La señorita Avery se puso colorada como un tomate al notar que todas las miradas de la mesa se concentraban en ella. Miró con desconsuelo a su hermano, cuyo único gesto de aliento fue fruncir el ceño con irritación.
—L-los u-uniformes son b-bonitos —tartamudeó con un gesto de impotencia.
—¿Bonitos? ¡Bella! —El tono de desdén de Manning hizo que Darcy frunciera el ceño, mientras que otros dirigían su atención a la magnífica cubertería o a la cristalería—. ¡Por Dios, habla y deja de…!
—Pero si ella ya ha dado su opinión, milord, ¡y de manera muy acertada! —Lady Felicia sonrió con gentileza y miró los ojos húmedos de la jovencita—. Los uniformes son bonitos. —Luego miró a los demás y enarcó una ceja—. Hacen que un hombre vulgar se vea apuesto; que un tonto parezca inteligente; y que un tímido aparente ser valiente, sólo por el hecho de ponerse un uniforme… ¡Al menos, eso es lo que ellos piensan! —Un coro de negativas masculinas, mezcladas con risas entre dientes, levantaron el ánimo de la desventurada señorita Avery.
—¿Y qué hace un uniforme por un hombre más talentoso, lady Felicia? —preguntó lady Sayre—. Supongo que opera un verdadero «milagro».
—Oh, mi querida lady Sayre. —Lady Felicia miró a su anfitriona—. Es bien sabido que un uniforme hace que un hombre apuesto se vea radiante; que un hombre inteligente parezca un genio; y que un hombre valiente adquiera aspecto de héroe tan pronto como su ordenanza se lo pone encima. —El coro de señores soltó un nuevo aullido, mientras que las damas recurrían a sus abanicos. Darcy sonrió con aprobación. La manera en que lady Felicia había salvado a la señorita Avery al convertir en un comentario ingenioso el despectivo reproche que Manning le había dirigido a su hermana había sido una admirable muestra de compasión. La conversación giró luego hacia otros temas, pero Felicia le sonrió fugazmente a Darcy, antes de atender al caballero que tenía al otro lado. Simultáneamente, los criados entraron con el siguiente plato.
Tras descubrir que tenía gran apetito, Darcy se concentró en el excelente trozo de lomo que tenía ante él. Habían pasado varias horas desde la mediocre comida que había tomado en la última posada y estaba hambriento, tal como Sayre había pronosticado. Durante varios minutos, todos los invitados, al igual que el propio anfitrión, dirigieron su atención a la exquisita comida. Poco a poco la conversación fue resurgiendo y Darcy observó a sus viejos compañeros de universidad, mientras reían, comían y bebían copa tras copa del excelente vino tinto de Sayre. De los seis, sólo Sayre se había casado. Darcy había olvidado que la esposa de Sayre era la hermana de Manning, y nunca había sabido que Manning tuviese otra hermana, más joven. Casarse con la hermana de un amigo tenía ciertas ventajas, sin duda. Siempre y cuando ella fuese tolerable, se corrigió a sí mismo, después de imaginarse a la señorita Bingley como su novia. Al parecer, había varias hermanas presentes: la excesivamente tímida señorita Avery y el hada encantada, lady Sylvanie, y una prima, la sofisticada señorita Farnsworth.
Una risa discreta e íntima, que procedía de la dama sentada a su lado, volvió a atraer la atención de Darcy a la presencia en el grupo de lady Felicia. La prometida de su primo. Ciertamente era una mujer hermosa, y Darcy sabía que poseía todos los talentos que se esperaban de una dama. Esa noche le había demostrado que también poseía una naturaleza compasiva. ¿Acaso Darcy había renunciado demasiado prematuramente a cortejarla? Tal vez se había equivocado al creer que ella requería, la admiración de múltiples pretendientes. Algo que alcanzó a ver con el rabillo del ojo llamó su atención y al bajar la mirada encontró que el fleco del delicado chal de gasa de lady Felicia había caído sobre la manga de su chaqueta y ahora estaba enredado en el botón de su puño. Ella no parecía haberlo notado. Darcy levantó la mano y desenredó con suavidad los delicados hilos, pero no alcanzó a terminar antes de que ella lo descubriera. Lady Felicia buscó los ojos de Darcy y el significado de su silenciosa expresión fue evidente para él.
Darcy retiró la mano del fleco, dejando que el chal cayera entre ellos como un velo, mientras lady Felicia le daba las gracias en voz baja. Una serie de conversaciones se desarrollaban alrededor de él, pero su atención parecía concentrarse en lo que acababa de ocurrir. Tomó su copa y le dio un sorbo generoso, fingiendo escuchar a los demás. Él no era ningún corderito ingenuo; Darcy comprendió perfectamente lo que lady Felicia quería decirle. Ella, la mismísima prometida de su primo, lo había invitado a embarcarse en un flirteo amoroso.
Esas relaciones eran comunes en la alta sociedad y todos los que participaban en ellas, así como sus fachas, las valoraban por las ventajas políticas y sociales que conllevaban. Una vez dicho eso, en la práctica, el flirteo amoroso era el refugio de aquellos que deseaban evitar las intrigas del mercado del matrimonio y el alivio de aquellos que habían sucumbido a sus tediosos resultados. Las reglas del flirteo eran extremadamente precisas y todo el mundo reconocía abiertamente sus límites; pero, como toda arma de doble filo, aquel juego también contemplaba el ofrecimiento de incentivos para sobrepasar esos límites.
La primera experiencia de Darcy en ese campo tuvo lugar al comienzo de su segundo año en la universidad. Poco después de cumplir los diecinueve años, el padre de Darcy lo hizo venir a Erewile House desde Cambridge, debido a los rumores acerca de cierta dama que se había interesado por él. Aunque se conocían hacía muy poco y su relación no había progresado hasta el punto de un flirteo reconocido (con franqueza, hasta ese momento, Darcy no había entendido qué era lo que la dama buscaba), la imprudencia de estar en compañía de ella le fue expuesta por su padre con toda claridad. Después de la advertencia de su progenitor y aliviado al saber que no había pasado a formar parte de las filas de inmaduros amantes que eran la presa preferida de la dama, Darcy regresó a Cambridge sabiendo un poco más sobre el mundo y, en consecuencia, más prevenido contra la parte femenina de él.