Chereads / SERIE FITZWILLIAM DARCY, UN CABALLERO / Chapter 88 - Capítulo 88.- La mano de la Providencia II

Chapter 88 - Capítulo 88.- La mano de la Providencia II

El caballero vaciló. La atmósfera estaba cargada de tensión, y tal vez por primera vez, le estaba costando trabajo adivinar el estado de ánimo de su amigo. ¿La señorita Bingley habría seguido sus instrucciones, o ambos hermanos se habrían enfrentado furiosamente a causa de la señorita Bennet? Bingley no le dio ninguna pista; tenía los ojos fijos en el plato, mientras los sirvientes revoloteaban alrededor, con movimientos precisos, sirviendo la cena.

La señorita Bingley carraspeó delicadamente.

—¿Cómo ha ido tu entrevista con Lawrence hoy? —preguntó Bingley, levantando la vista con la expresión de alguien que quiere que lo distraigan de sus preocupaciones.

—Bastante bien, en realidad —respondió Darcy, agradecido por no tener la responsabilidad de buscar un tema de conversación—. Esperaba encontrarme con todo tipo de sensibilidades exacerbadas y neurosis artísticas, pero Lawrence resultó ser una persona bastante civilizada y su estudio parecía totalmente respetable.

—¿Entonces no viste ninguna mancha de pintura en las paredes ni modelos con vestidos escandalosos reclinadas por ahí?

Darcy se rió.

—No, nada de eso. Siento decepcionarte, pero el asunto se desarrolló más bien como un negocio cualquiera. Me enseñaron su estudio, me ofrecieron té y me preguntaron qué tipo de retrato tenía en mente. Luego pasamos a su taller, donde él me mostró ejemplos de algunos cuadros terminados y otros todavía en proceso. Acordamos una fecha para que Georgiana pose por primera vez, me agradecieron el encargo y me acompañaron a la puerta. ¡Asunto concluido en sólo cuarenta y cinco minutos!

—¡Caramba! Acabas de echar por tierra todas mis ideas sobre los artistas —señaló Bingley, con un ánimo que reflejaba mejor su manera de ser—. Supongo que para apoyar mi impresión del temperamento artístico tendré que contentarme con la descripción que hizo lord Brougham de la histeria de la Catalani el jueves pasado.

El resto de la cena transcurrió dentro de ese mismo espíritu de cordialidad. La señorita Bingley se relajó y habló un poco mientras comían, pero se abstuvo de dominar la conversación como tenía por costumbre. En lugar de eso, se dedicó a prestar mucha atención a las historias de su hermano, enfatizándolas con expresivas miradas dirigidas a Darcy, que no consiguió entender su significado. Cuando Charles y Darcy se disculparon para retirarse al estudio de Bingley después de la cena, ella quedaba mordiéndose el labio inferior, pero Darcy no pudo saber si aquel gesto era una muestra de molestia o de agitación nerviosa.

Charles volvió a caer en el mutismo mientras se dirigían al estudio y, al no encontrar una manera apropiada de romperlo, Darcy prefirió seguir su ejemplo. La puerta no había terminado de cerrarse detrás de ellos cuando Charles ya le estaba alcanzando a su amigo un pesado vaso de cristal tallado lleno de un líquido ambarino. Bingley levantó su vaso y, tras hacer un brindis, se tomó todo su contenido, mientras Darcy lo observaba consternado.

—Charles… —comenzó a decir, pero se detuvo al ver que Bingley tenía los ojos cerrados y un extraño gesto de tristeza en la boca. De repente, abrió los ojos y ladeó un poco la cabeza.

—¿Recuerdas nuestra conversación en la posada donde cambiamos de caballos? Tú me advertiste allí sobre mi propensión a exagerar. —Bingley lo miró a los ojos y Darcy necesitó una buena dosis de control para no desviar la mirada.

—Sí, la recuerdo —contestó en voz baja.

—También me previniste contra los peligros de quedar tan atrapado entre los fantasmas de mi imaginación que podía llegar a aislarme de mi familia, mis amigos y la sociedad en general. —Bingley apartó la mirada y dio media vuelta para servir otra ronda de licor.

—Fuiste muy tolerante con mis consejos, Charles —replicó Darcy, sin saber todavía cuál era el estado de ánimo de su amigo. Bingley le ofreció la licorera, pero él la rechazó.

—He pensado mucho en lo que dijiste, Darcy. He discutido conmigo mismo, y en mi mente también contigo. —Se inclinó, quitó los periódicos que había sobre los sillones frente al fuego y luego hizo una seña para invitar a su amigo a sentarse—. He pasado los últimos dos días, desde la inesperada llegada de Caroline, comparando lo que yo tomaba como una verdad con las observaciones de mi hermana.

En ese momento, Darcy se movió inquieto en su silla, esperando que aquel movimiento no hubiese sido demasiado evidente. Bingley hizo entonces una pausa y se quedó mirando al fuego durante tanto tiempo que a Darcy le costó trabajo mantener su actitud de indiferencia. Finalmente, su amigo continuó, después de soltar un suspiro:

—También he pensado mucho en la advertencia de lord Brougham y, a la luz del amor que me profesan mis amigos y mi familia, he llegado a una conclusión. —Bingley volvió a levantar la mirada y, con una sonrisa de auto reproche, confesó—: Tenías razón, Darcy. Estaba muy equivocado al creer que la señorita Bennet me ofrecía algo más que su amistad. Toda la culpa es mía. Ella no tiene ni la más mínima responsabilidad, en absoluto. —Le dio otro sorbo a su vaso—. Ella siempre será mi ideal de lo que debe ser una mujer… su belleza, su amabilidad. La llevaré siempre en mi recuerdo; pero insistir en mis deseos sólo podría causarle incomodidad, y eso es algo que no puedo tolerar —terminó en voz baja.

Mientras el carruaje avanzaba con celeridad hacia el norte, Darcy recordó cómo, al oír las palabras de Bingley, había clavado la mirada en el fondo de su vaso, sin saber qué responder. Al parecer había logrado su objetivo con muchos menos problemas de los que había temido y, al mismo tiempo, había conservado la amistad de Bingley. Sin embargo, no podía alegrarse totalmente por el éxito de su misión. La emoción más fuerte era el alivio. No había muchas posibilidades de volverse a encontrar otra vez con las hermanas Bennet. Su amigo sobreviviría a su pena de amor y no lo culparía por ella. Pero no podía evitar entristecerse al ver tan desanimado a Charles, cuyo alegre carácter había apoyado en tantas ocasiones la severa reserva de Darcy.

—Eso será lo mejor —había dicho finalmente, sorprendiéndose de repetirlo otra vez en aquel momento.

—¿Señor Darcy? —En la esquina opuesta, Fletcher se agitó para ponerse alerta, después de haber caído en un sopor a pocas calles de Grosvenor Square—. Perdón, señor. ¿Ha dicho usted algo?

—«Eso será lo mejor», Fletcher. Por lo general así es, ¿no es verdad?

Su ayuda de cámara lo miró con curiosidad durante un instante, antes de deslizarse de nuevo contra los cojines.

—Si se ha puesto en las manos de la providencia, señor, indudablemente es lo mejor.