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Chapter 90 - Capítulo 90.- La mano de la Providencia IV

Los árboles inmensos que bordeaban el sendero estaban cargados de nieve. Bajo el sol del ocaso, proyectaban largas sombras de color lavanda sobre el sendero y el bosque que se extendía más allá, envolviendo el coche en una gélida quietud que contrastaba con la realidad de su paso implacable. Darcy abrió la ventanilla y respiró el aire tonificante, saboreando esos aromas ácidos que le resultaban tan familiares, como si fuera un buen vino. Ya casi estaban llegando. Momentos antes de que salieran del bosque en la cima de la colina, los caballos apresuraron el paso y su entusiasmo contagió a los ocupantes del carruaje. De repente, Pemberley apareció ante ellos.

Los sinuosos muros de la fachada occidental resplandecían con la luz rosada del atardecer, mientras que los rincones empezaban a volverse violetas, a medida que se alejaban del resplandor. A pesar de que la luz estaba a punto de desaparecer, las ventanas de Pemberley parecían reunir el fuego que aún quedaba. Encendidas con la luz de su propio esplendor, reflejaban los rayos dorados y rojizos sobre la nieve, y el efecto se veía increíblemente realzado por el reflejo de todo aquel paisaje sobre el lago congelado. Al verlo, Darcy sintió que el corazón le daba un brinco y el peso de las semanas anteriores pareció desaparecer.

Enseguida comenzaron a descender desde la cima de la colina. Los caballos, excitados por el deseo de llegar a casa, echaron a correr a un paso del que nadie en el coche quiso disuadirlos. Al llegar al llano, el golpeteo de sus cascos acompañado por el crujido del cuero y la madera y el sonido del vidrio era ensordecedor. Después de dar la última curva del sendero, los caballos y carruaje levantaron piedras y barro en sus ansias de llegar. Cuando alcanzaron la entrada de Pemberley Hall, Darcy pudo oír cómo James llamaba al caballo principal, mientras tiraba de las riendas para contener al resto de la reata. Los caballos disminuyeron el paso primero a un trote suave y luego a un paso ligero con las patas rígidas, hasta que finalmente se detuvieron con suavidad frente al arco de entrada del jardín privado de Pemberley.

Los mozos del establo tomaron las riendas del animal principal y les dieron la bienvenida a los caballos con afecto. Una pequeña tropa de lacayos apareció para bajar los baúles del coche, mientras el mayordomo abría la portezuela.

—¡Bienvenido a casa, señor Darcy! ¡Bienvenido a casa, señor! —La voz de Reynolds tembló un poco cuando su patrón se bajó del carruaje.

—¡Reynolds! ¡Qué alegría volver a casa… estoy encantado! —Darcy le sonrió a otro de esos empleados que lo conocían desde niño y luego levantó la vista para observar los adornos de ramas verdes que decoraban el arco que servía de entrada al patio—. Veo que han recibido mis instrucciones.

—¡Claro, señor! Ya hemos empezado, pero la señorita Darcy quería consultar con usted algunos detalles, antes de proseguir con las decoraciones navideñas. —Reynolds se inclinó con un aire de complicidad y susurró—: Ella ha estado tan feliz como un duende mirando todas las decoraciones en el ático e inspeccionando los manteles y las vajillas de Navidad, señor. ¡Gracias a Dios! —Luego se enderezó, dándose la vuelta para dirigir la descarga de los baúles, al tiempo que Darcy pasaba bajo el arco.

Mientras el caballero apresuraba el paso hacia la escalera de dos tramos que llevaba al vestíbulo, levantó la mirada y alcanzó a ver una sombra de color en la ventana del segundo piso que tenía la mejor vista del camino que llevaba hasta la casa. Se detuvo. Entrecerrando los ojos, inspeccionó de nuevo la ventana, pero esta vez no vio a nadie; así que, sonriendo, prosiguió escaleras arriba, mientras se iba desabrochando el abrigo para librarse de inmediato de todas las incomodidades tan pronto estuviera dentro. Justo cuando las puertas se abrieron, dejó el abrigo en las manos de un lacayo, pero se sintió un poco decepcionado. Georgiana no estaba en el vestíbulo. Darcy miró a su alrededor desconcertado, pero recuperó la compostura cuando vio que la señora Reynolds y los criados de arriba le hacían una reverencia para saludarlo.

—¡Señor Darcy, bienvenido a casa, señor! —El ama de llaves repitió las palabras de saludo de su marido, con la misma genuina sinceridad.

—¡Señora Reynolds! Gracias. Es estupendo estar en casa. —Darcy le dirigió una sonrisa y miró a la mujer que conocía a su familia desde que él tenía cuatro años—. ¿La señorita Darcy no ha bajado a saludarme?

—La señorita Darcy lo recibirá en el salón de música, señor, tal y como corresponde. Ella ya no es una chiquilla que pueda salir corriendo escaleras abajo tan pronto como usted llega, señor —le dijo de manera afectuosa la señora Reynolds—. ¡Ahora es usted quien debe correr! Yo le acompañaré, señor, para mostrarle algo que le alegrará el corazón. —Las palabras parecieron atorársele en la garganta un instante, mientras sus ojos se humedecían—. Tanto como ha alegrado nuestro viejo corazón. —La señora Reynolds sacó un pañuelo del bolsillo de su delantal y se secó los ojos, mientras señalaba la escalera con la otra mano—. ¡Subiré con usted!

—Sí señora —respondió Darcy de manera obediente y luego sonrió con picardía—. Le agradecería que la cena estuviera lista temprano esta noche. El talento del nuevo cocinero del Leicester Arms deja un poco que desear; así que no he comido más que pan, queso y un poco de cerveza desde el mediodía.

—Eso nos imaginamos, señor —suspiró la señora Reynolds—. La señorita Darcy ha planificado una espléndida cena de bienvenida, que estará lista a las seis en punto, si le parece, señor.

—¿Ha sido planificada por la señorita Darcy? —El caballero miró escaleras arriba con asombro—. Tendrá que excusarme, señora. —Hizo un gesto con la cabeza en respuesta a la reverencia del ama de llaves y se apresuró a subir. Mientras se acercaba al salón de música, una chispa de esperanza se unió a la precaución que siempre tenía en todas las cosas relacionadas con su hermana. Después de dar unos cuantos pasos, disminuyó la marcha, esperando ser recibido por los encantadores acordes del piano o por una voz delicada y melodiosa, pero nada de eso interrumpió el silencio. Lo único que pareció celebrar su llegada fue el tic-tac del reloj del gran vestíbulo.

¿Qué está haciendo Georgiana? Darcy frunció el ceño con intriga. No había bajado a recibirlo y tampoco parecía que planeara darle la bienvenida con una canción. Tal vez la señora Reynolds estaba equivocada y su hermana no lo estaba esperando en el salón de música. Se detuvo en el lugar en que se cruzaba el corredor por el que iba con el que conducía a las habitaciones privadas de la familia y se mordió el labio inferior mientras echaba un vistazo a ambos lados. El silencio parecía acechar sus esperanzas. ¿Era posible que él se hubiese engañado? ¿Acaso los cambios que mostraban las cartas de su hermana habían sido únicamente producto de su imaginación?