trenholme había visto que lo había alterado tanto como para hacerlo chillar como una liebre atrapada? Al darse la vuelta, vio el umbral vacío. ¿Un castillo? ¡Estaba empezando a pensar que aquélla era una casa de locos!

Aunque el día estaba ya muy avanzado, Darcy no se encontró con nadie, incluso después de terminar el desayuno y tomarse varias tazas de café. Miró por la ventana y reconoció que, a pesar de lo estupendo que sería dar un paseo a caballo, era imposible. El cielo estaba cubierto, presagiando más nieve, y el viento soplaba con tanta fuerza que sacudía los cristales de ventanas, colándose por las esquinas del castillo silbando con un lamento desesperado. Le daba la sensación de que aquel día tendría que buscar algún entretenimiento bajo techo, al menos hasta que bajara algún otro invitado o su anfitrión. ¿Adónde ir? No podía refugiarse en la biblioteca, como era su costumbre, a menos que fuera a buscar un libro a su propio maletín de viaje. Pero Darcy había estado demasiado inactivo y la lectura no le ofrecería la actividad que necesitaba. Salió del comedor del desayuno hacia el corredor y se detuvo. ¡El viejo arsenal! Desde hace rato tenía ganas de echarle otra ojeada a la espada con la que Sayre lo estaba seduciendo durante sus juegos nocturnos. Tal vez podría hacerle otra oferta a su anfitrión y terminar con eso. Si lo que Fletcher le había contado era tan cierto como parecían mostrar todas las evidencias, una oferta generosa por la espada seguramente no sería rechazada.

Animado por esa idea, se dirigió a la sala de armas y durante el recorrido se encontró con algún criado, pero nada más. Desde luego, no había fuego en la estancia y estaba helada, pero era tal el entusiasmo que le producían las armas allí expuestas que no le importó. La colección era, sin duda, soberbia. La espada en que estaba interesado formaba parte de un grupo que tenía una impresionante historia bien documentada. Sin embargo, el sable español era, con mucho, la cabeza más exquisita de todas, y Darcy hizo una mueca al pensar en lo que tendría que hacer y el dinero que habría que gastar para poseerlo. Cuando estiró la mano para deslizar los dedos por el objeto de sus sueños, se abrió la puerta que estaba detrás de él. Dejó caer la mano a un lado y se dio la vuelta para recibir al recién llegado.

—¡Lady Sylvanie! —Darcy hizo una reverencia pero cuando se levantó vio que la dama no estaba sola—. Señora. —Le hizo otra inclinación a la desconocida.

—Hace usted honor a su reputación de ser un caballero muy cortés, señor. —Lady Sylvanie hizo su reverencia con una sonrisa—. Pero ésta es sólo mi antigua nodriza, ahora doncella, la señora Doyle.

—A su servicio, señor —murmuró la señora Doyle, mientras hacía una reverencia.

—Señora —repitió Darcy con una inclinación de cabeza. ¡Así que aquélla era la misteriosa criada que había perturbado tanto a Fletcher! Recordó que su ayuda de cámara había dicho que había que vigilar a esa mujer y decidió observarla de cerca. Un examen inicial no reveló nada significativo acerca de ella, excepto el hecho de que era bastante mayor y tenía una joroba que hacía que la cabeza le colgara de una manera particular, lo cual la obligaba a levantar la vista de forma curiosa cada vez que alguien le dirigía la palabra.

—Me temo que acabamos de interrumpir su contemplación de la colección de mi hermano. —Lady Sylvanie pasó junto a él.

—Es una colección impresionante, milady —Darcy dio media vuelta y la siguió—. Probablemente una de las mejores del país, a excepción de la del regente.

—¿Usted ha visto la colección del regente? —le preguntó ella con los ojos resplandeciendo de interés.

—No, milady, no en persona. No frecuento el círculo de su alteza real, pero Brougham, un buen amigo mío, ha tenido el privilegio de que se la enseñaran y me pasó una copia del catálogo, el cual —añadió con una sonrisa al oír la risa de ella— leí exhaustivamente. Yo también soy coleccionista, aunque no estoy al mismo nivel de su hermano, señora.

—¿Cuál es su favorita, señor Darcy? —Lady Sylvanie hizo un gesto con la mano y señaló todo el salón—. ¿Qué arma elegiría si pudiera convencer a Sayre de desprenderse de ella? —Los ojos de Darcy ya estaban fijos en la pieza mientras ella hablaba—. Ah, ésa. —La dama bajó la voz hasta que se convirtió casi en un susurro, levantó la mano y deslizó los dedos por la parte superior de la hoja y la filigrana de la empuñadura—. Es hermosa, señor Darcy. ¿La ha tenido usted en sus manos, la ha probado?

—S-sí —tartamudeó él, pues la cercanía de la dama y el hecho de verla tocando la espada afectó extrañamente sus sentidos—. La noche que llegué, me permitió probarla durante un ejercicio. Tiene tanto temple como belleza.

—Una verdadera obra de arte, entonces —concluyó la dama con voz suave. Darcy no pudo más que asentir bajo la intensidad de sus ojos grises—. Perfecta utilidad y perfecta belleza… una belleza letal, creada para matar de una manera exquisita. Me pregunto si la belleza es lo que hace que una cosa así sea admirada por el mundo, o simplemente el hecho de que es el arma de un hombre.