Darcy asintió con la cabeza, y tras volver a guardar la carta en el escritorio, sirvió un poco más de oporto para él y su primo. Se llevó el vaso a los labios después de hacer un brindis y dejó que la deliciosa calidez del licor se deslizara por su garganta mientras cerraba los ojos. Había otro asunto sobre el que deseaba oír la opinión de Richard, pero no sabía por dónde empezar.
—Me encontré con Wickham. —Aquella serena revelación rompió el silencio como un tiro de fusil.
—¡Wickham! ¡No se atrevería…! —exclamó Richard con intensidad.
—No, nos encontramos por casualidad cuando acompañaba a Bingley en Hertfordshire. Aparentemente se ha unido a un regimiento que está estacionado en Meryton.
—¡Un regimiento militar! ¿Wickham? Debe haber agotado todos sus recursos o quizá se esconda de algún compromiso inminente. ¡Wickham un soldado! ¡Cómo me gustaría tenerlo bajo mis órdenes!
Richard se paseó hasta el otro extremo del salón y luego dio media vuelta y preguntó:
—¿Has hablado con su superior? ¿Le contaste la clase de canalla que había reclutado?
—¿Cómo podría hacerlo? —replicó Darcy en respuesta al apasionamiento de su primo—. Me pedirían que presentara una prueba que ni yo, ni tú, podemos dar. —Darcy le sostuvo la mirada a Richard hasta que este último relajó sus hombros en señal de aceptación. Darcy señaló a los sillones junto al fuego y los dos se sentaron pesadamente, cada uno sumido en sus propias reflexiones y sentimientos de frustración. Durante varios minutos, el único sonido que se oyó fue el viento soplando contra las ventanas.
—Richard, ¿qué piensas de Wickham?
Éste levantó la cara con un gesto de desconcierto.
—¿Que qué pienso de él?
—¿Cómo explicas su comportamiento? —Darcy se mordió el labio inferior y dejó escapar el aire que estaba reteniendo, mientras ampliaba una pregunta que llevaba más de una década rondándolo—. Él recibió de mi padre más cosas de las que habría podido soñar y obtuvo la posibilidad de ir mucho más allá de lo que le permitirían sus orígenes. Sin embargo, desperdició todas las oportunidades, incluso cuando las tuvo al alcance la mano, y pagó toda la preocupación de mi padre tratando de seducir a su hija. —Darcy hizo una pausa, dio otro sorbo a su oporto y luego continuó, en voz más baja—: ¿Crees que eso se puede llamar una «fragilidad natural»?
—¡Fragilidad natural! ¡Ese es un sinvergüenza y nada más! —rugió Richard. Se detuvo y trató de controlarse un poco, antes de continuar en un tono más normal—: Ya era así desde pequeño, como bien puedes recordar. Puede que sólo sea un año mayor que tú, pero yo lo vi golpeándote cuando éramos niños.
—Mi padre nunca lo vio. —Darcy agitó el contenido de su vaso.
—Mmm —resopló Richard—. No estoy totalmente seguro de eso. Tu padre era un hombre muy perceptivo. No puedo evitar pensar que él le tenía bien tomada la medida a Wickham, aunque no sé por qué no hizo nada al respecto. Pero en una cosa sí se equivocó. No creo que tu padre haya podido imaginar que Wickham pudiera hacerle daño a Georgiana. ¡Al igual que ninguno de nosotros! Sabíamos que era un ladronzuelo, un mentiroso y un sinvergüenza, pero —dijo Richard, golpeando el brazo de la silla— ni siquiera nosotros, que fuimos víctimas de sus artimañas, ¡podíamos imaginar la magnitud de su perversidad!
—Tal vez Wickham cayó en ese comportamiento de forma accidental. La presión de sus deudas… el tiempo jugaba en su contra… —dijo Darcy recordando el sermón de la mañana.
—¡Por accidente! Fitz… ¡fue una trampa cuidadosa y fríamente calculada! ¡Probablemente estuvo planeándola durante meses!
—Pero, Richard. —Darcy miró a su primo directamente y su expresión revelaba el conflicto interno al que se estaba enfrentando—. La fragilidad humana no se puede descartar tan fácilmente. Yo no puedo decir que sea inmune a sus efectos, y seguramente tú tampoco, ya que recurres regularmente a ella. Todos esperamos que, después de considerar el conjunto, el balance se incline a nuestro favor, gracias a nuestra atención al deber y la caridad.
Richard ladeó la cabeza y miró a su primo con intensidad.
—Eso es cierto, Fitz —respondió lentamente—, y yo no soy ningún teólogo… o filósofo para opinar sobre el asunto. Ésa es más tu naturaleza que la mía. Pero si me estás preguntando si podemos disculpar la forma en que Wickham se portó con Georgiana porque no pudo evitarlo o si, al final, en su caso la balanza se inclinará hacia el bien, te ruego que me permitas decirte que te vayas al demonio, primo. Porque, a menos que se convierta repentinamente en un santo, ese tipo es un villano de la peor calaña y así será siempre. ¡Ni siquiera el ejército puede cambiar eso!
Un golpe en la puerta impidió que Darcy discutiera la opinión de su primo. Después de ser autorizado, Witcher entró con una bandeja de plata sobre la que reposaba una nota doblada.
—Señor, esto acaba de llegar, y al mensajero le dijeron que debía esperar una respuesta.
—Gracias, Witcher —respondió su patrón, tomando la nota—. Si espera un momento, contestaré enseguida. —Después de romper el sello, Darcy desdobló la hoja y enseguida reconoció la letra de su amigo Charles Bingley.
Darcy,
Ha sucedido algo extraño. Caroline ha vuelto a la ciudad después de cerrar Netherfield, diciendo que nunca podrá ser feliz en Hertfordshire. Tiene intención de quedarse en Londres durante la Navidad, al igual que Louisa y Hurst. No es necesario decirte que he dejado el hotel y ahora estoy cómodamente instalado en casa. (Tan cómodo como puedo estar, en todo caso). En consecuencia, por favor, te agradecería que te presentaras en la calle Aldford para cenar el lunes por la noche, pues no estaré en el hotel. A menos, claro, que prefieras cenar allí. ¡Por favor, dime qué opinas!
Tu amigo,
Bingley
Darcy levantó la mirada y observó a Richard.
—Es de Bingley. Quiere que le aconseje si debemos cenar en su casa o en otro lado. —Se levantó del sillón y se dirigió al escritorio.
—¡Caramba! ¿Acaso tu protegido no puede decidir sin tu ayuda ni siquiera dónde comerá?
—Parece que no. —Darcy se rió con amargura—. Pero no lo puedo culpar, pues yo mismo he sido el causante de esa indecisión. —Buscó la pluma, revisó la punta y la mojó en el tintero.
—Lo has estado animando a depender demasiado de ti, Fitz —le advirtió Richard.
—Eso es lo más irónico de todo. —Darcy escribió que cenar en la calle Aldford estaría bien. Él sabía que Caroline, la hermana de Bingley, se pondría furiosa con él si la evitaba en esos momentos—. Hasta hace unas semanas, lo estaba empujando para que saliera de la protección de mis alas. Pero en Hertfordshire sucedió algo que se le fue de las manos, así que tuve que hacer otra vez de mamá gallina. Listo, Witcher. —Darcy espolvoreó la arenilla para secar la tinta y dobló la nota. Luego la colocó sobre la bandeja—. ¡Pero no hablemos más de eso!
—Estoy a tus órdenes, primo. —Richard le hizo una reverencia—. ¿Qué tal si jugamos unas cuantas partidas de billar antes de que tenga que regresar al cuartel? Y, tal vez —añadió con picardía—, ¿podríamos hacer una pequeña apuesta?
—¿Ya has acabado la paga del mes, primo?
—Culpa a las damas, Fitz. ¿Qué puede hacer un hombre pobre? ¡La fragilidad natural, ya sabes!