Mientras Brougham se agachaba para recoger el libro, Witcher llegó con el té y en medio de la actividad que siguió, a Darcy le pareció que el libro había sido olvidado. La conversación giró hacia las últimas noticias y rumores que corrían en los más selectos salones y clubes de la ciudad, un tema que Brougham conocía detalladamente y que, con gusto, accedió a compartir con sus anfitriones. Darcy sabía que el domino de Dy en aquellos asuntos era indiscutible, pero cuando su invitado les contó que la señora Siddons estaba a punto de anunciar su retiro de los escenarios, Darcy intervino.
—Lleva años amenazando con retirarse, Dy —señaló Darcy con tono de burla—. ¿Por qué crees que es cierto esta vez?
—Porque lo oí de sus propios labios, Fitz, y ya vi el cartel que anuncia su última representación —contestó Brougham con un sentimiento de superioridad. Luego se volvió a Georgiana—. También he oído que usted, señorita Darcy, canta y toca maravillosamente. ¿Sería usted tan amable de honrarnos con un poco de música?
Darcy se levantó al ver que una sombra de reticencia nerviosa cruzaba por el rostro de su hermana y se colocó a su lado. Tomando su mano entre las suyas, le dijo:
—La pieza que has estado practicando con tanta dedicación… eso será perfecto. Y no tienes que cantar, si prefieres no hacerlo.
—Renunciaré a la canción, señorita Darcy, sólo si usted accede a tocar —insistió Brougham con suavidad, y sus ojos sonrientes trataron de transmitirle seguridad.
Tras inclinar la cabeza en señal de aceptación, Georgiana tomó la mano de Darcy y permitió que la acompañara al piano. Mientras ella organizaba sus partituras, él volvió a su puesto y miró a Brougham con una sonrisa de agradecimiento antes de sentarse. Georgiana nunca antes había tocado para nadie que no fuera de la familia. Y ya era hora de que lo hiciera, pensó Darcy. Su hermana colocó los dedos sobre las teclas. Sería presentada en sociedad dentro de un año y debía vencer su timidez, o sería ensombrecida por otras jovencitas con menos talento que ella. ¿Quién sino Dy habría tenido la temeridad y el tacto para convencerla de que tocara? En el transcurso de una hora, Brougham ya había dado dos muestras de su amistad. Darcy lo miró. La expresión de satisfacción que invadía el rostro de su amigo era todo lo que podía haber deseado para Georgiana. Aunque Brougham tenía la reputación de ser una persona frívola y banal, sus conocimientos en materia musical eran muy reconocidos y si él decía algo sobre las habilidades de Georgiana, sus palabras se extenderían rápidamente por los salones de la alta sociedad.
Volvió a mirar a su hermana. La tensión que había percibido en ella parecía haberse disipado a medida que sus dedos acariciaban las teclas y de pronto se le ocurrió que la pieza elegida no sonaba tan bien cuando practicaba en Pemberley. Tal vez debería comprar un nuevo instrumento. Al notar cierto movimiento con el rabillo del ojo, Darcy volvió a mirar a su amigo. Brougham tenía los ojos casi totalmente cerrados, reducidos a una fina ranura en su rostro, y levantaba lentamente algo que tenía al lado. Un frío estremecimiento de temor lo sacudió al ver que Dy giraba sigilosamente el libro que tenía en la mano para ver el título. Darcy sabía lo que su amigo iba a leer. Se trataba de aquel volumen que él había comprado de manera tan imprudente en Hatchard's y que se había convertido en el compañero inseparable de su hermana. Si Brougham lo reconocía, la catalogaría como una pobre «entusiasta», y a menos que Darcy pudiera influenciarlo, así quedaría clasificada Georgiana ante toda la sociedad, antes incluso de que tuviera oportunidad de hacer su primera reverencia.
Miró a su amigo con inquietud, conteniendo el aliento mientras esperaba ver una risita de desprecio o un resoplido de molesta desaprobación. Bajo la observación de Darcy, Dy se acercó el libro al chaleco y, después de mirar a su alrededor, examinó el lomo con atención. Durante un instante, el semblante de Brougham palideció. Frunció el ceño y volvió a mirar, como si no creyera lo que acababa de leer. Luego, sacudiendo ligeramente la cabeza, volvió a deslizar el libro hacia su escondite y miró a Georgiana con una curiosa intensidad, cuyo significado Darcy no pudo descifrar.
Su hermana llegó al final de su interpretación y las notas todavía resonaban con dulzura en el salón, cuando se levantó e hizo una inclinación mientras recibía el aplauso de su pequeña audiencia. Antes de que Darcy se pudiera poner de pie, Brougham ya estaba al lado de Georgiana, ofreciéndole su compañía para acompañarla hasta su sitio. Darcy la vio tomar el brazo de Dy con un poco de vacilación, sin levantar los ojos para mirarlo, y clavar más bien la mirada en él, en un gesto mudo que suplicaba su ayuda.
—¡Fitz, tú has estado escondiendo un tesoro! —Brougham avanzó con ella a través del salón y la ayudó gentilmente a tomar asiento—. Señorita Darcy. Le hizo una reverencia antes de soltarle la mano—. Permítame decirle que es usted una jovencita sorprendente. —Después de incorporarse, se volvió hacia Darcy y dijo—: Viejo amigo, debo rogarte que me perdones. Esta noche tengo que ir a Holland House y mi ayuda de cámara me ha advertido que debo ponerme en sus manos más temprano de lo habitual. En consecuencia, he de marcharme. Señorita Darcy, señora Annesley. —Les hizo una reverencia, mientras Darcy se levantaba y lo acompañaba a la puerta.
Los dos hombres recorrieron el pasillo en medio de un inquietante silencio, en opinión de Darcy. Su amigo parecía absorto en sus pensamientos. Temeroso del tema de éstos, Darcy no sabía si lo mejor sería guardar silencio o pedirle que le dijera qué estaba pensando. Cuando llegaron a las escaleras, su preocupación por el futuro de su hermana lo obligó a ir directamente al grano.
—Dy.
—Fitz —le dijo Brougham al mismo tiempo—. ¿Cuándo se va a presentar Georgiana en la corte?
Sorprendido por la pregunta, Darcy se detuvo y miró a su amigo con cautela.
—¿Por qué? A comienzos del próximo año, creo.
—¿Y quién la va a apadrinar?
—Mi tía, lady Matlock, va a presentarla. Ella llegará a Londres la próxima semana para encargarse de Georgiana.
—Lady Matlock. —Darcy casi podía ver la forma en que giraban los pensamientos en la cabeza de Brougham—. Sí, excelente. De lo más selecto en estilo y elegancia, pero totalmente alejada de los snobs. Muy bien —murmuró.
—Me complace enormemente contar con tu aprobación —dijo Darcy con tono cortante, demasiado irritado para tener precaución.
—Oh, con mucho gusto, Fitz, con mucho gusto. —Brougham se adelantó para bajar el resto de los escalones—. Estas cosas requieren cuidadosa atención… —Al llegar al final, se giró y miró deliberadamente a Darcy a los ojos—. Y yo estaré encantado de prestarte toda la ayuda que necesites.